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La organización genital infantil – el sepultamiento del Complejo de Edipo*

La organización genital infantil – el sepultamiento del Complejo de Edipo*

  • por

Gabriel Ianni**

La propuesta de relectura que este Ciclo nos invita a realizar implica confrontar, en mi opinión, un siglo después, dos modelos diferentes de familia, dos modelos diferentes de parentalidad, y, por ende, dos modelos diferentes de infancia.

Una pregunta me guía en estas reflexiones: ¿qué se sostiene de las afirmaciones que Freud nos trae en estos textos? ¿existen invariantes psíquicas que perduran 100 años después? Porque no podemos perder de vista que la sociedad, las instituciones, la familia y las prácticas de crianza han ido cambiando a lo largo de este último siglo generando subjetividades muy diferentes a las que se encontró Freud a principios del siglo XX. ¿Nos hallamos, por tanto, ante cambios en la producción de subjetividad o también ante cambios en la constitución psíquica?

Como todos sabemos, durante las últimas décadas estamos asistiendo a profundas transformaciones tanto en el ámbito personal, individual, como también familiar y social. Las clásicas funciones materna y paterna, sedimentadas durante siglos y transmitidas de generación en generación se ejercen hoy de modos diferentes y novedosos. La diversidad irrumpió en nuestras vidas y al hacerlo, todos los aspectos más íntimos de nuestra subjetividad parecen haber entrado a debate. Con la emancipación de la mujer, el avance de los feminismos, al colapsar el poder hegemónico heteropatriarcal y junto con el declive de la heterosexualidad como único modelo válido y saludable de los vínculos sexuales y amorosos que rigen en las parejas y permite formar familias, muchos paradigmas que creíamos sólidos se han tambaleado. (S. Sternbach, 2018).

En época de Freud, en el Siglo XX, en la Modernidad, los niños eran la esperanza de la familia, eran la promesa de sus padres y la promesa de la sociedad. La Modernidad creía firmemente en el futuro y en el progreso; y los niños encarnaban esa promesa de futuro. Es durante el Siglo XX cuando surgen los programas de psicología infantil, de pedagogía, de puericultura, cuando se diseñan modelos y estrategias tendientes a garantizar un futuro mejor para los niños. La sociedad estaba esperanzada y encaminada a que esos niños fueran “buenos ciudadanos” y centraba su apuesta en esa promesa. Y una brecha férrea delimitaba y separaba al adulto del niño y delimitaba con igual rigor qué era un padre o una madre y cuáles eran sus roles y funciones. Existía lo que podríamos llamar una asimetría subjetivante: los padres eran adultos, y los hijos, niños. Y entre ellos, un eje vertical los separaba. La sociedad moderna creía en la ciencia, en el progreso, en el provenir. Surgen las instituciones de protección al menor para velar no sólo por el bien del niño sino para preservar y cuidar a la infancia, su capital más preciado, con la esperanza de que esos niños lleguen a ser los hombres y mujeres del mañana que la sociedad necesita.

Ante esta propuesta el niño se mostró dócil y maleable, adaptable, aceptando encarnar ese ideal propuesto, jugando a lo que sus padres y educadores le proponían, y aprendiendo dentro de los moldes preestablecidos. La familia tradicional, a partir del lugar que ocupaban los hijos en ella, y a partir de los cuidados que debía ejercer, comienza a estimular una sensualidad en los niños que al mismo tiempo que la promueve, la debe prohibir. Los padres, al concebir al niño como depositario de sus anhelos narcisistas, al concebir al niño como juguete erótico son quienes despiertan sentimientos incestuosos en sus hijos, que insisto, al tiempo que promueven, deben prohibir. El sentido trágico de este drama instala una problemática en el centro del inconsciente. Lo llamamos Complejo de Edipo. La familia moderna nació con esa suerte de pecado original: estimular y prohibir el incesto. La neurosis y los síntomas que se desprenden de ello son la respuesta.  (J. Moreno, 2014).

Y, planteado muy brevemente, es este modelo de familia, este modelo de parentalidad y este modelo de niño el contexto de las formulaciones freudianas de los textos que nos ocupan.

Hablemos entonces del niño y de la sensación de seguridad que ser amado por sus padres le provee. Siendo dócil y maleable, sometiéndose a las exigencias y deseos parentales, cumpliendo con las expectativas familiares y sociales podemos pensarlo como la manera que tiene un niño, que se sabe dependiente e indefenso, de asegurarse su amor y protección, siendo his majesty the baby, siendo aquel que encarna la ilusión de ser todo para otro. El niño intenta denodadamente convertirse en alguien que satisfaga los anhelos parentales, en alguien que intenta colmar las expectativas de sus objetos de amor para ser cuidado y atendido.

Pero esa ilusión de ser todo para papá y para mamá no dura para siempre, ya que un nuevo impulso sacude su mente: surge, en la etapa que estamos considerando, en la etapa genital infantil, la curiosidad; la curiosidad sexual infantil.

El texto nos habla de un niño curioso, que, guiado por la pulsión epistemofílica, guiado por el deseo de saber y de conocer se enfrenta a una serie de fenómenos que lo intriga y lo conmociona.

Porque también el niño, como el resto de los seres humanos, se pregunta más allá de lo que puede responderse. El niño que Freud nos describe es un niño investigador que se enfrenta a los misterios que pueblan y poblaron desde tiempos inmemoriales la mente de filósofos, de teólogos, de biólogos al preguntarse: ¿de dónde vienen los niños? ¿dónde estaba yo antes de nacer?

Pero al investigar no descubre sus orígenes, descubre otra cosa: descubre algo sorprendente que necesita explicarse: descubre la diferencia de los sexos, descubre que algunos tenemos unas cosas y otras tienen otras cosas; descubre que niños y niñas son diferentes y tiene que explicárselo. Y se lo va explicando con complejas teorías producto de lo que va comprendiendo a medida que investiga. Surgen las llamadas Teorías Sexuales Infantiles. Surge, como sabemos, la Teoría Fálica primero: Todos tenemos… la niña también tiene…pero es pequeñito, ya le va a crecer…teoría que será luego reemplazada por una nueva teoría: Tuvo, pero lo perdió. La Teoría de la Castración.

Este descubrimiento conmociona el narcisismo infantil, conmociona a quien se creía his majesty para sus padres. Porque si somos diferentes, algo puede faltarme, y si algo me falta puedo no serlo todo para mamá. La sospecha de no ser todo para su madre, le resta algo a su lugar regio y él lo percibe. ¿Dónde? En la mirada materna. Hay alguien a quien la madre mira que no es a él mismo. Y si no es todo para ella, algo le falta. Y si algo le falta, la ilusión de completud tan trabajosamente forjada, se tambalea. Ese “más allá de la madre” nos remite a ese lugar en el que el padre aparece ahora como un tercero.

Este descubrimiento inaugura un momento vital de enorme trascendencia psíquica; supone la estructuración de la triangularidad; supone la entrada en el Complejo de Edipo. Supone la existencia de un triángulo en el que un tercero sobra convirtiéndose en un intruso hostil que hay que aniquilar. ¡Porque el que sobra, puedo ser yo! ¿Yo? ¿His majesty? Pero el Complejo de Edipo no es una novela. No es la historia de un niño incestuoso enamorado de su madre e inexorablemente parricida. Es la tragedia del deseo, es la experiencia de una pérdida a partir de la cual cada quien se constituye como sujeto. Es también una vía de filiación, la que convierte a un niño en un hijo, a través de simbolizar la diferencia entre las generaciones. (L. Lutereau, 2024)

Que esta triangulación se produzca o no, sabemos que es de vital importancia para el desarrollo mental.

Pedro tiene 3 años y no puede despegarse de su madre, ahora ya no puede tampoco dormir sin ella. Dice Almudena, su madre: “Se me pega como una lapa y no me deja ni a sol ni sombra. Cuando lo dejo en el cole para ir a trabajar se queda llorando y no juega en todo el día”.

Almudena está sola criando a Pedro; “ahora debería decir que somos una familia monoparental”, su pareja la abandonó ni bien quedó embarazada, “él no quería un hijo ni una familia, yo sí. De él no hemos vuelto a saber nada”.

Cuando conozco a Pedro me encuentro con un niño muy pequeñito que se esconde asustado entre las piernas de su madre. Les invito a pasar a la consulta y al entrar él mira con mucha atención la caja de juegos. Su madre le invita a coger algún muñeco; él asustado se aferra a ella y dice: No.

Ella me mira angustiada y dice: “Tampoco habla y eso también me preocupa mucho”. Le señalo que Pedro ha hablado y ha dicho claramente: No. Y mirando a Pedro le digo: “Me has dicho claramente que no quieres separarte de mami”.

Pedro me mira y dice: “No!”  Entonces, vuelvo a mirarle y le digo: “Ahora claramente has dicho que no quieres nada conmigo”.

Pedro se sorprende y me mira. Mira los juguetes, mira a su madre, (¿pidiendo permiso?) ella asiente con la cabeza (le ha adivinado), Entonces él se acerca tímidamente a la caja de juegos y coge tres muñequitos que sostiene con fuerza en su mano. Y se queda quietecito, paralizado, inmóvil. La escena se detiene. Toca intervenir. Yo me arriesgo y digo señalándolos: “Pedro, mamá, Gabriel… ¿Gabriel o papá?” Pedro me corrige, dice: “No, papá no. Está asustado y se fue. Papá no.”

A la entrevista siguiente el niño entra en la consulta y se acerca sin excesivo temor, esta vez, a la caja de juegos. Vuelve a coger los tres muñequitos, pero esta vez dice, señalándolos: “Papá, mamá, bebé”.

Al muñequito que dijo que era el padre lo pone lejos, a la mamá y al bebé los tumba juntitos. También saca de la caja un tigre (bastante más grande que los muñequitos, que tiene la boca abierta) al que le toca los dientes con miedo y lo pone al lado del papá. Y señalando los muñequitos los va nombrando: “Mamá, bebé…y papá” (juntando al tigre y al padre).

Todos están acostados y quietos.

Le pregunto, en voz muy baja: “¿Qué hacen?”;Duermen”, contesta casi en un susurro, … “pero el tigre les da miedo” agrega.

En ese momento pone al tigre de pie mirando a la madre y al bebé y lo va acercando lentamente hacia ellos. La escena vuelve a detenerse. Pasados unos minutos, yo le pregunto intentando que el juego se reanude: “¿El tigre que piensa?

El me mira muy serio y me dice: “El tigre dice: ¡No!”

¡Ah!, digo yo, “el tigre dice No cuando la madre y el bebé duermen juntos, eso lo enfada.” Pedro me mira sorprendido, mira a su madre, vuelve a mirarme invitándome a que lo repita, yo digo: “El tigre dice No a que el bebé y la madre duerman juntos”. Entonces coge con fuerza el tigre y como si fuera un rugido dice: “¡No!”

Secuencia que sigue repitiendo a lo largo de toda la hora de juego, y donde cada vez el tigre se va acercando un poquito más al bebé y a la mamá que duermen juntos y grita furioso: ¡No! La mamá y él se juntan temblando de miedo. ¡Ahora los muñequitos son ellos!

Entonces el tigre se envalentona y sigue diciendo: ¡¡¡No!!! Cada vez más amenazante. Él y su madre siguen temblando y empiezan a reírse, divertidos, jugando.

Les comento que la hora terminó y que seguiremos el próximo día. Al salir Pedro sigue jugando con la madre por el pasillo, los veo alejarse, riendo, Pedro grita: ¡¡No!!…y la madre, riendo, tiembla.

Tal vez, una bonita manera que Pedro encontró para nombrar y dar representabilidad a un tercero; tal vez, un primer momento de identificación con papá; ahora él, en calidad de Tigre le dice No a mami… a mami y a él mismo.

Retomando el interrogante inicial: ¿Nos hallamos ante cambios en la producción de subjetividad o ante cambios en la constitución psíquica?

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*Ciclo: Releyendo a Freud. A cien años de su escritura. (1923-2023 / 1924-2024) Actividad organizada por la Biblioteca de Orientación Lacaniana de la ELP en Madrid, el 10 de abril de 2024.

**Sobre el autor” Gabriel Ianni es Presidente de AECPNA; Miembro titular de APdeBA; Miembro de FEPP; Especialista en niños y adolescentes – IPA.

Revista nº 23
Artículo 9
Fecha de publicación JULIO 2024


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