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Travesía adolescente y remodelado identitario en la hiperculturalidad*

Travesía adolescente y remodelado identitario en la hiperculturalidad*

  • por

Silvina Ferreira dos Santos**

No soy de aquí, ni soy de allá

No tengo edad, ni porvenir

Y ser feliz es mi color

De identidad”

Facundo Cabral

Todos a bordo

Si intentamos pensar sobre la culturalidad contemporánea, debemos recurrir a los adolescentes, sus mejores intérpretes. Na­cidos en un ambiente tecnológico (Ferreira dos Santos, 2008) son los que navegan, con destreza y naturalidad, la multiplicidad y simultaneidad conectiva. Dado que las di­ferencias en sus posibilidades de acceso trazan desigualdad y marginalidad digital, mis aproximaciones refieren a los adoles­centes altamente digitalizados que viven en grandes centros urbanos.

Cuando hablamos de lo digital nos referi­mos a un ecosistema o entorno habitable pero no para todos por igual. La brecha ge­neracional es prácticamente un abismo ge­nerando discontinuidades muy marcadas entre formas disímiles de vivir y ver el mundo que casi nunca encuentran puntos de anclaje en común. En tal escenario pre­figurativo (Mead, 1971, en Narodowski) las transformaciones se producen vertiginosa­mente. Los saberes y experiencias acumu­ladas previamente resultan fácilmente ob­soletas e inoperantes, lo cual fuerza a un trabajo de invención, especialmente en las nuevas generaciones, y a un mayor senti­miento de orfandad.

Entonces, se producen transformaciones socioculturales, pero, además, viene mu­tando el modo en que se generan los cam­bios, de manera más precipitada, por rup­tura y disloque. Lo disruptivo se instala y produce sucesivos desfasajes o disconti­nuidades. Ya no quedan lugares ilusoria­mente firmes y seguros a los cuales afe­rrarse, sólo resta lanzarse a la travesía. A poco de andar nos vamos dando cuenta que la metáfora migratoria cae por la borda.  Hayamos nacido o no bajo las coor­denadas de un mundo tecnológico, con cada incursión digital, todos devenimos productores o hacedores de tales entor­nos, independientemente de lo conscien­tes o no que seamos.

Otro interés que me lleva a referenciar como punto de partida a los adolescentes es que éstos son sujetos atravesando una crisis vital. En este sentido, resultará in­teresante pesquisar cómo se produce el re­modelado identitario que el acontecimiento puberal promueve en entornos conectivos caracterizados por la multiplicidad y la si­multaneidad tanto de dispositivos, textuali­dades como de lógicas de funcionamiento. ¿Cómo se reversiona el narcisismo en los adolescentes “post alfa” (Berardi, 2007)? 

Cartografías en crisis

“Entonces nace la catástrofe, el terremoto, el tsunami que lo arrastra todo.

Todo lo que había conseguido se deshace entre mis dedos.

Así que pienso, hay que volver a empezar.

Hay que volver a entrelazar mechones para trenzar la vida”.

Laetita Colombini, La trenza, 2018

Considerando que los cambios son menos módicos y paulatinos, más bien acontecen por fractura o disloques (Farneda, 2021), ¿podemos seguir utilizando la noción de crisis para pensar el devenir adolescente y sus transformaciones? ¿Ese concepto de crisis seguirá siendo el mismo? ¿Encontra­mos en la clínica tramitaciones de la inte­rrupción en la continuidad existencial que siguen un modelo procesual de superación y reorganización compleja del entramado psíquico?

Por otra parte, la conmoción narcisista y los vaivenes de la autoestima en los ado­lescentes son esperables por lo cual nece­sitan apuntalamiento social, pero ¿qué su­cede cuando la sacudida vital adolescente transita en un mundo también tamba­leante? (Janin, 2020). Pareciera que, en la contemporaneidad, la intemperie cubre a todos por igual, incluso los adultos están lejos de representar estabilidad y solidez (Sternbach, 2015).

El concepto de crisis con el que solemos pensar el tránsito adolescente supone un ambiente confiable y sostenedor que faci­lita complejizaciones psíquicas.  También se representa como un impasse y pasaje entre un punto de partida y de llegada, cla­ramente definidos. Otros conceptos tales como trauma, catástrofe, acontecimiento[1] (I. Lewkowicz, 2018) que dan cuenta de las afectaciones producidas por lo disruptivo en una organización suponen una estabili­dad de base.  De este modo,  la lógica de funcionamiento previo se desestabiliza al verse excedida (trauma), alterada (aconte­cimiento) o desmantelada (catástrofe). ¿Estas nociones siguen conservando po­tencia explicativa cuando se trata de con­textos inconsistentes y fluidos?

Tal como sostiene I. Lewkowicz hasta el concepto de crisis está en crisis. En la con­temporaneidad cursamos crisis catastrófi­cas en las cuales, luego de la ruptura, no se produce una reorganización bastante estable durante un tiempo. Por el contrario, se instala un devenir permanente vivido como caótico. Esta dinámica de destitución y alteración permanente (I. Lewkowicz, 2014) puede generar salidas creativas o bien derrumbes, dependerá de una articu­lación bastante contingente de factores.

Si el mundo viene siendo otro y otras las coordenadas, nuestras cartografías no pueden permanecer inertes. Es probable que a simple vista esa complejidad e incer­tidumbre que asoma pueda ser vista como caótica, aun cuando no lo sea, simplemente por resultar inconmensurable desde los re­cursos con los que se cuenta para abor­darla. A veces, se intenta poner algún or­den  a través de un pensar dicotómico que organiza a costa de simplificar la heteroge­neidad ocasionando polarizaciones, intole­rancia, reverberación de discursos de  odio y ansiedades paranoides.

Para inteligir lo complejo en juego es nece­sario articular o integrar dimensiones, con­ceptualizaciones provenientes de diversas ciencias, esfuerzos colaborativos tendien­tes a armar una suerte de mente expan­dida (Slemenson y otros, 2021).  Sólo en estas condiciones podemos pensar lo “dis­locado” (Farneda, 2021), lo salido de su si­tio o lugar, no para volver a enderezarlo sino para poder pensar en movimiento y así ir construyendo una trama conceptual que se irá tejiendo de modo interminable.

Algunas coordenadas van siendo trazadas por los adolescentes contemporáneos al desplazar lo diferente por lo diverso, lo sin­gular por lo múltiple y colectivo, generando visiones más ricas y complejas de la vida, las personas, el mundo y la transitoriedad. Vienen promoviendo un trabajo decons­tructivo de un binarismo que ha cercenado la heterogeneidad a simples dicotomías. Acorde con este clima de época, resulta imposible sostener conceptos que preten­dan ser universales o abarcativos de una totalidad que nunca es uniforme. Hacer lu­gar a las múltiples diferencias (sociales, económicas, culturales, geográficas, etc.) lleva a pluralizar los conceptos. De este modo, cabe hablar de adolescencias (Sternbach, 2008), identidades o existen­ciarios y de culturalidades o bien de hiper­culturalidad (Byung-Chul Han, 2005).

Travesía digital adolescente

“Afuera han empezado a limpiar la piscina. Los vecinos se asoman de vez en cuando a las ventanas para meterle prisa al jardinero. Por mí puede to­marse su tiempo, me agrada verlo tra­bajar. Arrincona las hojas que han caído en la superficie, cuela el agua con una paciencia adormecedora, luego pasa un aspirador por el fondo y vuelta a empezar. Cuando se marcha, el agua va aquietándose y, avanzada la tarde, parece una pantalla azul de ordenador. De hecho, nadar en una piscina se parece bastante a navegar por la red. Es silencioso –apenas un rumor–, es blando, es fácil sumergirse. Y también fácil ahogarse”.

Neuman, La vida en las ventanas, 2002

Desde una aparente soledad en su cuarto, pantallas mediante, los adolescentes están hiperconectados con el mundo y con los otros. Fluyen de aquí para aquí, sin sacar el cuerpo ni la vista de los dispositivos, se van transformando en turistas (Byung-Chul Han, 2005, p.11) que visitan sitios, combi­nando una particular forma de estar en el mundo, entre lo nómade y lo apátrida.

Los entornos digitales, por su arquitectura, invitan a recorridos múltiples y simultáneos entre los que cada usuario irá trazando un itinerario de acuerdo a la espontaneidad de su gesto (aunque a veces no tanto, los al­goritmos hacen lo suyo). Estando todo al alcance de la mirada y la mano, el desafío consiste en lograr alguna opacidad de la vi­sibilidad que la subjetividad tiene online.

El modo hipertextual de hacer en lo digital (o windowing como lo llama Byung-Chul Han,  2005) hace de la errancia explorato­ria un modo de experienciar caracterizado por lo indeterminado, lo incierto y en reali­zación permanente, tal como sucede con el garabatear. En este sentido, tomo pres­tada la metáfora de Pontalis para referirme a ese andar o hacer digital no tanto como proceso sino como travesía.  Online resulta difícil pensar en una “sucesión continua ya sea lineal o dialéctica y hasta irreversible de los fenómenos” (Pontalis, 2008) que ter­mina llegando a buen puerto, más bien en­contramos que los recorridos son rizomáti­cos y cada llegada relanza exponencial­mente a otra partida. Podemos aventurar, además, que cuando ese hacer digital se impregna de las cualidades del jugar toma valencia estructurante, es decir, está car­gado de sentido desde lo subjetivo y ligado a las tareas psíquicas que los adolescen­tes atraviesan (Ferreira dos Santos, 2020).

El estar-en-la-ventana/pantalla nos su­merge en otra dimensión, una realidad no real, valga el oxímoron, de carácter para­dojal, ni real plenamente pero tampoco to­talmente irreal.  Su hechura no admite ca­tegorías binarias para pensarla (y que ha­cen al proceso secundario de pensar):  cer­cano/lejano, antes/ahora/después, pú­blico/privado, ausencia/presencia, etc. Otras coordenadas rigen allí, diferentes a las de la vida offline; otro modo de expe­rienciar la espacialidad, la temporalidad, las relaciones con los otros, una manera no presencial de estar (Derrida en Rodulfo, 2012), una extimidad generada por la po­rosidad entre lo público y lo privado (P. Si­bilia, 2010). A diferencia de los adultos, para los adolescentes ambos modos de vida se encuentran entramados y configu­ran el mundo que habitan. Por otra parte, la frontera entre lo material (tangible) y las no-cosas (información) se va desvane­ciendo (Byung Chul Han, 2021) produ­ciendo una creciente descorporización del mundo que lleva a combinatorias híbridas o bien a Metaversos[2] los cuales implican un vuelo mayor de lo virtual. A medida que la topología del ambiente se complejiza in­cluyendo lo tecnológico, la noción de mundo y sujeto de seguro ya no serán los mismos, ¿emergerá un Cyborg[3] a partir de ese agenciamiento cada vez mayor que te­nemos con lo virtual?

Cuando hablamos de digitalización nos re­ferimos a un proceso por el cual todo dato (textos, imágenes, sonidos, etc.) se trans­forma en información al codificarse en nú­meros dígitos por lo cual su transmisión es exponencialmente más veloz y horizontal. Así como el surgimiento del lenguaje, su escritura e impresión generaron revolucio­nes culturales, esta digitalización está ge­nerando efectos aún incalculables (Serres, 2015). Para algunos se ha iniciado una nueva era, el Antropoceno (Paul Crutzen, 2000, en F. Costa) reconociendo al ser hu­mano como capaz de producir con su acti­vidad cambios perdurables o incluso irre­versibles en el planeta. Otros enfatizan más la cuestión y hablan de Tecnoceno (Flavia Costa, 2022) considerando el im­pacto planetario del acelerado desarrollo tecnológico. Sabemos que la nube no es ni etérea ni está en el cielo; se encuentra de incógnito en algún lugar. Consiste en gran­des servidores que producen alto impacto ambiental. La generación diaria de conte­nidos digitales es abismal sin que todavía nos preocupe ecológicamente la cuestión, pero sí la rentabilidad que genera este eco­sistema.

En la travesía digital los usuarios tienen protagonismo, no son sólo consumidores, también con sus recorridos e incursiones producen contenidos. Cuando suben ma­terial, comentan, comparten, buscan infor­mación van dejando marcas de su reco­rrido, huellas digitales, de las cuales los al­goritmos se alimentan.  Todo aquello que vamos haciendo en lo digital, junto con lo que otros refieren de nosotros, hace a nuestra identidad digital. Con sólo goo­glear nuestro nombre accedemos a ella y, en este sentido, refiere a lo que el mundo digital dice que somos a los demás usua­rios. Tal dimensión identitaria es única y corresponde a un derecho humano, más específicamente a los de cuarta genera­ción[4]. En esa gran aldea global, las distin­ciones territoriales caen y pierden valor simbólico para funcionar como referencias identitarias; por ende, son las preferencias y las actividades las que ocupan su lugar produciendo así los streamers, youtubers, gamers, tiktokers, instagrammers, etc.

El agenciamiento entre dispositivos y usuarios produce transformaciones mu­tuas. Por ende, no es inocua la lógica de funcionamiento que caracteriza la virtuali­dad: viralización, huella digital e imposibili­dad de olvido, facilitación del anonimato y desinhibición (por la cualidad no presencial de estar online), entre las más relevantes. Algunas preocupaciones van surgiendo en el horizonte: uso masivo de datos y siste­mas algorítmicos de procesamiento, la bio­tecnología como herramienta de vigilancia y una no tan lejana superinteligencia artifi­cial (Flavia Costa, 2022).  Cuando ciertas limitaciones materiales van siendo fran­queadas (espacio, tiempo, cuerpo, etc.) se torna vital y necesario ocuparnos de los di­lemas éticos que van apareciendo. El es­fuerzo individual es necesario pero insufi­ciente, los “términos y condiciones” nunca son leídos o se los transgrede abierta­mente como cuando los niños y niñas ac­ceden a las redes sociales antes de la edad permitida, con el consentimiento de sus padres, pero sin su adecuado acompa­ñamiento. Resulta necesario un enfoque integral y coordinado entre todos los acto­res sociales implicados (usuarios, comuni­dad, sociedad, empresas, estados).

Cuando nos lanzamos a la travesía digital parece que lo primero que cae por la borda es el tiempo. Los adolescentes llaman vi­ciar a ese estar sumergido en los dispositi­vos “haciendo nada” o tal vez tratando de desasirse del imperativo epocal de rendi­miento que alcanza incluso a lo ocioso. Este término que usan, además de referir a un exceso de tiempo, señala el riesgo cierto de “ahogarse”, bajo el hipnotismo de la pantalla, en automatismos desubjetivan­tes. Los algoritmos procuran la automatiza­ción de los recorridos a través de la lectura y procesamiento de los datos que los usua­rios van brindando al usar las plataformas como espacios para la expresión y las in­teracciones. En función del procesamiento de esos datos, el navegar online está siendo parasitado por una lógica de mer­cado que entre-tiene con ofertas seducto­ras. Se monta así un game cuyas reglas explotan la espontaneidad subjetiva, trans­formando a los usuarios en un proletariado asalariado. Se promueven búsquedas an­siosas por la última novedad, se alienta una falsa libertad de elección y acecha más la ansiedad de “caer en picada” si no se logran los “15 millones de méritos” o li­kes suficientes para tener notoriedad (alu­diendo a capítulos de la serie Black Mirror) que terminan dibujando imposturas subje­tivas bastante seriadas y vacías.

Paradójicamente, los dispositivos también nos permiten deshacernos del tiempo pro­ductivo y de la saturación informacional. Ese viciar supone un estado de conexión y desconexión al mismo tiempo, parecido a los estados de no integración o relajación de las que hablaba Winnicott (1971). Esos estados de no existencia funcionan como zonas de descanso de la tarea inacabada de mantener separadas y a la vez articula­das la realidad interna y la externa. Estos estados son vitales para nutrir de vivacidad la existencia porque sólo en ellos es posi­ble sostener un impulso creador.

Si bien vamos trazando una pregnancia de la culturalidad digital, ésta convive con lo analógico, lo letrado y lo asociativo. Es de­cir, coexisten simultáneamente formas cul­turales y experienciales diversas confor­mando un collage que podemos llamar hi­perculturalidad (Byung-Chul Han, 2005). En esta heterogeneidad vamos navegando de manera errante entre posibilidades múl­tiples y con ese singular recorrido que va­mos trazando se configuran existenciarios más versátiles y fluidos.

“Siguiendo las pro­pias inclinaciones, uno arma la identidad a partir del fondo hipercultural de formas y prácticas de vida. De esta forma emergen figuras e identidades de tipo patchwork”

(Byung-Chul Han, 2005, p. 77.)

Travesía identitaria adolescente en clave digital

“Hay un tiempo en el que es preciso aban­donar las ropas usadas

que ya tienen la forma de nuestro cuerpo,

y olvidar nuestros caminos que nos llevan siempre a los mismos lugares.

Es el tiempo de la travesía: y si no osamos hacerla,

quedaremos, para siempre, al margen de nosotros mismos.”

Fernando Pessoa

Considerar el devenir adolescente como travesía (Levín, 2020) supone pensar una aventura vital sin trayectoria definida de antemano, sin decurso tan esperable­mente direccionado, abierta a avatares y fi­nales inciertos,  especialmente en un tiempo epocal en el cual las certezas (ilu­sorias siempre) han caído por la borda.

Si bien la sensación tan adolescente de que “nada vale la pena” o “qué sentido tiene esto o aquello” siempre reflejó un tra­bajo de destitución de la omnipotencia in­fantil con la que se significaba el mundo, en la actualidad esa experiencia de en­cuentro con la inconsistencia (Rodulfo, 2010) también alude a una deficiencia real del ambiente en su función de sostén. Al­gunas sensaciones se tornan más acu­ciantes y urgentes en los adolescentes lle­vándolos a refugiarse en experiencias in­mersivas en un “aquí y ahora” banal o bien en objetos dadores de sensaciones exci­tantes.

Ese trabajo de “quitar significación a una serie de emblemas, costumbres, valores, ideales, relatos, leyes y creencias es por sí mismo un trabajo grandioso y transforma­dor” (Rodulfo, 2010), es un acto verdade­ramente agresivo a través del cual decons­truyen sentidos y arman otros más allá de lo familiar.  En este sentido, la agresión (pensada como movilidad espontánea) re­quiere de oposición ambiental a los emba­tes y de sobrevivencia para así ubicar la exterioridad de la realidad por fuera de la zona del dominio mágico, justamente por la experiencia de que puede ser prescindi­bles y destruible. Si el ambiente abdica en su función, tanto lo familiar como lo social, la agresión vuelve sobre los propios ado­lescentes bajo la forma de explosiones de violencia o manifestaciones más de tinte depresivo (abulia, cansancio, aburrimiento, etc.).

Mucho de lo que los adolescentes hacen en el mundo virtual es solidario con las ta­reas subjetivantes que los convocan. Cur­san desasimiento, conquistas, remodela­dos identitarios, reorganización pulsional. En este sentido, las plataformas virtuales pueden funcionar como superficies de es­critura, como lo han sido el rostro de la ma­dre, el espejo, la hoja de papel. El trabajo de remodelado identitario adolescente cursa también allí mediante la exploración de posibilidades transitorias a modo de en­sayos identitarios. Esto explica la fascina­ción que tienen por aplicaciones que per­miten metamorfosear la imagen de sí en versiones distintas y también el gusto por hacer videos ya que en ambos casos se pone más en evidencia el movimiento mismo de realización de este remodelado.

Se observa como los perfiles en las redes sociales se van despoblando de referen­cias y contactos familiares, también migran a otras redes menos concurridas por adul­tos. Se produce una vuelta por lo especular que desplaza la mirada hacia el grupo de pares. Como en un juego de espejos, los adolescentes miran, son mirados y se ha­cen ver. La devoción por ser seguidos y se­guir en las redes sociales, la ansiedad por cosechar likes o recibir comentarios como muestras de valoración responden a la ne­cesidad de apuntalamiento en un tiempo de profunda conmoción narcisista y fluc­tuaciones acuciantes de la autoestima. De este modo, la grupalidad e incluso lo colec­tivo oficia de marco para explorar diferen­cias en esos encuentros con los otros, en un trabajo conjunto a través del cual se van produciendo reconocimientos y apropiacio­nes psíquicas que reconfiguran todo aque­llo que hasta ese momento daba soporte a lo identitario.

En este sentido, las redes están llenas de propuestas identificatorias que algunos adolescentes con déficits primarios adhie­ren a modo de sostener ortopédicamente un sismo narcisista que los pone al borde de agonías impensables. Tales propuestas son tomadas como máscaras o imposturas más en la línea de los trastornos esquizoi­des en los que prima la futilidad y la irreali­dad.

En cambio, otras veces esos enunciados identificatorios pueden ser tomados por los adolescentes, no en un sentido totalizador para sostener cierta unicidad, sino como rasgos a ser explorados lúdicamente, como disfraces en este proceso de trans­formar el ropaje identitario. Lo más intere­sante en este trabajo de edición o reconfi­guración es la capacidad de sostener una búsqueda a través de la cual se re-com­pone la trama y se producen experiencias de omnipotencia (Winnicott, 1971) que ha­cen que el adolescente se viva como hace­dor del mundo y de sí mismo. Vemos cómo el derrotero de lo transicional es clave, cuando el adolescente puede hacer uso de ella, para re-crearse.

La cualidad no presencial del estar online permite una mayor ficcionalización en la construcción del existenciario, mostrando el carácter ilusorio que siempre ha tenido. Esta dimensión virtual de la identidad que creamos online opera como interfaz entre la vida online y offline. No tiene sentido plantear la cuestión en términos de dicoto­mía de realidad o irrealidad para pensarla. Algún grado de falsedad del self para res­guardar mismidad e intimidad es una prác­tica necesaria y saludable. Por otra parte, muchas veces sólo en la virtualidad algu­nos adolescentes encuentran espacios para búsquedas más auténticas y reales de ser que en la vida offline. Lo interesante es que este trabajo de ficcionalización ya no se circunscribe a la virtualidad, vamos viendo que salta a la vida offline. Es una tendencia que los adolescentes jueguen con sus nombres, los reversiones, tomen nombres prestados, los vayan cambiando y esperan ser llamados con él. ¿Se trata sólo de usos de Nicknames o representan modos más hipertextuales de ser? ¿Cae la ilusión de unicidad como molde de lo iden­titario? En este sentido, propuse hace un tiempo la producción de heterónimos como modelo para pensar la emergencia multifa­cética que va teniendo la identidad en la contemporaneidad. Desdoblamientos que exploran diversas formas de ser y vivir sin el forzamiento de una pretendida unicidad, coherencia y estabilidad a alcanzar.

Si vamos pensando estos trabajos de es­critura psíquica en permanente devenir, el término identidad me resulta demasiado encorsetado para pensar en configuracio­nes adolescentes contemporáneas. En cambio, existenciario resulta más próximo a esa narrativa singular que se va trazando al andar y armando subjetividad. Winnicott, en base a su experiencia con pacientes no neuróticos, plantea que no siempre está dada la existencia, ni necesariamente al­guien ha devenido una persona. En este sentido, se despega de un enfoque más ajustado o adaptativo a la realidad para in­dagar cómo alguien llega a sentirse subje­tivamente vivo.

Cuando se escucha a los adolescentes se entiende que los desafíos identitarios que se plantean son otros. Se los nota más preocupados por encontrar un modo per­sonal de ser alguien y sentirse realmente vivos. Apuntan a una construcción menos ideativa de lo identitario sino más cons­truida desde lo experiencial. Tampoco gus­tan de las nominaciones que acotan las po­sibilidades exploratorias y cierran posibili­dades. El término devenir o fluctuación, los representa. Aún con la angustia a cuestas, menos guiados por lo previamente forma­teado o a desdén incluso de eso, conviven con la ambigüedad y una lógica más inclu­siva de lo diverso.

Cada vez más los adolescentes usan la pa­labra persona para referirse a “alguien” con quién entablan una relación o contacto, destacando su condición existencial más que algún rasgo identitario en particular. In­cluso los nombres propios pueden tro­carse, cambiarse, muchas veces éstos to­man un carácter epiceno haciendo uso de lo ambiguo en un tiempo de oscilaciones y definiciones del ser, la sexualidad y los de­seos. Esta práctica subjetivante contempo­ránea adquiere dimensión política al co­rroer la hegemonía de una lógica binaria disyuntiva para pensar, armar existencia­rios y desplegar experiencias eróticas y deseantes.

Para Winnicott la gramática existencial se construye a través de varios procesos que para desplegarse necesitan contar con condiciones ambientales facilitadoras. La integración en el tiempo y en el espacio de las experiencias en una unidad (un Yo que incluye un no yo), la personalización o liga­zón con el cuerpo (Yo soy o existo) y una relación creativa con el mundo que lo reco­noce como existiendo (Yo soy con otros). Tal entramado subjetivo, abierto y en trans­formación, supone espesura dada por la cualidad creadora de vivir, sólo así nos sentimos siendo y de que vale la pena vivir. De lo contrario, nos transformamos en se­res bidimensionales, que reaccionan o se defienden de las demandas internas o de lo que les llega del mundo exterior. “Vivir creativamente implica conservar algo per­sonal, quizás secreto, que sea incuestiona­blemente uno mismo” (Winnicott, 1970). 

Mucho se insiste en que los dispositivos de producción de subjetividad actuales gene­ran seres espectrales o fantasmales (Aga­mben, 2008), más en sintonía con los pa­cientes que describe Winnicott. No podría plantear tal epidemia de trastornos narci­sistas, sí pienso que nos encontramos atravesando mutaciones en las configura­ciones subjetivas y psíquicas que cabe ir delineando.

Es cierto que la caída de las certezas mo­dernas y un clima vertiginoso de transfor­maciones nos conecta más con la fragili­dad y vulnerabilidad tan inherente a nues­tra humanidad. Nos sentimos menos a res­guardo porque muchos de los puntos de anclaje en los que se sostenía el ser se agotaron o son más efímeros y etéreos. También se observa cómo los escenarios culturales resultan más amigables para la configuración de existenciarios más plásti­cos, fluidos y multifacéticos, tal como ve­mos en los  adolescentes. ¿Acaso las de­construcciones en curso que llevan ade­lante sobre todo el colectivo adolescente no abren un escenario más ameno con la emergencia creativa de nuevas formas de ser, estar y experienciar? Muchos serán los factores a considerar para pensar aquello que facilita o bien que genera at­mósferas reaccionarias y defensivas que socavan la posibilidad de despliegue de una pauta personal de existir y vivir.

Hay muchos modos de no llegar a ser que el contexto epocal alimenta, eso es cierto. Tal vez en este escenario le cabe al Psi­coanálisis rescatar la función vital y subver­siva que tiene lo ilusorio, facilitar condicio­nes en las que pueda respirar. Galeano se preguntaba para qué sirve la utopía si al poco de caminar siempre se nos van ale­jando, justamente para eso se respondía, para ir andando.

Bibliografía

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* Conferencia dictada dentro de la mesa redonda “Crisis Identitaria en la Era Digital”, organizada por Aecpna, Acippia y AMPP  el 1 de  abril de 2022 vía Zoom.

** Sobre la autora: Silvina Ferreira dos Santos es Psicóloga. Psicoanalista. Miembro Plenario de la AEAPG, Argentina. Miembro del Board Latinoamericano sobre el Pensamiento de D. Winnicott.

Profesora Titular de “Intervenciones Clínicas en Infancias y Adolescencias”, Universidad Maimónides, Argentina.  Profesora Adjunta en las carreras de Posgrado de la Universidad Nacional de La Matanza, Argentina. Docente de seminarios virtuales: “Adolescentes en tiempos virtuales”,  “Adolescentes online” e “Infancias en contextos virtuales”. Avatares teóricos y clínicos”.

Autora de varios artículos de divulgación y científicos sobre los contextos digitales y construcción de la subjetividad, entre los más recientes: “Psicoanálisis y videojuegos: ¿final del juego?” (en Revista Digital Psicoanálisis Ayer y Hoy nro. 17, AEAPG, 2018),  “Bitácora de travesía clínica: los adolescentes y la virtualidad de los tiempos” (en Revista Tópica nro.13, Ed. Vergara, 2019), “¿A qué juegan los adolescentes en los interminables mundos virtuales?” (en D. Winnicott: Realidad y experiencia, Ed. Vergara, 2020), “El tempo de las infancias contemporáneas. Subjetivación y contextos virtuales” (en De vínculos, subjetividades y malestares contemporáneos, Ed. Entreideas, 2020), “Sextime: imperativos de época y sexualidad adolescente en lo virtual” ( en Revista Digital Psicoanálisis Ayer y Hoy nro. 23, AEAPG, 2021).

Compiladora del Libro Clínica con adolescentes. Problemáticas contemporáneas, publicado en el 2020 por Editorial Entreideas y su segunda edición en 2021. Nota editorial:  más información en “En Clave Psicoanalítica N.º 18”)


[1] Trauma: remite a la suspensión de una lógica por la presentación de un término que le es ajeno. Se trata de un estímulo excesivo que no puede ser captado por los recursos previos. Pero esa intensidad paulatinamente va cediendo y trabajosamente los esquemas previos van asimilando lo ocurrido hasta que vuelve todo a su lugar.

Acontecimiento: supone una alteración en la lógica de funcionamiento afectada, generando una  mutación cualitativa. No se reduce a pura perplejidad frente a lo inaudito; se trata de la capacidad de lo inaudito para transformar la configuración que ha quedado perpleja frente a él. Cuando lo disruptivo excede la trama simbólica previa fuerza a una invención de recursos para poder asimilar la novedad. Entonces, se requiere de una transformación subjetiva para tal apropiación. 

Catástrofe: desmantela la lógica de funcionamiento sin permitir armar otra en su función articuladora. No permite la recomposición traumática, ni la fundación acontecimental.

[2] El Metaverso es un entorno donde los humanos interactúan social y económicamente como avatares, a través de un soporte lógico en un ciberespacio, el que actúa como una metáfora del mundo real, pero sin las limitaciones físicas o económicas allí impuesta

[3] Lo que conocemos como Cyborg es la unión entre lo cibernético y lo orgánico. Se trata de organismos biológicos que usan la tecnología para ampliar o mejorar sus capacidades, sus sentidos y sus formas de relacionarse con el contexto.

[4] Con la revolución tecnológica de finales del siglo XX y principios del siglo XXI y la consecuente aparición de lo que se denomina Sociedad del Conocimiento, ha resultado necesaria la creación de una nueva generación de derechos humanos relacionados directamente a las nuevas tecnologías de la información y la comunicación (TICs) y su incidencia en la vida de las personas. Esto provocó que su reconocimiento y protección por parte del Estado constituya un verdadero reto por parte del sistema jurídico. Dentro de la gama de derechos de cuarta generación encontramos, por ejemplo: 

  • El derecho de acceso a la informática.
  • El derecho a acceder al espacio que supone la nueva sociedad de la información en condiciones de igualdad y de no discriminación.
  • El derecho a formarse en las nuevas tecnologías.
  • El derecho a la autodeterminación informativa.
  • El derecho al Habeas Data y a la seguridad digital.

Revista nº 20
Artículo 2
Fecha de publicación DICIEMBRE 2022


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