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Los Ideales del Superyó*

Los Ideales del Superyó*

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Por Juan José Rueda**

Creo que hoy día, es mayor que nunca la confusión entre un Ideal que debería gestar proyectos de futuro y de inserción en un orden social de responsabilidad y de metas éticas que promueven la libertad del sujeto y ese otro pseudo ideal exigente hasta el sadismo en el que se confunden lo posible adecuado a fines con lo imposible vinculado a lo grandioso, al triunfo por encima de todo y que esclaviza al hombre convirtiéndolo en un “galeote voluntario” en feliz expresión de Gerard Swecz. El éxito social en cualquiera de sus grados, se transforma en una meta fascinante que acerca al sujeto a ese paraíso perdido e imaginado como ideal de perfección.

En los textos freudianos no está demasiado clara la distinción entre Ideal del Yo y Superyó. En “El Yo y el Ello”, Freud asimila ambos conceptos como si fueran un Jano bifronte. Y esa asimilación junto con la aparición no del todo definida por Freud del Yo ideal, pero que Daniel Lagache conceptualizará posteriormente,  nos enfrenta a un campo confuso e indiscriminado que al mismo tiempo es enormemente rico en consecuencias clínicas.

Y de la misma manera que en la manía, se anula la distancia entre el yo y el ideal del yo, podemos inferir que, un solapamiento entre el Superyó y el Ideal del Yo dará lugar a “una tiranía exigente y desmesurada que impone la anulación de las distancias entre el Yo y el Ideal exigiendo la perfección como realización de un imposible”.[1] Exigencia que al anular esa distancia, convierte al Ideal del Yo en una instancia inservible como pacificadora y reguladora y que no cumple su cometido como signo de la renuncia al objeto edípico.

Ese solapamiento está implícito en un concepto freudiano que va a aparecer en el estudio sobre el presidente Wilson escrito en colaboración con Bullitt en el año 1932 y que ha permanecido por fuera de la mayor parte de la conceptualización psicoanalítica posterior: los ideales del superyó, término que introduce la idea de un ideal exaltado más allá de la posibilidad humana, no existe la posibilidad de cumplirlo y sin embargo es insaciable e imperativo de una manera compulsiva y categórica, es decir no mediado ni condicionado. (H. Mayer los denomina ideales del yo ideal)

Este ideal incumplible ya se apunta en “El malestar en la cultura” (1930). Allí, Freud nos muestra a un Superyó que encaramado a los ideales de la cultura (belleza, orden, limpieza, bondad…), pone en juego “representaciones acerca de una perfección posible del individuo, del pueblo y de la humanidad toda…”[2], e impone mandatos ideales incumplibles para los miembros de esa cultura

Dice Freud: “No importa que realice el yo verdaderamente en la vida, pues el superyó nunca estará satisfecho con las realizaciones. Incesantemente le insta: ¡Debes hacer que lo imposible sea posible! ¡Puedes llevar a cabo lo imposible! “[3]

Resto pulsional incoercible vía narcisismo omnipotente de la idealización infantil que asoma con una apariencia de legalidad, pero sin la guía ética del ideal del yo ni su capacidad normativa.

El ideal del superyó no releva al yo ideal narcisista, sino que proviene de él y constituye un resto no simbolizado de ese ideal omnipotente que producto de las identificaciones primarias que se instalan como una estructura normativa y que reactivándose en determinadas ocasiones,  se dirige a un yo actual al que muestra sádicamente su impotencia o incluso opera silente en algunos posicionamientos que, aun pareciendo a primera vista, ideales socialmente aceptables y aceptados son, sin embargo,  incuestionables a pesar de ser irracionales.

Y en esa línea afirma Freud: «Un superyó cuyos ideales son tan grandiosos que exigen al yo lo imposible produce algunos grandes hombres y muchos neuróticos y psicóticos»[4]

El no cumplimiento de las exigencias compulsivas de este ideal del superyó puede producir intensos sentimientos de fracaso, correlato de la desmesura de los ideales, sedimento del vínculo narcisista que los padres entablan con el niño, pacto silente y sostenido por las identificaciones primarias, que al no estar mediadas por ningún proceso simbólico se muestran literales y absolutizantes y aprisionan al sujeto a un destino inconsciente que lo conduce al sufrimiento o a la autodestrucción como muestran las biografías de Wilson, Nietzsche y en otro sentido Kafka.[5]

El conocido aserto freudiano de “Introducción al Narcisismo”, de que el niño, “su majestad el niño, es elevado a la categoría de ideal por los padres que así mantienen su propia omnipotencia infantil, se transformó en el caso de Nietzsche, en una condena, en un destino.

Estudiando la biografía de Nietzsche, vemos que su padre erigió como Ideal a su hijo primogénito, que nacido el mismo día y mes que su bien amado emperador (Federico Guillermo IV de Prusia), le hizo objeto de la misma veneración, recibiendo por ello sus mismos nombres y junto con ellos sus propios deseos megalómanos 

“Te llamarás hijo mío, Federico Guillermo en recuerdo de mi benefactor real, el día de cuyo cumpleaños naciste.”  (C.P. Janz, 1985)

Nietzsche quedará así elevado a la categoría de Ideal paterno, asimilado a un ideal narcisista que cumple el anhelo de su padre y con el que éste se identificará radicalmente. Pero como si esto no fuera suficiente, también ese hijo quedará significado por el deseo paterno como una especie de Mesías largamente esperado.

“El día del bautismo del niño, el párroco escribió en el registro el versículo 66 de Lucas I, que dice: Y cuantos las oían (las cosas que decía) inmediatamente las grababan en su corazón preguntándose ¿pues que llegará a ser este niño?, porque efectivamente la mano del Señor estaba con él. Esta es la historia del nacimiento de Juan el Bautista. Inmediatamente viene la profecía de Zacarías “Y tú niño, has de ser profeta del altísimo” (W. Ross, 1995)

Más adelante, leemos: “El pequeño Fritz creció con la conciencia mesiánica de ser un hijo de rey y un hijo de Dios”. La obra cumbre de Nietzsche “Así habló Zaratustra” refleja de un modo inequívoco el cumplimiento de ese deseo. No hay deseos propios sino sometimiento inconsciente al deseo del padre.

Este sometimiento a un deseo ajeno genera en Nietzsche una necesidad de construir una y otra vez una autobiografía cuyo fin según Pierre Klossovsky, es que “busca mediante la recensión de su existencia aquello que justifique lo fortuito de su ser”

Triunfo del Yo ideal, de Narciso, de la Madre fálica, en suma, del Deseo del otro, en detrimento del Ideal del yo, de Edipo, y del Padre interdictor.

El superyó postedípico no está sino esbozado y deja el campo libre al superyó perseguidor, arcaico y destructivo que emparenta con el yo ideal y cuyos mandatos son incumplibles estando muy lejos de dicho superyó normativizante y sostenedor por tanto de verdaderos ideales del yo constituidos desde la identificación secundaria, y, por tanto, del ámbito edípico sujeto a la castración y a la renuncia.

Superyó que sostiene el vínculo masoquista con el mandato paterno bajo la faz de un Ideal incumplible. De nuevo Freud: “…dos resultados invariables de la posesión de un Superyó hecho a imagen del todopoderoso (…) jamás se puede satisfacer a semejante superyó. No importa que pueda realizar su desgraciado poseedor, siempre sentirá que no ha hecho bastante (…) nunca puede cumplir con lo que espera de sí mismo porque su Superyó exige lo imposible”[6]

 “Si el sujeto no puede cumplir con sus exigencias para huir de los tormentos que esto le produce, inventa realizaciones imaginarias sube por un estrecho paso de la montaña de la grandeza, balanceándose entre el abismo de la neurosis y el de la psicosis. Es afortunado si no cae en uno u otro abismo hasta el fin de su vida. (Freud “El presidente Wilson”)

Entonces este Ideal del Superyó, en palabras de Fanny Elman,”no cumple con su condición de relevo del yo ideal narcisista, constituyendo según Assoum, un resto no simbolizado de ese Yo ideal que se reactiva en determinadas circunstancias”.

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*Ponencia presentada dentro del Encuentro Hispano-Italiano organizado por AMPP, AECPNA  ACIPPIA sobre  “la Clínica del Superyó en la Actualidad” el 26 de  octubre de 2019.

**Sobre el autor: Juan José Rueda.  Psicoanalista. Miembro Titular de la Asociación Psicoanalítica de Madrid (IPA). Ex -docente de EPNA y Elipsis. Coordinador de diversos seminarios sobre la obra de Freud y sobre el narcisismo y la patología narcisista. Ex -miembro de la Junta directiva del CACI (Centro de atención Clínica e Investigación), órgano dependiente de la APM. Ex docente de AECPNA.


[1] Puchol, M. “La doble faz del Superyó” Simposio APM

[2] Freud, S. “El malestar en la cultura” 1930

[3] S. Freud y W.C. Bullitt. “El presidente T.W. Wilson”. Pág. 63. Letra Viva. Buenos Aires.

[4]. Freud, S. y W.C. Bullitt “El presidente Wilson”, p. 61. Buenos Aires. Letra Viva

[5] Juan José Rueda “Nietzsche, la locura como destino” (2006) Madrid. Rev. APM nº 48

[6] Freud, S. “Un estudio psicológico del presidente Wilson” pág.68

Revista nº 16
Artículo 6
Fecha de publicación DICIEMBRE 2020


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