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PADRES Y TERAPEUTA: AVATARES DE UN ENCUENTRO*

PADRES Y TERAPEUTA: AVATARES DE UN ENCUENTRO*

Iluminada Sánchez**

Hoy cerramos, con este encuentro, el ciclo de este curso: “Escuchando el sufrimiento de padres e hijos, hoy”.

En el primer encuentro Gabriel Ianni nos habló de Narciso y Edipo, aspectos fundamentales del desarrollo y estructuración del aparato psíquico, que se ponen en danza en plena escena de las relaciones padres-hijos.

A continuación, Ana Mª Caellas, abordó La Ley y el Orden, la función del Padre y su vinculación con la función materna. El acceso a la triangularidad con sus vicisitudes. Vicisitudes en el escenario donde Narciso y Edipo, como decía, siempre danzan, siempre están.

Luisa Marugán, abordó desde el hijo, con dos casos clínicos, uno en la etapa edípica y otro en la adolescencia, aspectos de la imbricación entre la sintomatología del niño y las mutuas expectativas entre padres e hijos. Es decir, Narciso, Edipo y Ley en interjuego en la sintomatología.

Después, Curra Carrasco, nos expuso cómo juega, o puede articularse lo anteriormente expuesto por Gabriel y Ana Mª, en el contexto de la actualidad y las nuevas formas de parentalidad.

Este recorrido nos lleva al otro aspecto de nuestra tarea cuando trabajamos con niños: la tarea con los padres.

En el ciclo del curso pasado expuse sobre el por qué y para qué trabajar con los padres. En cuanto a ello, a modo de preámbulo a lo que trataré hoy, sintetizando diré que: el por qué se revela si tenemos en cuenta todo lo expuesto en los encuentros anteriores. Es decir, el niño constituye su aparato psíquico, se convierte en sujeto, en brazos de su madre y en el irrumpir de una ley que se decanta desde la función paterna reordenando los lugares en la tríada: madre- padre- hijo. Experiencia ésta, que traslada al niño, por así decir, desde los brazos de la madre al suelo; le hace poner los pies en la tierra confrontándole con los límites y los lugares diferenciados.

Y el para qué, remitirá a que se haga factible la ayuda y la tarea terapéutica con el niño, puesto que el niño está constituyéndose dentro de esos vínculos activos y presentes. ¿Cómo ayudar a un niño en su sufrimiento sin tener en cuenta el contexto donde está inserto?

En una familia cada nuevo integrante llega, con un lugar y un sentido, lo que equivale decir, a un contexto. Conocer el contexto es lo necesario para comprender lo que se dice y ocurre en cualquier trama. En este caso, es lo necesario para comprender lo que expresa el niño con su decir sintomatológico.

Desde esta circunstancia consideramos que en todo trabajo con la infancia, en general, sea médico o pedagógico, y, en particular, en el trabajo psicoterapéutico/analítico, quedan convocados los padres; por eso nos interrogamos sobre ese vínculo sustancial.

Hablando de contextos…

Los padres conforman el contexto en el que está inserto el niño; y a su vez, en su trayectoria vivencial, relacional y pulsional, han estado y están, insertos en un contexto histórico-familiar, sociocultural, y en unas circunstancias de vida.

De ese conjunto de contextos proceden máximas, ideologías, discursos políticamente correctos, formas de vivir,… Todo ello recogido por cada sujeto e integrado en el plano de su individualidad, acoplado a su singularidad.

Lo social es un marco muy amplio y con múltiples escenarios; con variados ámbitos donde lo individual se conjuga conformando algo propio dentro de lo compartido.

Para el niño, sus padres son su patria y su esfera social. En la familia también se conjuga lo propio dentro de lo compartido.

Trabajamos con discursos y contextos

“en mi casa no hay trancos; todas las puertas están abiertas”

“la niña durmió conmigo hasta que nació la hermana; en mi casa dormíamos todos en la misma habitación; mi padre a veces también aunque generalmente dormía en otra”

“el niño y yo vemos la tele en nuestra cama; como generalmente el niño se ha dormido cuando mi marido se acuesta, nos da pena cambiar al niño a su habitación”

“la hora de comer es un circo; me sacan de quicio; les hago a cada uno lo que piden de comer y siempre protestan y reniegan”

“nosotros consideramos que no hay que poner coto al placer de los niños; en mi casa todo era muy rígido, era una dictadura”

“Cuando llego a casa soy el padre y por lo tanto tienen que hacer lo que yo les diga; no importa el qué. Mi padre llegaba y era como estar en misa; no se movía una mosca; llego cansado y no quiero trifulcas; pero no lo logro”

“mi padre perdía los nervios a la mínima, yo trato de ser cariñoso; si la niña hace algo mal nunca la culpo, ni la regaño, la doy un abrazo; en casa quiero cero conflictos; no quiero ser el malo de la película como mi padre”

“Tenemos dos hijos, uno de 4 y otra de casi 6 añitos. Venimos porque no sabemos ya qué decirles para que se comporten. No hacen caso. Todo es a base de insistencia, de enfados y broncas; llantos y gritos”

Como terapeutas hemos de recoger y dar un lugar a lo que escuchamos. Estas frases están cargadas de historia, de emociones, de expectativas, de temores y deseos. Todo ello en diferentes grados. Vemos en esas frases generadoras de contextos, aspectos de los nuevos discursos sociales y convicciones, todo tamizado por lo experimentado, lo sentido, lo deseado de cambiar o reeditar.

El contexto social actual, como todas las épocas tiene sus aciertos y bondades así como sus desaciertos y desvaríos. Ningún tiempo pasado fue mejor ni peor, cada tiempo tiene sus pros y contras y es con lo que nos tenemos que manejar.

En nuestra labor, lo nuevo que se va generando siempre nos pide repensar y situar. Nuevos enfoques, nuevas herramientas, nuevos recursos, nuevas ideas, nuevos resarcimientos, viejos conflictos bajo nuevas modalidades… nuevas consecuencias. Ahí hemos de poner nuestra escucha.

Vivimos en una época muy rica en posibilidades en todos los ámbitos de la ciencia y tecnología; en muchos aspectos la vida es más fácil, pero en el marco relacional no siempre se reflejan avances y logros en la facilitación. Lo humano es dinámico y pluridireccional; nunca se acota o simplifica.

Ser padres hoy. Límites, contexto social, padres y niño

La parentalidad lleva el sello de los tiempos; de los tiempos personales y de lo transgeneracional, en juego con lo actual.

Hablamos a menudo de niños con falta de límites. ¿De qué hablamos cuando nos referimos a límites? ¿Son lo mismo límites y normas?

Conformamos una sociedad que busca romper límites – globalidad y accesos a lo que hasta ahora era difícil o imposible, cambios de óptica sobre lo que antes se consideraba inadecuado o prohibido,…-

La tecnología, la ciencia, los medios… rompen límites. Nuevas posibilidades. Maravillosos logros. De ahí a nuevas formas de ver, de pensar, de vivir,… de patologías. Nada es simple, todo cambio, todo logro, todo acceso, entraña efectos colaterales que solo conoceremos más tarde. Todo lo que eso pueda tener de positivo y negativo – aunque estos dos polos son insuficientes para plasmar la complejidad – estará reflejándose en lo que se transmite, familiar y socialmente, como mensaje, creándose contextos y discursos; tendencias de vida, ideales,… Concomitantemente estará lo interpretado por el sujeto que lo recibe, en este caso, el niño, según su momento del desarrollo, con los anhelos y conflictos que internamente estén en juego.

Si nos detenemos a observar lo que circula en los medios de comunicación que están al alcance de los niños, como otra fuente de mensajes, veremos que reciben un exceso de excitación, en diferentes órdenes. Entendiendo por excitación lo que conmociona la percepción y el imaginario. ¿Hasta dónde hay estímulo constructivo? ¿Hasta dónde perturba? ¿Hay fehaciente intención y búsqueda de protección de la infancia, en los medios? ¿Hay adecuación a sus necesidades? o lo que opera está mediatizado por discursos vacíos y gestos para cubrir el expediente. Si se amplían los accesos ¿no habrá que plantearse los posibles efectos secundarios?

Nos encontramos con que a menudo tienen fácil acceso a los contenidos de adultos en cualquier plano. Límites abiertos y arbitrarios, simetrización. Manejan aparatos de tecnología que los padres no saben manejar en el mismo grado que ellos. De este modo nos encontramos con una frontera abierta. La frontera concerniente a quién es el referente. ¿Cómo proteger desde el desconocimiento? Queda abierto un campo indiscriminado de accesos y estímulos o sobrestimulación con escasa regulación orientadora. Y, a la vez, se abre una posible vía hacia la inhibición de los contactos presenciales con el otro y todo lo que ello implica.

“No sé qué le puede pasar. Le damos todo lo que dice necesitar y todo lo que le hace sentirse en igualdad con los demás. Le hemos dado un ordenador propio con 6 añitos, la play, teléfono… más bien ha ido por delante de los demás. Lo maneja todo mejor que nosotros. Es un hacha con la tecnología. Se pasa horas en internet. Le encanta ver videos. Aprende muchas cosas y luego nos las cuenta. Nos sorprende que sea tan cerrado, tan tristón de un tiempo acá, y que ahora diga que no quiere ir al cole. Estamos desconcertados.” (Carlos tiene 12 años)

¿Desde qué deseos e ideales los padres se sitúan ante sus hijos, avalados por nuevas propuesta pseudopedagógicas?

La simetrización de los lugares entre padres e hijos va siendo una constante. Un ejemplo sería la tendencia a dejar en manos del niño elecciones y decisiones que solo competirían a los padres o a los adultos, a través de nuevas racionalizaciones acordes con discursos pseudopedagógicos actuales de diversa índole: “para que consolide su personalidad, para que se haga responsable, para que se sienta querido…”

Freud decía que siempre buscamos explicar nuestros actos o lo que nos sucede desde un plano racional. Desde ahí sabemos que, cuando algo queda avalado por un argumento racional, nos tranquiliza y, a la vez, se facilita su sostenimiento; se le da categoría de verdad. Otra cuestión será al servicio de qué causa.

Se borran así las diferencias de edad entre niño y adultos. Recibimos a niños hiperexcitados, pseudoadultificados y confusos. Confusos en cuanto a su lugar en la tríada, con dificultades para las relaciones triangulares. Y padres también confusos en cuanto a eso mismo; en cuanto a sus lugares y funciones de padre y de madre.

Cada época, cada avance, cada cambio tiene sus concomitancias, sus reverberaciones y consecuencias en versiones de diferentes signos.

Estamos en la cultura que rinde culto a la inmediatez y al tener antes que al ser. Qué bien que se resuelvan problemas apretando un botón; que las distancias se acorten, que una avería se resuelva rápidamente,… Se simplifican los trámites del día a día y se acortan los tiempos. Todo más rápido para tener más tiempo; más tiempo para seguir corriendo.

“Mi mujer y yo llevamos semanas que solo hablamos por whatsapp; por nuestros horarios no estamos coincidiendo y nos organizamos a golpe de mensajes. Pienso que esto tiene que parar. Algo nos está pasando ¿no cree?” Práctico, inmediato y evitativo. Viejas dificultades que se muestran bajo nuevos signos y medios.

En todos los planos se prioriza la inmediatez. Excelentes avances que nos ahorran tiempo y proporcionan agilidad. Que nos acercan mágicamente a lo lejano, a lo antes inalcanzable. Es innegable la facilitación alcanzada, y en ciernes de ser alcanzada, así como los beneficios que aporta. ¿Cómo sustraerse a ello? ¿Qué sentido tendría?

Pero… ¿qué puede acelerar el tiempo de lo humano;el tiempo para construirse; para elaborar, para pensar; o, el tiempo interno del sujeto, el tiempo en la tarea terapéutica?

En el plano familiar

La incorporación de la mujer al mundo laboral y a sus derechos, los ajustes en los papeles del hombre y la mujer, la concepción sobre ser pareja, el lugar que se da a la paternidad y maternidad y su postergación a edades más tardías… sustancian cambios en las funciones y favorecen algunas confusiones que brotan colateralmente, y, por donde se cuelan antiguas aspiraciones y restos de anhelos infantiles. Trajes nuevos, muy modernos, pero compuestos de viejos retales. Siempre aparece lo viejo en lo nuevo.

¿Acaso lo social, el motor de las aspiraciones y lo que se comercia, se compra y se vende, no tiene que ver con eternos, impenitentes e irrenunciables deseos del humano/a? Tanto el ardiente deseo de no tener límites y su temor a que no los haya son un viejo conflicto que aparece refulgente y facilitado.

Sobre la infancia,…

Con los estudios y avances en el campo de la psicología y pedagogía, ¿y cómo no? Con el psicoanálisis, hubo cambios notables.

La infancia pasó de ser algo que no se tenía en cuenta: un niño era un arbolito que había que enderezar desde pequeñito, sin más. A lo largo de la historia fue mano de obra barata, fue alguien al servicio de lo casual, fue servidor del adulto, olvidado en sus sentimientos y necesidades bajo el peso de la disciplina o de lo que la naturaleza le hubiese dado. Ahora hay mares de tinta sobre la infancia y su protección; sus necesidades y los buenos cuidados; lo adecuado y lo inadecuado, con un sinfín de criterios y opiniones ¿Es ahora realmente diferente la situación y el lugar que se le da al niño? ¿Qué es un niño para la sociedad? ¿Qué es un hijo para sus padres?

Ha pasado a ser tema considerado y reconsiderado hasta quedar revestido de un exceso.

Pero aunque muy considerado, a la vez, poco escuchado en su verdad de niño.

Un ejemplo extremo de esto es la crianza en co-lecho o el amamantamiento natural hasta que el niño lo demande,…

¿Es el goce del niño interno de los adultos creando líneas de crianza?

Un exceso de información y de enfoques que dejan a las madres dubitativas buscando qué será lo mejor para su hijo. En qué libro, en qué web, en qué blog, estará lo mejor.

La tecnología y el comercio vienen a “ayudar” a los padres que buscan lo mejor: recientemente ha surgido un aparato traductor de los llantos del bebé para que la madre sepa si el llanto es de hambre, dolor, sueño o aburrimiento. Ya no habría que soportar incertidumbres. Esas incertidumbres necesarias que ponen a trabajar la conexión con lo del otro, la empatía, lo que pone en ejercicio la comunicación madre-hijo.

Esto es anecdótico, pero ilustra una tendencia comercial que intenta romper límites (otra vez los límites), y que desde la tecnología, trata de conectar y comerciar con los temores y el deseo de alcanzar lo infalible, más allá de que sea necesario, benéfico o aporte alguna utilidad.

Aquí estaría el deseo de tener certezas frente a lo más incierto: lo que hay en ese nuevo otro. Y late una idea: lo infantil se puede reducir a pautas y fórmulas siendo posible hallar la fórmula de la correcta educación y crianza. Se pierde así el niño de la realidad en pos del niño de narciso. Se pierde la visión de que ahí está un nuevo ser a descubrir en su singularidad, para pasar a ser una incógnita que un aparato traduce.

Parecería que los aparatos son los que saben del bebé. ¿Dónde quedaría ese saber de la madre que va dando significados al hablante en ciernes desde su conexión emocional? ¿O el saber del padre que tranquiliza a la madre desde su óptica externa a la dualidad inicial entre madre y bebé?

Otro ejemplo, de muchos otros que una atenta mirada puede detectar en los mensajes publicitarios – siempre en “ayuda” de los usuarios, en este caso de los progenitores – es el de los pañales para niños grandes; el anuncio “propone” que el niño moje la cama hasta… Vemos una tendencia a alargar los tiempos del desarrollo a la vez que las exigencias curriculares en primaria cada vez son claramente más intensas. A los seis años ya se tienen exámenes. Se llega del colegio a las cinco, se merienda, a hacer la tarea y a estudiar para el examen.

La publicidad, la televisión… son los grandes generadores de mensajes; fuentes inagotables de embeleso. Algo presente, constante… como un goteo insistente que se integra como parte del ambiente. Buscan conectar con nuestros deseos. Emiten modelos de pensamiento, modelos de identidad. Forman parte de la composición caleidoscópica de lo que se respira.

Padres e hijos, hoy

A menudo, nos encontramos con padres necesitados de reasegurarse en la función de contener y encauzar. Observamos que hay desconocimiento de lo que es un niño, quizás porque cada vez hay menos niños en los ámbitos familiares. O porque ese saber “estaría” en los libros y en los profesionales. O porque el niño interno esté demasiado presente impidiendo ver al niño-hijo. O porque todo eso se conjuga en una actualidad donde todos los límites antes fijados están moviéndose. En una sociedad que tiene dificultades con qué lugar dar a los niños.

“Venimos porque yo quiero tener hijos, ya tengo una edad, no puedo esperar más, pero él dice que aún no quiere ser padre”

“No me apetece cambiar de vida: viajamos, hacemos lo que nos da la gana; aún quiero disfrutar de libertad”

Crece la inseguridad de los padres ante el exceso de información y recomendaciones; las funciones parecen quedar bajo el signo de lo teórico, de la confusión.

“Mi hijo tiene 3 años y venimos porque no sabemos qué hacer con él; nos domina; no hay manera de que haga caso”. “Nos han dicho que son rabietas” “He buscado en internet cómo hacer con las rabietas, pero no hay manera; hemos probado…”

Esto hace pensar en que se encuentran con un ser que no saben cómo funciona, que se lo vive como un desconocido sobre el que se busca en los libros o en internet. Un niño en genérico, donde se descarta la implicación parental.

Pero las expectativas narcisistas y las referencias de la propia infancia hacen su presencia igualmente.

“llevábamos casi diez años juntos, ella ya con 37 años… y decidimos ir a por él; es el que pone las normas (tono divertido); comemos lo que le gusta, nos acostamos cuando él decide acostarse… es un niño feliz. Pero no hace la tarea, ya no sabemos qué hacer; y no sabe jugar con los otros niños; todos le caen mal; dice que son tontos y quiere mandarles, que jueguen y hagan lo que él quiere; tiene madera de líder. Donde no transijo es en cosas como son los modales en la mesa; en cosas así y el aseo nos ponemos serios; mi padre – y mi abuela – decían que conociendo todos los cubiertos y sabiendo usarlos; y presentando siempre buen aspecto, podemos presentarnos con dignidad y estar a la altura en cualquier sitio”

Ayer y hoy

Por muchas modalidades y caminos diferentes, detrás de los cambios sociales, pese a sus matices y consecuencias, siempre nos encontraremos con la conjugación de tiempos pretéritos en el presente, es decir: con Narciso, Edipo y la pregunta sobre ¿qué pasa con la Ley?

Así también, con lemas e ideologías transmitidas de padres a hijos, con lo transgeneracional, con los superyós de que dispone el niño para crear el suyo propio.

Por eso nuestra escucha trata de alargarse hasta esos ecos que involucran: abuelos, padres, niño.

Con lo anteriormente expuesto quería situar un poco, en líneas generales, los contenidos actuales, pretéritos y atemporales, que estarán incidiendo en nuestro cometido para abordar ese encuentro ineludible del terapeuta con los padres del pequeño paciente.

Ser padres, llevar a cabo una función

Ser padres convoca a la pareja a un viaje sin retorno. Nunca más serán la misma pareja que antes de la llegada del hijo. Es una conmoción en el seno del vínculo que estaba establecido y que exige una tramitación en el plano emocional.

Las funciones de padre y de madre no se aprenden desde los videos, blogs, textos de internet o en los libros. Ni a través de consejos y recomendaciones de abuelas, amigos, vecinos o especialistas. Se pueden aprender cuestiones relativas a los cuidados y la infancia, pero sobre lo que se pone en juego inconscientemente, no. Son funciones que estarán teñidas por historias que les precedieron. Historias personales y familiares.

Ser madre y ser padre es algo que cada uno integra internamente en la infancia a través del vínculo con los propios padres; desde ahí se crean las representaciones de lo que es la maternidad y la paternidad. Independientemente de que a lo largo de la vida se hayan podido introducir cambios procedentes de vivencias que conduzcan a elaboraciones. Ser padre o madre, lleva impreso dejar de ocupar el lugar de hijo.

Cuando se habla de un hijo, en ese hablar estará el sello de lo propio del mismo modo que es imposible referirse a un hijo sin decir “mi hijo”, el mí de la posesión y de narciso; del mismo modo, que, también, cuando hablamos de lo propio, irá en ello el sello de otros.

Alain de Mijolla en “Los visitantes del Yo. Fantasmas de identificación” (1986) explica: “los padres y las madres no se comportan de tal o cual manera con su hijo únicamente en función de su propio ser, ni en lo bueno ni en lo malo, sino porque la existencia de ese hijo re-ilumina en ellos todo su pasado. En ese tiempo prehistórico ellos no fueron otra cosa que niños ligados a sus padres por sus afectos, por representaciones conscientes e inconscientes cuya persistencia ejerce su influencia oculta desde su acceso al rol parental”

Cuando se habla de un hijo se habla de sentimientos, de amores, de ambivalencias, de quejas, de preocupaciones y sufrimientos, de anhelos, deseos, expectativas y proyectos propios. Es decir, hablar de un hijo es también hablar de uno mismo y del nosotros que hemos conformado con la pareja.

La función materna se orienta hacia los cuidados y la contención. Por un lado, ejerce una función excitatoria y, por otro, la de paraexcitación; de entrega amorosa y de limitación. Entregarse y poner fronteras a esa entrega, dando lugar y entrada a la función paterna.

El padre, llega más tarde al sentimiento de que tiene un papel singular, pero su función requiere que esté desde el inicio, en una presencia de apoyo, de reconocimiento de su paternidad, de acompañamiento y ejercicio de reclamo de la mujer como tal, más allá de como madre de su hijo. Su vivencia es muy diferente a la de la madre. Acompaña la gestación. Ha engendrado pero no gesta. Ser padre plantea ser soporte de una función que tiene un lugar simbólico. Un lugar que hace Ley.

Cada una de las funciones precisa de la otra. Las funciones derivan de una articulación que se trascribe en el vínculo que se establece con el retoño; del lugar que se dan los padres, uno a otro, y del lugar que dan al niño en la tríada. Y digo retoño con la intención de subrayar lo que de por sí muestra la metáfora: la presencia inequívoca del narcisismo parental.

En la paternidad/maternidad se trata de ocuparse de la crianza y también de ocupar lugares que son toda una convocatoria a una responsabilidad nueva y al relevo de posiciones internas anteriores, a veces, poco fáciles de despedir: el paso de hija/o a madre/padre.

El quehacer con los padres

La tarea con los padres, cuando tratamos a un niño o un adolescente, es parte insoslayable de la tarea para con el mismo. La finalidad de dar un lugar a los padres es la de responder a una realidad presente e incidente en la vida y proceso de subjetivación del niño. Se trabaja con los padres en pos del trabajo con el niño. Lo que de esa tarea les sirva como padres redundará en beneficio terapéutico para el chico y en beneficio de nuestra tarea para con él. Por otra parte, los beneficios terapéuticos que les reporte a ellos derivaran como efectos de ese objetivo y no al revés. Los objetivos terapéuticos estarán orientados hacia el niño. Solo él es nuestro paciente.

Por lo tanto, trabajaremos con ellos, pero no serán nuestros pacientes.

Los necesitaremos como aliados y colaboradores inestimables en una tarea que recorreremos juntos cada uno desde su lugar.

Nuestras intervenciones estarán orientadas al vínculo y a la relación de ellos con el niño, así como a sus funciones parentales; construyendo enlaces entre lo nuevo y lo viejo; entre lo de los padres y lo del hijo. Una tarea de enlaces y de discriminación. Discriminación de lugares y de lo del uno y lo del otro.

Los avatares del encuentro terapeuta – padres

Todo encuentro tiene sus avatares. Desde el inicio, el modo en cómo llegan hasta nosotros – de dónde procede la derivación o cómo, cuándo y quien tomó la decisión de consultar – puede informarnos sobre algunas de las vicisitudes de la tarea.

“Vengo porque me ha dicho la profesora que era necesario que consultase” (¿?) “Yo nunca di importancia a su inquietud, es desastrado y no tiene en cuenta nada y a nadie, no hace caso de lo que se le dice, pero es que es muy pequeño; mi padre dice que mi abuela decía que él era así”

“Me han dicho que Ud. hace milagros con los niños”

“Yo vengo por acompañar a mi mujer que se ha empeñado; yo no veo que la niña tenga problemas; es como yo; yo mojé la cama también hasta que me hice mayor”

“Mi suegra dice que lo que hace el niño no es normal, por eso vengo a que me diga cómo hay que hacer para que se comporte”

“Venimos porque una amiga trajo su niño; yo no sabía a dónde acudir y le pedimos el teléfono de usted; nos preocupa porque le vemos que tiene unas reacciones muy fuertes cuando algo le sale mal, está como ido, no atiende, no participa.”

Frente a la herida narcisista que supone llevar un hijo a tratamiento – herida costosa de afrontar – cada padre, cada madre, cada pareja, tiene sus recursos defensivos que hemos de recibir y escuchar en tanto en ello siempre hay sufrimiento y sentimiento de pérdida, así como una valiosa información sobre lo que circula en las relaciones. Hemos de considerar que las premuras angustiosas, el enfado o negaciones ante el malestar del niño, son recursos emocionales presentes, con un armado inconsciente, que están actuando en el contexto en el que está el niño.

Un paso previo será poder, desde la escucha, analizar la demanda. Y, continuar, en la escucha, para encontrar, reconocer y trabajar reflexivamente sobre el lugar de ese hijo.

¿Puede el terapeuta sacar adelante la tarea con un niño sin convocar la reflexión de los padres sobre el vínculo que establecen con él? ¿Podrían los padres soportar cualquier cambio de su hijo/a en una dirección diferente a lo anhelado? ¿Cuánto podría durar un tratamiento sin el soporte de los padres? o ¿sin asumir al hijo/a en su singularidad y necesidades?

En la mayoría de los casos, los padres llegan con esperanzas, temores o recelos.

¿Qué somos para ellos? La enjundia de lo que les trae a la consulta propicia transferencias. Ocupamos el lugar del que sabe. Podremos representar personajes temidos, idealizados, odiados… Figuras de autoridad benévolas o malévolas…

No saben qué se encontrarán: ¿será un juez implacable que les señalará lo anormal, lo malo de ellos y de su hijo?¿Un sabio omnipotente que les dará las pautas secretas de la buena crianza? ¿Ambas cosas? Podrá haber muchas otras variantes imaginarias. En cualquier caso, siempre acudirán con expectativas y temores a escuchar.

Desde los primeros encuentros se podría decir que se inicia un proceso dentro del proceso que cursa paralelamente. Un proceso relativo a la entrada en el plano de la reflexión. Y la construcción de una alianza de trabajo conjunto; una transferencia de cariz positivo que permita trabajar.

Escucharemos a los padres y al niño que traen en la cabeza. Sin descuidar que a la par hemos de crear un clima de trabajo en equipo con un fin común.

Pero también trabajamos para atenderles como padres; y para que se constituya entre ellos y el terapeuta, un trabajo desde la noción de equipo.

¿Qué supone atenderles cómo padres? supone escucharles en sus padecimientos de padres, dar contención a la angustia que impide redimensionar, tomar perspectiva y pensar, saliendo del circuito cerrado instaurado. Pero… sin adentrarnos en lo pulsional de cada uno.

Desde la escucha, contención, clima de búsqueda de saber… se podrá propiciar ese “cierto influjo analítico” al que se refiere Freud como necesario con los padres, cuando se trata a un niño. Influjo procedente de una comprensión de lo que sucede desde otra óptica.

La madre de un púber: “No me daba cuenta que necesitaba tener con quien aclararme las ideas con lo de mi hijo. ¡Oiga! Que es difícil ser madre; yo creía que con quererles… desde niña cuando jugaba con los muñecos… sentía un amor por mi muñeco… y pensaba: cuando sea grande voy a ser una madre genial. Sí-sí…” “Es duro… y como que hay cosas que te obligas a tener que resolverlas tú y no sabes para dónde tirar. ¡Ay! cuando veía que ya no podía, que tu – al marido – tan ocupado siempre… y pensaba que tenía que ser yo sola, porque era la madre; como mi madre que ella sola tiró del carro la pobre, al quedarse sola. Mi padre murió muy joven.”

En lo manifiesto desean saber y restaurar; pero tenemos un camino que hacer. Saber duele, incomoda, es costoso, exige esfuerzo, confronta…

Sabemos que lo manifiesto tiene detrás lo latente. Habrá resistencias, transferencias… Todo ello merece nuestra consideración desde un lugar; el lugar de terapeuta del niño.

Es de esperar que haya un quantum de frustración importante. Piden pautas e indicaciones y se les ofrece preguntas,…

Una madre en una entrevista cercana al final de la terapia de su hija decía riendo: “¡Anda! Yo que vine aquí a que me dijera y me diera respuestas… Y cada vez que venía me iba con una duda o una pregunta en la cabeza; pero descubrí que era bueno, que yo puedo encontrar respuestas. Y qué bueno saber que las madres también pueden meter la pata.”

Expresarán quejas y expectativas basadas en racionalizaciones. Traen sus convicciones construidas desde ideales y lemas familiares, desde defensas ante la angustia y la culpa. Siempre hay sentimientos de culpa. Sentimientos éstos que, como sabemos, se vinculan a la omnipotencia.

Por otra parte, una cuestión inevitable será el atravesamiento de la frustración de las expectativas omnipotentes hacia el terapeuta.

Se encuentran con que no somos una fuente de soluciones rápidas que les restauraría y aplacaría sus incertidumbres, preocupaciones y malestar; que les evitaría planteamientos incómodos hacia lo que tienen establecido.

Sin embargo, si está, y si se puede contactar con el deseo de saber; si podemos y nos permiten conducirles a interrogantes sobre sus certezas e incertidumbres… nos adentramos en un camino de reflexión, con posibilidades de cambios en la dinámica relacional desde la discriminación, reubicación de los posicionamientos y lugares.

El Terapeuta ante la tarea con los padres

Ser terapeuta es una función y un lugar. Un lugar soporte de transferencias.

Pero en ese lugar hay un sujeto con su recorrido vivencial pulsional, con su narcisismo y su travesía edípica, es decir, con su propia neurosis infantil. Con sus conocimientos, pero también con sus dificultades.

Ser soporte de transferencias, de presiones y expectativas supone una carga que necesita preparación, análisis y supervisión. Soportar lo que nos proyectan, nos depositan, nos exigen… sin involucrarnos no es sencillo. Eso es así como terapeuta ante cualquier paciente… pero como terapeuta infantil, todo ello lleva un plus de complejidad. El plus está en que la tarea con el niño, como decimos, tiene dos vertientes que confluyen.

Tendremos una tarea de doble escucha, con entrecruzamientos resistenciales y transferenciales. En ocasiones incluso puede que se añadan transferencias del ámbito escolar o de otros familiares. Rivalidades, celos, sentimientos de exclusión… también aparecerán en la transferencia de los padres.

Si estas manifestaciones no se escuchan – escuchar, en el sentido de considerarlas parte de la tarea – quedan como enquistamientos que cierran el paso a la tarea reflexiva y pueden ser causa de interrupciones.

Desde Freud sabemos que la transferencia es resistencia y a la vez colaboradora del trabajo analítico.

Los personajes que acechan pueden irrumpir y eso repercute, a su vez, en el terapeuta.

Todos transferimos. La diferencia está en que, como analistas hemos de hacer valer nuestros recursos obtenidos en el análisis personal. El trabajo con los padres lleva al terapeuta a viejas voces, viejos lugares y relaciones con sus propios padres. Hemos de estar atentos. A lo que perturba nuestra escucha. La irritación, la impaciencia, el temor, el deseo de satisfacerles, el miedo a defraudarles… serán reminiscencias de los anhelos, temores y quejas con nuestras figuras parentales internas.

Igualmente, la tentación de dar indicaciones, de corregir sus enfoques, de responder a sus peticiones; de tomar partido por uno u otro; por los padres o el niño; el afán de que reconozcan la valía profesional, el miedo a que se enfaden… un abanico de sentimientos que poner a raya y/o llevar a análisis – o autoanálisis – pueden hacerse presentes en el encuentro con estos padres de la consulta, provenientes de aquellos padres de nuestra infancia, de nuestra neurosis infantil. Del mismo modo que en el trabajo con la infancia, quedan convocadas nuestras más arcaicas emociones, conflictos y temores, y hemos de atender a nuestras reacciones. Igualmente en el trabajo con los padres quedan convocadas nuestras viejas expectativas y vicisitudes en el vínculo con los padres.

Los sentimientos que afloren nos han de servir como advertencia de lo contratransferencial. No se los puede evitar, pero reconocerlos, asumirlos ayudará a dejarlos de lado, buscando diferenciar qué es mío, qué es de ellos.

Por otra parte la tarea analítica siempre nos confronta con la castración, con límites y fronteras que asumir. Sin embargo, los anhelos narcisistas estarán presentes, siempre pujantes y necesitados de ser puestos a raya para que no sesguen la tarea.

Un punto a cuidar especialmente es el de nuestros ideales de padre y de madre. Nuestro cometido no será encaminarles hacia ningún patrón o ideología, sino al contrario, se tratará de conocer cuáles son sus ideales al respecto. Necesitan confrontarse con lo propio y asegurarse en sus funciones.

La petición de pautas, que suelen hacernos, es un engaño. Habría mucho que decir sobre ello, pero por ahora baste decir que, en este caso, nadie puede sostener como propio lo que viene de otro. En este terreno lo inconsciente juega su baza dejando en el olvido o transformando cualquier pauta en algo estéril y/o al servicio de la patología.

Podemos pensar que tendrían que hacer otra cosa, pero nuestra función es la de propiciar apertura y vía de pensamiento para que encuentren sus propios cambios.

Nuestra tarea con los padres es un camino junto a ellos, un camino en un espacio propio y diferente al del niño, que cursa en paralelo a su terapia, pero en unos tiempos mucho más espaciados que las sesiones del chico. Tarea ésta, que en resumen busca trabajar lo que de la historia de los padres sostiene y se articula con el síntoma del niño; lo que del deseo de esos padres hacia el hijo, lo sitúan en un lugar que no le corresponde. Una tarea de discriminación de lugares, de funciones y subjetividades.

Dar pautas, opiniones, consejos o educar no es una propuesta analítica y por lo tanto no es objetivo de esta tarea. Es un trabajo donde el analista busca y orienta hacia el querer saber sobre el niño y de lo que está en juego en la relación entre padres e hijo.

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* Charla dictada en el Ciclo de Sábados 2015: “Escuchando el sufrimiento de padres e hijos hoy”, organizado por la Asociación Escuela de Clínica Psicoanalítica con niños y adolescentes de Madrid.

**Sobre la autora:

Iluminada Sánchez García es psicóloga clínica, psicoanalista, psicoterapeuta reconocida por FEAP – Federación Española de Asociaciones de Psicoterapeutas – docente y miembro del Equipo Directivo de AECPNA, coordinadora de En Clave Psicoanalítica – revista digital de AECPNA – coautora de “El quehacer con los padres. De la doble escucha a la construcción de enlaces” (2010) junto a Ana Caellas y Susana Kahane.

Revista nº 10-11
Artículo 4
Fecha de publicación: DICIEMBRE 2017


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