Si bien la adolescencia es un concepto que el psicoanálisis aborda en toda su complejidad, debemos reconocer que es un constructo psicológico al cual intentamos darle una profundidad más allá del cliché en el cual el adolescente “adolesce”. La etimología de la palabra adolescente, del verbo latino adolscere, conjuga tanto el “crecer” por un lado como el “estar ardiendo”, situaciones que nos llega a los psicoanalistas en el trabajo de construcción y desarrollo de ese crecer, como de un arder pulsional sexual que lo atraviesa.
Las fases del desarrollo de Ericsson, otorgó en la cultura psicológica, un lugar a la identidad y sus confusiones de roles como una exigencia de trabajo, pero para Freud el elemento central se jugaba en la pubertad, más que en la identidad. Aquel segundo despertar sexual, que otorga una nueva vuelta edípica, esta vez confrontado con lo real sexual en toda su magnitud.
El trabajo de la pubertad y de la adolescencia, se ancla en renuncias y construcciones que podríamos nombrar en al menos cuatro dimensiones:
1) El cuerpo. Del cuerpo omnipotente infantil al cuerpo sexuado, erógeno, libidinal y deseante. Aquello que Lacan llamo “una posición inconsciente sobre lo sexual” y que no se reduce a una sexualidad biológica, sino a partir de un cuerpo que se construye y se intenta tener, pero al mismo tiempo siempre se puede perder en algún ámbito, siendo los síntomas prueba de ello. Los síntomas demuestran que el verbo tener se diferencia del verbo ser, y los sujetos tienen un cuerpo e intentan retenerlo, aunque como decía Lacan “en cualquier momento el cuerpo levanta campamento”. Solo se le tiene a condición de perder ese cuerpo infantil.
2) La sexualidad. Aquella posición sexual en un cuerpo pulsional que en la adolescencia nos confronta con otros. La competencia, la excitación, el deseo sexual por otros, la procreación y la potencia sexual, entre otras, confronta las bases asentadas en el primer despertar sexual infantil. Sobre esas bases se construye una nueva identidad sexual, siempre difícil de asimilar.
3) Las figuras parentales. La construcción de una identidad o los esbozos de ella, requiere ese tránsito del vínculo familiar al vínculo social, desde un des-conocimiento de los padres de la infancia hacia una nueva inscripción de la relación. Probar la eficacia de la instalación del Nombre-del-Padre, de la ley simbólica, en la confrontación de la ley social, los límites, normas y roles, finalmente el lugar de la inscripción de una ley más allá de las figuras parentales.
4) Los pares. Quizás el lugar donde vendrá a ponerse a prueba las tres dimensiones antes señaladas. El cuerpo en comparación a otros y para otros. La sexualidad en función de otros. La referencia de los padres desplazada hacia los pares. Toda una tarea siempre difícil de asimilar.
Estos cuatro elementos y muchos otros, hoy por hoy, se ven atravesados por las crisis normativas, la de los “arquetipos clásicos” como nos hablarán luego, Donde se ausentan los fundamentos que suponíamos posibles para este apoyo.
Nos señala el sociólogo y antropólogo David le Breton: “Las antiguas escansiones simbólicas que le conferían al joven el sentimiento de haber franqueado una etapa fundamental en su trayectoria perdieron su significado social sin que otras las reemplazaran”, ¿será tan cierto? ¿O debemos encontrar las nuevas configuraciones contemporáneas?
Sobre estos temas Raúl Álvarez nos dará un particular acercamiento dramático, narrativo y estético a partir del cine.
*Notas de la presentación de Rodrigo Bilbao en la Conferencia Inaugural del Curso 2021/22 el 16 de octubre de 2021
Rodrigo Bilbao R.
Director Académico y profesor del Máster “Psicoterapia psicoanalítica en niños, adolescentes y padres”
Supervisor UNIPSI Psicología – Doctor U. Complutense Madrid
Psicoanalista