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LA TAREA DE CRECER

LA TAREA DE CRECER

Iluminada Sánchez García*

Crecer es una tarea y no de las más fáciles. El crecimiento conlleva dos vertientes que se entrelazan: el cuerpo y la mente.

En el crecimiento físico todo viene dado, como orquestado en una limpia secuencia por un director invisible. El milagro o magia de la vida biológica tiene esa automatización que se desencadena y camina según su programación si nada lo altera o detiene. Pero… el hacerse persona no viene dado y es un trabajo de equipo.

La vida brota de la unión de dos células especiales y preparadas a tal fin. Se necesitan dos -al menos hoy por hoy-. De la conjunción de dos surge un tercero (1+1 = 3) tras un periodo de gestación. El parto es un hito en la trayectoria donde se cambia un medio por otro y el cordón umbilical por un vínculo afectivo, relacional.

Desde la unión umbilical se hace posible la recepción imprescindible que permitirá al fruto-ser hacerse hasta que llegado el punto de madurez apropiada busca el camino del desprendimiento y la salida del claustro materno. Y sigue la trayectoria, que a partir de ahí se hace más compleja aún. Hasta entonces el cordón era transmisor de alimento e intercambio vital y ahora es cortado, desechado por innecesario puesto que el nuevo ser posee sus propios medios para lo que era utilizado, posee sus propios pulmones y aparato digestivo. En eso ya es autónomo. Se ha completado un tramo fundamental. Pero quedan otros de igual valor.

Dejado está un confort único, una protección inigualable, una situación que ya nunca volverá a tener. No había ni hambre ni sed, ni frío ni calor, de nada se sentía falta. Ha crecido, ha cambiado, ha ganado y también se ha despedidodel espacio que le cobijó y colmó durante nueve meses. Del mismo modo, la madre se despide de una situación única con ese hijo. Se despide de llevar a su bebé dentro. Es la primera separación. El padre, al igual que madre e hijo, habrá de hacer reajustes emocionales. Los tres participan de una nueva situación. Cada uno de los padres, tendrá una función, distinta una de otra, e imprescindible cada una de las mismas. El nuevo integrante, la labor de hacerse con el aprender a vivir.

En el abandono del lugar que se le hizo pequeño, el nuevo ser atraviesa un estrecho canal, la vida le impulsa a ello; sigue su curso vital. El aire entrará por primera vez, estrena su fuelle pulmonar y duele; las pupilas reciben la luz deslumbrante, la piel percibe contactos, tactos, roces, temperaturas cambiantes… Surge la primera sensación de desprotección, los efectos de la fuerza de la gravedad con la impresión de poder caer… El llanto es su único recurso expresivo y con ello dice todo esto. Todos los canales sensoriales se inauguran, todo es sensación que se cataloga de placer o malestar. El placer será el cese del malestar y viceversa.

Al encuentro de esta indefensión y desconocimiento de todo, incluso de sí mismo, sale al paso alguien a quien hacia el año llamará mamá. Alguien con quien tejerá un vínculo afectivo primordial. Primero le prestó un espacio en el propio cuerpo y dependiente y unido al cordón umbilical se constituyó su ser, ahora se le “prestará” el psiquismo para que se constituya su propio aparato mental también. Se le dará un lugar en los pensamientos, en los sentimientos, en la casa, en la familia. Se le interpretarán sus llantos, sus gestos, sus sonidos, sus muecas, es decir, se le prestará un sentido verbal a lo que el bebé expresa desde lo no verbal.

Paradójicamente se crece y se gana la autonomía desde la dependencia. El calor de los brazos maternos será el lazo que ata a la vida tras la separación fisiológica. Madre e hijo se mecen en una atadura trascendental; atadura por la cual circula la savia afectiva, la savia de la vida emocional, de la vida que da sentido al ser.

Esa primera atadura amorosa, donde la madre será la mediadora e interprete, será un referente para siempre. En esa relación cuajada de comunicación no verbal, pero siempre rodeada de palabras, el mundo y él mismo irán adquiriendo sentido. Cada llanto será interpretado, traducido, sea o no contestado.

“Pobrecito mío, tienes hambre, ya va, ya va… aquí está tu comidita”, “ay, mi tesoro, que revoltoso eres, que impaciente”, “ven que te abrigue que tienes las manitas frías”, “ya… ya… no llores más, chiquitín; ya pasó, ya, ya…”. Palabras que calman, que aseguran, que dan confianza, que alivian, que dan sentido, que dan calor y borran la fría angustia, o rabia, o miedo, o malestar, o… Palabras que hacen creer que lo malo pasa y es soportable y que luego lo bueno llega. Palabras que impiden la desesperación y, que también, van a ir mostrando que hay un tú y un yo; que producen la imagen, el emerger y la confirmación del sí mismo. Palabras, en definitiva, que el nuevo ser irá haciendo suyas, acuñando y así construyendo la propia capacidad de consolarse y alentarse cuando la madre no esté presente en futuros momentos y etapas de su vida.

Pero del mismo modo que hubo de desprenderse del cordón umbilical y abandonar un terreno conocido para adentrarse en otro nuevo donde poner en marcha lo adquirido, tendrá que seguir y no es posible seguir estando atado. El camino espera. Sus nuevas conquistas también. Habrá de soltarse paso a paso del dulce regazo materno para abrazar nuevos amores. Para esta tarea, ardua y deseada a la vez, necesitará un tercero que abogue por ese desprendimiento.

El papá será un ayudante en  el cortar ese cordón tan especial que ya no es útil cuando el niño va adquiriendo posibilidades de autonomía. Lo hará reivindicando su lugar en la pareja, “re-seduciendo” a su mujer inmersa en el amor y atenciones al hijo; poniendo fronteras a esa forma de vinculación, de la madre con su hijo, que ha de ir cambiando y progresando, pasando a una relación desprovista del apego y dependencia absoluta, siendo más acorde con la condiciones alcanzadas. La función del padre será de un valor inestimable para el curso del crecimiento.

Se producirá una nueva y necesaria despedida. Cada nuevo paso hacia la autonomía es un alejamiento de la dependencia-atadura inicial y una bienvenida a la apertura y despliegue de posibilidades. El mayor tesoro, la mejor dote que se le puede ofrecer a un ser es la de ayudarle a encontrar su autonomía habiéndole prestado la dependencia necesaria.

Madre, padre e hijo. El dos se hizo tres, y cada uno de los tres tiene su parte en la compleja y hermosa tarea que se traduce en que un nuevo ser conquiste un lugar propio, una identidad propia y la propiedad de sí mismo.

Ganar y perder es la dinámica de todo progreso. Para ganar se ha de perder. Todo paso adelante deja algo atrás, entraña cambio y, por lo tanto, despedida. Ese es el peaje del crecimiento y su tarea en buena parte consiste en elaborar lo que se pierde para que se traduzca en posibilidad de avance y ganancia. Es todo un trabajo psíquico (para los tres componentes), que como toda tarea puede tropezar con dificultades.

Crecer es una tarea amplia, compleja, fascinante. Entre sus múltiples aspectos hay algo que se repite inexorablemente: cambios, reajustes, despedidas que incitan y abocan a la construcción de recursos psíquicos; como aquel que se ve obligado a fabricar o buscar herramientas para las nuevas labores que le van surgiendo.

A lo largo de la vida, en cualquier etapa, son muchos los cambios y las sensaciones de pérdida que reeditan, por así decirlo, las separaciones primigenias. El inicio de la escolarización, cambio de colegio, de casa o ciudad, el paso a la Universidad, las rupturas amorosas, cambio de trabajo… El dejar lo conocido, los vínculos, lo familiar… Los desprendimientos siempre ponen en primer plano la sensación de pérdida, al menos temporalmente, y la necesidad de reajustes emocionales, adaptaciones a los cambios. El proceso de desarrollo en sí es un proceso de cambio continuado que pone en juego la puesta en marcha de la construcción de nuevos recursos para afrontar la vida y las relaciones. De este modo se entiende que puedan surgir dificultades frente a los mismos. No siempre se está presto para un nuevo paso cuando el anterior ha sido difícil; surgen tropiezos en la andadura del crecimiento interno. Así, en ocasiones lo complejo de dicho proceso se hace más arduo y el niño  necesita  la comprensión y ayuda de sus padres y la del especialista.

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*          Sobre la autora: Iluminada Sánchez García es psicóloga-psicoterapeuta,  psicoanalista; docente de la Asociación Escuela de Clínica Psicoanalítica con Niños y Adolescentes de Madrid; codirectora de la revista digital En Clave Psicoanalítica; colaboradora de la Cadena Ser (Radio Castilla – Burgos) en un espacio sobre psicología y salud psíquica del niño y del adolescente. Coautora del libro “El Quehacer con los Padres” (HG Ediciones, 2010; coautoras:  Ana María Caellas y Susana Kahane).

Revista nº3
Artículo
5
Fecha de publicación: MARZO 2010


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