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LO VINCULAR EN TIEMPOS LÍQUIDOS

LO VINCULAR EN TIEMPOS LÍQUIDOS

*Leah Forster

El domingo 31 de marzo leí en el periódico El País la siguiente noticia: “Bruselas, teme que el rescate chipriota descarrile por la falta de estructuras en Nicosia para aplicar el ajuste y alerta de los riesgos por la fractura en el Eurogrupo. Los mercados han permanecido en relativa calma y los diques de contención del euro han funcionado por ahora. Pero el rescate chipriota ha hecho aflorar dramáticamente problemas que se vienen incubando desde hace años […] y de modelos alejados de la realidad con el déficit democrático de la UE ha traído un desastre completamente predecible. Y lo peor puede que esté por venir”.

Quizás esta noticia nos permite ver como cada época desde sus dimensiones socio-culturales establece variables en cuanto a la inscripción subjetiva. Podríamos preguntarnos qué ocurre en los sujetos cuando un orden social muestra su agotamiento y un nuevo orden adviene. Esto nos permite pensar que la subjetividad no se reduce a la dimensión intrapsíquica singular sino que también consiste y es producida socio-históricamente a través del discurso predominante en cada época.

Leukowicz en su libro Pensar sin Estado[1] nos dice que el título escogido alude a una contingencia del pensamiento, que nombra una condición de época. Por un lado indica que cesa el Estado como benefactor que se ocupa de sus ciudadanos, y por otro indica el agotamiento de la subjetividad dada por el Estado, que se ha desfondado como estructura dadora de subjetividad. Sin ese Estado que era capaz de articular simbólicamente el conjunto de situaciones, desaparece la producción de la subjetividad ciudadana. Este Estado deviene así mero administrador técnico. Además se alteran las fuerzas del mercado que se tornan en práctica dominante y desregulada, por lo que (cual)  requieren de otra

lógica de pensamiento para ser pensada, no siendo ya posible pensarlas desde el esquema estructural perteneciente a la lógica binaria.

Cada cambio induce una alteración en el modo de pensar, y una vez alterados los modos de pensar, el cambio sucede drásticamente.

Predomina la fragmentación por el mercado neoliberal y la destitución subjetiva. Este mercado produce consumidores sin ética alguna, y es productor de migraciones por la desigualdad social. Puede decirse que no existe un proyecto social.

Necesitamos reinventarnos para poder transitar esta lógica donde los resultados están por encima de la experiencia. A su vez, en este gran mercado que pretende homogeneizar,  se generan respuestas que se oponen a la masificación.

Ser contemporáneos implica el sufrimiento de la incertidumbre, de la imprevisibilidad, del azar. En este mundo será necesario transformar cada fragmento producido por los flujos de capital en una situación y poder sostener la situación a través del habitante. El habitante es la forma de «subjetividad capaz de forjar y transitar una situación»[2] configurándola, diseñando estrategias para habitarlas. El habitante es capaz de sostener situaciones que no estaban contempladas, los cambios son impredecibles e imprevistos.

La teoría también se modifica al tener que inscribir la discontinuidad: ¿cómo pensarla?

Para ello, el habitante introduce entre esos fragmentos desgarrados de los sólidos, producto de una aceleración vertiginosa del medio fluido, una pausa generadora de una situación, para poder pensar desde otra lógica que es cambiante. Por eso la construcción en tiempos de fluidez es un trabajo permanente. La situación es una multiplicidad que  admite términos representados y presentaciones no representadas. Como dice Leukowicz en la fluidez se existe por pensamiento, uno pertenece a los sitios en donde se puede pensar.

En la fluidez el pensamiento es posible en espacios habitables, es decir en espacios que albergan una actividad que los configura, espacios que se constituyen por la actividad que albergan. Estas son las notas de nuestro actual nosotros.

Este trabajo permanente es el que se va creando con otros a través de los intercambios producidos, donde intervienen varios elementos, entre los cuales están las relaciones de poder que, como decía Berenstein, son instituyentes del sujeto tanto en su relación con otro como en lo social, en el que este poder actúa como verbo, creando capacidades y potencia.

Además, al contar con la presencia, que es irreductible a la identificación, pues con la presencia se da la imposición de alteridad, donde uno se despoja de algo para darle a otro que la acepta y le hace un lugar por la  pertenencia a este vínculo, que necesita de la estructura pero estableciendo un plus que suplementa al conjunto. La alteridad inaugura un devenir, en que las diferencias le dan espesura a ese espacio, que llamaremos entre, donde cada uno va siendo otro junto con otro, donde no hay certidumbres y donde uno y otro dependen de lo que hagan en cada encuentro.

Para el Estado la reclusión en este contexto era un modo de control en que se producía la alienación del pensamiento, pero en el mercado lo que se produce es la exclusión del pensamiento y, por ende, del sujeto.

Nos preguntamos qué pasa con el contrato narcisista que promete la inclusión de todos y excluye a muchos. Y respecto  el amor, ¿cómo son las parejas, las familias? ¿Serán iguales en las distintas épocas?

Como vemos nuestra historia estaba fuertemente marcada por la identidad, y esta genera un semejante. Esta historia viene de modelos de familia y pareja heredados de la modernidad, a través de modelos evolutivos y complementarios, así como del conocimiento de cómo tiene que ser una pareja o una familia. Esto era lo que predominaba a principios del siglo XX, ya que se trataba de hacer algo con articulaciones posibles que tendían a la armonía y a la integración. Estos modelos pasados conviven a su vez con los modelos actuales, los que se construyen a diario con los propios intercambios variando de situación en situación en condiciones efímeras.

La pareja moderna se constituyó en base a la ilusión del amor recíproco con el consiguiente enamoramiento en que se conformaba una familia pensada desde la estructura de parentesco. Por lo tanto en el amor recíproco se creaba la ilusión de la complementariedad, del alma gemela.

En la modernidad, la pareja era una copia verosímil, ilusión de realidad de una representación. En ella no hay diferencias entre los miembros, se han encontrado y entre los dos, producto de la complementación, hacen un UNO. En esta época era posible  morirse de amor.

Estos modelos de la modernidad no pueden dar cuenta de lo imprevisible, porque no está contemplado en la estructura, al carecer de recursos para aceptar o inscribir  la discontinuidad.

En nuestra época contemporánea del mundo fluido, en constante movimiento, como es característico del mercado neoliberal, donde el azar interviene, donde que se dejó de ser ciudadano para pasar a ser consumidor, ¿las parejas y las familias que nos interrogan son las mismas que las de la modernidad?

En las relaciones de pareja, el compromiso duradero no es interesante y aparecen las parejas cama afuera, las familias mono parentales, las parejas exprés, las parejas entre dos personas del mismo sexo, la reproducción artificial alejada del amor y de la sexualidad. Aumentan las separaciones, los divorcios y se produce la recomposición familiar, la familia ampliada.

Aquel sufriente neurótico se ha convertido en ese hombre indiferente sin pasiones que sufre de no sentir.

Zygmunt Bauman nos dice que el mundo actual se parece a cuando uno va a ver un espectáculo y hay un cartel que dice localidades agotadas. En ese caso uno podría ver otro espectáculo, pero en el agotamiento del mundo en el que vivimos no hay otro espectáculo.

Janine Puget nos dice que debemos pensar los vínculos “desde un pensamiento en el que las representaciones y presentaciones no coinciden y esto a lo mejor es vivencia de contemporaneidad. Lo que se presenta no tiene antecedentes y cada período histórico social crea su actual. En esta etapa saber hacer con el otro plantea ir descubriendo qué hacer cuando quizás uno no sepa qué hacer”.

La clínica nos interpela y nos invita a repensar el psicoanálisis desde enfoques vinculares y complejos, que hacen resistencia a los rasgos (de la época,  de los tiempos) epocales para dar cuenta del sufrimiento que se genera entre sujetos aunque este sufrimiento sea propio de cada sujeto. Es la lógica de la diversidad.

Hoy en la etapa contemporánea nos encontramos con un sujeto que es producido por varios mundos y que dejó de ser únicamente el sujeto escindido y cerrado después de la epopeya edípica, portador de la ajenidad del inconsciente. Y, a través de la imposición que siempre es originaria, pasa a ser el sujeto múltiple y abierto que vive en un mundo de vínculos, que construye su subjetividad abierta en el encuentro con el otro, siempre en devenir, esto es, va siendo otro con otro, siempre en gerundio.

Para la modernidad era un sujeto cerrado porque el inconsciente se formaba solo después de la represión edípica en el estructuralismo, con un tiempo continuo y posibilidades diversas pero finitas dentro de la estructura. Este es el mundo intrasubjetivo, el de las identificaciones, en el que no había lugar para un hecho nuevo. En que el otro se inscribe desde una ausencia, a través de una representación, como un objeto.

Nosotros tenemos que tener en cuenta que, además, este sujeto se subjetiva también desde el contacto con otro, que nos propone un hacer con el otro en el cual devenimos otros de lo que éramos. Esto exige tomar en cuenta un plus que se produce a través de un acontecimiento, que irrumpe en las zonas frágiles de la estructura (llamémoslas espacios vacíos). Si este acontecimiento logra inscribirse, produce una suplementación y un nuevo devenir, el vínculo, con su inconsciente vincular.

Es decir un mundo representacional (universo simbólico), debe hacer un lugar a lo radicalmente nuevo a pura presentación, por lo tanto lo estructural en sus inconsistencias permite que lo nuevo advenga y que no se explique solamente a través de la historia previa. Este es el mundo intersubjetivo, terreno privilegiado en las parejas.

Luego está el mundo transubjetivo, el de la cultura, el socio-económico, que también forma parte de la subjetivación ya que rodea y se entrecruza con lo vincular y forma otro inconsciente que es el social. Ningún mundo existe sin los otros y todos trabajan conjuntamente. Como diría Marta Effrom: “La noción de subjetividad exige pensarla desde condiciones de multiplicidad”.

Por lo tanto, el sujeto como tal no nace, se va configurando siempre en gerundio a través y con estos tres mundos. El sujeto del deseo, el sujeto de los vínculos y el sujeto de la cultura. Lo instituyente es el encuentro con otro.

Quizás esto nos permita ver que las parejas y las familias no son iguales en las diferentes épocas y necesitan ser pensadas de otra forma y saber que cada espacio que compone al sujeto tiene su lógica y su interpretación.

¿Y qué es el vínculo?, como dirían H. Bianchi y M. Vaqué, “es la práctica generada en nombre de la pulsión y anhelada en nombre del deseo por un lado, y lo encontrado en exceso, por el otro, en tanto el encuentro se produce con otro sujeto y no con un objeto”. A lo que yo añadiría: siempre en presencia y por imposición produciendo un cambio en exceso (un plus) en cada polo del vínculo, en que cada uno deviene otro del que era. Es decir, como  producto y como productor a través del entre,zona indecible e irrepresentable que se construye en el entre-dos que produce efectos emocionales.

El  dispositivo es el conjunto de reglas y procedimientos que se organizan a través de un saber del analista. También hace referencia al  marco teórico-clínico de éste y a la noción de inconsciente que él posee y cómo se despliega.

¿Será el mismo dispositivo el que empleamos para un análisis individual que el utilizado para una pareja u otros conjuntos?

Es necesario crear un dispositivo para una escucha en conjunto, un espacio-tiempo para  poder hablar de qué les pasa en presencia del otro y en presencia del analista, ya que esta situación es nueva y esto promueve un trabajo vincular. Y con esto nuevo que surge a través de la presencia de ambos, trabajará el analista: lo suplementario, el acontecimiento, aquello que no tenía lugar en la estructura, para poder nombrarlo y que así adquiera consistencia. En este espacio circulan representaciones, presentaciones, transferencia, contratransferencia e interferencia.

En el dispositivo de pareja, como habíamos dicho, hay un saber conceptual acerca de la pareja y del sujeto  y acerca de qué se produce en los intercambios entre ellos en cada encuentro.

Las parejas vienen a consulta con la sensación de que no hay salida. Las alianzas y los pactos que sellan el vínculo y velan lo imposible vincular, en las crisis suelen romperse. Cada uno espera y necesita del otro una comprensión que aquel no le puede dar, por esto planteamos que tendrían que venir los dos juntos.

A veces ellos se enfadan porque piensan diferente y lo viven como un ataque, y aparecen los reproches y los malentendidos que cumplen con la relación de objeto propuesta por la pulsión. El malentendido muestra una dificultad para poder escucharse y darse cuenta de que son Dos y que hay efecto de presencia. A veces usan de la palabra no para comunicarse,  la usan como arma sin darse cuenta que son Dos y que cada uno tiene su punto de vista y que es válido, y tendrán que crear juntos un nuevo producto que pueda alojarse en el entre. Cuando esto no ocurre y no hay interrogación acerca de lo que les pasa pueden aparecer las convicciones y la repetición de una larga serie de reproches mutuos donde cada uno cree que el culpable es el otro.

Ellos sufren por la pertenencia al vínculo y por la incertidumbre que surge de cada situación en la que interviene la discontinuidad y el azar.

La tarea analítica con pacientes como los descritos, narcisistas, donde la otredad es negada, consiste en un trabajo de construcción del tejido, del entramado entre los dos, que ha sufrido resquebrajaduras, para intentar detener tanta repetición en la descarga inmediata a través del reproches y la violencia, ya que no se trata de un trabajo de desciframiento de decires.

El trabajo consiste en ir poniendo palabras que zurzan las rasgaduras para crear ese espacio entre donde los dos puedan subjetivarse. Un espacio otro que pueda ser libidinizado, que les suscite preguntas, curiosidad, etc., en vez de esa descarga pulsional proveniente de ambos que los hace sufrir y que tiene que ver con la repetición.

La violencia se da en cada uno de los espacios mentales en que cada uno habita. Vamos a detenernos para hablar de la violencia en el espacio intersubjetivo que se genera en el vínculo con el otro u otros y que produce una desvinculación en aquellos sujetos que están ligados en una relación estable, como ocurre en las parejas o la familia.

Esta violencia defensiva, que actúa  ante la imposición, que es el mecanismo constitutivo e instituyente del vínculo, al no aceptar esa imposición mediante la resistencia vincular, actúa sobre la relación a la que desestructura y arranca toda ajenidad.

Al quitársela, el otro se convierte en alguien transparente, lo convierte en objeto, lo desubjetiva. En las familias y parejas el discurso violento tiene como efecto la anulación del otro como sujeto diferenciado al transformarlo en un objeto transparente. Para Janine Puget es un funcionamiento primitivo que tiende a anular el funcionamiento mental del otro, le impone significados. No es reconocido como sujeto de deseo y es convertido en puro objeto.

Amar es acontecimiento, es lo radicalmente nuevo para una situación que ofrece efectos de verdad (Alain Badiou). Es un pensar acontecimental (basado en los acontecimientos)  en el que el universo simbólico (que es representacional) le tiene que hacer lugar a lo radicalmente nuevo. Por eso, para el amor, la estructura no alcanza porque no puede inscribir la discontinuidad. Pero este acontecimiento necesita de la estructura en sus puntos débiles para inscribirse, desestructurándola así mediante la creación de un nuevo producto (en plus). Ya ninguno de ellos será el mismo, porque desde su ajenidad, en presencia y por imposición, devendrán otros de los que eran.

El nosotros que hace una pareja no es un lugar al que se pertenece, hay que entrar en ese espacio para construirlo desde el entramado vincular, desde la presencia del otro con su diferencia y su ajenidad (Puget, 2000).

Siempre que hay una “marca vincular”; hay aspectos intra-, inter- y transubjetivos entrelazados que se producen en el encuentro de ambos. Se trata de un hacer junto con otro, y la especificidad que tendrá este hacer con otro, y de la que habremos de hacernos cargo, es que tendrá siempre algo inédito.

Vamos a considerar un caso clínico que puede resultarnos ilustrativo.

Ana tiene 32 años y Pepe 40, y habían empezado a convivir tres meses antes de la consulta. Él trabaja en el negocio familiar y ella es funcionaria Al abrir la puerta me encuentro con dos personas riendo y él me dice “ella es Bebé”. Le pregunto si su nombre es Bebé, se ríe y él me dice que se parece mucho a la cantante. Me desconcierta y no puedo dejar de pensar en ella, que para él es otra, que también es un bebé.

Vienen porque tienen continuas peleas. Estas peleas se originan muy a menudo en los desacuerdos que surgen entre ellos en relación a la convivencia habitual con las dos hijas de Pepe (que tienen 16 y 11 años). Pepe se preocupa por ellas y las hace participar muy activamente en la vida de la pareja. Pero hay también otros terceros que suscitan intensos celos y a los que ellos apelan a menudo. Son las parejas precedentes de Pepe o alguna aventura de Ana.

A poco de comenzar a trabajar con ellos en el dispositivo clínico vincular me preguntaba: ¿por qué en este vínculo ellos necesitan siempre convocar a algún tercero que opera de disparador de las violentas peleas?

Por ejemplo, recientemente iniciaron una sesión discutiendo acaloradamente sobre la organización de las próximas vacaciones. Pepe proponía que dividieran esa semana, de modo de estar juntos en la primera mitad y compartir el resto con las hijas. Ana no estaba de acuerdo. Creía que sería bueno que cada tanto pudieran estar solos. Pepe insiste diciendo que le ha preguntado a una de sus hijas donde querría ir.

Ana: ¿Por qué no me has preguntado primero a mí? ¡Siempre vamos a donde ellas quieren! ¿Y yo? ¿Por qué no me preguntas donde yo quisiera ir o eventualmente por qué no lo hablamos todos juntos? Si quieres veranear con ellas entonces yo me voy por mi cuenta con una amiga” (pero se la ve muy enfadada y comienza a llorar).

Pepe, sin darse cuenta de la solicitud de Ana, contesta: “¡Pero si nosotros vamos muchas veces solos! ¡A mí me apetece veranear con mis hijas!! ¡Y si me pones esas condiciones entonces me voy a veranear con ellas y listo!”.

Ana (llorando con mucha amargura): “Esto no va, si es así mejor que reviente todo”.

Hay una pausa en la que ella sigue llorando y él la mira fijamente.

Pepe: “¿Por qué lloras y me miras con odio y no dices lo que piensas?. Estamos aquí para hablar”.

Ana (entre mocos y sollozos): “Yo tengo un novio con el que puedo hablar una vez por semana pagando una sesión”.

En la viñeta que ya hemos visto emergen reproches. Ana reclama una prioridad o un reconocimiento que siente que Pepe no le concede. Pepe confunde los lugares y pone a Ana y a sus hijas aparentemente en un mismo nivel. Esto enfada a Ana, que se siente desatendida y se pone celosa y vengativa: amenaza con irse de vacaciones por su cuenta, esto es, amenaza con abandonarlo. Él reacciona en espejo, amenazándola a su vez con abandonarla, como si ella fuera una niña a la que se castiga, cuando no acepta lo que él decide (la bebé de la presentación), lo cual enfurece y desalienta amargamente a Ana, que se encierra en su llanto hostil y en su resentimiento doloroso.

De esta manera ambos quedan solos: Ana con su enfado y su resentimiento doloroso, Pepe con su confusión. Cada uno ofendido con el otro, como si responsabilizara al otro reprochándole su escasa disponibilidad amorosa. El reproche delata en qué medida el otro del vínculo no se corresponde con la representación del objeto interno (o intrapsíquico) deseado. En qué medida decepciona las expectativas, y cuánta hostilidad se suscita recíprocamente. Al decir que el otro del vínculo intersubjetivo no se corresponde con la representación del objeto interno deseado, quiero subrayar que la presencia del otro desmiente la relación fusional en la que se niega la autonomía y la diversidad del otro.

El reproche es una de las formas más frecuentes de resistencia a la vincularidad. Manifiesta la persistencia de la vertiente narcisista y de la omnipotencia infantil que querría reducir al otro sometiéndolo a la condición de simple objeto del propio deseo. No hay diferencia ni ajenidad ya que esta es intolerable porque creen que los dos forman uno, que piensan y sienten lo mismo.

Por ejemplo, cuando Pepe quiere ver la televisión, ella le reprocha que no está con ella. Ana cree que Pepe es el que ella cree, y no un otro al que hay que hacer un lugar por ajeno, y al serlo conlleva una discontinuidad.

Así, por ejemplo, Pepe no le ha preguntado a Ana qué querría hacer con la semana de vacaciones. Da por sobreentendido que ella tiene que acomodarse a su deseo. Ana opone una resistencia que hace tope a la atribución imaginaria de Pepe, quien le asigna un lugar en el que ella no se reconoce: ella no es una hija. Ella es su compañera y pretende el reconocimiento de un lugar diferenciado respecto del de las hijas. Pero algo le pasa a Ana porque no logra sostener esta reivindicación legítima y cae en una actitud de resentimiento infantil, en la que amenaza con abandonarlo como expresión de su enfado. Probablemente hay algo de su historia infantil que se juega aquí y hace obstáculo. Efectivamente llora como una niña enfurecida y desesperada. También Pepe, ante la amenaza de abandono, reacciona de un modo infantil y especular, que lo deja solo y sumido en la confusión de su mundo interno. Desde esta posición infantil le reclama a su compañera que se porte como una adulta, que hable. Las palabras finales de Ana expresan todo su desaliento y su furor. Con ellas indirectamente implica y convoca la intervención de la terapeuta.

¿Cuál podría ser la intervención de la terapeuta? ¿Cómo recuperar la posibilidad de un intercambio vincular capaz de rescatarlos de esta situación repetitiva?

En el dispositivo vincular, la pareja y la terapeuta constituyen un nuevo conjunto. Con sus palabras de reproche y a pesar de sentirse profundamente herida y enfadada Ana pide a la terapeuta que intervenga porque ellos son como niños que sólo saben pelear.

Se trata de mostrarles lo que sucede entre ellos: esto es, que hay un malentendido. Ellos se enfadan y se ofenden recíprocamente cuando emergen las diferencias, como si estas diferencias demostraran una escasa disponibilidad afectiva, una falta de amor por parte del otro. Entonces pelean y se reprochan uno al otro, sin comprender que pueden tener perspectivas diferentes porque están implicados de distintas maneras en el vínculo común.

Ana y Pepe no saben cómo hablar y cómo comunicarse, se enloquecen mutuamente y los celos en alguna medida organizan un cierto reencuentro, pues sólo a través de las peleas entran en contacto. Hablar para ellos es confirmar lo que ya se sabe, es acusar al otro y reprochar en una secuencia sin fin. No producen nuevas versiones persisten en la misma que los lleva a generar violencia. Esta surge cuando no se toman en cuenta las diferencias que hay en una relación y no se considera al otro como sujeto diferente, como sujeto otro que piensa y siente cosas distintas.

No es fácil que la pareja acepte este concepto de relación: que Dos no son solo la suma de Uno y Uno sino un producto que determina a Uno y a Otro. Es un puente de palabras que se crea entre dos extranjeros, donde el hecho de ser extranjeros ayuda y no anula, donde hay un hacer, en que se puede hablar de las diferencias, de las distintas ajenidades de cada uno en presencia del otro y contener aquellas de las que no se pueden hablar.

En otra sesión,llegan, el clima de la sesión es tenso, difícil, se reprochan mutuamente.

Ana le dice que se aburre de estar con sus hijas, que no sabe si le apetece vivir con ellas toda la vida.

Pepe: “Yo no puedo hacer nada, no soy culpable de tenerlas, de estar contigo y con ellas”.

Ana lereprocha que dejen todo tirado y él no ponga orden, igual que cuando la menor se metió en la cama con él. “Yo no le tengo confianza, siempre me deja con el culo al aire. Él me dice que la confianza la tengo que construir sola y yo le digo que no es así, que es entre los dos”.

Pepe: “Tengo la sensación de que no tengo con quien hablar, me miras con desdén, con desgana. Cuando hablas tampoco me miras. No hay nada peor que la soledad acompañada. Cuando hablamos damos vueltas sobre lo mismo y discutimos”.

Yo me preguntaba cómo intervenir, cómo sacarlos de esa trampa en la cual están sus propios narcisismos, cómo cuestionar las certezas y sus recíprocas condenas, cómo construir una diferencia generacional que les habilite como padres.

Les comento que parece que ellos no toleran tener dos formas de ver las cosas y les enfada que haya diferencias. Entonces cada uno lesiona al otro, tratándolo como inferior, no escuchándolo, cada  uno recibe las palabras del otro como una ofensa de la cual debe defenderse , no teniendo en cuenta al otro que está aquí, que puede pensar y usar la palabra para comunicarse.

Se afloja la tensión y salgo del lugar de juez en el que me querían colocar, devolviendo otra mirada de la situación.

Pepe le explica que ponerles límites a las hijas para él es muy difícil, que quizás tenga que ver con su historia, con la culpa que siente por haberse separado.

Ella le dice que necesita que él la tenga en cuenta, que pueden hablar, que cuando ella ponga un límite él no la mire como enemiga, que la ayude. Él le pide que cuando hable con él lo mire y no lo ignore.

En torno podemos hacer una serie de reflexiones.

A veces en pacientes con trastornos narcisistas, vemos la precariedad de las relaciones y el sufrimiento en ellos vivido como un vacío insostenible, donde hay falta de investidura de las relaciones constitutivas o progresiva desinvestidura de ellas. Es como si faltara el necesario sostén en las fases de paso, en los momentos críticos.

En estas etapas, los momentos de idealización y desidealización son insostenibles porque ha faltado el necesario apoyo ilusorio que consiste en mantener vivo el deseo o la investidura de un futuro posible. Es difícil, ya que los climas son de fastidio por lo que cada uno dice, tornando estéril la intervención.

El analista tendría que crear un espacio de ilusión en una primera etapa de trabajo, para que la pareja ponga en marcha una investidura narcisista del conjunto que les dé la garantía de un sentido de cohesión y pertenencia. La conflictividad de la pareja  genera el sentimiento de que nada tiene sentido o es inútil.

Si con nuestra intervención logramos crear este espacio que les permita esperar un tiempo para tolerar la escucha recíproca y el reconocimiento de las diferencias, lograremos que en un tiempo futuro compartan pensamientos.

La intervención terapéutica creará un sentido donde antes no lo había, contribuyendo a crear un tejido interfantasmático.

Luego, en un segundo momento de la sesión, será posible elaborar la desilusión y la desidealización de la trama interfantasmática, y crear un nosotros que les permitirá decir: “estamos mal”. Ese “estamos” pertenece al momento actual e indicará el fracaso de la repetición.

En ellos predominaban los funcionamientos destructivos y la imposibilidad de hablar de “nosotros” sin acusarse despiadadamente.

Cuando uno consigue sacarlos del narcisismo, también se establece un orden generacional a través del vínculo de alianza que permite dejar atrás la pareja de los padres de origen y les permite a ellos pasar de ser hijos a ser padres. A partir de ahí se podrá crear la cama que sólo ellos pueden habitar.

Y para terminar quisiera leerles una frase de Jaques Derrida:

“El nuevo arribante: esta palabra puede designar, ciertamente, la neutralidad de lo que llega, también la singularidad de quien llega, aquel que viene, adviniendo, allí donde no se lo esperaba….sin saber….a quien espero y esta es la hospitalidad misma, la hospitalidad para con el acontecimiento”.

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  • Sobre la Autora: Lea Forster es miembro didacta de la AMPP,  ex vicepresidenta de la misma y Coordinadora de la sección de Pareja y Familia. Dirección: Pastora Imperio 1, 5º D. 28036 Madrid 

[1] Leukowicz, I., Pensar sin Estado, Paidós, Buenos Aires, 2008.

[2] Leukowicz, I., Cantarelli, M, Grupo Doce, Del fragmento a la situación, La Cuadrícula, Buenos Aires, 2003, p. 111.

Revista nº 8
Artículo 3
Fecha de publicación: JULIO 2015


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