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El padre contemporáneo. Entre Edipo y Héctor

El padre contemporáneo. Entre Edipo y Héctor

  • por

Gabriel Ianni*

Nuria Sánchez-Grande**

1- Introducción

Los contextos sociales por los que atraviesa el sujeto nos obligan, hoy y siempre, a constantes reformulaciones teóricas. La producción de subjetividad es de orden histórico, social y político y alude a los modos con los que cada sociedad determina las formas en las cuales un sujeto se constituye como ser social y se inserta en el mundo y en la época en la cual le ha tocado vivir. Define, por lo tanto, qué es un hombre, qué es una mujer, qué es un padre, una madre, un hijo, una hija… Y estos enunciados cambian en la medida en que cambian los paradigmas que nos rigen. En este sentido, la subjetividad es epocal y exige ser definida permanentemente.

Por ello, para entender al sujeto contemporáneo, el psicoanálisis debe nuevamente abrir sus puertas a una transversalidad extramuros que lo ilumine y lo enriquezca. Necesita hacerlo para poder ahondar en las complejidades de los nuevos vínculos, en las nuevas formas de familia, en las nuevas formas de amar, para comprender las temáticas vinculadas al género o los efectos que la tecnología tiene en nuestra subjetividad. Debe redefinir algunos de sus enunciados teóricos para poder dar cuenta de la diversidad clínica que hoy nos interpela.

Es imposible que podamos pensar y abordar la clínica actual sin poner a trabajar la teoría en aquellos puntos que, como bien decía J. Laplanche (1987), la teoría chirría. Puntos en la teoría y también en la clínica, que si bien nos provoca incertidumbre – en la medida en que nos despoja de certezas tranquilizadoras – nos impulsa a buscar nuevas respuestas ante el cúmulo de interrogantes que se generan. Poner a trabajar la teoría en un intento de poder dar cuenta de las transformaciones que estamos viviendo y que nos permita avanzar en nuestro anhelo constante de adentrarnos en las complejidades que nos presenta la sociedad actual.

El objetivo de este trabajo es reflexionar sobre las condiciones en que se desenvuelve la paternidad. Hablar de padre supone hablar de una construcción mental compleja en la que su ejercicio no tiene por qué estar ubicado en una sola figura, ni ser exclusivamente desempeñado por un hombre. Es una función afectiva, de enorme trascendencia psíquica y determinada por cada contexto histórico. Es una función simbólica – ejercida tradicionalmente por el padre – pero que puede ser encarnada por la madre, o por figuras significativas de la familia o de la sociedad e incluso por instituciones. A quién ejerce esa función, en psicoanálisis, lo llamamos padre (y por extensión hablamos entonces de paternidad). No obstante, en esta presentación queremos centrarnos en dos aspectos que consideramos centrales: la declinación de la función paterna en la actualidad y el lugar que los hombres, y por ende los padres, tienen en la sociedad contemporánea.

¿Paterfamilias?

Partimos de la idea de que una familia no la constituye una pareja estable, sino que la constituyen al menos dos generaciones con cierta estabilidad en el ejercicio de sus funciones. Esto quiere decir que en la medida que haya un adulto capaz de cuidar a un niño, y un niño sea capaz de ser cuidado por un adulto, tenemos una familia. De esta manera, familia significa alguien que respalda y alguien que se siente respaldado; con la asunción de asimetrías y de responsabilidades. Para que exista una familia que humanice es imprescindible que se estructuren los roles de tal manera que permita que aquel que respalda sea quien se sienta responsable de la supervivencia física y emocional del hijo, que subjetive al hijo, es decir, que lo inserte en esa cadena generacional tan necesaria para el desarrollo psíquico y mental del niño; que lo introduzca en un orden simbólico, en una cadena de filiación. Para que esto ocurra es imprescindible que los adultos ocupen el lugar de adultos, que los padres y/o madres que arman una familia ejerzan sus roles y funciones de manera responsable, respaldando y sosteniendo a su prole en los términos que las posibilidades de la vida les permitan. (S. Bleichmar, 2005)

Si el vínculo de pareja se caracteriza por un eje horizontal, de paridad y simetría, el vínculo familiar entendemos que debe caracterizarse por un eje vertical que vincule a padres y a hijos. No podemos pensar la familia sin articular una serie generacional que comprenda a la generación anterior y a la posterior, a los ascendientes y a los descendientes. Siguiendo a Lutereau (2024) podemos definir a la familia como un dispositivo de parentalización por un lado y de filiación generacional por otro.

Ahora bien, los cambios sociales, económicos y políticos afectan a la institución de la familia y lo viene haciendo a lo largo de la historia. En la sociedad post-patriarcal en la que nos encontramos, la figura del padre como paterfamilias está cuestionada y con ello quedó seriamente dañada la función paterna transformando la naturaleza misma de la familia y de los vínculos familiares.

Algunos historiadores ubican antecedentes de este fenómeno ya en la Revolución Francesa con la caída y muerte del rey y el desprecio a todo aquello que supusiera poder y autoridad, al anhelarse una sociedad que pasara de un sistema de funcionamiento verticalista a uno fraternal, como tan bien lo ilustra el lema Liberté, Égalité, Fraternité; también en la Revolución Industrial, con la incorporación del padre en las fábricas – y por ende dejando de ser modelo para su hijo aprendiz; y en las revueltas estudiantiles y sindicales del Mayo Francés, una primavera de 1968 que supuso además la renuncia del presidente Johnson, el asesinato de M. Luther King; el atentado contra Dutschke y las manifestaciones estudiantiles en toda Alemania; el ensayo de la libertad en Praga… movimientos sociales que para muchos historiadores y sociólogos supuso dejar clara la incompatibilidad de un gobierno personal o autoritario con las estructuras de una sociedad con mentalidad democrática.

Al equiparar autoridad con autoritarismo se dañó la figura de autoridad, contribuyendo a la destitución del lugar del padre. Posteriormente, los estudios de género y los feminismos movieron las piezas de un tablero que creíamos inamovible, poniendo en cuestión los roles sociales que resultaron vigentes durante siglos.

La destitución del lugar del padre supuso el ensombrecimiento de lo masculino, cuando no un desprecio hacia los varones. La masculinidad quedó adjetivada y enmarcada en una narrativa que la asocia con machismo, violencia, patriarcado, privilegios, opresión, desigualdad, toxicidad… una narrativa que parece haber convertido a la masculinidad en el mal de todos los males. Lo masculino hoy se considera algo a sacrificar, por obsoleto y pernicioso. Mientras las mujeres, tras siglos de lucha, están logrando situarse en el lugar que les corresponde conforme a su dignidad y a sus derechos, los hombres parecen estar más desubicados que nunca.

Esta presión social ha provocado que muchos padres hayan desertado de su papel de valedores de la autoridad, cuidadores de la familia, maridos y progenitores responsables. Los cambios provocados en la sociedad han dejado un paisaje social prácticamente irreconocible, generando novedades ciertamente confusas, como el papel del hombre en la sociedad actual. Y es que, en ese loable intento por conseguir la igualdad entre los sexos, sin darnos cuenta, hemos difuminado, cuando no aniquilado las diferencias existentes entre hombres y mujeres. En el empeño en conseguir la igualdad entre los sexos hemos borrado sus diferencias. En pos de conquistar la libertad y despojarnos de la tiranía se simetrizan los estamentos sociales y también los familiares.

Una consecuencia de ello es que hoy los hombres se sienten perplejos y confundidos, perdidos en un universo que los ha despojado de referentes, debiendo entonces abjurar de aquellos modelos anteriores que los definían como hombres y como padres, rompiendo un enlace generacional que no merece ser transmitido ni conservado; generando una incertidumbre por la dilución de aquellos modelos sociales que han sostenido nuestra forma de funcionamiento social y cultural durante generaciones, cuando determinados ideales, roles y funciones que creíamos ciertos se han tambaleado.

Hoy, los hombres, los padres de nuestros hijos, para ser aceptados y no ser vapuleados deben someterse a la corrección política y funcionar maternalmente. La función paterna que el psicoanálisis siempre consideró fundante de lo psíquico ha caído en desuso, transformando de este modo, la estructura íntima de la familia contemporánea.

Al declinar la función paterna la dinámica familiar pasó de estar regida por un eje vertical que condicionaba los vínculos entre padres e hijos, a un modelo horizontal de fraternización y gratificación. Hoy, ya no son más los padres quienes dicen NO a sus hijos, ahora son los hijos los monopolizadores del NO.

Ninguna época ha dedicado tanta atención a la relación entre padres e hijos como la nuestra. Ninguna otra época ha tenido padres tan atentos ni tan informados en la crianza de sus hijos; sin embargo, ninguna época ha tenido hijos que se parecen cada vez más a príncipes despóticos a quienes los padres deben ofrendar sus innumerables servicios. Más que nunca, hoy, los niños son la encarnación misma de His majesty the baby (Freud, 1914). Una consumación de anhelos narcisistas a la que nadie quiere renunciar.

La afectuosa proximidad que caracteriza a los nuevos vínculos entre padres e hijos acaba favoreciendo una proximidad entre iguales que extravía todo sentido de verticalidad. Una simetrización en el vínculo de los padres con los hijos que deja a los niños huérfanos de referentes. Una simetrización en los roles familiares que implica un desdibujamiento de la diferencia generacional, alterando así la diferencia simbólica que distingue a los hijos de los padres. Hoy, los hijos reivindican la misma dignidad que sus padres, los mismos derechos, las mismas oportunidades. La indeclinable voluntad de los hijos supone, de este modo, la máxima desautorización de las funciones parentales. Hoy, las familias funcionan la más de las veces como un clan fraterno, desdibujando roles, funciones y diferencias

Horizontalidad y simetrización generacional que no es ajena a muchas de las problemáticas infantiles con las que nos encontramos en nuestras consultas, ni tampoco es ajena a muchas actuaciones adolescentes que tanto nos alarman.

La evaporación del Padre (Recalcati, 2014), el ensombrecimiento de lo masculino ha llevado a la familia a un estado de homogeneización dentro de ella, donde los padres, angustiados, o bien por temor a convertirse en progenitores “autoritarios” que coarten la libertad de sus niños, o bien por la angustia de perder el amor de sus hijos da, como resultado, un discurso pseudo- democrático que lo único que hace es borrar los límites entre generaciones. Paradójicamente cuando un padre asume el lugar de ejercicio de autoridad, encarnando la función paterna, ¿goza acaso de la admiración y aprobación de su mujer? O, por el contrario, ¿al evocar la imagen patriarcal es despreciado y descalificado?

La actual confusión entre autoridad y autoritarismo hace que cualquier intento de orden se considere un atentado contra los niños. Nuestro tiempo, enfatizando de manera unilateral los derechos del niño, acaba por ver con recelo cualquier actividad educativa que asuma la responsabilidad vertical de su formación” afirma Recalcati (2015).

De este borramiento de las diferencias generacionales se deriva el exceso de sobreprotección y complacencia en la relación con los hijos, a los que siempre hay que decir que sí, evitando cualquier conflicto sobre el que se pudiera gestar el temido desamor, el miedo de los padres a perder el amor de sus hijos y el temor a que aparezca la sombra del padre violento. Antes los hijos temían a sus padres, hoy son los padres quienes temen a sus hijos.

Esta transformación de la vida familiar está provocando que, en nuestras consultas, veamos cada vez más hijos desorientados. Como fruto de esta horizontalidad, hoy tenemos más hijos narcisistas que se comportan como reyes de una familia que está al servicio de sus deseos. El niño-ídolo ha suplantado al padre-padrone que rigió durante generaciones el sistema familiar. Cae de esta forma el valor del esfuerzo y de la postergación, necesarios para conseguir logros en la vida. Los padres de hoy en día fallan en la transmisión de un sentido gratificante de la vida vinculado al esfuerzo y a la responsabilidad.

La familia actual, en definitiva, termina siendo efecto de dos desdibujamientos, de dos borramientos: el de la diferencia sexual y el de la diferencia generacional, piedras angulares del corpus teórico del Psicoanálisis. Equiparación, simetrización, homogeneización y horizontalidad parecen constituir los paradigmas sociales que rigen nuestra sociedad, y, por ende, son ideales y valores que buscan definir nuestra subjetividad.

A diferencia de lo que ocurría en generaciones anteriores, el sufrimiento de una familia ya no lo encontramos en que los hijos temen no poder satisfacer los ideales parentales, sino que lo encontramos en padres que temen no ser buenos padres; lo encontramos en padres temerosos de no ser amados por sus hijos, y también lo encontramos en padres que temen no ser aceptados ni amados por sus parejas. Habiendo pasado de un modelo vertical a un modelo horizontal, difícilmente podamos ubicar a los adultos implicados en el lugar parental y a los niños difícilmente podamos ubicarlos en el lugar de hijos. Esta configuración da por resultado niños no filiados, es decir, niños des-afiliados (Lutereau, 2023), es decir, niños que no están insertos en una cadena generacional filiatoria; donde nada en ellos parece remitirlos ni enlazarlos a las generaciones anteriores, ni a un linaje, ni a una historia ni a una fantasmática familiar.

¿Cómo lo observamos en la clínica?

Los padres de Carlos llevan varios años consultando a profesionales tras la preocupación de la profesora de infantil. Durante ese tiempo, su hijo de 6 años ha recibido varios diagnósticos: retraso madurativo, trastorno del desarrollo y posible autismo. Carlos es el hijo problema, parece EL problema. Es el segundo hijo, tiene una hermana tres años mayor por la que también se podría haber consultado, pero para los padres hasta la llegada de Carlos, “no había ningún problema”.

En las primeras entrevistas, los padres se muestran desorientados y confundidos, “hemos ido a los profesionales como títeres”. Se han centrado en ser unos buenos informadores sobre su hijo y en buscar la mejor ayuda posible, pero en los tratamientos recibidos se ha obviado pensar en ellos y con ellos. Desde el inicio se hace evidente como niegan la implicación de la fantasmática parental. Ellos mismos dicen: “nuestro hijo ha madurado, nosotros no hemos madurado con él”. Luis, el padre de Carlos se muestra impotente y perdido. No sabe cómo ser padre de su hijo. No sabe cómo ser padre de un hijo varón. Marta, su mujer, lo mira con desdén. La problemática de Carlos comienza a ser evidente: ¿cómo crecer como hijo cuando el padre está desautorizado social y familiarmente?

Los padres de Carlos no saben cómo acercarse a su hijo. En muchas de las sesiones su hijo deambula o juega solo, deja a sus padres y a su hermana jugando tranquilamente y les dice, desde la distancia: “lo hacéis muy bien”. Si él no está, todo anda bien.

En la familia de Carlos se confunden los lugares de los adultos y de los niños. Los adultos están como niños y los niños intentan ser adultos. Así se evidenció el día en el que el padre y el hijo se pelean por una silla en la que se quería sentar el padre. Carlos se lo intentó impedir. Al sentarse en esa silla buscaba colocarse a la misma altura de la madre. Previamente, venían jugando en sesión a un juego de mesa en el que ganaba quien se llevaba una ficha, aludiendo a un trofeo edípico por el cual competían padre e hijo. La dificultad de los padres para gestionar la rivalidad y la agresividad se hace palpable. El padre se encuentra solo ante un hijo que se tira sobre él con un abrazo tan fuerte que deja de ser afectuoso y toma tintes parricidas. La madre, mientras se pelean, mira la escena desde fuera, cínicamente divertida. Enseguida su mirada cambia y desaprueba la actitud de firmeza que Luis tiene para con su hijo. Luis ya no sabe qué hacer. Padre e hijo quedan atrapados, impotentizados, confundidos.

Edipo y Héctor

El Edipo es la tragedia del deseo, es la experiencia de una pérdida a partir de la cual cada quién se constituirá como sujeto. Es también una vía de filiación que convierte a un niño en un hijo a través de simbolizar la diferencia entre generaciones (Lutereau, 2023). Edipo, en tanto implica confrontación y rivalidad entre un hijo y su padre, encierra un secreto trágico: el parricidio.

La aniquilación simbólica del padre es una verdad ineludible y universal en la relación de los hijos con sus padres. Todo hijo supone, de hecho, la superación del padre, su muerte simbólica. Winnicott, (1972) señala que el crecimiento es un acto agresivo, dado que crecer implica ocupar el lugar del padre, pero también señala que los adultos, al mismo tiempo deberán sobrevivir. La trágica novedad de nuestro tiempo es que los hijos no tienen a quien «matar», no tienen contra quien rebelarse ya que los adultos implicados ya no cumplen su función.

Para intentar comprender la paradójica situación en la que se encuentran los padres que desean ejercer eficazmente su función paterna en la actualidad, L. Zoja (2018) nos relata una escena en el Canto VI de la Ilíada cuando Héctor regresa a su hogar para despedirse de Andrómaca y de su pequeño hijo antes de partir a la guerra. Héctor es fuerte y valiente y está decidido a dar su vida por sus seres queridos. Para protegerse en la batalla por la defensa de Troya lleva una armadura y un yelmo le cubre la cabeza. Su hijo Astianacte le contempla desde la cuna: asustado por esa figura irreconocible en su armadura de bronce, rompe a llorar. Héctor responde quitándose el yelmo y muestra su rostro para despedirse de su hijo con ternura antes de dar la vida por su pueblo y por su familia; pero antes de partir toma a Astianacte en brazos, lo alza al cielo y le pide a Zeus que haga de él un hombre mejor que su padre.

«El gesto de Héctor», es un gesto simbólico que implica, para el hombre y padre contemporáneo, despojarse de su armadura, es decir, de su fortaleza, de su seguridad, de su agresividad, para mostrar su lado más humano, más amable, más afectuoso, tierno e intimista.

Lo relevante en la figura de Héctor es que logra aunar las facetas de guerrero, y padre. Héctor consigue transitar lo que hoy podríamos llamar la paradoja del padre contemporáneo. Cumple con las exigencias familiares – que le empujan a exponer su rostro desnudo, y mostrarse tierno y vulnerable – y también cumple con los imperativos de la sociedad que le obligan a combatir, y ser fuerte y protector. Su gesto es sencillo pero conmovedor, ya que nos recuerda que las características asociadas a la masculinidad –como la valentía o la fuerza– adquieren valía precisamente al combinarse con otras como la ternura y la consideración.

El gesto de Héctor constituye la gran novedad del padre actual; ya que supone un delicado y complejo equilibrio que los hombres deberán aprender mediante el propio ejercicio de su paternidad. El padre contemporáneo, para ejercer su función paterna, -función fundamental tanto para la constitución de lo psíquico como para ordenar la jerarquía de lo familiar-, deberá integrar la fortaleza de la armadura y al mismo tiempo dar lugar a la ternura y a la sensibilidad.

El hombre, para ser parentalmente competente, deberá realizar un ejercicio de equilibrio entre su fortaleza y su delicadeza. Pero para ello necesitará ser valorado y reconocido por la sociedad como lo que son: hombres con derecho al ejercicio de una masculinidad plena y equilibrada. Para ello nuestros héroes deberán ser valientes, pues siendo fuertes y ejerciendo su autoridad, habrán de tener el valor de enfrentarse a la corrección política actual que solo les considera adecuados si se comportan como una vice- madre, como una madre-bis.

Siendo tiernos y afectuosos deberán enfrentarse a sus fantasmas del pasado, a una cultura de generaciones precedentes donde las muestras de cariño eran signo de debilidad.

Al fin y al cabo, la tarea fundamental de la familia es acoger para que luego, de ella, se pueda partir. El regalo más grande que los padres pueden hacer es donar la libertad, siendo capaces de dejar que sus hijos se alejen, que se vayan, que ya no les necesiten, sacrificado así toda propiedad sobre ellos.

En el momento en el que la vida crece y quiere ser libre más allá de los estrechos confines de la familia, la tarea de un padre es dejar marchar a sus hijos, «saber perderlos, ser capaces de abandonarlos». Como señaló el propio Recalcati en otra de sus obras: la «hospitalidad sin propiedad» es lo que define a la madre; mientras que la «responsabilidad sin propiedad» es lo que define al padre (M. Recalcati, 2018).

En la consulta nos encontramos con hijos que se ven afectados por la ausencia de un acto filiatorio que los inserte en una cadena generacional; con padres – la más de las veces híper presentes, pero con la imposibilidad de dar lectura, desde su propia fantasmática, al sufrimiento de sus hijos, dejando a los niños a la deriva. Nos encontramos con patologías más graves a la espera de ser entendidas por otro que se sienta convocado por el mensaje del sufrimiento del niño. Ahí cobra sentido nuestra labor en la clínica con niños y adolescentes, y con sus padres. Es parte de nuestra tarea clínica abordar la implicación psíquica, fantasmática de los padres, a pesar de su insistente borramiento y negación.

Solo así, los hijos podrán seguir su rumbo. Para ello es imperativo restituir, en nuestra praxis, las diferencias que nos constituyen en tanto humanos.

Para el establecimiento de la vida es preciso partir del reconocimiento de que las diferencias nos enriquecen y nos complementan, pues los seres humanos, hombres y mujeres, afrontamos la realidad desde puntos de vista diversos, con sensibilidades y prioridades diversas… el otro, en tanto otro, es profundamente distinto y su diferencia debe merecer mi respeto y mi reconocimiento como un igual-diferente. ¿Aceptamos acaso hoy las diferencias o, por el contrario, las negamos bajo el lema de que todos somos iguales?

Todo encuentro entre un hombre y una mujer, entre un padre y una madre, es nutriente y enriquecedor cuando ambos están dispuestos a abandonar sus corsés mentales, cuando están dispuestos a romper con estereotipos del pasado y crear juntos un espacio de unión y participación en beneficio de ambos y, en consecuencia, de los hijos (M. Ceriotti, 2019).

No debemos olvidar que para que Héctor asuma su fortaleza y muestre su lado tierno y vulnerable, necesita de una sociedad y de una Andrómaca que lo ame y lo valore. Sólo así, el gesto de Héctor adquiere plena vigencia; solo así Héctor puede alzar a su hijo sobre su cabeza y dirigirlo a Zeus, deseando un porvenir para su hijo. Porque después de todo, la función paterna no se caracteriza solamente como aquel gesto que prohíbe, que corta, que limita, que separa… también consiste en ser el puente que une al hijo con la vida pública de compromiso y responsabilidad, guiándolo más allá del horizonte cerrado de la familia, introduciéndolo en la complejidad del mundo social, y operando como propulsor de la emancipación y de la creatividad de sus hijos, donde ellos podrán luego encarnar los valores de fortaleza, ternura y potencia heredados y transmitidos generacionalmente.

Bibliografía:

Badinter E, (1993) XY, la identidad masculina. Alianza editorial. Bleichmar S, (2005) La subjetividad en riesgo. Topia editorial. Calvo Charro, M (2020) El secreto del hijo. Nueva revista.net Ceriotti, M. (2019) Masculino. Fuerza, eros, ternura. Rialp Ed.

Ceriotti, M. (2024) Erótica y materna. Viaje al universo femenino. Rialp Ed. Freud, S (1914) Introducción del Narcisismo. Amorrortu Ed.

Freud, Sigmund (1925) Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica entre los sexos. Amorrortu. Graco Castillo, G. (2009) Héctor, el héroe de Troya. Selector

Homero, La Ilíada. Plutón ediciones

Ianni, G.; Sánchez-Grande N. (2022) Día internacional de la familia. Necochea digital Laplanche, J. (1987) Nuevos fundamentos para el psicoanálisis. Amorrortu Ed.

Lutereau, L. (2021) Clínica de la filiación. Conferencia en AECPNA Lutereau, L. (2023) Deseo de padres. Deseo de hijo. Seminario en AECPNA Lutereau, L. (2024) El hijo deseado. Letra Viva ed.

Recalcati, M (2014) El complejo de Telémaco. Anagrama Recalcati, M (2015) ¿Qué queda del padre? Xoroi ediciones Recalcati, M (2017) El secreto del hijo. Anagrama Recalcati, M. (2018) Las manos de la madre. Anagrama Winnicott, D (1972) Realidad y Juego. Gedisa editorial

Zoja L, (2018) El gesto de Héctor: Prehistoria, historia y actualidad de la figura del padre. Taurus Ed.

Sobre los autores:

*Gabriel Ianni Psicoanalista

Miembro titular de la Asociación Psicoanalítica Internacional Presidente y Docente de AECPNA

**Nuria Sánchez-Grande Psicóloga. Psicoterapeuta

Miembro de la Comisión Directiva y Docente de AECPNA

Revista nº 24
Artículo 7
Fecha de publicación DICIEMBRE 2024


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