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PSICOANÁLISIS  Y  EDUCACIÓN*.

PSICOANÁLISIS  Y  EDUCACIÓN*.

Por Susana Kahane**

EDUCACIÓN es un término que viene del latín, educare, emparentado ducere = conducir y con educere = sacar afuera, criar.

Pues bien, conducir, sacar afuera, es educar.

También conducir, sacar fuera, es psicoanalizar. Psico viene del griego, psykhé = alma; análisis también del griego =  derivado de analyo = desato y lyo = suelto.

O sea: sacar afuera: educar.

Desatar, soltar: psicoanalizar.

 ¿En qué se diferencian entonces,  educar y  psicoanalizar?

Una de las diferencias se percibe claramente a través de la función de quien  lleva a cabo la tarea.

Son innúmeros los pedagogos y los filósofos de la educación que  han definido la función del educador. Por una cuestión de gusto personal, y por parecerme más abarcativas del total del individuo, me centro en las ideas de Krishnamurti, filósofo y pedagogo hindú, que vivió en California las últimas décadas de su larga vida, donde murió en 1986. Creó escuelas en India y formó allí maestros.

Pues bien,  según Krishnamurti, maestro de maestros, la función del educador es la de ayudar a comprender y prepararse para la vida, con todo lo que esto implica y que incluye: ganar el sustento, reír, tener iniciativa,  ser capaces de pensar con profundidad y ser espirituales.

La función del psicoanalista es tratar el sufrimiento mental que se deriva de las dificultades de la vida.

O sea, que el educador prepara para la vida, facilita herramientas para manejarse en ella. Cuando algo falla, cuando el niño o el adolescente presentan síntomas que le incapacitan para hacer uso de estas herramientas, es cuando entra en acción el psicoanalista.

Si hablo del psicoanalista, tengo que referirme a Freud y su legado teórico.

Freud se refirió a la educación en numerosas oportunidades  por su interés en el niño y por su interés en lo humano en general. 

Freud postulaba que nada ocurre al azar, que todos los fenómenos mentales (recuerdos, pensamientos) y también las acciones, tienen una intención, consciente o inconsciente.  El objeto del psicoanálisis son los procesos psíquicos inconscientes. Decía que el fondo de toda vida psíquica está en el inconsciente, que es como un círculo grande que encierra en su interior a otro círculo más pequeño, que sería lo consciente.

¿Qué es el inconsciente, ese enigma que se presenta de forma inesperada y deja al saber consciente incapaz de captarlo? Es como si existiera independiente de nosotros, pero determina nuestros actos, determina lo que somos. Determina también, entre otras cosas, nuestro deseo.

¿Y qué es el deseo? Es el inconsciente mismo, considerado desde el punto de vista de la sexualidad. Es una fuerza de la que no tenemos conciencia y su meta es el placer absoluto, que como no se puede lograr, busca sustitutos.

¿En qué consiste este fenómeno, este deseo que tenemos de educar? ¿Educar? ¿Conducir? ¿Adónde? ¿Y por qué? ¿Qué es este impulso y de dónde proviene?

¿Qué deseo, qué anhelo impulsa al educador, al maestro, al profesor, a enfrentarse a tantas dificultades como se enfrenta diariamente? Porque educar es una tarea muy difícil. Según Freud, es una tarea imposible. Para él, existen tres tareas imposibles: gobernar, psicoanalizar y educar. ¿Por qué serían imposibles? Porque enfrentan nuestro deseo al deseo del otro, y si el otro no quiere… no es gobernado, ni psicoanalizado ni educado.

 Aún para quien es vocacional, la tarea de enseñante puede resultar poco gratificante y aún a veces desesperanzadora. Por poco perfeccionista que sea, por poco narcisista que sea, el maestro quiere hacer las cosas bien, ver resultados de su tarea. Cuando no lo logra se frustra, se resiente… ¿con quién? puede que  con quien aparece como impidiéndole ser el buen profesional que desea ser de acuerdo a su ideal, o sea con el niño.

Quisiéramos lograr de nuestros educandos lo que hemos soñado y nos cuesta aceptar que eso es un imposible. Si pudiéramos con todo lo que queremos, seríamos omnipotentes, y no lo somos. Somos lo que en psicoanálisis llamamos “faltantes”. No podemos tener ni ser lo que más queremos.

En cambio podemos, como aconsejaba Krishnamurti, procurar  que el educando sea riguroso, pensando con agudeza, claridad y precisión. Decía también que el educador no es un sabio que enseña a ignorantes: es el que facilita a otros alcanzar un saber que están buscando.

Paulo Freire (1976) decía que el educador ayuda a sustituir una captación “mágica” de la realidad, por una captación crítica de la misma, facilitando el ser reflexivos,  sin saltar del comprender al actuar, sino pasando por el pensar. En términos psicoanalíticos, diríamos que es el que ayuda a pasar del principio del placer al principio de realidad.

Esto en cuanto a la función, pero… ¿qué lugar ocupa el educador, el maestro? ¿Qué lugar le adjudica el niño? ¿Qué lugar le reservan los padres, la sociedad? ¿Y qué lugar se adjudica a sí mismo en tanto educador, frente al niño, a los padres, a la institución, a la sociedad?

La tarea del educador se desarrolla entre su propio compromiso docente y ético y la valoración social, llámese familia, institución, sociedad.

¿Qué lugar ocupa entonces el docente en un entorno desfondado como el nuestro? Dicen Corea y Lewkowicz en “Pedagogía del aburrido”: “No somos nada en tanto figuras instituidas. En un entorno desfondado, donde el saber, la evaluación y la autoridad están destituidos, no por mala fe de nadie, sino sencillamente por agotamiento práctico de sus potencias instituyentes”, ¿qué lugar queda para el maestro?

Nos dicen los docentes que muchas veces se sienten impotentes. Ya no hay una autoridad simbólica que los contenga.

¿Cómo crear nuevas condiciones? Si los niños ya no son respetuosos, estudiosos, disciplinados, abiertos a absorber las experiencias de las generaciones anteriores, no es por mala voluntad; siempre que un niño hace algo, es debido a causas que probablemente ni él mismo conozca. Por lo general  nadie quiere ser malo, nadie quiere ser rechazado, nadie quiere ser castigado. Lo que hace el niño en determinado momento es lo mejor que puede hacer en ese momento, dadas sus circunstancias – circunstancias externas y circunstancias internas – y su mutua influencia.

Además, ¿qué es, a qué llamamos niño? La imagen de un niño está determinada por el momento histórico. Ha sido tratado en otras épocas como un adulto en miniatura, ha sido explotado, maltratado y hasta asesinado.

La imagen que tenemos del niño hoy es la de un ser más fuerte, más autónomo que hace unas décadas. No tenemos más que mirar las imágenes del niño que nos ofrecen los medios audiovisuales: un niño que hace, prácticamente, las mismas cosas que el adulto, que tiene sus mismas habilidades y más, que pisa fuerte.

De aquel lugar que se le daba antes, de semi-persona, ignorante, molesto, del niño que se instruía mirando con admiración y preguntando a su abuelo, se ha pasado al niño-rey, al que se le pregunta, el que decide.

Nos preguntamos a menudo hasta dónde puede y debe llegar la autoridad de los adultos. En la sociedad occidental hemos hecho un viraje de 180º en los últimos años. Hemos pasado del verticalismo más absoluto, en el que no se tenía en cuenta al menor, al laissez-faire tanto o más peligroso. Ocurre, lamentablemente en muchos hogares, que por temor a ser autoritarios se deja de poner límites al niño, límites que son absolutamente necesarios para el desarrollo de éste y también para la convivencia.

Ocurre en numerosas familias que no se dan cuenta que, cuando un niño percibe que se le permite hacer todo lo que quiere, siempre que quiere, y se le da todo lo que quiere siempre que lo pida, terminará aterrorizándose. ¿Por qué? Porque él sabe, intuye, que es incapaz de cuidarse totalmente por sí mismo, que aún necesita del sentido común y de los cuidados del adulto.

¿Que nos llegan niños que no conocen los límites?  Cierto.  Es probable que el niño que llega descontrolado sea un niño muy inseguro y asustado. El niño agradece, en general, que se le permita no sentirse malo. No es fácil, pero si pudiéramos prevenir la desobediencia, podríamos evitar los castigos.

En realidad, el término “autoridad” viene del latín, auctor = lo que hace crecer, lo que ayuda a crecer. Es que el límite claro ayuda a crecer en tanto asegura, tranquiliza.

Otra razón por la que los niños  ya no son lo que eran es porque las instituciones han perdido eficacia. Se ha agotado la capacidad de producir autoridad escolar.

¿Cómo, en estas condiciones, facilitar al alumno un porvenir?

El mayor logro de la educación según Krishnamurti es facilitar que el niño sea libre y al mismo tiempo tenga orden y disciplina, pero sin sometimiento.

¿Cómo lograr que sea libre y a la vez altamente disciplinado?

Se intenta.

Mientras los niños aprenden muchísimo a través de los aportes de internet, haciendo menos necesarios los discursos de los maestros, hay un tiempo precioso que se puede ganar en el aula: el tiempo que es indispensable para trabajar los valores, la identidad, la solidaridad, la vida misma. Este postmodernismo ha traído consigo una verdadera crisis de valores; parecería que hay una resistencia a ajustarse a las normas. Hay un deslizarse de la fe en dios a la fe en la libertad, la cual, no manejada con responsabilidad, se convierte fácilmente en libertinaje. Conscientes de que no hay una única verdad, absoluta, que cada cual puede tener la suya, la convivencia se ve afectada. Esto complica sensiblemente la tarea educativa, sobre todo en las cuestiones de límites, de disciplina y autoridad. La valiosa tarea del educador convoca más que nunca a interrogantes y dilemas desde el campo de los valores.

Tomando en cuenta que hoy por hoy los niños están escolarizados y se supone que en la escuela internalizan los conocimientos, los valores y las técnicas para manejarse en la vida adulta, se impone la pregunta: ¿qué puede hacer la escuela al respecto? ¿Será cierto lo que decía Erich Fromm hace ya varias décadas? Decía: “Creamos máquinas que obran como hombres y producimos hombres que obran como máquinas. El peligro del S XX no es que nos convirtamos en esclavos sino en robots”

Qué tarea la nuestra…. Queremos educar niños libres, pero también niños autodisciplinados. Queremos educarles para que sean capaces de pasar del principio del placer al principio de realidad.

¿Quién es el niño? ¿Cómo es? ¿En qué consiste esta arcilla que tenemos entre las manos?

El niño es un sujeto en estructuración, con un aparato psíquico que se está formando. Esa es la arcilla que tenemos entre manos.

El niño llega, normalmente, a la escuela, lleno de curiosidad. Según nos enseña Freud, entre los tres y los cinco años, se intensifica su actividad investigadora, empujado por lo que llamamos la pulsión de saber[1], llamada pulsión epistemofílica.  Esta pulsión está relacionada con el deseo de apoderamiento, que ahora está sublimado, transformado, y con la energía de la pulsión de ver .Estas pulsiones, llamadas parciales, son ramas de la pulsión sexual infantil. Este niño curioso de tres años, que toca y manipula todo, debe ser conducido por canales que le permitan libertad, pero no libre albedrío.

Ahora bien, la educación, el ingreso en la cultura, tiene grandes exigencias e impone serias restricciones.  Freud escribió en 1930 una obra llamada “El malestar en la cultura”, en la que nos dice que el malestar  está en la cultura.  El tema principal del libro es justamente el antagonismo entre las exigencias pulsionales, que para peor son constantes e inconscientes, y las restricciones impuestas por la cultura.

Un par de años más tarde[2] decía: “El niño debe apropiarse en breve lapso de los resultados de un desarrollo cultural que se extendió a lo largo de milenios: el dominio sobre las pulsiones y la adaptación social, al menos los primeros esbozos de ambos. Mediante su propio desarrollo solo puede lograr una parte de ese cambio; mucho debe serle impuesto por la educación. No cabe asombrarse, pues,  de que el niño a menudo domine esta tarea de manera incompleta”.

Dice luego que, entonces, la educación tiene la tarea de inhibir, prohibir, sofocar, pero esta misma sofocación de lo pulsional conlleva el peligro de contraer una neurosis. O sea que la educación tiene la difícil tarea de encontrar una senda, un equilibrio, entre la permisión y la frustración.

Tendemos a pensar que el individuo puede hacer uso de su voluntad para lograr lo que quiere, pero eso no es así en tanto  la mayor parte de nuestro aparato mental nos es desconocida; nuestros procesos son procesos inconscientes

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*Presentado en el Ciclo “El Deseo de Educar” organizado por AECPNA en 2015.

**Sobre la autora: Susana Kahane es psicóloga clínica, psicoanalista, formadora de educadores, “Associate” al Instituto de Educación, Universidad de Londres por su trabajo de investigación en prevención de la salud mental de los escolares.  Ha desarrollado su actividad docente y clínica en Uruguay, Israel y España.


[1] Freud, S. , 1905, “Tres ensayos de teoría sexual” Amorrortu, VII, p.176

[2] Freud, S. 34ª Conferencia, AE XXII.

Revista nº 9
Artículo 7
Fecha de publicación: MARZO 2016


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