Elena Traissac López*
“¿Cómo explicarle… [amigo lector] que la actualidad no es otra cosa que intentar saber algo del pasado
para volver interesante la verdad del presente,
en tanto porvenir del deseo?”
Germán García
El título de este trabajo pronunciado con un ligero movimiento de mano y una voz ronca nos sumerge en una película de mafiosos. El significante familiar juega con esa doble acepción: algo conocido o siniestro. La ficción del cine puede llevarnos al error de pensar que la familia perfecta, esa en la que cada integrante ocupa su lugar, existe. Un buen ejemplo es la película Familia del director Fernando León de Aranoa quien relata en el film un intento fallido de dar sentido a ese desgarro incurable de la existencia que está en el origen de cada uno. Una familia idílica donde lo importante son las funciones no los personajes, un velo de ficción creado para soportar la ausencia de relato o la escritura cerrada que proporciona una familia que con certezas nos cuenta quienes somos. Llegar a ser por fuera de la familia implica escribir de otra manera lo que otro escribió.
Somos hijos de una ficción de época que nos ofrece ciertas representaciones sobre el amor, las relaciones y la muerte. En cada generación, nuevas formas de familia, sumadas a las expansiones sociales y económicas, han tenido cabida. Este dispositivo cultural ha demostrado que resiste a todos los cambios históricos. ¿A qué se debe la fuerza de su permanencia?
El psicoanálisis es hijo del fracaso médico. En la Viena del siglo XIX las pacientes acuden a Freud cuando su parálisis no respondía a causa neurológica y el médico tradicional solo podía afirmar usted no tiene nada, sin la modestia de añadir nada que yo pueda tratar con mi marco teórico de saber. Freud tuvo la sensibilidad de escucharlas y descubrir lo que en esencia es el psicoanálisis: abrir un espacio donde se le ofrece al sujeto la posibilidad de desplegar su palabra. No ofrece un modelo preconcebido sobre cómo ser hombre o mujer, y tampoco según el tema elegido, sobre cómo ser padre o ser madre.
Si a nivel personal creemos que hay un ideal y que éste responde a los imperativos sociales de la época que nos haya tocado vivir, el sufrimiento estará garantizado cada vez que el sujeto no alcance el ideal de paternidad, de trabajo… que cada cultura promueve. Aquello que no se adapta a lo que dicta el discurso establecido suele constituir motivo de consulta.
Con este trabajo pretendo reflexionar, en dos momentos históricos el siglo XIX y el instante actual, acerca del contexto social y cultural que envuelve la familia y el recorrido personal que hay que hacer para hallar un camino desde el quién eres hasta quién quieres ser, pregunta esta última que apunta hacia el deseo.
Cada época produce subjetividades distintas. El tiempo desgasta los engranajes teóricos si los pensamos exactamente igual que pensábamos las relaciones familiares, sociales y culturales en los tiempos de Freud. Desde un real cultural distinto me adentro en nuestro siglo con una prudente actitud reflexiva. Los psicoanalistas hallamos en la clínica nuevos interrogantes con los que se encuentran tanto el propio sujeto como la sociedad en general.
La familia en el siglo XIX. Contexto social y cultural
En las culturas arcaicas desde el momento del nacimiento cada sujeto heredaba también un modo de ser, una profesión, en definitiva, una especificidad que le ligaba a su historia familiar. En el contexto temporal del siglo XIX Zaretsky afirma: “El psicoanálisis cambió para siempre la forma en que la gente corriente de todo el mundo se entiende a sí misma y a los demás2 (…) La clave consiste en verlo como la primera gran teoría y práctica de la vida personal. Por vida personal quiero significar la experiencia de tener una identidad distinta de nuestro lugar en la familia, en la sociedad y en la división social del trabajo3”.
En los años 30-40 del siglo XIX, esta circunstancia que recoge Zaretsky no era tan fácil de observar, cambia la forma de vivir y la forma de producir, pero el destino individual estaba conectado con el de la familia. Solamente a finales de siglo, en los años 80-90, van a surgir nuevas formas de vida y nuevas formas de experiencia cotidiana que van a hacer imposible que el destino individual esté determinado por el familiar. “Antes, la familia era el locus principal de producción y reproducción. La identidad de la persona dependía del lugar que ocupaba en la familia. En el siglo XIX surgió la posibilidad y el objetivo de una vida personal distinta de la familia e incluso ajena a ella (…) En el período denominado Segunda Revolución Industrial, nuevos espacios y medios urbanos proporcionaron puntos de referencia a partir de los cuales los individuos pudieron construir imaginativamente identidades extrafamiliares4”.
“La identidad personal pasó a ser un problema y un proyecto para los individuos, en contraposición a algo que les había sido dado por su posición en la familia o la economía”5. La idea de proyecto es una palabra muy importante para el viaje hacia la vida adulta. Un adolescente tendrá que ordenar lo heredado durante la infancia y crear un proyecto propio. La historia es el pasado historizado en el presente, conlleva cambios de actitud y de relación con el propio cuerpo y con los otros. Transitar nuevos pasajes para encontrar una significación al Edipo infantil, una suerte de trabajos psíquicos6 que no se dan en orden cronológico, sirven al adolescente para configurar su identidad individual, sacándole de la identidad dada en la infancia -igual que nombra Zaretsky- pero éste se refiere a una identidad que viene dada en lo social y en lo económico. Al cierre de estos trabajos psíquicos el adolescente y futuro adulto colocará lo familiar en un lugar no prioritario para poder decir esta familia es No Yo. La figura del amigo íntimo actúa como un articulador, un objeto transicional7 que ayuda a mitigar el dolor de separarse de los padres. Aparece la escritura del nosotros, ser con. Reconocer la alteridad del otro, ser admirado por el otro en la diferencia. La categoría del nosotros es una inscripción psíquica.
La familia es el vínculo primordial donde tiene lugar la inclusión del recién nacido en un primer núcleo social. Para el psicoanálisis esta operación mediante la cual un niño se convierte en hijo es un proceso simbólico y no un acto biológico o natural. Es el soporte donde se van a realizar dos operaciones fundamentales en la constitución de un sujeto: la alienación y la separación.
En el siglo XIX los procesos de desfamiliarización8 responden a la separación de la unidad individual y familiar que hasta ese momento habían estado ligadas.
En la consulta clínica el proceso de separación acontece cuando una persona puede abandonar a los padres de la infancia logrando una transformación del vínculo, aceptando que de ahí en adelante se vivirá con más soledad, con más orfandad, perdiendo el manto protector materno y paterno, pero también algo del sometimiento y la dependencia respecto de ellos. Pagar su condición deseante con esta pérdida le permitirá diferenciarse. La subjetividad se asienta en un deseo de ser. Siempre habrá falta, pero esa falta abre la posibilidad a ser.
Desde el punto de vista del psicoanálisis, la familia más que un hecho antropológico o social, es una novela que cada sujeto escribe en su inconsciente. Es el ámbito donde se insertan los individuos en la filiación. Un relato nos une a los otros representativos, un producto subjetivo, la novela familiar9.
En el siglo XIX tienen lugar profundas transformaciones.
Freud es espectador de enormes cambios y eventos que acontecieron en ese tiempo. En Los caminos de la terapia psicoanalítica vislumbró otros abordajes diferentes al psicoanálisis individual para afrontar el sufrimiento humano derivado de los cambios del momento. En este siglo surgen modernos modos de producción, nacen los trabajadores pobres11 y aparecen nuevos malestares sociales. Se produce por hambruna la masificación de las ciudades dando lugar a problemas de hacinamiento. Con respecto a la familia, tener hijos significa disponer de recursos económicos: cuanto más pobre es un hogar más trabaja la madre y más probabilidades de que acontezca el trabajo infantil.
Nuevas construcciones y medios de transporte como el ferrocarril vienen a cambiar la vida incluso la vivencia del tiempo, quedando ahora reducido al mismo para todos. La industria de la minería y el carbón transforman el paisaje urbano, se genera una imagen nostálgica de la campiña: volver al verde y luchar contra el capitalismo. Se respira una sensación de que el mundo se está deshumanizando. Al mismo tiempo, la sociedad ha encontrado la manera de llevar a cabo la subversión natural día/noche, desaparece lo que hasta ese momento compartían el campo y la ciudad. La iluminación artificial permite que haya lugares donde no existe la oscuridad total, parecida a la circunstancia social que vivimos actualmente de hiperconexión: lo oscuro en este caso es el límite difuso entre la vida pública y privada donde parece no existir un tiempo sin iluminación, de aburrimiento, de vacío, necesario para pensar en lo propio. En las casas de las pacientes de Freud hay iluminación artificial, algunas cosas no pueden quedar a oscuras, simbólicamente el siglo las ha iluminado.
El impacto de la revolución industrial y las migraciones del campo a la urbe tuvieron efectos incuestionables en la conformación de las nuevas familias. En el S.XIX existía una multiplicidad de sistemas familiares pero todos ellos sostenían un padre autoritario: un padre que dicta la ley a la que todos se someten, que ocupa el lugar de representante de Dios en casa. El padre tenía el lugar central. Uno de los pilares tomados como filosofía de vida del momento era pensar que no funcionaba bien una sociedad que no dispone de un tipo de jerarquía o de orden. Es un siglo donde van a darse luchas feministas y sindicales muy importantes. En el contexto del Reino Unido de los años 80-90 comienza a darse una modernidad cultural. La cuestión importante es la pregunta: ¿es posible tener una vida diferente a la que han tenido tus generaciones predecesoras?
En este tramo de la historia cultural y social se vive un momento de confianza, a diferencia del momento actual donde impera la incertidumbre. “La confianza es la experiencia fundante de la vida psíquica que se adquiere del nacimiento en los vínculos materno y familiar y en los grupos de pertenencia. Kaes expone cuatro garantes importantes que aseguran la confianza: la religión ante la angustia de muerte, la ley que nos protege de lo arbitrario, la cultura que nos sostiene en la capacidad de representar el mundo, y la ciencia que nos protege frente a la ignorancia. Cuando estos garantes fallan, engendran la cultura de la desconfianza”13.
En Psicología de las masas y análisis del yo Freud trata acerca de las relaciones del sujeto con las formaciones colectivas. Emplea el término lazo14. El origen del concepto de lazo social lo encontramos en el sociólogo francés Durkheim que se interroga acerca de la conciencia colectiva como elemento de cohesión social. Concluye Freud en el texto antes mencionado que en las raíces del sufrimiento que padecemos todos los humanos uno de los factores más importante reside en los vínculos ya que “pueden ser entendidos tanto en su calidad de lazo cuando ofician la mezcla pulsional tanto en su calidad de cadena cuando operan en su contra”. En toda situación familiar aparecen las dos categorías.
La familia en la hipermodernidad
Las relaciones entre la sociedad y los sujetos ya constituidos nunca son lineales, lo social y lo subjetivo coexisten con fronteras muy porosas. Esta idea, la presencia y la función de lo social dentro del sujeto, ha sido estudiada en psicoanálisis bajo diferentes denominaciones.
Breve recorrido por el contexto social actual: -La fragilidad es un elemento de nuestro tiempo junto a la incertidumbre. Una de las maneras de borrar un malestar es a-ti-borrar, llenarnos de objetos.
-Existe una seducción mercantil, un consumo que no deja espacio para el deseo, una glotonería de lo nuevo impulsada por el quiero más que convierte rápidamente en obsoleto aquello que se acaba de adquirir. Este funcionamiento mental dificulta la permanencia necesaria para que algo se constituya en objeto libidinal. La vida bajo la urgencia de la prisa.
-Es de buen gusto alojarse en bunkers de indiferencia15. Una visión utilitarista del mundo nos refleja como individuos aislados haciendo patente una desconexión intergeneracional que disminuye nuestras posibilidades de un saber hacer con el malestar.
-El incuestionable avance de la ciencia, por ejemplo, las nuevas tecnologías reproductivas, cuestiona lo que parecía irrealizable. Se traspasan límites antes infranqueables dando un espacio hasta ahora inédito al deseo individual.
-Los avances tecnológicos implementan una posibilidad de conexión con el mundo, en ocasiones enriquecedora pero también provocan situaciones que nos interrogan como sociedad, todo se supone en un “ya ahora”, sin tiempo de espera y se dan límites difusos entre lo público y lo privado. Desde el psicoanálisis, los medios digitales no son lo cuestionado, reflexionamos acerca de los usos que se hacen del objeto: como defensa y proyección ¿son un medio para expresar o por el contrario son un medio favorable para favorecer la desconexión de nuestras emociones? La tecnología favorece ese estar sin estar, un vaciamiento psíquico sin que nadie sostenga o calme con la palabra.
-Las nuevas configuraciones familiares están caracterizadas por la diversidad. Cae el estereotipo familiar hombre-mujer para dar paso a nuevas situaciones familiares: parejas homoparentales y monoparentales entre otras. El matrimonio ha dejado de ser un requisito, hasta el mismo acto sexual no es un requisito para tener hijos con el avance que posibilita la ciencia. La paternidad o maternidad no comienza ni se garantiza con el nacimiento de un hijo. Su función no se reduce a ser progenitor, sino que es un ejercicio esencialmente social: padre y madre son nombres, roles, son lugares y funciones. Las familias con padres del mismo sexo conmueven conceptos psicoanalíticos de identificación o plantean interrogantes para la salida edípica. En encuentros clínicos con otros profesionales de la salud he asistido al siguiente debate: si los dos progenitores son del mismo sexo, ¿cómo se va a identificar un niño? Esto supone una idea normativizante de las identificaciones y desconocer que se producen de las maneras más variadas. Si la diversidad fuera la única forma de identificarse, por qué de familias heterosexuales hay hijos homosexuales.
Transformación de la estructura familiar y de los modos de vinculación: La estructura y dinámica familiar del siglo XXI se encuentra en profundo proceso de crisis y acelerada transformación, alterando así la manera de constituir nuestra propia identidad como personas. Considerada antes como inmutable y eterna, ahora se desvanece. Se extinguen los vínculos estables. La afirmación juntos hasta que la muerte nos separe, ya no resulta creíble. Las parejas sellan tratos mientras duren, transitorios. Compartir la contraseña de Netflix se ha convertido en todo un compromiso. Zygmunt Bauman, sociólogo polaco, llama “el amor líquido”16 a la fragilidad de los vínculos humanos en la sociedad del mundo globalizado regido por el miedo a establecer relaciones duraderas, más allá de las meras conexiones. Utiliza la fluidez de lo líquido como metáfora para describir la especial característica de los lazos en la sociedad y la familia actual: “Los fluidos, dice, se derraman, salpican, chorrean, se vierten, gotean, inundan, a diferencia de los sólidos, y dejan al individuo en una situación de inédita soledad”. Las modificaciones en la dinámica familiar aumentan la provisionalidad de las uniones y la inestabilidad de los vínculos. ¿La imprevisibilidad de la sociedad y la familia actual es compatible con la estabilidad, la permanencia y el tiempo que requiere cualquier proceso de crecimiento?
Las modificaciones en la dinámica familiar conllevan modificaciones en la crianza de los hijos: El rechazo en los padres de una autoridad previamente vivida en la historia personal como autoritarismo, desplaza el énfasis a la libertad del niño. En la consulta clínica se observa además un riesgo de infantilismo en los padres que buscan en los hijos la fuente de aprobación. Su actitud y conducta con los hijos responde a necesidades propias, buscan que sean ellos quienes les confirmen que actúan bien y que son buenos padres. Este reclamo narcisista está en el origen de muchas de las dificultades para poner límites. La desorientación se transmite como inseguridad, encontrando así a padres instalados en un estilo permisivo de educación. La falta de un marco estable de referencia promueve en los niños respuestas inmaduras, angustiadas, dependientes y tiránicas.
Los padres se sienten inseguros en sus funciones porque socialmente los cambios son rápidos y tan intensos que los referentes de la generación precedente no les sirven de guía en el presente, se consideran anacrónicos y/o poco funcionales. La desorientación sustituye en muchos casos el ineludible trabajo conjunto de la pareja de padres por búsquedas en Google, revistas o entidades mediáticas que no exigen el esfuerzo de un cuestionamiento: el saber puesto fuera.
- La familia y la salud psíquica. Algunos ejes para pensar
En el siglo XIX las formas de vida desfamiliarizadas, las configuraciones de la vida sexual, de la relación sexo- género van a producir formas de vida y experiencias culturales nuevas, pero también van a producir formas de nerviosidad17, sobre todo en el caso de las las personas desfamiliarizadas que van a tener sus propias neurosis en un sentido psicoanalítico. Cada vez más hay un creciente interés en observar y hablar con los pacientes vivos. El siglo XIX sigue creyendo en la distinción normal-patológico. Esta clínica tiene que ver con la mirada y con la observación por parte del médico que es quien tiene el saber. La gran novedad de Freud en este tiempo es el paso de la mirada a la escucha, dando lugar a la palabra para el tratamiento y para la cura.
Más cercano a nuestro tiempo recurro a un concepto enunciado por Winnicott para rescatar el término de salud psíquica como sinónimo de la madurez propia de cada edad18. Cuando hablamos de salud, hablamos de la madurez de acuerdo con la edad. La salud y la madurez entrañan, no sólo el crecimiento personal sino la socialización. Esto significa que una persona adulta sana y madura19, en términos de Winnicott “es aquella capaz de identificarse con la sociedad, sin tener que sacrificar excesivamente su espontaneidad personal o, dicho de otra forma: el adulto sano es aquel capaz de atender sus necesidades personales, sin dejar de aceptar cierta responsabilidad respecto al mantenimiento o la modificación de la sociedad tal como él o ella la encuentra”. Dice Winnicott “(…) En bien de la madurez, es necesario que los niños no maduren precozmente, no se establezcan como individuos cuando, de acuerdo con su edad, tendrían que ser relativamente dependientes”. Tolerar la inmadurez propia de cada momento del desarrollo es en las condiciones de la sociedad y de la familia actual muy costoso. La frase cuanto antes mejor, referida al aprendizaje de los niños, parece ser una brújula que orienta nuestras vidas. Hay un concepto clave en psicoanálisis que es el de elaboración y ésta requiere trabajo y tiempo.
Para abordar el papel de la familia en el desarrollo psíquico del niño, resulta especialmente clara la forma en la que la psicoanalista Margaret Mahler entiende el crecimiento temprano en el ser humano20. Esta autora describe el desarrollo psíquico como el proceso de gestación o engendramiento extrauterino del sujeto psíquico y social. Establece que el nacimiento biológico y el nacimiento psicológico del ser humano no coinciden en el tiempo. En el primero, el parto, vemos a dos seres separados, el niño y la madre; es un acontecimiento observable. Por el contrario, el nacimiento psicológico, es decir la constitución del sujeto psíquico y social, es un proceso interno, intrapsíquico de lento desarrollo. Solo si se dan las condiciones necesarias se accede a la condición psíquica de adulto, entendiendo por adulto a un individuo que se siente sujeto de su propio deseo, inserto en una genealogía y miembro activo de la cultura y de la sociedad que le ha tocado vivir, que recibirá como un legado al que podrá aportar su propia contribución.
La parentalidad: Un horizonte
Este término hace referencia a un recorrido psíquico: los padres, es decir las personas que asumen esa función, han de realizar ese proceso que requiere pensarse a sí mismos, tanto en relación a sus propios padres como a
su descendencia. Acceder a la parentalidad no es solo un acto de deseo o de voluntad, requiere un recorrido, un trabajo emocional interior. Los desarrollos en torno a la parentalidad describen tres ejes21: el ejercicio de la parentalidad, aspectos jurídicos y legales de ser padres (orden simbólico); la experiencia afectiva de la parentalidad, ser padres a lo largo del ciclo vital (orden del psiquismo); y la práctica de la parentalidad, las tareas cotidianas que implica la función parental (orden de la cultura).
Clínica psicoanalítica:
La escuela: Cuando hablamos de la familia, pensamos en un entramado y en una jerarquía de relaciones que subyacen y condicionan la relación directa y particular de cada uno de ellos con el hijo. Aquí se encuentra, entre otras instituciones o grupos, el espacio de la Escuela. En 1920 surgen las dos corrientes más importantes del psicoanálisis con niños: la corriente Kleiniana y la de Anna Freud. Zaretsky alude al conflicto entre ambas psicoanalistas y añade: “En Berlín, Klein había sido una de las primeras en practicar el psicoanálisis con niños, cuyos síntomas manifiestos solían ser problemas escolares”22. Melanie Klein, en 1927 publica El psicoanálisis de niños y principios psicológicos del análisis infantil. Aporta un fundamento básico que continúa hasta nuestros días. Enlaza la represión, no sana, de la sexualidad infantil con las dificultades del aprendizaje. Al principio fue muy criticada. Expone que a los cinco años termina la resolución edípica, si ésta no ha sido resuelta no será posible aprender. El desarrollo del principio de realidad, base del pensamiento científico, depende de la temprana decisión que el niño debe tomar entre el principio del placer y el principio de realidad. Klein destaca la importancia que tiene que el niño pueda aceptar las frustraciones (castración). Un niño instalado en el principio de placer no puede acceder al conocimiento. Sus actuaciones y la vivencia de los padres como omnipotentes ejemplifican este hecho.
En nuestro tiempo, Isabel Luzuriaga apoyándose en el psicoanálisis postula en su libro La inteligencia contra sí misma23 que tras la inhibición intelectual que se da en niños físicamente sanos, operan procesos inconscientes muy activos e intelectuales, cuya finalidad es mantener al niño aislado, tanto de la comprensión de la realidad objetiva, como de la de su propio mundo interior, y esto debido, a que a veces, la percepción inteligente de ambos mundos le causan conflictos y con ellos ansiedad y sufrimiento psíquico. Reflexiona sobre cómo debe ser el uso sano de la inteligencia: “Toda neurosis implica un ataque contra la capacidad intelectual de la persona que la padece, e impide que dicha capacidad funcione normalmente. Afecta a las relaciones con uno mismo y del mundo de los objetos”.24 Da énfasis a los sistemas de defensa respecto el funcionamiento de la inteligencia, estas defensas las llama el funcionamiento de la contrainteligencia, vemos que lo que pasa en estos casos es que “la inteligencia se dedica a la tarea de destruirse a sí misma, con el fin de no conocer aquellos contenidos que le resultan en extremo dolorosos”25.
El trabajo con familias: En nuestro trabajo como psicoanalistas siempre tenemos en cuenta la singularidad de cada uno de los consultantes que recibimos. En el trabajo con niños y adolescentes de manera muy particular, además, ubicamos esa consulta en el contexto familiar y social en el que ese niño está inmerso. Quizá esta vía de trabajo, que no quede fuera la delicada trama que une patología individual con estructura familiar, nos ayude a salir de la sobremedicalización, cuestión que nos convoca a todos los que trabajamos con niños y adolescentes. El síntoma diagnosticado es un lugar de identificación, lo cual lejos de ayudar a abrir la subjetividad la amordaza con la etiqueta, y en segundo término suele aparecer la solución rápida para aplacar el síntoma, la medicalización. El gran reto de la psicopatología, diagnosticar la enfermedad sin patologizar la singularidad. ¿Por qué parece que somos el último recurso que solicitan? Nos piden pautas y soluciones rápidas, pero en nuestra profesión el mantra de que el cliente siempre tiene la razón choca de bruces con los planteamientos psicoanalíticos, ya que son precisamente las razones del consultante donde se sostiene su sintomatología. Ceder al imperativo mercantil dame lo que te pido, responder a la demanda de quien acude a nuestra consulta, no haría más que acallar las causas inconscientes de su padecimiento.
Conclusiones
Partimos de la idea confirmada en este apartado de que lo psíquico es lo social subjetivado, lo social está en el sujeto y el sujeto está en lo social. Se trata entonces de relaciones hipercomplejas entre dos entidades heterogéneas. Esta alteridad es fundante del sujeto. Lo que nos constituye como seres humanos son los vínculos que nos historizan en una cadena genealógica de pertenencia y de transmisión tanto de una herencia material como cultural y simbólica. La pregunta que nos guía es qué es lo estructural de una familia, más allá de las modalidades que tenga. La fuerza de la permanencia de la familia, que era un interrogante en la introducción de este trabajo, radica en que como efecto del discurso encarna las leyes simbólicas que fundan los lazos sociales. En este sentido, el psicoanálisis tiene una perspectiva estructural que permite sobrepasar los límites estrechos de la condena moral y de una perspectiva que ignore los riesgos que suponen las nuevas configuraciones familiares porque afronta estos desafíos escuchando la singularidad de cada persona en sus vínculos con otras cuando constituyen
una familia. En esta nueva era del capitalismo, la familia ha ido experimentando una disminución progresiva que implica la aparición de nuevas configuraciones familiares surgidas ante el debilitamiento de la imago paterna. Los cambios vertiginosos obligan a redefinir conceptos que hasta ahora nos parecían obvios como son maternidad, paternidad y filiación, esto solo es posible si adaptamos el mensaje de Freud a esta sociedad que fundamentalmente se rige por procesos de autogratificación.
Bibliografía
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Sobre la autora:
*Elena Traissac. Psicoanalista en consulta privada desde hace 25 años. Directora del centro Alburquerque Centro de Psicoterapia en Madrid. Docente en el Posgrado de Aecpna y en el Máster en Psicoterapia Psicoanalítica niños, adolescentes y padres (Universidad Europea Miguel de Cervantes). Psicoterapeuta acreditada por FEAP. Miembro de FEPP. Coordinadora de la Biblioteca Paula Más de Aecpna.
Mail: psicologosalburquerque@gmail.com
Revista nº 24
Artículo 8
Fecha de publicación DICIEMBRE 2024