“Quiero tiempo, pero tiempo no apurado tiempo de jugar que es el mejor.”
M. E. Walsh., Marcha de Osias.
El juego, tomado en el sentido más amplio de la palabra, constituye el paradigma de la actividad simbólica. Para Winnicott, la creatividad es la conservación durante toda la vida de algo que en rigor pertenece a la experiencia infantil: la capacidad de crear el mundo. Para este autor “la creatividad es el hacer que surge del ser.”
La idea que coloca al juego como el espacio princeps para la producción simbólica ha sido defendida por muchos autores pero será Huizinga quien sitúe definitivamente el juego como una de las primeras actividades simbólicas del ser humano y no sólo de la actividad creadora del niño.
Desde esta perspectiva, la idea del hombre como animal simbólico defendida por Cassirer es similar a la teoría del Homo Ludens definida por Huizinga ya que si el hombre es predominantemente simbólico y el juego es el proceso por excelencia de generación de lo simbólico, y en este sentido, de humanización, entonces el hombre es Homo Ludens.
Homo ludens, el hombre que juega, fue propuesto por Huizinga como la denominación que debiera sustituir la anterior nomenclatura de homo faber como la propiedad esencial del homo sapiens.
El juego se nos presenta entonces como parte constituyente y constitutiva de nuestro ser, como una herramienta indispensable para el aprendizaje y como parte integrante de nuestra cultura; en palabras de Huizinga, lo lúdico conforma el trasfondo de todos los fenómenos culturales.
En la misma línea está Winnicott cuando afirma que el ser humano descubre la capacidad de transformar la realidad por medio de juegos creadores, en el empleo de símbolos y representaciones .En esa zona intermedia, Winnicott postula lo transicional y ubica allí una serie de fenómenos vinculados con el jugar: el simbolismo, el soñar, el jugar compartido y la experiencia cultural.
Es decir, el juego constituye la primera estrategia cognitiva del ser humano, es la experiencia simbólica por excelencia para aprehender el entorno circundante y para representar el universo de lo ausente, pero también el juego es una herramienta clave para la construcción y la transformación del mundo que nos rodea, y nos introduce de lleno en un universo simbólico. A niños, a adolescentes, a adultos…
Podemos entonces plantear el juego como aquel espacio en el cual realizamos nuestra función simbólica, dotando de sentido a la realidad, y configurándose, así, en una parte fundamental en todo proceso de aprendizaje y de subjetivación. Insisto en esta idea: el juego no se agota en la infancia y es constitutivo de toda experiencia imaginativa y creadora. El juego nos humaniza. El ser humano se hace humano en la medida que juega, y en este sentido podemos afirmar que el juego y el jugar son productores de subjetividad. Y es por ello que el jugar ha sido y debiera de seguir siendo la actividad primordial de la infancia. Es jugando que el niño deviene niño.
Pero ¿qué es jugar? Consiste en simular situaciones reales o imaginarias, creando situaciones, o imitando personajes que no están presentes en el momento del juego. Al jugar, o bien el propio niño o bien los objetos que lo rodean se transforman para simbolizar personajes, animales, objetos. Es de éste modo como una caja de cartón se convierte en un coche, un palo en una espada, una escoba en un caballo, un niño en supermán, una muñeca en una niña; atribuyendo a los objetos y al mundo circundante todo una serie de significados en un juego caracterizado por el como si
Es así como el juego simbólico, al exponer y proyectar el mundo interno sobre nuestro entorno no sólo nos permite crear contextos, situaciones, o interpretar la realidad sino que es la actividad que conecta la fantasía con la realidad, convirtiéndose en una herramienta de transformación de la realidad.
Y no sólo el juego tiene la capacidad de transformar la realidad, el juego también transforma al niño. El niño produce el juego y al mismo tiempo el niño es producido por el juego. Es a través del juego que el niño se constituye como tal.
No queremos extendernos aquí en puntualizar los efectos terapéuticos que tiene el juego para un niño, hay mucha bibliografía sobre el tema, simplemente queremos poner de manifiesto que el niño sólo puede ser niño si dispone de tiempo libre que permita y habilite espacios para el jugar.
Por todo ello, en estos tiempos en que los niños y los adolescentes de hoy viven sobrecargados de tareas, con agendas interminables que incluyen largas jornadas escolares y tantísimas actividades extraescolares – a la que hay que hacerle hueco a estudiar y hacer tareas – es fundamental que recordemos y defendamos el derecho y la necesidad de los niños y los adolescentes a jugar.
No importa a qué o con qué juega un niño o un adolescente – si juega con muñecos, con cromos, a la pelota o con la consola o si lo hace en casa, en el parque, o con un amigo real o virtual, sino que lo verdaderamente importante es que pueda jugar, que encuentre espacios para desarrollarlo y que despliegue ese jugar con la cualidad de un vivir creador.
Y es responsabilidad del mundo adulto asegurar la existencia de esos espacios.
Psicoanalista
Miembro titular de la Asociación Psicoanalítica Internacional
Presidente y docente de AECPNA