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LA PERVERSIÓN EN LA ACTUALIDAD

LA PERVERSIÓN EN LA ACTUALIDAD

CLÍNICA Y TERAPÉUTICA

Alberto Eiguer*

Resumen

El campo de las perversiones experimenta cambios actualmente. ¿De qué naturaleza son éstos? ¿Cuál sería su origen? ¿Cómo se pueden interpretar desde el punto de vista dinámico, estructural y económico? ¿Estimulan la adopción de nuevos medios terapéuticos? ¿Tienen consecuencias sobre la teoría y la clínica en general, es decir más allá de lo que atañe a las perversiones?

Vivimos en una sociedad donde las modificaciones en las configuraciones familiares son suficientemente importantes como para que nos preguntemos: ¿Pueden éstas influenciar la relativa pérdida de la transmisión de la ley a la que asistimos y esto llevar a aumentar las derivaciones perversas, su virulencia y a veces su irreductibilidad?

Abordamos la clínica planteando la diferenciación entre perversiones sexuales y de comportamiento, las primeras están marcadas por el goce y las segundas por el dominio. Subrayamos nuevas variantes clínicas de la perversión, la perversión narcisista, la depredación sexual. Hablamos de la familia donde imperan vínculos perversos entre el agente, la víctima y el testigo, del lugar de la justicia y de algunas técnicas que se desarrollan ahora, así como de la manera en que la terapia y la cura psicoanalíticas pueden contribuir al tratamiento al integrar los recientes hallazgos.

Naturaleza, origen y interpretación de los cambios actuales en el campo de la perversión

Ciertos signos nos hacen pensar que las perversiones están en progresión. El aumento de denuncias de abusos sexuales y, en consecuencia, de juicios (penales) como de acciones socio-educativas y/o ordenanzas jurídicas y de separaciones padres-hijos. Ello responde a manifestaciones crecientes de violencias domésticas entre esposos, padres e hijos, tanto físicas, sexuales y de comportamiento, éstas últimas difíciles de detectar por ser insidiosas aunque no menos nocivas. La convergencia de violencia física y moral es común en la violación: abuso sexual y ultraje. Últimamente han aumentado los procesos por exhibicionismo, violaciones, pedofilia, incesto, con o sin secuestro de la víctima. Por otra parte, el florecimiento de las técnicas audiovisuales e internet facilita encuentros y al mismo tiempo favorece estas desviaciones.

Para ubicarlas con claridad, conviene distinguir dos variantes de perversiones.

  1. Sexuales, donde se trata de desviar el objetivo pulsional (sadismo, masoquismo, exhibicionismo, voyeurismo) o al objeto sexual (niños como en la pedofilia, animales como en el bestialismo, objetos materiales como en el fetichismo, sexualidad en grupo, intercambios entre parejas, etc.). Notamos que en las perversiones de objeto un aspecto parcial es privilegiado al resto de la persona.
  2. De comportamiento o morales (perversidad) donde aparece desviada la relación misma con el otro, quien es ignorado en su deseo, sensibilidad, naturaleza, humanidad, lo que autoriza manipulaciones, seducción, simulación y disimulación de sus propósitos, utilización de las cualidades del otro, atropellándolo, avasallándolo. La mitomanía, la impostura, la cleptomanía y la pirofilia son pensadas como perversiones morales.

Vale la pena señalar que la combinación de ambas variantes es un hecho corriente, lo cual agrava la malignidad del caso, y que se encuentran numerosas perversiones de comportamiento sin perversión sexual. Me parece útil precisar en este lugar que la ausencia de sexualidad en una pareja puede ser una forma de crueldad; ello es así entre sado-masoquistas como en parejas en conflicto.

Existen en cambio numerosos ejemplos de perversión sexual sin perversión moral en pacientes neuróticos. En este caso, se trata de defensas perversas en una estructura inconsciente no perversa. La perversión moral (perversidad) nos orienta entonces hacia un diagnóstico estructural de perversión. Es por ello por lo que los libertinos no son necesariamente perversos aunque tengan prácticas de sexualidad colectiva u otras del mismo tipo.

Tal vez sea ahora útil decirles que la dificultad en ayudar a estos pacientes es tanto más importante cuanto el perverso persuade a la víctima de ocultar los hechos y la lleva a banalizar las consecuencias sobre ella (por desmentida) y en fin a resignarse.

Asistimos a nuevas formas de perversiones por la prosperidad de internet y telefonía: los así llamados ciber-agresores o ciber-(de)predadores o aun a la adicción a internet mismo. Se observan chantajes entre jóvenes que sacan videos y fotos donde se exhiben: sexto (síntesis de sexo y texto). Por internet o teléfono, el proferir insultos y otras formas de humillación. Desde ya el chantaje puede incluirse entre las perversiones morales, la difamación, los falsos testimonios, las cartas anónimas y en general toda forma de buscar a hacer daño sirviéndose de terceros.

La explotación económica merece un lugar en este capítulo: desde la utilización de niños en labores extenuantes hasta las estafas que intervienen con cierta frecuencia entre allegados. En el contexto comunitario, incluiremos dolos y abusos de confianza de la parte de personas que ejercen funciones de poder.

Una variante de perversión compleja por la conjunción de varios aspectos es la depredación, que consiste en apresar a una víctima para abusar sexualmente de ella y eventualmente mantenerla encerrada. En el ámbito doméstico esta observación puede extenderse a aquellos padres que capturan psicológicamente a su hijo privándole de libertad, desarrollo personal y esparcimiento como igualmente a hijos que abusan moral y financieramente de sus padres ancianos, dependientes y desvalidos (cf. Eiguer, 2010).

En la perversión moral, y viendo estos distintos objetivos, el deseo de hacer sufrir por el simple hecho de hacer sufrir, gratuitamente, merece nuestra atención (lastimar, hacer daño). Es importante precisar también que el goce sensual está siempre presente en mayor o menor grado, como sensualidad o voluptuosidad. (Para mí es patognomónico de la estructuración perversa.) En ciertas perversiones como en el masoquismo puede ser el goce en privarse de tenerlo.

Quisiera referirme aquí a una perversión moral que hemos estudiado y en donde el goce es tenue y, aún más que en otras perversiones, muy sutil. Es la perversión narcisista, cuyo ámbito es el vínculo interhumano tanto en familia como fuera de ella (entre empleador y empleado, entre profesor y alumno, es decir donde hay una relación de jerarquía asimétrica): es el anhelo de servirse del narcisismo de otro para realzar el suyo. Sus características son la seducción narcisista, el utilitarismo, la inducción narcisista (que consiste en hacer sentir, pensar o actuar al otro un anhelo personal), la paradojalidad, incestualidad (un incesto donde todos los ingredientes del incesto están reunidos salvo el abuso sexual). (Racamier, 1978; Eiguer, 1989.).

En todos los casos de perversión moral, el sujeto calcula los efectos de sus comportamientos, hecho que contrasta con cierta incapacidad a armar otros proyectos lo que implicaría tener en cuenta el destino de sus actos. Es como si el paciente guardaría su inteligencia solamente para aquello que serviría a sus propósitos utilitarios y nada más. Como ilustración, veamos la entrevista de una pareja.

La pareja N

Los partenaires de esta pareja tienen alrededor de cincuenta años, pero parecen más jóvenes. Viven de vez en cuando juntos en el alojamiento de la mujer. Hoy ésta no desea proseguir la relación, ya que vive a su amigo como un manipulador que la humilla, la rebaja, y que no desaprovecha de una ocasión para mostrarle sus debilidades. Un episodio ilustra su comportamiento. Viajan en coche al campo; él conduce y “me pide orientarlo en la carretera observando un mapa”, precisa. “Me dice estar perdido. Pero me acosa, pone en tela de juicio mis indicaciones, critica mi incapacidad para situarme. Me grita que no leo bien el mapa, que confundo los indicios, por fin que no entiendo nada de las referencias. Yo reacciono pero me responde que no se puede decirme nada, que tomo siempre todo a mal. Me irrito y por supuesto no me ubico ya en el mapa; damos vueltas, hacemos giro de 180 grados varias veces. Termino por sentirme como una idiota.

El terminará por decir que conocía perfectamente el camino pero que me pidió el trayecto para ponerme a prueba.”

¡Y con todo concluye: “Es el hombre de mi vida!”

¿Por qué asistimos a un aumento de problemas de naturaleza perversa?

Trato de responder con tres propuestas: el miedo de la libertad, el debilitamiento del superyó y las paradojas del dar y del endeudarse.

Miedo de la libertad

Incuestionablemente hay numerosos malos-entendidos en lo que se refiere a las consecuencias de los cambios actuales en las familias. En pocos años hemos asistido a una liberalización de las costumbres y de las actitudes en el sentido de una intimidad más compartida, y en la toma de decisiones y tareas entre cónyuges y entre padres e hijos. Pero tenemos la sensación que esto produce temor: temores por la liberación sexual, la liberación femenina, del niño, por la pérdida de la autoridad parental; dicho de otra manera, temor a ceder poder o a perderlo. Las ideas de Eric Fromm (1938) y de Jean-Paul Sartre (1943) son muy esclarecedoras para explicar tales paradojas. Se tiene miedo de la libertad porque uno teme quedar solo, sin el sostén y el calor de su familia y más ampliamente de sus amigos y colegas. Ser libre implica tomar sus decisiones de manera independiente, y tener que asumir las consecuencias: los éxitos o los fracasos, la aprobación o la crítica, la adulación o la vergüenza y el oprobio. Entonces uno se eterniza en la dependencia; se prefiere la sumisión y se acepta sin reaccionar los vejámenes, aunque todo esto duela y se deterioren las capacidades creativas personales. La privación de la libertad no es únicamente el efecto de una opresión exterior, que se apoyaría en el consenso, en las opiniones mayoritarias. El sujeto puede consentir, con frecuencia, en ser cómplice inconsciente de una red de la cual no discierne ni los mecanismos ni las consecuencias nefastas sobre su integridad.

Vincularse con otro y apegarse a él implica una forma de dependencia que conduce  excesos. El carácter discreto de la violencia perversa juega un cierto papel en este deslizamiento. Además las ventajas narcisistas de la relación son alabadas por el agente de la perversión; el otro se sentirá realzado por la situación, aun cuando ésta pueda perjudicarlo.

En la pareja y en la familia, se trata de uno o varios vínculos intersubjetivos organizados en la red de parentesco, con sus leyes, sus lugares y sus funciones propias (A. Eiguer, 1989). Un vínculo es más que una relación entre dos personas; éstas se influencian mutuamente, construyen fantasías, defensas comunes. Su dependencia recíproca los conduce a veces a olvidar que son diferentes, que tienen deseos singulares. Cada uno puede vivir al otro como una parte de sí mismo. La desviación perversa en los vínculos familiares, entre amigos, en el trabajo, en la escuela, representa una tentativa por anular la diferencia del otro. Se vive al deseo del otro y el tener pensamiento crítico como una insubordinación. Este es rechazado y envidiado al mismo tiempo.

El superyó y su articulación con el orden social

Cuando hay ausencia de remordimiento de adolescentes que cometen agresiones a veces fatales a sus compañeros, se subraya el debilitamiento del superyó, la indiferenciación entre yo y el otro, la carencia de subjetivación y de autoerotismo, el funcionamiento en proceso primario, sin diferir las tendencias inconscientes, sin antelación ni previsión ni pensamiento alfa que permitiría representarse lo que está viviéndose o se hace vivir al otro.

Esta particularidad de los tiempos modernos, ¿tiene que ver con el debilitamiento de los padres desorientados en cuanto al ejercicio de su autoridad hacia sus hijos? Se reconoce un debilitamiento generalizado del superyó social: padres culpables si deben amonestar a sus vástagos, maestros que no saben cómo manejar la disciplina en las clases, cónyuges que están desubicados acerca de los límites de sus atribuciones y lugares en el vínculo, y en general cómo hacer respetar su diferencia sin mancillar la del otro.

Las incertidumbres de la libertad llevan a la perplejidad sobre la validez de la ley común cuando es ésta la que nos debería asegurar que nuestros derechos no serán avasallados en la medida en que todos debemos observarla.

Aun así, en las articulaciones entre la crisis de lo simbólico y el debilitamiento del superyó, une serie de precisiones merecen nuestra atención. En primer lugar, la clínica nos conduce a localizar formas arcaicas de superyó, por ejemplo:

  1. El superyó oral, avasallante e despiadado, tiende a condenar al otro de manera implacable. En ciertos pacientes, este superyó invade al yo y lo domina. Así, habiéndose transformado en juez, el sujeto proyecta su yo en el otro, a quien trata entonces de castigar con esa misma implacabilidad que caracteriza su superyó primitivo. Vive al otro como un pecador. Tales organizaciones aparecen en los perversos justicieros y falsos moralistas. Ello justifica el autoritarismo y los ultrajes. En el caso de los incestos y ciertas pedofilias, se muestra el abusador muy crítico hacia su víctima futura atribuyéndose el derecho todopoderoso de perseguirla, acosarla. Las acusaciones tienden a persuadirla acerca de su “malignidad”. Una vez que la víctima se siente culpable y anonadada, le es más fácil poseerla sexualmente. La secuencia acusación, persuasión, seducción, agresión sexual, puede repetirse periódicamente.
  2. En otra configuración, el superyó primitivo adopta características anales. La agresión moral, física, sexual, se realiza metódicamente como marcada por un reloj. Es el caso de los criminales genocidas como así de quienes dirigen grupos que organizan ataques violentos contra minorías u opositores. El líder suele construir su discurso de manera a influenciar a sus súbditos para que abandonen su ética y que consideren legítimo asesinar a personas consideradas carentes de valor humano porque pertenecen a grupos o comunidades ajenas, o simplemente porque sostienen ideas diferentes. Sólo tienen valor los que son identificados como “allegados” en un círculo definido por el líder mismo. La substitución de una ética por otra nos permite entender cómo individuos sin antecedentes delictivos se transforman en asesinos étnicos. La ideología tiene aquí cierta importancia, pero el líder busca amalgamar ideas y personas. Este pretende devenir el superyó de sus acólitos.

El “vaciamiento” de la ética ajena para substituirla por otra mediante inducción narcisista afecta a personas que presentan las dificultades siguientes: son conformistas, funcionan en falso-self y tienen necesidad de un modelo parental, de manera que se sienten insatisfechas, incompletas y buscan llenar este déficit con la incorporación de figuras carismáticas consideradas fuertes, en todo caso susceptibles de “ceñirlas”, “aplastarlas”, ante lo cual abandonan todo juicio independiente y se les someten.

Las formas de dominación a las que me refiero nos invitan a revisar ciertas ideas acerca del superyó, que deja aquí de ser una instancia para transformarse en un instrumento de poder y destrucción.

Las relaciones estrechas entre ley y reconocimiento del otro no dejan de interesarnos. El superyó primitivo desconoce al otro, lo que le permite la instrumentalización. Por ejemplo, el agresor sexual desconoce los códigos de la conquista y de la seducción, comunes a todo vínculo sentimental. Interpreta erróneamente los signos de cortesía como invitaciones sexuales. En la terapia, estas relaciones superyó-significado abren ciertas puertas: al trabajar analíticamente las dificultades de reconocimiento de la diferencia del otro podremos hacer evolucionar la instancia superyoica y su ética en el perverso.

Deuda y obligación

En la familia, podemos ubicar la fuente de muchos de estos excesos en la forma en que es vivido el cuidado del hijo, el don y la generosidad. Los padres tienen una función esencial en la formación del pequeño. Sin su presencia, cuidado, amor, educación y transmisión de un legado inconsciente, éste no podría sobrevivir. Ellos brindan mucho de su persona. Naturalmente tienen derecho de reclamar lo debido. Es lo que sucede habitualmente. Dar suscita un contra-don. El hijo se siente su deudor. Ha recibido la vida y una formación, les estará reconocido. Pero no podrá compensar jamás todo lo que ha recibido. Entonces pagará esta deuda dando a sus propios hijos. Es lo que se denomina “don vertical”.

Pero quedar en deuda hacia sus padres puede desarrollar en el hijo un sentimiento abrumador, que puede conducirlo al auto-sacrificio. Si los padres no son capaces de renunciar a ciertas exigencias, pueden querer culpabilizar al hijo recordándole lo que han hecho por él, obligándole indirectamente a que se quede en el hogar. A veces los padres u otros miembros de la familia inducen sentimientos curiosos: el hijo puede estar orgulloso de haber tenido padres “súper”, “únicos”, “superiores”, que habrían transmitido cualidades distinguidas o la capacidad de conquistar el mundo.

Esto se complica cuando los padres no han sabido o podido transmitir el sentimiento de que renunciarán a guardarlo cerca de ellos, y que es posible y benéfico para él encontrar su felicidad junto a otros que no sean sus allegados, proponiéndole instrumentos para saber de qué manera llevarlo a cabo.

Si tal no es el caso, el don será desmesuradamente pesado para el hijo, que no podrá o no sabrá honrar su contra-don más que “donando” su persona, literalmente privándose de una parte de sí mismo, de realizaciones, de un casamiento satisfactorio, de hijos propios a su vez bien desarrollados.

En este caso, están en juego mecanismos perversos. Dar se convierte en un medio de presión tan poderoso como frustrar. Los padres súper-generosos también pueden ser tan destructores como los padres debilitados.

He identificado esta situación en familias migrantes en las que un miembro (adulto o adolescente) presenta los siguientes comportamientos: la adicción, las escarificaciones, la bulimia, los estupefacientes. Encontramos juntos demasiado don y demasiada insuficiencia: la sensualidad tiende a compensar la falta de amor; el ofrecimiento de regalos, la falta de seguridad; las confidencias inoportunas, la falta de interés o de comprensión referida a la intimidad del otro.

La incestualidad madre-hijo o hija es reactivada por la política del don, la que hace vivir al vástago como excepcional y el dar como un ofrecimiento con grandes esfuerzos: “Puesto que yo me sacrifico, tú debes sacrificarte”; entre los contra-dones reclamados, se encuentra el don de sí mismo, el sometimiento. Para esto el hijo no debe pensar, soñar o tener su propio mundo.

¿La psicopatología puede aclararnos?

Generalmente cuando se aborda la patología de la perversión se insiste sobre defensas específicas, la desmentida, la escisión del yo, la intelectualización que lleva a pregonar teorías sobre la importancia del goce, el papel no pertinente del superyó y del padre, el disfuncionamiento preconsciente que altera el pensar, el fantasear y potencializa los actings. Hemos ya hablado un poco de esto pero para adentrarnos en el análisis de la perversión contemporánea, prefiero pronunciarme sobre tres aspectos de su funcionamiento: el vínculo con el otro, la configuración típica del parentesco y la situación del testigo. Son por otra parte elementos poco tratados.

Vincularse

El perverso siente poco apego hacia los demás, ignora la subjetividad de su víctima, al mismo tiempo busca que el otro le diga quién es él, lo que explica la importancia del exhibicionismo provocador y el anhelo de convencer al otro acerca de la prevalencia del goce sobre todo otro afecto. Creo que ninguna idea sobre lo que significa en términos de teoría del apego ha sido propuesta como para atestiguar de la grave obscuridad en la que se encuentra el perverso en este plano. Sería oportuno citar el famoso concepto de apego inseguro hacia otros y en el fondo en el sujeto. Esta falta de apego, que es común con la del psicópata, explica que no siente ningún dolor o añoranza cuando pierde a alguien o se separa de él, y que puede cambiar fácilmente de residencia y ámbito. Si siente nostalgia o si es versátil puede translucir un estado fronterizo, del que se defiende con comportamientos perversos.

Decir que sus vínculos primarios no fueron para él continentes es acertado, pero insuficiente. Tuvo un entorno hiper-excitante donde quienes se ocuparon de él sólo sabían proponer sensualidad ante su desamparo e inseguridad, ante su demanda de protección y cariño. En resumidas cuentas, el paciente no logra ligarse con otro; solo sabe o puede hacerlo a través del goce que deviene entonces su recurso preferido, hasta fetichizado.

  • Los orígenes del sentimiento filial

Estudiando la confusión en el parentalidad, G. Decherf, A. M. Blanchard y E. Darchis (2006) destacan la inversión y la superposición de las distintas funciones de padre, madre e hijo, o entre los distintos vínculos, las confusiones sexuales. Como secuela, la ausencia de límites es la norma. La forma de donación más universal es la de la hospitalidad que los padres ofrecen al hijo: lo reciben en su hogar y su genealogía. Toman cuidado de él y velan por su bienestar y su desarrollo. El acto de reconocimiento del hijo como propio, su inscripción en la genealogía es un acto fundador para su identidad, aunque una larga marcha le queda a éste por recorrer con el fin de apropiársela. Esta inscripción inicial lo marcará por siempre. El hijo podrá rechazar su pertenencia al grupo, eso no bastará para destruirla a nivel inconsciente. Sus raíces se instalan bien en él.

Estos actos de reconocimiento se producen al mismo título en el vínculo biológico que en el vínculo adoptivo, que de todas maneras es un vínculo de filiación, trabajado por la cohabitación, consolidado por el amor recíproco y confirmado por un acto de justicia. En resumidas cuentas, la ausencia de reconocimiento mutuo entre padre e hijo da lugar a consecuencias específicas. Cuando un padre no reconoce a su hijo, eso puede conducir a éste a pensar que tiene un estatuto de excepción para con la ley. Puede entonces vivirse como autorizado a infringir. Su superyó tendrá dificultades a formarse. El individuo se considera auto-engendrado; entonces puede ser él quien crearía “el orden simbólico”.

Obviamente tan graves efectos no son el hecho de un factor único. En los antepasados, la existencia de transgresiones no castigadas o presentadas como heroicas desempeñan un papel convergente en el debilitamiento del sentimiento ético de los miembros de la familia (A. Eiguer, 2007). La astucia es realzada en detrimento de la honestidad. Del mismo modo, un buen número de niños que viven esta experiencia de no reconocimiento sufrieron también abandonos, cambios repetidos de familia o institución de acogida, pérdida de indicios claros y precisos relativos a un hogar fiable.

En la intimidad del psiquismo de estos hijos no reconocidos, se manifiesta una dificultad de organizar el pensamiento alfa, que permite habitualmente la capacidad de juego y ensueño y en consecuencia puede crear un sentimiento de ilusión que permitiría fundar la experiencia subjetiva. Pero el factor princeps sigue siendo esta ausencia de reconocimiento por el padre, este no nombramiento: “Eres mi hijo.” Nombrar al niño no es solamente un acto de lenguaje sino el hijo es integrado a su genealogía y su comunidad. Recuerda su referencia común a la ley simbólica. En adelante, el vínculo filial será vivido con una calidad única, distinta de cualquier otro apego.

El apego del padre hacia el hijo que emana de este reconocimiento se alimenta con el reconocimiento del hijo hacia el padre. Conviene destacar que el reconocimiento inicial se enriquece diariamente; se encuentra confirmado y consolidado. De ordinario no percibimos la importancia de este proceso mutuo; para nosotros, el vínculo filial con cada uno de nuestros padres es evidente. Se expresa en cambio cuando hay dificultades en este reconocimiento inicial; eso afecta la adquisición del sentimiento ético, que termina siendo precario.

En el perverso moral y de otros pacientes desprovistos de sentimiento ético y referencia a la ley y a un superyó (Eiguer, 2005), la ausencia de figuras parentales claras “configura” una novela familiar en negativo. Si se les engañó acerca de sus orígenes o si la identidad de su padre o madre, a menudo del dos, se falsificó, les parece normal mentir. Como se “les habría robado” una parte de su infancia, o se les quitó la presencia de un padre durante su infancia, les parece normal robar. El acto de robar hace pensar a la fantasía del robo de niño, el del niño adoptado en la novela familiar.

Otra fantasía de la novela familiar: la madre habría tenido una relación extraconyugal con un hombre, que sería realmente el padre biológico del niño. Pero cuando faltó reconocimiento mutuo, una mitomanía se desarrolla adoptando aquí la forma de impostura con respecto a la identidad propia del sujeto o de la de sus genitores. Así el acto ocupa el lugar de un pensamiento que no pudo establecerse: resulta un pensamiento en negativo, no concientizado ni verbalizable ni capaz de suscitar ensueño ni despliegue de fantasía. En su lugar, surge un acting (robo o mitomanía). A partir de este modelo básico, innumerables figuras de transgresión pueden orquestarse.

Las consecuencias sobre la vida psíquica y social de estos individuos se caracterizarán por la marginalidad, las exacciones, etc. Numerosos niños no reconocidos como el hijo o la hija de su padre y/o madre tienden a buscar padres sustitutivos desplegando una energía formidable y una perseverancia a toda prueba. (Cf. A. Eiguer, 2005.) En el caso de los adolescentes y jóvenes violentos y marginales, la integración en bandas y la devoción a su jefe carismático pueden explicarse por estas mismas razones. Eso es también el caso de la adhesión a las sectas. Se observa pasión y impulso místico en los reencuentros imaginados con una vivencia primitiva donde las pieles psíquicas se enmarañan y los límites se esfuman a favor de una exaltación sin igual. Es porque la banda, la secta, el grupo extremo, permiten creer en la construcción de una relación filial nunca experimentada y en la posibilidad de tejer por fin los vínculos familiares tanto esperados.

La pareja O

El siguiente caso clínico es interesante en la medida en que nos permite señalar ciertas consecuencias en fallas filiales. Recibo a esta pareja de 40 años dos meses después del nacimiento de su niño. Están actualmente separados. El marido se fue en el momento preciso en que la mujer iba a dar a luz después de un largo período de conflictos violentos. Este día, éste la golpeó; la noche ella tuvo contracciones; alumbró la noche siguiente en el hospital. El había encontrado a otra mujer. Una vez que se fue, no dio señales de vida hasta hace dos semanas, dejando a su compañera, como se puede imaginar, en gran desasosiego. Con todo ésta asumió como pudo su maternidad (tiene dos hijas de una pareja anterior). Le pregunto en ese momento cómo va el niño. Aún muy enojada contra su marido, la esposa me responde que va bien, sin más, un poco distante. Me digo que debe estar conmovida por estos acontecimientos.

Al reanudar contacto últimamente, el cónyuge manifestó su deseo de retornar al hogar. Explicó que durante estos dos meses permaneció con su amiga yendo juntos de vacaciones. La esposa no le hizo reproches y quedó en silencio ante estas demandas hasta el momento en él le mostró las fotografías de sus vacaciones. Con las fotos encontró algunas donde su cónyuge aparece en posiciones sexuales provocantes con su amante. Reaccionó muy vivamente a esta demostración; lo trató de perverso.

Recuerda en qué “clima alucinante” se desarrolló su embarazo, las ausencias del cónyuge, constantemente impaciente, reactivo, insoportable, sus argumentos absurdos. Sólo tuvo conocimiento de la existencia de esta mujer en la vida de su partenaire tardíamente. Reconoce nunca haberlo visto tan desbordado y malintencionado: ¿por qué detestarlos tanto (a ella y a su hijo)? El hombre intenta justificarse diciendo que le asustaba la idea de ser padre. Es él un niño adoptado. Durante años, quiso comprender de dónde provenía el malestar que experimentaba “en el fondo de su alma” e hizo años de terapia para eso, pero sólo ahora le resultó claro que, antes de ser adoptado, fue abandonado. Es una cosa evidente para todo hijo adoptado, dice, pero para él fue una revelación. Concluye que el miedo de ser padre está vinculado con eso: quiso abandonar a su niño para reproducir su abandono.

Su caso presentaría pues una inversión de la situación; sin embargo abandonó también a su compañera. Trivializa la manera en que las cosas pasaron: salida de vacaciones, ausencia de toda consideración sobre la situación desesperada de ésta, desinterés por el parto, por el estado de su hijo y finalmente exposición sexual. ¿Cuál es el mensaje, si hay uno?

En todo caso es el contexto transferencial que conviene indagar: el marido se imagina que yo quedaría impresionado por su “descubrimiento” relativo a su propio abandono y cree encontrar a un aliado en mí en la medida en que dice aportar una comprensión psicoanalítica a su comportamiento. Me parece por el contrario que su toma de conciencia es muy relativa. Su razonamiento parece coherente pero tiene por objeto convencer más que profundizar su análisis. Me llama la atención la ausencia de afecto, nostalgia, pesar, de empatía hacia su hijo y su compañera. Se muestra más bien inconsciente de las consecuencias de sus actings; aparece más bien pueril y francamente fuera de la realidad, como si fuese un niño que muestra fotografías a su madre de vuelta de una estadía en colonia. Concluiré a una forma de manipulación.

Encuentro en este hombre una ausencia de sentido moral consustancial con el funcionamiento perverso, una incapacidad por representarse lo que se espera de un padre. Entonces, me pregunto qué funcionamiento de pareja se instauró y si la mujer no estimuló la ausencia de sentimiento de responsabilidad en el hombre. ¿No está acaso dispuesta a olvidarlo todo a pesar del hecho de que fue maltratada por él, con tal de conservar una posición superior en el vínculo, el de una madre que se las arregla perfectamente sola, es decir sin cónyuge ni padre para su niño? Es como si prefiriese que su marido permanezca marginado de la relación entre ella y el recién-nacido. Aunque ampliamente justificada, la crítica de la mujer debería permanecer sin consecuencia sobre las investiduras ya establecidas. Habría una forma de pacto entre estos cónyuges. Como si la mujer dijese: “Eres un irresponsable sin corazón, pero no vengas sobre todo a molestarnos.” Y el hombre: “Veo en este niño al niño abandonado quien fui, pero deseo conservar mi posición infantil. Que no se venga a pedirme ejercer la función de padre.” El nacimiento de su hijo causa una angustia de pérdida de las posiciones fijas, como si otro niño que él (el cónyuge) le fuese a usurpar su lugar… de niño. Es lo que pudo desencadenar, en mi opinión, la crisis. Lo que se desmiente (la inminencia del parto, heridas causadas, dificultad de asumir su paternidad… en el partenaire) cubre otras desmentidas (distintos compromisos).

Es la guerra que ocupa todo el panorama, ciertamente, pero se busca la paz en el repliegue con consuelo narcisista extrayéndose de la situación sin hombre en la mujer, y en la fuga hacia otra relación en el hombre.

El testigo y el testimonio

El siguiente punto nos ayuda a precisar el papel del analista del perverso. En la situación analítica, es evidente que los problemas por los cuales el analista es solicitado como testigo se refieren a cuestiones vinculadas con la ley; puede verse tentado de ser cómplice del paciente, pero el papel de testigo es diferente. En el primer caso se trata de transgredir, en el segundo de testimoniar, pero el paciente tiene un papel de incitador.

La idea de testigo nos ayuda a avanzar en la reflexión sobre el tratamiento de pacientes o vínculos perversos. Implicado profundamente, el analista va de sorpresa en sorpresa. A veces es desestabilizado y se ve conducido a integrar con toda premura lo que se deposita en él, buscar saber lo que eso le sugiere y preguntarse incluso sobre el sentido de su propia función.

En la perversión (Freud, 1927, 1938), observamos que una incuestionable reciprocidad intersubjetiva se juega entre dos sujetos, el protagonista (el perverso) y su víctima (Eiguer, 1989). Aun cuando el perverso ignore al otro, a su deseo, su sentimiento, su diferencia, eso no significa que un vínculo intersubjetivo esté excluido. El menosprecio, el desapego, la ignorancia del otro crean también un vínculo.

El perverso implica habitualmente a personas cercanas. A nivel familiar, los que observan la situación experimentan sentimientos que van de la estupefacción al goce pasando por el miedo a convertirse en víctimas ellos también. Se nota que un tercer personaje forma parte del juego al adoptar el lugar metafórico del testigo. No es el agente (protagonista) de la perversión ni la víctima/cómplice, sino un sujeto distinto: presente tanto en la realidad como en la fantasía común a los miembros de la familia.

H. Etchegoyen (1985) aporta el testimonio de la cura con pacientes perversos con los cuales él mismo se vio implicado en una controversia. El paciente “contradice la ley del padre […] y lo sustituye por la ley de su deseo”, observa a H. Etchegoyen (op. cit. p. 177), que añade: “Pude explicar cómo una pulsión se transforma en ideología y se proyecta. […] El paciente no experimenta la llamada de la pulsión; sólo comunica con su cuerpo a través del intelecto” (op. cit. loc. cit.). Para él, “la polémica es vital” y pretende al mismo tiempo imponerse al analista, imponer su ley del deseo, aspira a crear “una unidad sí-mismo/objeto ilusoria” con este último (op. cit. p. 182).

Durante la perversión de transferencia, el paciente tiene como objetivo la desestabilización del analista (Etchegoyen, op. cit.): engaños, persuasión-seducción para convencerlo de abandonar las normas analíticas y sus referencias tutelares. Polemizar con él entra en este mismo registro transferencial.

Si el paciente saliera vencedor de la lucha ideológica, que se refiere mayormente al sentido de los comportamientos perversos que busca trivializar y mostrar aceptables, confirmaría la verosimilitud de su teoría. ¿Cómo evitar entrar en este juego? Cuando este problema se presenta, sería preferible favorecer la manera en que las cosas se dicen y con qué objetivo: lo que el paciente quiere decirnos a nosotros. Si los hechos se deforman, es en relación con la función que el paciente nos asigna, o incluso con el papel que le gustaría que juguemos. El debate de ideas se asemeja al de un pleito. El paciente se siente en posición de acusado que intenta “probar su inocencia”. El paciente intenta ganar el analista a su causa para hacer de él un testigo parcial. El discurso prosélito sirve para orquestar esta resistencia con el fin que el testigo-analista no dé prueba de la castración, que no diga “haberla visto” ni que es imposible negarla.

Un perverso exhibicionista actúa directamente con una víctima e indirectamente con relación a un testigo: vecinos de un barrio, policía, gendarme, juez (G. Bonnet, 1983). Reta al testigo, lo provoca, le huye ocultándose y reapareciendo. El exhibicionista “permite” también que el gendarme lo agarre (desarrollando una marcada tendencia masoquista). A su vez, el paciente intenta tomar la iniciativa para conservar el control sobre el otro. Mostrarse y ocultarse, ser blanco de un público hostil, por ejemplo el que asiste a su pleito, lo consolida en el disfrute de mostrarse.

Un pacto inconsciente parece establecerse entre estos tres personajes, a pesar del sentimiento consciente que la víctima y el representante de la ley (testigo) pueden tener a este respecto. Estos últimos se integran en el juego de manera al parecer fortuita y reaccionan mostrándose ofuscados y refractarios ante su implicación.

En cualquier caso, el testigo es un personaje cuya presencia es vital para una determinada puesta en escena. Horrorizado por lo que ve, alega la ley y su respeto. Basándose en los “contratiempos” a los cuales puede conducir el respeto de ésta, el perverso a su vez no se privará en destacar que es “ridículo” someterse.

Distintos ejemplos familiares ilustran el hecho de que terceros sufren por los efectos del funcionamiento a distancia de un perverso aislado o de una pareja perversa. Son figuras vinculadas con la del testigo. ¿Cuál es la situación del enamorado de la prostituta? ¿La del hombre que asiste al exhibicionismo de su esposa en el web, asistiéndola por sus conocimientos en cibernética? ¿Cómo se vive en esta red la esposa del violador, a menudo admirada, temida por alguien que puede ser hacia otras mujeres un terrible agresor sexual? Éste puede vivirla como inalcanzable, como no dejándose “penetrar psíquicamente” por sus identificaciones proyectivas. ¿Es por estas evitaciones recíprocas que la relación de pareja termina por ser insípida?

En las familias donde prevalece un padre incestuoso, éste implica a los otros miembros en distintos grados. Al actuar por inducción narcisista a distancia, el padre es estimulado por los efectos que su comportamiento puede producir. Su desamparada esposa, deprimida, parece a veces aceptar en silencio lo que se trama detrás suyo; hasta va a encontrarle coartadas, justificaciones. O dice que no puede dejarlo, ya que él necesitaría demasiado de ella “para sentirse tranquilo”. Aparece entonces como la testigo del incesto.

El padre sabe además utilizar su carisma sexual ante su hija para abrumar a la madre y humillarla. Vuelve celosas a las hermanas de su víctima. Todo eso abastece su sentimiento de omnipotencia en cuanto a su capacidad y astucia para dominar a su mundillo doméstico. Las consecuencias psíquicas sobre las víctimas y los testigos son gravísimas: retraso de desarrollo, excitación y agitación, pseudo-madurez. Un mito familiar se impone, al cual adhieren más o menos todos los miembros: el de la superioridad de la sexualidad como emblema de poder y fuerza; ser utilizado sexualmente no se presenta así como un oprobio sino como un privilegio. El sacrosanto espíritu de la familia puede alegarse para exigir la retractación de la muchacha que lo denunció.

Las distintas partes de este rompecabezas, esta distribución de las funciones no son fortuitas, sino que se encuentran articuladas entre ellas. El hecho de que uno de los miembros de la familia sea el director no excluye que, desde el punto de vista grupal, el conjunto sea trágicamente coherente. Pensar de este modo no significa de ninguna manera reducir el papel instigador y decisivo del embaucador. Eso permite en cambio suponer que se puede hacer oscilar al conjunto hacia una salida cambiando uno de los elementos, lo que llega espontáneamente cuando la adolescente abusada se enamora de un joven: un nuevo testigo que le ayuda a entender la gravedad de la situación y a encontrar, eventualmente, un recurso fuera de la familia.

Por ello estos perversos tienden a funcionar en red interactiva; el síntoma sexual se inscribe en una lógica “de organización de una muchedumbre”. Todo indica que el punto de vista intersubjetivo resulta más justo que aquel centrado en el individuo, que suele hacer hincapié en el hecho de que la muchacha abusada o la esposa marginalizada pueda experimentar goce. Y el embaucador no es menos monstruoso porque se apoya sobre una situación inter-funcional. Confirma tanto más la idea del triunfo sobre la ley y la burla respecto del padre simbólico. “Al ser varios, podemos reafirmar que tenemos razón.”

Que esté ubicado lejos o cerca, el testigo tiene una función significativa en su manera de supervisar al perverso. Éste parece “pedirle” funcionar como un espejo que le devuelve su imagen, hecho al que él mismo no llega, faltándole la integración de la capacidad subjetiva de verse como otro. Esencialmente, mantiene con el testigo una relación que remite a su vínculo con lo paterno, hecho de desafío al padre y de cuestionamiento del apego en pro de la ley que éste representa. Pretende “neutralizar” la función del padre, puesto que busca hacer de él un doble narcisista, su espejo imaginario (Lacan, 1966).

Concebimos a estos tres personajes de la perversión como que despliegan su funcionamiento sobre una escena dramática. La teoría del vínculo intersubjetivo permite entender su inter-juego. En su enfoque de los vínculos intersubjetivos, E. Pichon-Rivière (1978) observa que los dos sujetos del vínculo establecen una relación vivida como muy íntima y que desprende una afectividad tal que se sienten como bajo la mirada de un tercero. En verdad, lo solicitan. A veces un tercero real puede encontrarse espontáneamente. Ambos sujetos piensan que este tercero los vigila o que favorece su acuerdo, los cuestiona o los protege, los ataca o los asegura, resumidamente que pesa sobre ellos. Los sujetos del vínculo entonces tienen que establecer estrategias en respuesta a esta “presencia”, que evoca seguramente “de manera externalizada” la mirada del tercero superyoico. El “testigo”, ¿es una variante de tercero del vínculo? (Véase también sobre el tercero del vínculo intersubjetivo, Th. Ogden, 1994.)

En la cura individual o del vínculo del perverso, desear poner al analista en el lugar de un testigo significa asignarle la función de tenedor de la ley como para “para probarle” que es ridículo privarse de las satisfacciones que ésta prohíbe. Pero a partir de esta designación transferencial, el analista puede desmitificar al enfoque (de) del paciente (s). Desmitifica la mistificación. Destaca una elaboración en él en tanto que padre que “existe” y se afirma sin violencia, en respuesta a una mirada que de últimas busca a alguien que le reconozca.

Así, desde esta posición, el analista se convierte en un testigo activo que propone interpretaciones.

Hernán

Me parece importante que hablemos aún de los efectos contra-transferenciales cuando el paciente perverso busca colocarnos en el papel de testigo pasivo. Austero, reservado, organizado, refinado, Hernán dice ser un tímido que sabe ocultar sus miserias. Fue descubierto cuando espiaba la intimidad corporal de una mujer en un baño público (en el cual se había deslizado subrepticiamente). Escándalo. Desesperado, temiendo en cuanto a las consecuencias de su acto, pensó importante hablar a un psicoanalista de sus orientaciones voyeuristas. Sin embargo, bastó que me exponga estas prácticas, y eso durante varias sesiones, para que se vuelva a cerrar trivializando el sentido y el alcance de sus síntomas. Rechazaba cada una de mis interpretaciones, cuando no proponía contraejemplos del estilo “descubrí que mi tío mira a las mujeres de reojo” o aún con argumentos como: “Tuve una educación muy católica y represiva en cuanto a sexualidad, al igual que los chicos de mi barrio. ¿No va a decirme que eso explica mi gusto de observar por la ventana a las vecinas que toman una ducha?”

Observar es una bien tímida palabra en su caso; con ayuda de catalejos y de un telescopio, proveído de una cámara fotográfica, pasaba horas. El must para Hernán era acechar para ver si estas mujeres se masturbaban al asearse. Os dejo imaginar su excitación febril cuando se confirmaba su hipótesis básica, a saber que la mujer tiene en estas circunstancias una relación muy sensual con su intimidad. Segunda hipótesis, nadie puede saberlo, puesto que es su secreto: “Tengo el raro privilegio de observarlo.” “No violo a nadie. Mi manera de hacer es limpita, ecologista”, afirmaba aún.

En sesión, la desmentida se volvió dura – interpreté un sinnúmero de ideas sobre su sexualidad, la elección de la percepción visual, la naturaleza de su excitación, la pasión particular para con el mundo de las mujeres, sus gestos, su “gracia”. Ninguna de estas interpretaciones le convenía. Mientras tanto, me di cuenta que ignoraba muchas cosas en este ámbito. Su sorprendente capacidad de observación no había podido sustituirse a la experiencia, más bien limitada, de un contacto directo con el género femenino.

Su pasado infantil fue también fuente de revelaciones interesantes para mí, pero a su modo de ver poco importantes. Se decía acomplejado, que acumuló numerosos fracasos ante las damas; entonces había preferido centrarse en la mirada. Esta idea le permitía restar refugiado ante su desmentida… Se obstinaba en rechazar la idea que su fisgoneo respondía a una elección positiva; su teoría era la de una elección “a falta de algo mejor”. En consecuencia, sería inútil interpretarlo, identificarlo, incluso cuando yo señalaba estos aspectos como riquezas suyas, que revelaban imaginación o inteligencia.

Si más tarde y a la ocasión, una interpretación despertaba su curiosidad y que él la había encontrado “astuciosa”, la descascarillaba a la sesión siguiente, concluyendo a continuación que era excesiva, ridícula, resumidamente sin fundamento. Sus sarcasmos me eran difíciles de admitir. Al cabo de un momento, me sentí cansado y decepcionado de su falta de cooperación. Quizá, Hernán temía que yo quisiera destacar su apetito voluptuoso o que me burlara de él. Contra este ridículo, diluía su vivencia y sus comportamientos en una mezcla donde toda experiencia de vida terminaba por uniformarse.

Para trabajar sobre la banalización en sus respuestas y básicamente su nihilismo, le propuse en varias sesiones una multitud de líneas alternativas, hablándole de sus afectos, padres, hermanos y hermanas, antepasados, circunstancias de su historia; transferencia, su retórica, su estilo, etc. Otras veces, permanecí en silencio. La denegación y la desmentida reaparecían al punto que me hacía dudar de sus progresos. Era preferible para él decir que no avanzaba a la pérdida del control de la relación, del dominio sobre el mundo por el pensamiento, como si considerara el razonamiento como su ámbito reservado. En cambio, la disputa conmigo le permitía sentirse muy reactivo.

Si descubría a veces un elemento desconocido, le daba rabia, ciertamente pero parecía ahora avergonzado, rebajado. Eso teniendo en cuenta que yo podía expresar entusiasmo en estas ocasiones. Decirle, por ejemplo, “ve eso me parece interesante” bastaba para que reaccione por observaciones escépticas. Yo pensaba en el Narciso que decía a Echo: “No me agarrarás”…

Con pacientes similares, también pensé comprender poco de lo que les sucedía, o equivocarme hasta el punto que me pareció enfrentarme con una constante. A veces me orientaban hacia falsas pistas con el fin de darme el sentimiento que su verdad era inalcanzable. Desmentida y contralor se revelarían ser su lote común. Hay en estos pacientes otra dimensión que abastece la futilidad y el nihilismo: la burla de un comportamiento, de un sistema de pensamiento, de una ley que consideran como incapaz de ofrecer felicidad a las personas. En el cinismo, se recurre a la burla. Un cínico es un escéptico que se burla del que cree.

Me di cuenta que me sentía invadido por el cinismo de Hernán y que trataba de salir del paso interpretando muchas cosas al mismo tiempo como para decirle que estaba yo aún vivo. Pero era una defensa maníaca de mi parte.Reduje así progresivamente mis interpretaciones o las formulé diferentemente, para favorecer el afecto a la comprensión.

Si se escucha a Don Juan, sólo cree en lo que ve: cree que dos y dos hacen cuatro. Si se puede aportarle la prueba, termina por dejarse convencer. Saludo reverente a la ciencia. Eso establece una diferencia con el cinismo en el perverso. A pesar de sus distintas resistencias, tuve el sentimiento que Hernán progresaba evitando al mismo tiempo de admitirlo, es decir, conservando el contralor. Una de las técnicas era fomentar la cultura del enigma.

Los síntomas de Hernán terminaron por desaparecer casi tres años más tarde. Al mismo tiempo, desarrolló interés por hacer fotografías de paisajes campestres: una manera de sublimar sus tendencias voyeuristas. Hubo descubrimientos significativos que aceptó y profundizó. Tomaba entonces la iniciativa, reconstruía momentos de su vida infantil. Niño, en sus vacaciones escolares, iba a lo de una de sus abuelas. Estaban allí sus primos. Un día, una prima decidió pasear desnuda; la espiaba sorprendido, excitado como nunca. Realmente, creyó que ella lo hacía adrede porque sufría de las burlas de su primo y él sobre “su idiotez” y otras observaciones despreciativas respecto de los “defectos” de las muchachas. Al mismo tiempo, la sexualidad de la muchacha era un arma que le permitía reducir el menosprecio e invertir la corriente hostil. La idea era interesante… Ver la relación con el cinismo en la transferencia.

Hernán admiraba a este primo brillante estudiante, en alto aprecio por su abuela igualmente. Con el primo, organizaban en la cama juegos debajo de la manta donde era frecuente que se frotaran, en un apogeo de excitación. Habían transformado su habitación en un camping cruzado de paños, estacas y cuerdas que configuraban los toldos de los mongoles.

Esta ilustración expone el alcance de la desmentida-escisión en el perverso, sus orígenes y efectos sobre la transferencia.

Conclusiones

En nuestro mundo contemporáneo, la perversión se desarrolla como para ocupar el sitio vacante de la ley. De un lado, observamos miedo a la libertad, desautorización de las figuras de autoridad en la familia, desestabilización del parentesco, incitaciones por los medios. De otro lado, la ausencia de designación que identifica a cada miembro del vínculo paterno-filial, la defección del padre, en muchos de estos casos, confirma una posible relación entre estos fenómenos.

Al mismo tiempo nuevas conceptualizaciones se afirman: la importancia de los vínculos intersubjetivos, los pactos secretos, la ausencia de preocupación por el destino del otro (no responsabilidad) y la influencia sobre terceros de la manipulación.

Nos corresponde como terapeutas el encontrar la manera de tratar estas dificultades tratando de sacar las mejores conclusiones de los hallazgos.

La acción terapéutica puede entonces orientarse a un trabajo sobre el reconocimiento mutuo sujeto-objeto tan poco desarrollado en estos pacientes, para que el otro pueda ser identificado como un ser de deseo, de subjetividad, de autonomía. La ley no será integrada por éstos si el vínculo no se establece, si las virtudes del apego no se experimentan. Para ello un trabajo sobre la transferencia-contratransferencia es primordial frente a cada provocación y tentación que nos lanza el paciente. Es un combate para no caer en la red del deseo de infligir, de ser cómplice o de ser un testigo parcial, pasivo.

Adenda

La familia R.

Este caso me fue presentado por una colega en supervisión. Un niño de 8 años actualmente tiene fobia escolar; le fue igualmente diagnosticado un trastorno de la atención, concentración e disquinesia. No puede quedarse quieto en clase ni aprender. Luego de un período de tratamiento individual es decidida una terapia familiar a la que asisten los padres, el niño y su hermana de 5 años. La madre se muestra sumamente agitada y indignada de la manera en que su hijo es tratado por el cuerpo docente, que parece acusarla de controlar excesivamente al hijo e de querer igualmente manipular a las maestras y al director. La situación se agrava; los institutores exasperados y desbordados deciden ocuparse colectivamente de él de manera que cada día irá a otra clase. La madre termina por denunciar a la escuela por ineficacia ante la academia escolar a nivel regional (una provincia en Francia). Acusa a los profesores de impericia, pereza dando detalles sobre la manera en que tratan a los alumnos, pasan el tiempo a tomar café y a comer abandonándolos.

Ella lo retira en fin de la escuela. Va a ocuparse de su educación pues “ha hecho estudios pedagógicos correspondientes”. El marido no se permite objetar. El resultado no es sin embargo extraordinario. Poco importa, ella domina y sobre todo captura, mostrando que es mejor que ninguna maestra. Se trata de un caso de depredación moral.

Bibliografía

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Conferencia organizada por ACIPPIA, AMP, AECPNYA el 5 de mayo de 2012, Madrid, España.

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*                Sobre el  autor:  Dr. Alberto Eiguer, psiquiatra, psicoanalista (APDEBA, SPP), presidente de la Asociación Internacional de Psicoanálisis de pareja y familia, director de investigaciones en el Laboratorio LPCP EA 4056, Instituto de psicología, Universidad René Descartes, Paris 5 Sorbonne-Cité, Francia. Director de Le divan familial, albertoeiguer@msn.com

Revista 6
Artículo 2

Fecha de publicación: DICIEMBRE 2012


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