Por Trinidad Andrés Labrador**
El espectáculo
Hay que volver a los viejos buenos libros pues, como los oráculos, son siempre premonitorios. Durante este último año he releído algunos de estos libros con vistas a fundamentar las cuestiones que hoy me gustaría que debatiéramos aquí. La primera tesis del libro “La sociedad del espectáculo” obra publicada en 1967 por Guy Debord dice “Todo lo que era directamente vivido, se aleja hoy en una representación” (1) Las plataformas de entretenimiento que millones de personas ven en todo el planeta, muestran la uniformidad de esta representación que vive por nosotros, sobre todo ahora en tiempos de encierro y pandemia.
En las sociedades del capitalismo avanzado el espectáculo es todo, porque todo se ha convertido en un espectáculo. Hay personas que graban todo lo que hacen y fotografían todo lo que ven, ya no hay espacio sin mediar que permita la contemplación desnuda. Tengo una amiga que ya sólo ve el mundo a través de su móvil y ante la pregunta de por qué lo hace me contesta, que porque lo ve mejor. Nos hemos acostumbrado a ver representaciones, de tal modo que la realidad ya no nos satisface, no colma nuestros deseos si no es bajo el modo de una representación. Hemos perdido la costumbre de mirar para ver.
Este vivir en lo más oscuro de la cueva platónica presos de imágenes y creencias, es, de nuevo, el signo de nuestro tiempo y tiene consecuencias graves en el ámbito educativo.
En esta misma línea, en el primer volumen de la “Obsolescencia del hombre “de Günter Anders publicado en 1965, encontramos esta frase “Hagamos o dejemos de hacer, vivimos ya en una humanidad para la que ya no vale el “mundo”, sino sólo el fantasma del mundo y el consumo de fantasmas” (2).
Ambos pensadores coinciden en que ha habido una apropiación de lo real, que ha sido convertido en un producto apto para ser vendido y consumido.
La idea de “representación” y de “fantasma” cuadra a la perfección con la realidad líquida que se desliza por las pantallas que todos miramos y en las que nuestros alumnos quieren verse. Pero ese espejo no les devuelve su imagen, sino la de una serie de estereotipos, fantasmas al fin, de la representación de un ideal de éxito basado en el consumo. La cuestión es qué sucede cuando vivir en una eterna ficción se convierte en algo más atractivo que vivir en tú realidad y cuando acabas siendo consciente de que ese ideal de éxito que se presenta en la publicidad encubierta que consumes, además de falso, te resulta inalcanzable.
El capitalismo no puede entenderse sin su propaganda y esta lleva mucho tiempo diciendo que vamos hacia la sociedad del conocimiento, pero la mayoría de la población vive inmersa desde hace décadas en la sociedad del espectáculo – consumo. Claro que el conocimiento también se ha convertido en espectáculo y consumo, como ha quedado patente en este tiempo de pandemia. No importa tanto la educación como el simulacro de que se educa ya que los poderes económicos llevan mucho tiempo intentando ajustar la enseñanza al mercado. Nuestra última ley educativa, al igual que las que la precedieron, no deja de ser un avance en esta dirección aprovechando el estado de cosas que nos ha dejado la pandemia (clases en línea, digitalización creciente, reducción de los contenidos, enfoque emocional etc…).
La educación de hoy, a la carta, en línea, enfocada en competencias, tiene como ideal ser un instrumento para proporcionar al mercado trabajadores y consumidores obedientes e ignorantes y esto tiene consecuencias graves en los ámbitos intelectual y psicológico para los niños y adolescentes.
Cuando un padre le dice a su hijo: tienes que estudiar para ser alguien en la vida, surge la pregunta ¿Quién es ese alguien que tiene que ser ese niño? Seguramente el padre tiene al ingeniero de éxito en la cabeza mientras que el niño o el adolescente tiene a alguien que triunfa en el mundo del espectáculo, es decir, alguien que triunfa en la vida diferida, un fantasma de moda.
Lo crucial es que ambos están de acuerdo en que “ser alguien en la vida” se reduce básicamente a un solo axioma “ganar dinero”.
En la escuela se habla poco de dinero, pero como en todas partes, es una realidad omnipresente, es lo real apropiado y los profesores tenemos también como uno de nuestros objetivos conseguir que los alumnos sean capaces de “apropiarse” del suficiente dinero para vivir una vida digna. Este objetivo supone de hecho que tanto los alumnos como sus familias deban invertir a su vez tiempo y dinero para prepararse para un mercado laboral que los va a explotar cada vez más por menos. El modelo del emprendedor lleva al paroxismo esta lógica de la explotación y convence a las personas de que no hay nada más valioso que explotarse a sí mismas.
El cinismo de los diseñadores de leyes educativas sean de derechas o izquierdas se hace patente al incluir temas relacionados con la empresa y el emprendimiento en los manuales y programas de Valores Éticos. Esto solo puede explicarse como mala fe, pero este “detalle” es un espejo de la progresiva devaluación de la enseñanza a la par que del mismo pensamiento.
El resultado es la idea de que más preparación académica “customizada” supone más oportunidades laborales, pero lo que cada vez es más difícil de ocultar, es que en un mercado laboral precarizado esto rara vez es así, de modo que muchos adolescentes tienen la sensación de que no vale la pena el esfuerzo porque “La banca siempre gana”. Y si su única motivación para estudiar es esa, tienen razón.
Pero aunque la realidad puede ser muy tozuda, las creencias suelen serlo más, así que desde que un niño nace inicia una carrera de fondo con el propósito de alcanzar ese objetivo primordial que es “ser alguien en la vida” entrando en la rueda del mercado educativo y empezando a dar vueltas como un hámster, de la clase de música, a la de inglés, de ésta a la de judo……. Esto en el caso de ser hijo de una clase acomodada, si eres hijo del precariado tendrás que jugar tus cartas con lo que te ofrezca la escuela pública, la melodía será distinta pero la machacona letra de la canción será la misma. Todo vale contra el monstruo del fracaso laboral, que viene a significar “fracaso” a secas.
En cualquiera de los casos, niños y adolescentes tienen que estar sobreexcitados en un hacer o en una contemplación de pantallas sin fin. Los profesores tanto de la enseñanza privada y concertada como los de la enseñanza pública trabajamos con adictos, porque más allá de los discursos oficiales hoy la educación ya no tiene el objetivo de formar ciudadanos sino clientes, y no hay mejor cliente que un adicto.
Aburrirse es un delito dentro del marco de la sociedad del espectáculo, entre otras cosas porque si uno se aburre es porque el espectáculo no cumple su función, pero aburrirse es sobre todo peligroso ya que el aburrimiento abre huecos en la mente y puede hacernos pensar, incluso puede hacernos prestar atención y enfocarnos en un momento en que nuestra atención se ha convertido en la más preciada mercancía.
Y sobre todo la atención de niños y adolescentes, que son presas fáciles para un depredador como el mercado de consumo que se llena de “mercancías obligatorias” sin las que no eres nadie.
De modo que la vida es un negocio y la educación va camino de serlo del todo también, por supuesto nadie dice esto en voz alta, pero lo sabemos y lo sufrimos especialmente los trabajadores de la escuela pública que vemos como con la necesidad de ajustarse a la realidad (es decir al mercado) se deterioran nuestras condiciones de trabajo, se burocratiza nuestra tarea de forma insoportable y se ajustan los currículos según criterios no educativos. Y todo eso adornado con discursos que mantienen que la escuela pública, al menos en teoría sigue siendo transmisora de valores humanos y no valores de bolsa, aunque finalmente estos últimos inciden de lleno en lo que sucede en la escuela y acaban teniendo más peso que los primeros. Pero no debemos olvidar que la bolsa sube y baja teniendo como criterio básico un puñado de creencias más o menos fundamentadas.
A nadie se le escapa que hay una educación para pobres y otra para ricos, una educación pública y otra privada de manera, que como todos sabemos en el negocio de la vida no todos parten con las mismas oportunidades, y la escuela reproduce y refleja las desigualdades de clase, el racismo estructural, el colonialismo y el sexismo desde que entras por la puerta de un aula.
Aun así, muchos de los profesores de la enseñanza pública creemos que “el ejemplo más bello en la herencia del proyecto político de la Ilustración, es el sistema estatal de enseñanza obligatoria y gratuita. Lejos de considerar la escuela como un aparato disciplinario para el control ideológico y la sumisión, hay que pensar en ella como una grandiosa conquista de la clase obrera que dignificó a la población de la sociedad moderna. Por eso en estos tiempos en los que esta institución está siendo agredida por una revolución neoliberal que amenaza con “hacerla migas”, es muy urgente reconocer todo el heroísmo y toda la belleza que encierra” (3)
La presión “por ser alguien” siempre estuvo ahí y la escuela era el medio primordial para conseguir los conocimientos necesarios para hacer posible ese proyecto, hoy se ha puesto a la escuela pública en una situación tal, que cada vez le es más difícil conseguir este objetivo para aquellos que solo cuentan con su ayuda.
En estos momentos además de con las expectativas de conseguir el suficiente dinero para sobrevivir, en un mundo en el que todo se traduce en dinero, los niños y adolescentes cargan desde la cuna con un nuevo peso, el de vivir y haber nacido en un planeta enfermo.
Guy Debord señala “que una sociedad cada vez más enferma pero cada vez más poderosa ha recreado en todas partes el mundo concretamente como entorno y decorado de su enfermedad, como planeta enfermo”(4)
En este “decorado” viven nuestros adolescentes y niños. Y los discursos sobre el “terrible futuro” que les espera que escuchan de forma recurrente tanto dentro como fuera del espacio escolar son, a mi juicio, una forma de violencia que sufren a diario. En las mentes de niños y adolescentes se está depositando, como una lluvia fina y constante, la idea de que no hay futuro para ellos y de haberlo está de antemano perdido. Deben conformarse por tanto con nada o con casi nada, el banquete ya se ha producido y ellos solo obtendrán las migajas por recoger la basura.
¿Quién se beneficia de esta forma de violencia y qué consecuencias tiene?
La negación del contexto
Lo increíble es que en este contexto, vivimos como si no pasara nada. Tal es la presión en este sentido, que las personas a las que sí les pasan cosas se ven en la necesidad de disimularlo. El mensaje del poder es: tú eres el responsable de lo que te sucede y no un modelo económico – social opresivo y feroz, no hay espacio para la rabia por lo tanto, solo para la culpa. Esto es lo que sucede en el juego de la representación de este crisol de apariencias en las que vivimos.
No debe pues extrañarnos que uno de los aprendizajes más tempranos de los niños sea el del disimulo, aunque los infantes no suelen ser lo suficientemente diestros en las sutilezas de este arte y sucede que cuando aparecen los síntomas de que sí pasa algo, porque el traje del disimulo revienta por las costuras, se diagnostica y medica a los niños y adolescentes, aunque lo que está enfermo sea el contexto social en el que están creciendo.
En general tanto dentro como fuera del ámbito de la escuela no solemos cuestionamos demasiado el contexto, o bien lo negamos particularizándolo en esta familia o en esta situación socio –económica o psicosocial concreta o si admitimos su importancia en el desarrollo de los niños y adolescentes, lo abordamos como si se tratase de una plaga bíblica, es decir, algo con lo que hay que vivir porque no se puede evitar.
Al negar u obviar que hay una estructura social y un modelo socio económico que enferma a la gente, se priva a las familias, a los niños y adolescentes de un instrumento para explicar su malestar y poder elaborarlo, al contrario se les “responsabiliza” de ese malestar y se les “cura” medicándolos, de este modo el malestar psíquico se normaliza aunque si lo pensamos por un momento no puede ser “normal “que tanta gente tan joven sufra toda clase de problemas psíquicos.
En el espacio escolar, muchos de los docentes que trabajamos en los centros de los llamados “ámbitos desfavorecidos” sabemos cuál es la raíz del problema, pero la solución que ofrece el “etiquetado” es la más cómoda y la menos molesta. Los departamentos de orientación, nos orientan poniendo nombre y siglas a todo tipo de malestares, así se tranquiliza a todo el mundo, a las familias porque ya tienen el problema etiquetado, a los docentes porque ahora el problema cabe en un protocolo y lo que es más triste, a los propios alumnos que acaban reconociéndose y refugiándose en las etiquetas expedidas.
Las farmacéuticas, al igual que la banca, siempre ganan, ya que la sociedad crea al enfermo y las empresas farmacéuticas hacen negocio con la esperanza de la cura. La pandemia creada por la enfermedad del Covid 19 es un claro ejemplo de cómo se articulan este tipo de situaciones, no ha habido una reflexión seria sobre las causas de esta enfermedad, sobre las condiciones que la han hecho posible, sobre los daños medioambientales y el precio que pagamos todos por los fabulosos beneficios de unos pocos. No se dice que el problema es la idea de crecimiento económico “ad infinitum” y que lo que tal vez tenemos que hacer, es iniciar de una vez la senda del decrecimiento y de un reparto más justo de la riqueza para conseguir una vida más saludable para la mayoría.
Como he dicho, la negación del contexto tiene como objetivo que no elaboremos este malestar y por lo tanto no podamos rebelarnos contra el mismo.
El malestar se torna individual y no es reconocido como estructural, el sujeto se cuestiona a sí mismo y se culpabiliza por no ser flexible, por no adaptarse, por negarse al nomadismo obligatorio y a la precarización para toda la vida.
La negación del contexto unida a la imposición de una serie de expectativas en función de imperativos de logro como el de tener buenas notas, éxito profesional, lo que va asociado a expectativas altas de consumo, hace que los niños y adolescentes que se sienten incapaces de alcanzar ese estándar se depriman.
La depresión se presenta en términos de vínculos con el futuro, y si el niño o el adolescente sienten que no tienen futuro sucumben a la presión y en muchos casos caen en lo que Mark Fisher en su obra “Realismo capitalista” llama hedonía depresiva, que él define como “la incapacidad para hacer cualquier cosa que no sea buscar placer”. Pero este placer es siempre un placer insatisfecho y ”queda la sensación de que efectivamente “algo más hace falta”, pero no se piensa que este disfrute misterioso y faltante solo podría encontrarse más allá del principio del placer” (5). El espectáculo entretiene pero no satisface del todo, calma la ansiedad pero no nutre el espíritu y no acalla el deseo de que algo ¡por fin! suceda de verdad y de que el espectador de la vida se convierta en protagonista de su propia vida.
El futuro “negado” por los discursos vigentes pone a la población ante el falso dilema de “capitalismo o destrucción” como si no hubiera ninguna alternativa posible a esta forma de vida obligatoria en la que se ha encadenado al mundo entero. Como dijo Fredric Jameson hoy parece “más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”.
El ideal humano y el nuevo orden educativo
Cada época histórica ha manejado diferentes ideales de ser humano, en la Antigüedad estaba el ideal del sabio, a partir de la ilustración el ideal es el del ciudadano como sujeto racional que tiene derechos, en la actualidad el ideal de ser humano es el de emprendedor competente, trabajador flexible, dispuesto a estar dispuesto a todas horas para la empresa con la que debe identificarse y a la que debe eterno agradecimiento. El ideal humano de ahora mismo es el humano-empresario de sí mismo como señala Byung-Chul-Han, en su obra “La sociedad del Cansancio” y para este nuevo ideal humano se necesita una nueva educación.
Y este nuevo modelo educativo diseñado por las clases dominantes hace estallar el sueño de la educación como promesa de emancipación que una vez albergaron los Ilustrados.
Lo extraordinario es que la escuela ha absorbido este nuevo paradigma que supone su autodestrucción casi inmutarse.
La tecnocracia nos ha clavado la daga de la digitalización, que es la condición necesaria para formar a personas abocadas a un mercado de trabajo cada vez más desregularizado, y la sociedad se ha quedado muda, cuando no ha aplaudido con entusiasmo la llegada del nuevo dios.
Para este viaje no se requieren profesores sino entrenadores facilitadores del éxito o asistentes sociales catalizadores de los problemas de aquellos destinados a ser carne de cañón inmolada en el altar del libre mercado. La digitalización supone la posibilidad de eliminar a los profesores tal y como los conocemos para irlos sustituyendo por paquetes de programas de conocimientos procesados y ajustados a las necesidades de las nuevas metamorfosis del capitalismo.
Hay una parte del profesorado de la enseñanza pública que se resiste y denuncia este chantaje ideológico. Porque la tecnología no es neutral, está cargada y diseñada con la función de explotar al nuevo objeto-producto: el ser humano en crecimiento. Por eso hay tanta preocupación en ciertos sectores políticos del supuesto “adoctrinamiento” que los profesores ejercemos en la escuela pública.
Lo que no se dice es que las condiciones de acceso a la función pública de los docentes mediante concurso-oposición para adquirir la condición de funcionario hacen imposible ese adoctrinamiento en la escuela pública, que sin embargo sí se da en las instituciones privadas y concertadas.
Es paradójico que se critique a la institución educativa pública desde otros poderes del estado, ya que siempre ha sido denunciada como defensora de la ideología dominante, como una institución disciplinaria cuyo objetivo era someter a la población. No hay más que leer a Foucault en “Vigilar y Castigar” para sumarse acríticamente a este juicio.
Muchos de los docentes de la enseñanza pública denuncian que lejos de ser liberadora, la digitalización nos enfrenta a un doble problema, por un lado, si nuestros alumnos eran adictos a las pantallas con los planes de digitalización se harán más adictos, lo que favorece a un puñado de empresas tecnológicas pero destroza literalmente a las nuevas generaciones, y por otro lado, la digitalización pone de relieve de nuevo las diferencias de clase, como se ha visto claramente en la pandemia.
Los pobres de la escuela se han visto señalados como más pobres, ya que no pueden acceder a las plataformas digitales y hacer los deberes on line por carecer de medios para ello, pero los gobiernos que no están dispuestos a bajar las ratios y contratar a más profesores, muestran su buena voluntad y generosidad regalando ordenadores y wifi para todos ¿por qué será?
El proceso de digitalización obligatoria de la enseñanza, es a mi juicio, otra forma de violencia. En el diario El País del 25 de marzo aparecía una noticia que hacía referencia al impacto psicológico que el reemplazo de las clases virtuales por las presenciales había causado en niños y adolescentes en Argentina. En el artículo se detallaba que “Los cuadros severos de depresión, trastornos alimentarios y tendencias autodestructivas se incrementaron mucho(…) y según la Sociedad Argentina de Pediatría que encuestó a más de 4500 niños, niñas y adolescentes de este país “ el 77% de ellos se mostró enojado y el 68% triste”.
Lanzar a la infancia y a la adolescencia a las fauces de la industria de lo on –line sin valorar qué consecuencias a medio plazo puede tener para ellos, es una forma de violencia puesta en marcha contra el sector más frágil de la población y que no está siendo reconocida como tal.
Se trata de aislar cada vez más a los individuos, de adiestrarlos en el aislamiento, para que deseen lo que el mercado les dicte que deseen y lo reciban en casa cómodamente.
De modo que, una parte cada vez más amplia de esta población estará enganchada a los medios de entretenimiento de masas, con unas pobres expectativas laborales y sociales, ignorante y dependiente de subsidios para mantenerla adormecida, y todo esto porque ya se sabe que la fase cibernética del capitalismo debe preparar a la población para una situación en la que “dos décimas partes de la población activa mundial serán suficientes para mantener la actividad económica global (……..) si el trabajo se convierte en algo cada vez más escaso, entonces la exclusión social se convierte en el destino del 80 por 100 de la humanidad, convertida ahora en un residuo de la economía, ya que nunca constituirá un mercado rentable” (6)
Este parece ser el futuro diseñado por el mercado y la consecuencia más inmediata es que hay que preparar a la población para que acepte el nuevo estado de cosas, para esto es necesario ejercer en niños y adolescentes lo que aquí hemos denominado la violencia de la desesperanza, que está construida, a mi juicio, sobre los siguientes cimientos:
- Discursos catastrofistas sobre el futuro para que no haya intentos de pensar o ni siquiera soñar con cambiar el sistema, desactivando de este modo a niños y adolescentes como futuros sujetos políticos.
- La conversión del malestar psíquico en un fracaso individual e imposibilitando su elaboración como producto de una situación socio-económica que hace enfermar a las personas.
- La privación a niños y adolescentes de la herramienta del conocimiento banalizando la necesidad de los contenidos y el uso de la memoria, que resulta básica para generar una identidad personal y una identidad colectiva fuerte.
- Una orientación metodológica del aprendizaje adaptada a las necesidades del mercado y la sociedad de consumo y no al desarrollo de sujetos autónomos y racionales.
- El desarme de la escuela pública con el objetivo de acabar privatizando lo que sea rentable para el mercado, y dejándola como un lugar residual donde canalizar la frustración del tejido social más desfavorecido.
- Sobre la conversión de niños y adolescentes en adictos enganchados a las nuevas tecnologías que absorben su capacidad de atención y con ello gran parte del potencial para poder adquirir conocimientos decisivos para su desarrollo y crecimiento, infantilizándolos y haciéndoles dependientes de los productos que diseñan para ellos las grandes empresas tecnológicas.
Bibliografía
- Guy Debord, La sociedad del Espectáculo, Valencia Pre-textos 2002, pp. 37.
- Günter Anders, La obsolescencia del hombre, Valencia Pre-textos, pp.19.
- Carlos Fernández Liria, Olga García Fernández, Enrique Galindo Ferrández, Escuela o barbarie. Entre el neoliberalismo salvaje y el delirio de la izquierda, Madrid. Editorial Akal 2017, pp 67.
- Guy Debord, Planeta enfermo, Valencia Pre-textos 2020, pp. 81
- Mark Fisher, Realismo Capitalista, Buenos Aires. Argentina Ed. Caja Negra 2018.
- Carlos Fernández Liria, Olga García Fernández, Enrique Galindo Ferrández, Escuela o barbarie. Entre el neoliberalismo salvaje y el delirio de la izquierda, Madrid. Editorial Akal 2017, pp 107.
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*Ponencia presentada dentro de la Mesa Redonda 3: “La Violencia en la Escuela”, del Ciclo de Sábados “La Violencia y Sus Destinos” organizado por AECPNA el 10 de abril de 2021
**Sobre la autora: Trinidad Andrés Labrador. Madrid. Licenciada en Filosofía. Profesora del IES Pradolongo de Madrid. Experta en Mediación Escolar. Miembro del Forum Infancias Madrid.
Revista nº 17
Artículo 10
Fecha de publicación JULIO 2021