Gabriel Ianni**
Buenos días. Bienvenidos e este nuevo Ciclo de Sábados, donde hablaremos del Sufrimiento de padre e hijos, hoy.
Este Ciclo de Sábados es de algún modo, continuación de uno anterior, que dimos el año pasado sobre el Lugar de los padres; recibimos muchas sugerencias y peticiones vuestras para temas de nuevos ciclos; uno fue que ahondáramos en la dimensión narcisista de la parentalidad; y es un tema que pretendo recoger en mi ponencia, cuyo título es: Narciso y Edipo: Dos Colosos en lucha
Hablar de Narciso y Edipo supone hablar de dos grandes mitos, son dos figuras de la mitología clásica elevadas por Freud y por el psicoanálisis a personajes paradigmáticos del teatro del inconsciente; es hablar de dos grandes personajes que pueblan nuestra mente, de dos grandes colosos, invencibles e inmortales en permanente conflicto, en una lucha en la que cada uno de ellos pretenderá plantar sus reales; es decir, imponernos su propia lógica de funcionamiento mental.
Simplificando al extremo podemos decir que cuando hablamos de Narciso estamos haciendo referencia a la expectativa de anhelos de completud y perfección en donde la frase: “Yo, el único y el mejor” encarna este ideal de grandiosidad que comenzamos a construir en cada uno de nosotros, desde nuestra más temprana infancia… e incluso desde antes de nacer y que seguimos alimentando y forjando a lo largo de toda la vida.
Y cuando hablamos de Edipo estamos haciendo referencia a una Normatividad, a una Ley ( lo que llamamos ley edípica en psicoanálisis ) es decir, a un conjunto de normas, leyes y prohibiciones que regulan el intercambio entre personas, entre sexos, entre generaciones; es decir, un conjunto de leyes que normativice y ponga límites a esos anhelos de perfección que nos llevan del “Si soy el único y el mejor, entonces tengo todo y puedo todo; y puedo cuando quiero y cómo quiero”, a una normatividad y una ley que no solo diga: “Pues no, no puedes todo ni tienes todo”, sino que también nos vaya imponiendo, diciendo, marcando Qué es lo que no puedo…y nos vaya marcando de qué manera es que sí puedo; es decir qué está permitido y qué está prohibido. Y que nos permita vivir en sociedad, convivir con nuestros semejantes.
Y en esto cada familia, cada sociedad, cada Institución, cada cultura, cada momento histórico irán marcando caminos, imponiendo pautas y sanciones, premios y castigos. Lo que una familia acepta tal vez otra no lo permita, lo que un Colegio castigue, tal vez otro lo apruebe…lo que una sociedad condena, otra lo permite…pero todas y cada una delimitan con sus leyes lo que está prohibido y permitido.
Pero… ¿cómo se van gestando estos personajes en nuestra mente?
Decía que los anhelos de perfección nos preceden, están antes de nuestro propio nacimiento. Esto nos lleva a hablar de Deseos Inconscientes, de deseo materno, del deseo de los padres por ser padres, del deseo de los padres por tener un hijo.
Y aquí retomo algunas ideas que los que hayáis venido al Ciclo del año pasado habéis escuchado detalladamente en la ponencia que hizo Ana Caellas y que desarrolla extensamente en su libro sobre el Quehacer con los padres, en coautoría con S. Kahane e Iluminada Sánchez, Ana Caellas nos habló del amor parental.
Voy a tomar algunos puntos de esa ponencia y de su libro, que me servirán de punto de partida.
Recoge una cita de Freud, de Introducción del Narcisismo, que dice que cuando consideramos la actitud cariñosa, amorosa de los padres hacia sus hijos, lo que vemos en no solo una actitud sumamente altruista, y en apariencia muy generosa, la quintaesencia del amor…sino que también en ese amor lo que vemos…es una reproducción del propio narcisismo de cada uno de los padres…un narcisismo que en teoría debería de haber sido abandonado hace ya mucho tiempo.
El amor parental tan conmovedor es tan infantil en el fondo, porque es también una resurrección del narcisismo de cada uno de los padres que ahora cobra vida en el hijo. El niño es, en lo inconsciente de ellos mismos, lo que ellos hubieran querido ser y no fueron, o aquel que han creído ser, y que tampoco fueron…Lo que Freud subraya es que con el crecimiento esos anhelos debería haberse perdidos, estar superados, pero en realidad son inmortales; siguen habitando dentro de nosotros mismos; y con la paternidad vuelven a hacerse presente en la persona misma del niño. Por eso los padres atribuyen a los hijos, a su bebé, todas las perfecciones y se le niegan todos los defectos.
Así es cómo se va creando His Majesty the baby, – como el cuadro de la Royal Academy de Londres, la niñera que cruza orgullosa la calle y un policía detiene el tráfico para que ella cruce; y todo Londres se detiene, la sociedad entera entroniza al niño-rey. His majesty the baby, es decir, su majestad el niño: El que porta los deseos y anhelos de perfección de cada uno de los padres.
El hijo por nacer, el hijo soñado, anhelado, imaginado por cada uno de los padres, tanto por el padre como por la madre, al que se le pone un nombre… al que se le espera… el que está llamado a encarnar anhelos y suplir frustraciones.
“Yo quiero que mi hijo sea lo que yo no fui…quiero que mi hijo tenga lo que yo no pude tener….” Son los deseos conscientes e inconscientes que los padres tienen puestos en sus hijos.
Pero la llegada de éste nuevo ser a la familia plantea que nada es nuevo, porque lo nuevo tiene mucho de viejo y toda novedad es cotejada con lo ya conocido
Van surgiendo las similitudes y los parecidos que la familia busca en el pequeño: “tiene los mismos ojos de la abuela…tiene la misma cara que el padre…tiene la misma boca que la madre”…en una búsqueda incesante de encontrar rasgos físicos que vayan incluyendo al niño en la trama familiar a la que debe pertenecer. El proceso de filiación, el proceso de inscribir al niño en una historia.
El recién nacido no es un extraño. Es recibido con los acordes de la continuidad de la estirpe, de reminiscencias del niño que uno soñó y deseó ser; como fuente de bienaventuranzas ancladas en aquel otro bebé maravilloso, nosotros mismos.
Esto supone dar la bienvenida al desconocido sin un vacío de identidad proporcionándole un sustrato de pertenencia necesario e imprescindibile.
Desde ahí parte el bebé: de ser un forastero viejo conocido. Un ajeno con lugar de no-ajeno. Así se inicia la vida psíquica, rodeado e inmerso en la de otros.
Todos, en nuestros inicios de la vida, somos polizontes en los anhelo y deseos parentales.
Ciertamente que luego dependerá de qué anhelo y de qué deseos se trate y cómo se tramiten…pero para desplegar esta cuestión tenemos por delante todo este Ciclo.
Una idea que conviene que no perdamos de vista es que el ser humano sólo tiene viabilidad y futuro como sujeto psíquico dentro de un marco relacional, dentro de una trama vincular y es a través de un vínculo que el nuevo ser puede emprender su andadura en la que devendrá sujeto, Para hacerse humana, la vida requiere de la presencia presente de otros significativos. Presencia presente significa presencia animada por un deseo. Si este encuentro no tiene lugar, la vida se muestra como vida sin sentido. Eso es lo que hallamos regularmente en el tratamiento de las depresiones y en las patologías severas infantiles.
Carlos tiene 5 años. Es hiperactivo, dice su madre al teléfono, pero es refractario a la medicación, por eso le llamamos. Si no mejora, no lo admiten en Primaria el próximo curso. Estábamos en primavera. En una entrevista cuentan que esta preocupación se suma a las anteriores dificultades de Carlos: llantos, gritos, rabietas, terrores nocturnos, pesadillas. “Fracasa en todo…y ahora también en el Cole” dice abatida su madre.
Unos meses antes de nacer muere su abuela materna en un accidente y ésto provoca en ella una profunda depresión. Para calmar la pérdida de su esposa, el padre sugiere que el niño y ella duerman juntos…”para que le haga compañía, para que la consuele”…(cabe preguntarse porqué él considera que no puede consolarla…pero bueno….) …. y desde entonces ¡duermen juntos!
“Pero no ha dado resultado – confiesa impotente el padre – el niño vive inquieto y mi esposa desquiciada”.
Desde pequeño se propusieron colmarlo de todo cuanto pedía, “que nada le falte” se había propuesto su madre. Y no solo por gusto, sino también porque el llanto del bebé la angustiaba enormemente y la exponía a intensos sentimientos de culpabilidad, de sentirse una mala madre…,”el bebé lloraba y yo sentía que fracasaba como madre” (recordemos que hace un momento dijo que era Carlos el que fracasaba en todo).
Todo ésto la sometía a una tiranía feróz que se había instalado entre ella y su hijo. El padre intentaba no intervenir, porque nada de lo que hacía daba resultado. Carlos pedía y pedía; y todo lo que pedía se lo daban, pero nada lo contentaba y ésto lo llevaba a un lloriqueo constante y a unas rabietas incontrolables.
Carlos es ofrendado como un peluche que consuela y acompaña a una madre deprimida; estaba llamado a ser el antidepresivo de su madre, el que obturase la pérdida, el que impida que “nada falte”. Pero todo faltaba, y ésto los sumía a todos ellos en una impotencia que parecía no tener fin.
Cuán frecuente vemos a niños que se mueven demasiado, a niños que están ensimismados, a niños que hablan de un modo desafiante, a niños que no pueden organizar una tarea, a niños que están tristes, a niños con serias dificultades para armar pensamientos; todos ellos son actualmente englobados en este cajón de sastre en que se ha convertido el Déficit de Atención con o sin hiperactividad
¿No habría que pensar que un niño que tiene alguna conflictiva psíquica puede manifestarlo a través de la desatención y/o de la hiperactividad?
Estos niños suelen ser niños que buscan desesperadamente la aprobación afectiva, el cariño de su familia y de sus profesores, Un cariño que sin embargo parecen no necesitar y que aparentemente rechazan. Son niños que sufren y que muchas veces lo manifiestan con un movimento descontrolado; son niños que necesitan no quedarse quietos porque necesitan constatar que están vivos.
En el caso de Carlos, que no son su abuela muerta. Son niños que suelen colocar en padres o profesores el profundo sentimiento de fracaso e impotencia que sienten. Son niños que, como Carlos, intentan evacuar la angustia a través de movimientos desordenados. Son niños que llaman, que lanzan un SOS al espacio esperando que alguien lo escuche. Pero es sólo la presencia de la madre, dirá Winicott, lo que convierte al grito del bebé, en una llamada.
Por eso decimos que la vida se humaniza sólo a través del oxígeno del Otro. Pero no hay humanización de la vida sin herencia. No hay humanización de la vida sin presencia, no hay humanización de la vida sin pérdida. Heredar es hacer mío lo que me ha hecho ser. El bebé que nace comienza un recorrido con viejos ropajes, prestados, para posteriormente poder confeccionar, con lo recibido, algo propio.
Al comienzo, son dos que funcionan constituyendo una díada narcisista, son dos que funcionan como uno.
La madre que da vida narcisizando a su hijo, dibuja un camino por el que el hijo transita para, a su vez, él pueda desear, gozar, odiar y aprender a amar. El padre, por su parte, participará con sus propias expectativas narcisistas.
Todo ser humano procede de lo que al principio fueron dos y que luego devinieron tres.
Pero un tres no como mera suma de elementos, sino como una tríada inestable que produce un tercero que siempre está amenazado con quedar fuera de la dupla, con ser el tercero en discordia, el tercero excluido. Lugar inquietante,como pocos, donde nadie desea habitar en nuestro espacio psíquico.
Hasta aquí, lo que va ocurriendo desde el mundo de los deseos parentales,…desde el punto de vista social…familiar, cultural … pero…¿Y desde el punto de mira intrapsíquico? Qué va ocurriendo dentro del niño?
En paralelo, el aparato psíquico infantil, que va recibiendo los investimentos parentales que lo van humanizando, debe ir tramitando, además, sus propios impulsos tanto libidinales como hostiles. La madre gratifica y frustra, es amada y odiada, es depositaria de contenidos pulsionales que irá metabolizando con sus cuidados maternos. Es lo que conocemos como la función reverie.
En paralelo, es decir, desde el punto de vista del niño, la madre es concebida por la mente infantil como un pecho inagotable, como fuente de protección y de calor; es decir, la mente infantil concibe a sus objetos primarios a imagen y semejanza de sí-mismo, igualmente narcisistas, perfectos, maravillosos…El pecho es la leche! Sentirá ese bebé…El pecho es lo que el yo querría ser… y con él se identifica. Y así va dotando a sus objetos de todas las cualidades mágico-omnipotentes que acompañan el desarrollo infantil, y en ese mismo movimiento, de ida y vuelta, de los objetos al yo y del yo naciente a sus objetos, el yo se va desarrollando, creciendo, estructurándose. Así como el yo del niño es creado a partir del deseo parental, los objetos primarios son creados, alucinados, por el niño.
La madre suficientemente buena, al decir de Winnicott, permitirá la ensoñación, pero también irá poco a poco desilusionando a su bebé en sus anhelos de omnipotencia…incorporando la frustración, la espera, la desilusión. Presencia y ausencia del objeto que van marcando un ritmo, un compás de espera.
Y a medida que el desarrollo prosigue y el niño va creciendo llegamos a un momento crucial en su vida: el Control esfinteriano. Punto de inflexión en el cual se logra el establecimiento del objeto; establecimiento que se convierte en la línea divisoria entre psicosis y neurosis.
El control de esfínteres es un jalón evolutivo que le permite experimentar al yo la incipiente potestad que va teniendo con sus propios impulsos. En plena analidad, el niño experimenta que puede contener, albergar, puede controlar sus heces, es decir, su vida pulsional; el niño adquiere potestad sobre sus contenidos y esto supone una vivencia renovada de omnipotencia infantil corroborada por la experiencia. Ahora puede controlar y dominar al objeto. Es el niño que en el arenero coge un puñadito de arena y ve extasiado como se le escurre entre los dedos, y la coge fuerte…y siente que la domina, que la posee, que la controla: “Mía…”
Pero hablar del drama del Control esfinteriano es hablar del drama que se establece entre dos titanes, entre dos narcisismos. Ahora el niño y su madre se entablan en una batalla. Es la edad de las rabietas, de los berrinches, del “No”. Y así como surge el no en un intento por discriminarse y separarse de esa madre surge el ¡Yo…mío”!
Claramente se va estableciendo un intento de discriminación, de separación entre el yo y el objeto, entre los deseos del niño y los deseos de la madre.
Y doy por sobreentendido que cuando hablo de Control esfinteriano no me estoy simplemente refiriendo al ritual de higiene que supone utilizar el water…me refiero a la operatoria mental que inaugura.
Por primera vez el niño se siente poseedor de una omnipotencia sobre su propio cuerpo y esto hace que se sienta con derecho a hacer lo que quiere, cuando quiere y como quiere…y esto hace que “sienta” las imposibilidades externas como injurias que generan rabia, odio y frustración. No nos olvidemos que para el niño quien le dice “No” es un objeto (la madre) que ha sido concebido igualmente omnipotente. Es por todos nosotros conocida la escena delante de la tienda de chuches cuando el niño las pide y la madre se las niega, todos hemos presenciado la furia de esas rabietas…La rabia que desencadena que se contraríe a “His majesty” lo llevan a decirle: ¡Mala! No es concebible que no pueda, si algo no se puede…simplemente, es que no quiere.
En el Drama del control esfinteriano lo se pone en juego es ¿quién es el dueño del niño? ¿Quién es el dueño de sus contenidos internos? ¿El niño o la madre?
Finalmente, la cultura se impone. Ha habido un Jaque al narcisismo infantil.
Pero no nos olvidemos que esta experiencia a la que el niño se somete, este renunciar a sus propios deseos son también producto de la conciencia que el niño va adquiriendo de su propia dependencia infantil, del desvalimiento que siente. Extraña paradoja, sentirse omnipotente…yo el único y el mejor, y al mismo tiempo sintiendo que sin la asistencia y los cuidados de la madre, el niño se moriría.
El niño intenta denodadamente convertirse en alguien que satisfaga los anhelos maternos, en alguien que intenta colmar las expectativas de sus objetos de amor para ser cuidado y atendido en sus necesidades básicas.
Un niño, al que sentaban al water y que no evacuaba cuando su madre se lo exigía, se disculpaba diciendo: “Yo quiero…son mis cacas las que no quieren salir…”
Este sometimiento, este aceptar que no puedo todo cuando quiero y como quiero, que para que mami me quiera tengo que ser un niño limpito que huela bien, trae aparejada la idea de regalo, de ofrecimiento amorosos que el niño hace a su madre al dejarse “domesticar”. El niño entrega una prenda de amor para ser querido, entrega una parte de su propio narcisismo.
Decía recién que el control de esfínteres supone un jaque al narcisismo del niño, pero ésta aceptación no supone que el narcisismo ha sido cercenado. Todavía no ha operado la Castración; es más, ni siquiera se la concibe. El niño “se somete” a las normativas culturales, sí, pero esto trae un reforzamiento de la valencia narcisista, omnipotente, con que es investida la madre (y con ella todo el mundo adulto) No se concibe que la madre no puede algo…simplemente: no quiere…o no me deja.
Hace pocos días, en una tienda veía como un niñito pequeño lloraba porque quería un juguete y la madre intentaba consolarlo diciendo que no tenía dinero suficiente para comprárselo. Pero el niño seguía enfadado y lloraba… y para intentar convencerlo la madre abre el monedero y le muestra que solo tiene 5 euros. Entonces el niño ve el dinero y le dice: ¡¡Ves que tienes!! Le gritaba rabioso el niño. ¡¡Ves que sí que tienes!!!
(Pero que la madre tenga o no tenga será motivo de reflexión en otro momento…vamos paso a paso.)
“Ahora no puedo…pero cuando sea mayor, como mamá o como papá sí que podré”…describe este anhelo inmortal de omnipotencia que ahora encarnan ciertamente los padres.
“Ahora haces lo que yo te digo, cuando seas mayor harás lo que te plazca”… “Cuando seas padre, comerás huevos”…reza la expresión popular.
Pero en cuanto a la encrucijada narcisista que va surgiendo entre nuestros protagonistas, si estoy siendo claro en mi exposición, estamos viendo cómo a su majestad el niño se corresponden Sus majestades los padres. Desde ambas partes hay un sostén del lugar regio, narcisista del otro, al que habrá que renunciar dando paso a la discriminación, a la diferenciación, a la pérdida, a Edipo.
Todo esto que vamos planteando nos ayuda a comprender la dificultad que padres e hijos han de atravesar y el trabajo psíquico que supone para ambas partes afrontar la andadura del crecimiento: Cortar el cordón umbilical, que ha de ser necesariamente cortado cuando haya cumplido su función de sostén, de narcisización.
Cuando Rodrigo nació, su madre estaba demasiado enfadada con su marido y con sus padres a raíz de que ella quería continuar trabajando: “No quería convertirme en una Maruja, de esas que solo se dedican a la casa y a los hijos y lo único que recibía eran críticas constantes de todos”. Recuerda muy poco, casi nada de su relación con su hijo cuando era un bebé. Cuando intenta relatar algún episodio, algún jalón evolutivo de su hijo su mente se puebla de enfados y peleas con Ramón, el padre del niño, y con sus propios padres, en especial su madre, que la acusaban de ser “una pésima madre, una egoísta que piensa en ella antes que en la familia”.
Rodrigo vino a verme teniendo 5 años. Decía frases entrecortadas e inentendibles, propias de las pelis que veía una y otra vez. En la consulta era incapaz de organizar una mínima secuencia lúdica, un mínimo esbozo de juego; iba pasando de un objeto a otro sin ton ni son y repitiendo frases que, imagino, eran de programas de televisión o de las pelis que veía.
A raíz del sentimiento de culpabilidad de la madre, de la desorganización del niño y del escaso vínculo afectivo que parecía haber entre ellos, decidí una estrategia de abordaje vincular.
Mucho tiempo más tarde, mucho, pasados ya muchos meses de tratamiento, Rodrigo, sorpresivamente, inaugura un juego: El juego de los tenderos. (Como es habitual, yo dejo que sean los niños los que inventan el guion y dirijan la escena) Pone dos sillas: Hay dos tiendas, en una trabajo yo y en otra trabajará él, la madre es quien jugará a la clienta. Dedica mucho tiempo a que vayamos entre los tres recortando o modelando elementos que nos servirán para equipar de comestibles a las tiendas.
En otra sesión propone, ¡por fin! el juego: Viene un cliente (la madre) a mi tienda, y me pregunta: ¿Tiene pan? Y yo le tengo que decir: No…no tengo. ¿Tiene leche?… No, no tengo. Y entonces la clienta, según él lo indicaba, tenía que ponerse a llorar. Y éste juego, con ciertos tintes vengativos, fue repitiéndose durante un par de sesiones. Yo era un testigo de alguien que necesita o desea algo y el desconsuelo que eso generaba al no obtener satisfacción.
Pero en una sesión el juego se amplía: cuando la madre se pone a llorar, yo debía tranquilizarla diciéndole: No se preocupe señora, puede ir a la tienda de enfrente (señalando la de él). Entonces la madre se dirigía a su tienda y le pregunta: Tiene pan? ¡Tengo! decía él. ¿Tiene leche?, ¡Tengo!.. ¿Tiene fruta? ¡¡Tengo!!!
Un intento de Rodrigo por entusiasmar a su madre, por despertar sus deseos, y hacerle sentir que él tenía algo valioso que darle.
Pero volvamos a la infancia y a la sensación de seguridad que ser amado por los padres le provee al niño. Esa ilusión de serlo todo para papá y para mamá no dura para siempre.
Un nuevo impulso sacude su mente: la curiosidad sexual infantil: ¿De dónde vienen los niños? empieza a preguntarse, ¿Dónde estaba yo antes de nacer?
Pero preguntémonos también nosotros: ¿qué da inicio a la búsqueda de saber en el niño? ¿Qué pone en marcha su curiosidad? ¿A qué se debe que él se empiece a preguntar de dónde vienen los niños?
El narcisismo, de quien se creía “his majesty” para los padres se ha conmovido. Algo lo ha conmovido. Algo lo ha hecho tambalear.
La sospecha de un intruso, la sospecha de sentir que no lo es todo para su madre, le resta algo a su lugar regio y él lo percibe. ¿Dónde? En la mirada materna.
En un bellísimo texto, en Teorías Sexuales Infantiles, Freud vincula la curiosidad del niño, la pulsión epistemofílica, a la aparición de un hermanito. Este pequeño pero gran acontecimiento despierta el interés del niño por saber. Inquieto, él quiere saber el origen, de dónde viene el que vino, qué originó su llegada. Él quiere saber la causa de ese deseo que desvió la mirada materna hacia aquello que el hermanito representa.
Poco importa que en la anécdota el hermanito se presente o no. Lo esencial es que el niño percibe la presencia de algún otro niño en el deseo de los padres, advierte la presencia de un tercero. Hay alguien a quien la madre mira que no es a él mismo. Y si no lo es todo, algo le falta. Y si algo le falta, la ilusión de completud tan trabajosamente forjada, se tambalea. Ese “más allá de la madre” nos remite a un lugar de terceridad en el que el padre aparece ahora como un tercero.
Pero al investigar, al curiosear, no descubre sus orígenes, descubre otra cosa: la diferencia de los sexos, descubre la incompletud, descubre que algunos tenemos unas cosas y otras tienen otras cosas; descubre que niños y niñas son diferentes y tiene que explicárselo. Y se lo va explicando con complejas teorías producto de lo que va comprendiendo a medida que investiga. Surgen las teorías sexuales infantiles. Surge, como sabemos, la teoría fálica primero: “Todos tenemos… la niña sí que tiene…pero es pequeñito, ya le va a crecer”…teoría que será luego reemplazada por una nueva teoría: “Tuvo, pero lo perdió”. La teoría de la castración.
Es decir, algo valioso se puede tener, pero eso valioso se puede también perder…como se lo demostró perfectamente el destete y el control esfinteriano que ahora el niño comprende desde otra perspectiva.
Antes hablaba del descubrimiento del tercero. Hasta ese momento el niño se vinculaba con su madre y con su padre. Y con todos y con cada uno tenía un vínculo; pero cada uno de esos vínculos era un vínculo dual.
Pero este “más allá de la madre” inaugura un momento vital de enorme trascendencia psíquica; supone la estructuración de la triangularidad; supone la entrada en el Complejo de Edipo. Supone la existencia de un triángulo. Un triángulo amoroso en el que el tercero sobra y se convierte en el intruso hostil que hay que aniquilar porque genera rabia. Porque si mamá y papá tienen un vínculo…el que sobra, soy yo!. Yo? His majesty??
En su versión simplificada el Complejo de Edipo es un drama pasional en el que el niño desea juntarse con su madre para volver a ser su objeto de amor. De ésta manera su padre se convierte en un obstáculo, en un rival que se opone a sus deseos. El odio que está contenido en el vínculo amoroso con el padre se pone de manifiesto y entonces ahora teme, retaliativamente que él sea el eliminado de la escena. Surge luego la Angustia de Castración que pone fin a sus deseos edípicos y así el niño abandona a sus objetos primarios como objetos de amor y entra en lo que conocemos como período de latencia. Prevalece el amor del niño por sí mismo, prevalece la libido narcisista por sobre la libido objetal. Y así es como el niño abandona a sus objetos primarios como objetos de amor, abandona el Complejo de Edipo
Este Sepultamiento del Complejo de Edipo supone además la creación de una nueva instancia psíquica – el superyó – que como incorporación de los objetos parentales velarán desde dentro de nuestro psiquismo a que ciertos deseos estén prohibidos, se mantengan reprimidos. A partir de aquí Incesto y Parricidio – y todo aquello que los evoque – serán fuente de angustia.
Que esta estructuración psíquica se produzca o no, sabemos que es de vital importancia para el desarrollo psíquico.
Pedro tiene 4 años y no puede despegarse de su madre, ahora ya no puede tampoco dormir sin ella. “Se pega como una lapa y no me deja ni a sol ni sombra. Cuando le dejo en el Cole para ir a trabajar sé que se queda llorando y no juega en todo el día”. Está así desde hace tiempo, pero ahora empezó a tener pesadillas, por eso lo traje a mi cama, para que podamos descansar los dos, pero ahora también las tiene durmiendo conmigo, por eso llamé, algo no está bien”.
Almudena y Pedro son una familia monoparental, así lo describe ella; su pareja la abandonó al saber que estaba embarazada, “él no quería un hijo ni una familia, yo sí. De él no hemos vuelto a saber nada”.
Está muy preocupada por la situación que vive con Pedro: “no quiero formar una relación patológica con mi hijo. Por eso busqué un terapeuta hombre, me preocupa que el niño crezca pegado a mí y sin una figura masculina en su vida”.
Cuando conozco a Pedro me encuentro con un niño muy pequeñito que se esconde asustado entre las piernas de su madre. Les invito a pasar a la consulta y al entrar él mira con mucha atención la caja de juegos. Su madre le invita a coger un juguete; él asustado se aferra a ella y dice: No. Ella me mira angustiada y dice: Tampoco habla y eso también me preocupa mucho. Le señalo que Pedro acaba de hablar y ha dicho claramente: No. Y mirando a Pedro le digo: Has dicho claramente que no quieres separarte de mami.
El niño mira nuevamente los juguetes, interesándose por ellos y yo, torpemente, le acerco la caja. Digo torpemente, porque me anticipo al niño, no dejo a que sea él quien los coja.
Pedro me mira y dice: No! Entonces, vuelvo a mirarle y le digo: Ahora claramente has dicho que no quieres nada conmigo.
Pedro se sorprende y me mira. Mira a su madre (¿pidiendo permiso?) Ella asiente con la cabeza (le ha adivinado), Entonces él se acerca tímidamente a los juguetes y coge tres muñequitos que sostiene con fuerza en su mano. Y se queda quietecito, paralizado, inmóvil.
Yo me arriesgo y digo señalándolos: Pedro, mamá, Gabriel… ¿o papá? Pedro me corrige, dice: No, papá no. Se fue. Papá no.
A la entrevista siguiente el niño entra en la consulta y se acerca sin excesivo temor esta vez, a la caja de juegos. Vuelve a coger los tres muñequitos pero ésta vez dice, señalándolos: Papá, mamá, bebé.
Al muñequito que dijo que era el padre lo arroja lejos, con fuerza, y dice: Papá no!, a la mamá y al bebé los tumba juntitos. También saca de la caja un tigre (bastante más grande que los muñequitos, que tiene la boca abierta) al que le toca los dientes con miedo y lo lleva adonde había arrojado al muñeco que dijo que era el padre, y los pone juntos, de pie. Y señalando los muñequitos los va nombrando: Mamá, bebé…y papá (juntando al tigre y al padre).
La mamá y el bebé están acostados y quietos.
Le pregunto, en voz muy baja: ¿Que hacen? Duermen, contesta casi en un susurro,… pero el tigre les da miedo, agrega.
En ese momento pone al tigre en pie mirando a la madre y al bebé y lo va acercando lentamente hacia ellos. Pero la escena se detiene. Pasados unos minutos, yo le pregunto intentando que el juego se reanude: ¿El tigre que piensa cuando los mira?
El me mira muy serio y me dice: El tigre dice: ¡No!
Ah!, digo yo, el tigre dice No cuando la madre y el bebé duermen juntos; eso lo enfada. Pedro me mira sorprendido, mira a su madre, vuelve a mirarme invitándome con su mirada a que lo repita, yo digo: El tigre dice No a que el bebé y la madre duerman juntos. Entonces coge con fuerza el tigre y como si fuera un rugido dice: No!
Secuencia que sigue repitiendo a lo largo de toda la hora de juego, y donde cada vez el tigre se va acercando un poquito más al bebé y a la mamá que duermen juntos y grita furioso: No!. La mamá y él se juntan temblando de miedo. ¡Ahora los muñequitos son ellos!
(La madre reacciona a la interpretación de la misma manera que el niño) Entonces el tigre se envalentona y sigue diciendo: No!!! Cada vez más amenazante. El y su madre tienen que seguir temblando y empiezan a reírse, divertidos, jugando.
Les comento que la hora terminó y que seguiremos el próximo día. Al salir Pedro sigue jugando con la madre, riendo, le grita por el pasillo: No!!…y la madre, riendo, tiembla.
Tal vez, una bonita manera que Pedro encontró para nombrar y dar representabilidad a un tercero; un No , en un primer momento, oposicionista, que adquiere la cualidad de interdictor.
Hagamos un pequeño paréntesis: Estas cuestiones que estuve planteando pretenden dar algunas pinceladas que permitan ilustrar el modo en el aparato psíquico infantil se va desarrollando y las distintas viñetas clínicas que os fui comentando estaban al servicio de ver los problemas que surgen cuando ciertos elementos estructurales para el psiquismo no se cumplen o si lo hacen, lo hacen de forma defectuosa o incompleta. Pero quiero centrarme también en el título de este Ciclo, que es una invitación a que hablemos no sólo del sufrimiento de padres e hijos sino que también nos centremos en las especificidades que podemos encontrar en la Clínica Actual.
Permitidme un rodeo.
En una entrevista, la entonces juez de menores Consuelo Madrigal nos advertía del incesante incremento de denuncias por malos tratos que los padres hacen de sus hijos. En lo que llevamos de año – esa entrevista fue a mediados del año pasado – las denuncias han duplicado las realizadas en todo el año 2013.
Es el llamado Síndrome del Emperador. En opinión de jueces y fiscales “estamos ante un fenómeno nuevo que no ha existido antes. Siempre ha existido la violencia, pero es alarmante el aumento incesante de denuncias que los padres hacen de sus hijos, éste es el fenómeno nuevo que va en aumento, el de padres que ya no saben qué hacer para frenar la violencia de sus hijos hacia ellos y recurren a los tribunales en busca de una solución”.
Extraña paradoja, diríamos los psicoanalistas, ante la ausencia de Ley se recurre a los Tribunales esperando que alguien la encarne y la implemente.
“La severidad extrema o la ausencia de reglas, la falta de comunicación o la normalización de la violencia pone de manifiesto la insuficiencia de recursos de los padres para educar en una sociedad como la nuestra que no valora, como en otras épocas, la autoridad.” Son niños que no aceptan el límite a su autonomía y estallan escandalosamente ante la menor frustración. Yo veo a padres dedicados y afectuosos, hiperatentos, pero que les hablan a sus hijos como a iguales, explicando y justificando cualquier decisión que tomen y consultando democráticamente su joven voluntad. Todo está consensuado en familia, no hay padres que pongan límites, no hay autoridad”
Lo que esta juez está denunciando es que hay Padres que no pueden ser padres e hijos que no pueden ser hijos. ¿Porqué?
Sigo con el rodeo.
Varios autores psicoanalíticos consideran al vínculo entre padres e hijos reglamentado por un discurso – es decir, un conjunto de prácticas y reglas con efecto subjetivante sobre padres e hijos – al que llaman discurso infantil. Esas prácticas y su reglamentación han variado con el tiempo pero siempre han constituido las bases para la preservación y la crianza del cachorro humano.
Os propongo que pensemos que es el discurso quien determina las subjetividades. Qué es y qué no es “niño” y qué es y qué no es “padre” o “madre” dependerá, en gran medida, de lo que cada sociedad y cada época sancionen cómo tales.
Esto puede constatarse. La infancia de hoy es diferente de lo que fue en la época victoriana de Freud y totalmente otra cosa en el medioevo. La parentalidad también.
Antes hice referencia a la Curiosidad sexual infantil y os planteaba que cuando un niño se enfrenta a los interrogantes sobre su identidad, sobre el nacimiento y sobre la muerte, el niño no escapa a las mismas dificultades a la que se enfrentan y se han enfrentado los filósofos.
A veces es capaz de calmarse con respuestas propias, producto de sus propias investigaciones y elucubraciones, como vimos cuando hablábamos de las Teorías sexuales infantiles; pero el recurso que tiene cuando se enfrenta a un callejón sin salida, lo habitual, es que ese recorrido se detenga en la suposición de que alguien, otro ser viviente, sus padres, saben.
Y en mi opinión, eso posiciona al niño y a sus padres en el discurso infantil. Al atribuirles el niño ese saber, al investirlos con las cualidades omnipotentes y omniscientes de su propio narcisismo infantil, al cual por otro lado está teniendo que renunciar, el niño puede dejar de lado sus cuestionamientos, suspenderlos en el tope ”ellos saben”, entrar en latencia y proseguir el camino.
Al sepultarse el Complejo de Edipo la curiosidad sexual infantil pierde el componente sexual y ahora el niño ya no está más interesado en saber sobre sexualidad…ahora desea saber, saber de números, de letras…y entonces puede escolarizarse. Pero para ello, las figuras de autoridad, padres, maestros e instituciones deben ser los depositarios y los que encarnen ese saber. Cuando esto se produce, será el mundo adulto y sus instituciones los garantes que velarán por su desarrollo. Es lo que conocemos como garantías latentes. Insisto. Para que un hijo ocupe el lugar de niño, los padres tienen que ocupar el lugar de adultos.
El discurso infantil, entonces, sostiene dos lugares – los padres, los hijos – y entre ellos, la diferencia generacional. Sabemos que luego vendrá la adolescencia y ella será la encargada de tumbar a los padres de ese lugar de saber y poder que la niñez les atribuyó y que ese saber será desplazado al mundo adolescente primero, a la pandilla, y esto irá abriendo el camino a la exogamización.
La sociedad moderna – la del Siglo XX – creía firmemente en la ciencia y en el progreso; todas las etapas de la vida tenían un lugar y una jerarquía de acuerdo a lo realmente importante: el futuro. La sociedad moderna creía en la ciencia, en el progreso, ¡en la esperanza!
Y formar niños que lleguen a ser “buenos ciudadanos” era tal vez la misión más importante de la familia de la sociedad moderna.
Es la época en la que surgen las instituciones de protección al menor, los juzgados en defensa del niño que bregaban para que el hombre del futuro llegue a su meta. Es el auge de la psicología infantil, la pedagogía, la puericultura. A esto me refería cuando hablaba del Cuadro londinense; toda la sociedad tiene puestos sus ojos en el niño, en el futuro, en el porvenir, en el progreso.
Pero actualmente, en la sociedad posmoderna del siglo XXI la división por edades parece no sostenerse más. Prevalece la idea de que hay una sola edad, la del joven adolescente que encarna los ideales de juventud, fuerza y belleza, a la que todos (niños y adultos) buscan parecerse. En lugar de una diferencia generacional que separa roles y funciones entre padres e hijos, hoy asistimos a una suerte de simetrización, de igualación entre ellos
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Como plantea la socióloga Beatríz Sarlo, la modernidad se caracterizó por la verticalidad, la normatividad y el respeto por la ley; en cambio la posmodernidad se caracteriza por la búsqueda del placer en una narcisización de una sociedad que parece no tener fin.
Qué podemos decir de ésta, nuestra sociedad posmoderna? En nuestra sociedad actual asistimos a lo que muchos han llamado la Caída Simbólica del padre; el desfallecimiento de la función paterna.
Una autoridad ha perdido peso, se ha eclipsado. Narciso ha eclipsado a Edipo.
Las dificultades de los padres por cumplir con sus funciones educativas y formativas se conocen desde hace tiempo y no solo entre psicoanalistas; lo denuncian profesores y jueces como vimos hace un momento.
Esta caída de la autoridad paterna está siendo un fenómeno esencial en nuestra cultura contemporánea. Es Nuestro malestar en la cultura actual.
Esta “evaporación” del padre; tanto en su sentido simbólico (como encarnación de la Ley) como en la configuración de las relaciones familiares es el extremo opuesto al padre autoritario de épocas no tan lejanas., el padre que regía en la cultura, en la economía, en la política, en la educación.
En la actualidad vemos padres guays, como ellos mismos se autodenominan, convertidos en compañeros de juegos de sus hijos, que juegan un rol amistoso y cómplice con ellos. Padres hiperatentos, como decía la juez.
En esta época dominada por la evaporación del padre una falsa horizontalidad parece haber sustituido a la rígida jerarquía que había orientado nuestra vida colectiva. La especularidad narcisista ha ido ocupando gradualmente el lugar de la diferencia generacional y del conflicto que inevitablemente les animaba.
Los hijos han ocupado el lugar de los padres.
His majesty los hijos han sometido el orden familiar a sus necesidades narcisistas; en vez de adaptarse a las leyes simbólicas y a los tiempos de la familia, el ídolo-niño impone el amoldamiento de la familia en torno a la arbitrariedad de sus caprichos. Y encuentra padres deseosos de sostenerlo en ese lugar regio porque ellos también encuentran gratificación y confort porque, a diferencia de sus propios padres, que eran autoritarios o distantes con sus hijos, ahora ellos son “mejores padres” de lo que lo fueron los suyos. Son amigos de sus hijos.
“Cuéntamelo, tío, que somos colegas, le decía un padre a su hijo púber…”
La época de la evaporación del padre es la época de la evaporación de los adultos. Si un padre o una madre adopta como parámetro de su acción educativa la felicidad despreocupada de sus hijos, dejando a un lado el de la transmisión del deseo y la responsabilidad que eso implica, su acción se evapora fatalmente en apoyo de los caprichos de sus hijos. Es cierto, él o ella se alivian de la angustia de tener que encarnar un límite, pero sus hijos se ven potenciados en un narcisismo intolerante a toda experiencia del límite.
Los síntomas de esta evaporación están a la vista de todos: padres angustiados, hijos perdidos, familias en caos. Recorren todo el cuerpo social: en las dificultades para asegurar el respeto por las instituciones, en el derrumbe de la moral pública, en el eclipse del discurso político y educativo…basta con hojear un periódico o encender el telediario. En España tenemos todos los días ejemplos alarmantes.
Una última viñeta para terminar: Los padres de Marta – que tiene 11 años – están desesperados. (Dato curioso: la madre me pide una entrevista Urgente. Realmente se la escucha desesperada. Les digo que puedo verles ese mismo día, a las 9 de la noche; Uy! No, a esa hora no puede ser…mi marido tiene pádel a esa hora…)
Finalmente les veo otro día. “Mi niña es un trasto, hace lo que se le da la gana; no obedece a nada. Y después de varios ejemplos, con el cole, con la mochila, con el orden en el cuarto, con la higiene personal, se detienen en una escena, un ejemplo entre muchos; llega la hora de la cena. “Es una lucha que dejen la tele y se sienten a cenar. Una lucha que se laven las manos… ¡porque ahora su hermana la empieza a imitar! Come con la boca abierta: Marta que cierres la boca! Nada! En lugar de sentarse en la silla, como una señorita está en cuclillas sobre la silla, con los codos sobre la mesa, desparramada e indolente; las migas que se le caen de la boca…todo el suelo lleno de comida… ¡Todo es un caos! Y empiezan los gritos…las discusiones…los insultos… ¿Así no se puede!”
Les pregunto, ¿qué pasa cuando le dicen que No a Marta?
Bueno, dice la madre. Ese es el problema que tenemos. En realidad no sabemos si la que tiene el problema es Marta o nosotros. Yo vengo de una familia muy castellana y él de una familia catalana muy liberal. Y no nos ponemos de acuerdo. Hay muchas diferencias entre nosotros a la hora de educar. Los niños tienen que obedecer ¡por cojones! ….dirigiéndose a él: Y si no cumplen, ¡hay que castigarlos!
Como queriendo convencer por enésima vez a su marido y que yo la apoye.
Entonces él interviene. No. Ahí está la diferencia, me dice, y no nos ponemos de acuerdo. No hay que castigar, hay que enseñar con el amor, con el respeto! Los hijos tienen que darse cuenta que lo importante es la armonía y la convivencia. Que tienen que portarse bien porque así estamos todos más felices. Que así como nosotros nos portamos bien con ellos, ellos se tienen que portar bien con nosotros.
Y se produce una discusión entre ellos – ambos son profesores Universitarios – un debate sobre valores, la educación, sobre lo necesario o lo inútil de los límites y los castigos, sobre la autonomía y las libertades, los derechos y las obligaciones sociales, la ética…Debate de altísimo nivel, con argumentaciones y contraargumentaciones y debo admitir que era apasionante, fascinante, una discusión para un tratado de filosofía.
Después de un buen rato escuchándoles y donde yo parecía haber dejado de existir, intervengo: Si yo fuese Marta se me seguirían cayendo las migas al suelo. Quiero decir, les digo, que os hice una pregunta: ¿Qué pasa cuando decís no? Y me estáis mostrando la respuesta: Os perdéis en las diferencias y así nadie dice No. El No se pierde entre medio de grandes explicaciones…en un debate ideológico de valores…en medio de tantas argumentaciones…Marta se perdió.
Espero que estas reflexiones nos permitan o nos ayuden a empezar a pensar y a dialogar entre nosotros: porqué hay padres que no pueden ser padres? Porqué hay hijos que no pueden ser hijos? escuchando el sufrimiento de padres e hijos, hoy.
¡Muchas gracias!
* Charla dictada en el Ciclo de Sábados 2015: “Escuchando el sufrimiento de padres e hijos hoy”, organizado por la Asociación Escuela de Clínica Psicoanalítica con niños y adolescentes de Madrid.
** Sobre el autor:
Gabriel Ianni es psicoanalista, socio de la Asociación Escuela de Clínica Psicoanalítica con Niños y Adolescentes de Madrid; miembro del Comité Directivo y docente de la misma; Miembro Titular de la Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires; Especialista en Niños y Adolescentes, otorgado por la Asociación Psicoanalítica Internacional.
Revista nº 10-11
Artículo 1
Fecha de publicación: DICIEMBRE 2017