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SER HERMANOS

SER HERMANOS

Susana Kuras de Mauer*

La vida nos da sorpresas. Siempre. La llegada de un hermano es de los primeros impactos fuertes que nos desafían a crecer. Hacerle lugar a otro, aprender a repartir, a prestar, a soportar los celos, a convivir, son trabajosas conquistas del oficio de vivir. La fraterna es una proximidad compleja que no da tregua ni plantea alternativa (no tiene cambio ni devolución). Recibir un nuevo hermano suele ser lo peor y a la vez lo mejor que nos pudo haber sucedido. Hay cosas que solo las enseña la paridad. De aquellas relaciones tempranas entre hermanos surgen los valores, -o su lamentable ausencia-, imprescindibles para vivir con otros.

“Una línea, por sí sola, – decía Delacroix-, no tiene significación; le hace falta una segunda para darle expresión”. El concepto de hermano se inscribe como esta segunda línea que funda la instancia fraterna. Los hermanos son el paradigma de los lazos horizontales. Confluyen en el vínculo fraterno un espectro de emociones aparentemente inconciliables. Rivalidad, amor, odio, ternura, complicidad son algunos de ellos.

Cuidamos y miramos con atención el voltaje de las relaciones entre hermanos durante la infancia. Esperamos de la convivencia en la temprana edad, tolerancia, comprensión y generosidad. Cuando en la plaza o en la escuela dos niños se disputan un mismo juguete, el discurso que se escucha de trasfondo es claro: hay que compartir, convidar, ofrecer. Pero esta ideología parece extinguirse rápidamente. Nos falta coherencia. Aquella fraternidad complaciente que inculcamos y predicamos con convicción entre los menores, la descuidamos entre los mayores. La solidaridad espontánea, aquella de la vida en común va perdiendo vigencia y, a pesar nuestro, la indiferencia, cuando no cierta intolerancia mezquina cobran fuerza.

El valor estructurante que tienen las relaciones entre hermanos no solamente afecta a la vida en familia. Los lazos fraternales, como la vida misma, cobran nuevos sentidos pensados en el contexto social actual. Sentimientos de vacío, de inconsistencia, de extravío y ajenidad se atenúan cuando no estamos solos. Participar y comprometernos con lo que nos sucede como sociedad es también una manera de protagonizar nuestro lugar de hermanos. No hace mucho tiempo visitó nuestro país la orquesta palestino-israelí que crearon Daniel Barenboim y Eduard Said con talento y dedicación humanitaria. Ellos se entregaron al desafío de construir una experiencia fraterna de convivencia, donde cada uno de los músicos se integrara a tocar con otro y escuchar al otro, semejante y diferente a la vez. Un asombroso cruce de fronteras y un trastocamiento de las rígidas líneas que han restringido la hermandad de los pueblos ocurrió con la creación de esta orquesta.

La inclusión en colectivos fraternos nutre pues, tanto la propia identidad como el tejido social. La amistad, la hospitalidad, la adhesión y pertenencia a instituciones deportivas, filiaciones políticas, profesionales y otros lazos de paridad hacen a nuestra vida en común… Aquellas relaciones que asientan sobre la horizontalidad habilitan un espacio mayor para la vacilación, el disenso, la confianza y más aún, para el difícil ejercicio de la tolerancia.

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 * Texto publicado en diversos medios, entre los que se encuentra el Diario La Nación, de Argentina.

** Sobre la Autora: Susana Kuras de Mauer es psicóloga y psicoanalista, miembro de la Asociación Psicoanalítica Internacional y de la Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires. Docente de su Instituto de formación. Especialista en Niñez y Adolescencia (IPA). Email susimauer@gmail.com

Revista nº5
Artículo
5
Fecha de publicación: ENERO 201
2


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