Asistimos a un tiempo en el cual las clasificaciones diagnósticas invaden las infancias, atiborrándolas de nominaciones impropias que borran subjetividades. Predomina una modalidad de diagnosticar que solo se guía por las conductas observables sin tener en cuenta la historia generacional, el contexto familiar, social, escolar. Esto genera etiquetamientos en los momentos en los cuales los niños y niñas se están constituyendo como sujetos, y no permite alojar el sufrimiento infantil y la posibilidad de trabajar con los padres.
En el pasado los diagnósticos de trastornos mentales eran raros y temidos, más aún en la infancia. En la actualidad, con frecuencia, son buscados por los propios padres porque se los exigen las escuelas o porque son la única vía de ingreso a prestaciones médicas y/o sociales, a las cuales de otro modo no se tendrían acceso. Esto abona los caminos de la patologización y medicalización de las infancias.
El proceso de medicalización refiere a la transformación de dificultades comunes de la vida en enfermedades que necesitan ser tratadas medicamente. La inquietud se transforma en TDAH, el desafío a los límites característicos de la infancia y la rebeldía adolescente se transforman en TOD, la tristeza es depresión, etc. Esto no es una crítica a la medicina, ni a las medicaciones, sino a una forma de abordar las diferencias y las problemáticas inherentes a lo humano como problemas médicos.
Manuel era un niño que no podía dejar de “portarse mal” en la escuela, porque era el modo desesperado que encontraba para pedir ayuda, esto no podía ser escuchado y en vez de interrogar acerca de por qué el niño estaba mal, a qué estaba atento este niño desatento a lo escolar, por qué desafiaba a los adultos o qué lo tenía triste y preocupado, solo se encontraba con siglas que lo encorsetaban: TDA-H (Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad), TOD (Trastorno Oposicionista Desafiante), TAG (Trastorno de Ansiedad Generalizada), TD (Trastorno Depresivo), TBI (Trastorno Bipolar Infantil) y sus correspondientes medicaciones psiquiátricas que solo iban empeorando la situación. Los padres estaban desesperados, la escuela no sabía qué hacer y el niño se sentía completamente solo y desbordado de angustia.
Las patologías por las cuales se consultan hoy están más ligadas a las fragilidades narcisistas, al desamparo epocal. El profesional que toma en cuenta la complejidad de la época puede ser un posibilitador de oportunidades en tanto propicie encuentros subjetivantes, aloje al otro en su otredad y ayude a tejer tramas de sostén que sustenten al niño y a los padres.
Desde una perspectiva psicoanalítica pensaremos las herramientas clínicas para trabajar con los niños, sus padres y las instituciones escolares.
Dra. Gisela Untoiglich