*Resumen de la sesión clínica impartida dentro del ciclo “Problemáticas actuales en la adolescencia” en AECPNA el 16 de enero de 2021.
“Y lo que enferma no es el acontecimiento,
aunque haya ocurrido, sino su marca, su recuerdo,
aún si no ha sucedido”
S. Freud
Hoy iniciamos el ciclo de sesiones clínicas dedicado a “Las problemáticas actuales de la adolescencia” y presento el caso de una joven de 26 años que acude tras sufrir una violación, un hecho traumático reciente. En las primeras entrevistas observé, además de los efectos del trauma actual, una cadena de traumas acumulados y un proceso adolescente sin concluir.
Primeras entrevistas
Si siguiéramos un criterio cronológico podríamos decir que Marta (nombre ficticio) no era una adolescente cuando la conocí, tenía 26 años, pero como sabemos en psicoanálisis hacemos diagnósticos vinculados al funcionamiento mental y no tanto a una cuestión puramente biológica o temporal. En esta línea es interesante retomar las aportaciones de André Green[1] , quien afirma que “la adolescencia no es un periodo circunscrito de la vida. Puede aparecer antes y prolongarse después de una cierta edad. Es un estado mental” y afirma que “existen adultos adolescentes tanto como adolescentes adultos. Hay adultos que son siempre adolescentes y hay adultos que recaen en la adolescencia”.
En la primera entrevista se presentaba una joven adulta desbordada por un hecho traumático que no conseguía metabolizar y que había impactado de lleno en su psiquismo, en su identidad. A partir del segundo encuentro, y gracias a la escucha de su discurso, me iba orientando en su territorio, el familiar, y podía entrever aspectos que me hacían pensar en una intersección entre un proceso adolescente no terminado y una reactivación de este a raíz del elemento corporal que está en juego en su cuerpo violentado por una pulsión, en este caso ajena a ella.
Proceso psicoterapéutico
Durante las primeras sesiones Marta trae preocupaciones relacionadas con el proceso judicial. El mismo despertaba en ella la fantasía del agresor como depredador sexual del que no tendrá escapatoria y creía que no habría salida. Se activaba su terquedad, sería capaz de poner su vida en juego para demostrar que tiene razón, bueno, por lo menos lo pensaba. En ese caso, no sería ya más la víctima de otro, y haría activo lo vivido pasivamente.
Marta acude a las sesiones de forma puntual, pero muestra su negativa a pensar sobre sí misma e inunda las sesiones de enfados y de rabia con prácticamente todo el mundo. Acudía para mostrarme lo mal que estaba todo en su vida, lo insoportable que era. Por momentos se identifica con el agresor, con los agresores (también había sufrido acoso en el instituto), y mediante la compulsión a la repetición Marta se instalaba en una actuación comunicante. Hablaba entonces de la herida narcisista que acompañan las diversas situaciones traumáticas acumuladas durante toda su vida.
Además del odio y la rabia, hay otro elemento importante que surge en la escena analítica: los sueños. Surgían como intentos de elaboración psíquica de la violación, pero como fuimos comprendiendo no solo, pues la violación como contenido manifiesto encubría situaciones traumáticas anteriores.
El título de esta sesión, “¿Me visto como quien quiero? ¿Me desvisto con quien quiero?” además de parafrasear una consiga de libertad y control sobre el propio cuerpo del movimiento feminista hace alusión a la realidad psíquica de la paciente. Marta no se desvistió con quien quería, fue objetalizada, y no se viste como quiere. En ella, como vimos durante los primeros meses de intervención, el dilema vestirse en chándal o con vestido refleja el conflicto que está en juego en torno su vivencia de la sexualidad y de su cuerpo maltratado a lo largo de su historia. Ella o se cubre y protege o se muestra y se expone al deseo irrefrenable del Otro.
Poco a poco, en la clínica de lo traumático fuimos construyendo una narración que permitiera comprender lo ocurrido e intentábamos acceder a un olvido. Pero no un olvido cualquiera, sino un olvido de la carga traumática, de ese plus de afecto que desorganiza el psiquismo. Un olvido que a Marta le resultaba muy difícil. Cuando ella percibía que sus vivencias traumáticas vinculadas a la violación perdían intensidad, se enfadaba.
Estaba atrapada en la denuncia, quería repasarla constantemente, y el tratamiento se estancaba. Una parte de ella se aferraba a la vivencia traumática, no podía dejarla ir y transformarla en experiencia. Como dice Mithu M. Sanyal [2] pasa a conservar su psique como el escenario de un crimen que puede ser inspeccionado en cualquier momento.
La escena de la violación se convertía para Marta en un baluarte defensivo, un baluarte que moviliza fuertes resistencias para evitar que emerjan recuerdos o vivencias dolorosas vinculados a la vulnerabilidad e indefensión tanto actuales como sufridas en su infancia.
A nivel intersubjetivo entiendo que la violación, la identidad que le ofrece como víctima o verdugo, ha pasado a ser una solución de compromiso y también bloquea el proceso de separación e individuación.
Marta no puede llevar a cabo la confrontación generacional con unos padres que ha percibido y percibe frágiles, y están afectados por lo que le ha pasado. Además de la culpa siente que su agresividad les destruirá y desplaza dicha confrontación al mundo extrafamiliar, como vimos en la sesión, a las relaciones en el trabajo. De este modo, la violación, además de evento traumático, podría entenderse como uno de los nudos del proceso psicoterapéutico. Como dice Freud [3] “Las cadenas asociativas de los distintos síntomas comienzan a enlazarse entre sí y despiertan recuerdos asociados a otras escenas que fundamentan otro síntoma. Tal suceso pertenece, así, a ambas series y constituye, por tanto, uno de los varios nudos existentes en todo análisis” (1896).
De forma paulatina, Marta se va tranquilizando y se van intercalando sesiones que van más allá de su rabia. Es entonces cuando se puede escuchar el doloroso proceso de desasimiento parental. Frases como “me siento mal si estoy mejor en mi casa que en la de mis padres”, “este fin de semana no fui a ver a mis padres, fue raro. No tenía ganas de verlos” lo reflejan. Será capaz de verbalizar que crecer le da miedo, lo asocia con “cosas malas” y se preguntará en qué consiste crecer. En ese momento empieza otra etapa del proceso en el que acompañar a la paciente en la búsqueda de respuestas a la pregunta qué mujer quiere ser. Sea cual sea la respuesta como dice Nasio [4]: “Para hacernos adultos, felices de serlo, aún necesitamos amar al niño, (en este caso niña), que hemos sido”.
Conclusión
Desde que la pandemia y sus efectos se han hecho presentes en nuestras vidas mucho se ha hablado entre profesionales del trauma y de los efectos que tiene y tendrá sobre la salud mental de la población la situación en la que vivimos. Lo traumático ha tomado protagonismo de la mano de la pandemia, pero más allá de la pandemia, existen otras muchas realidades traumáticas difíciles de encarar como son la violencia sexual ejercida por algunos hombres hacia las mujeres.
Entiendo que la clínica actual pasa por la clínica de lo traumático. Una clínica compleja en la que debemos atender a la realidad de los pacientes para no desmentirla, pero también ir más allá de ella para descubrir la verdad de cada paciente, su subjetividad única e irrepetible.
Abordar el trauma y sus huellas en el psiquismo de las mujeres que sufren violación no debería ser reducido al diagnóstico y al consiguiente tratamiento del trastorno por estrés postraumático. Ello sería un ejercicio de violencia más, de violencia secundaria, en este caso ejercido por los profesionales que deberían ayudarlas.
Insisto, al abordar la clínica de lo traumático, y en este caso en concreto, al atender a mujeres que han sido víctimas de violencia sexual, detenernos en el diagnóstico, en la nomenclatura, en la etiqueta, sería un acto de violencia ejercida por los profesionales que deberían ayudarlas.
Pensar, hablar, dar voz a las víctimas, además de terapéutico en sí mismo, es un acto contra la impunidad y la desmentida social para el que debe haber alguien dispuesto a escuchar sin horrorizarse, que pueda acoger y tomar el discurso de la mujer violentada de la misma manera que lo hacemos con otros pacientes. Escuchar y trabajar lo traumático es un acto en el que se humaniza de nuevo a las personas que intentan apropiarse de su subjetividad.
Nuria Sánchez-Grande
Psicóloga psicoterapeuta
Miembro de la comisión directiva de AECPNA
BIBLIOGRAFIA
[1] Green, A. (1993). El adolescente en el adulto”. Psicoanálisis APdeBA – Vol. XV – Nº 1
[2] Sanyal, M. M. (2019). Violación. Reservoir Books.
[3] Freud, S. (1896). La etiología de la histeria. Obras completas. Biblioteca Nueva.
[4] Nasio, J. D. (2012). ¿Cómo actuar con un adolescente difícil? Editorial Paidós.