El padre de un chaval de 13 años llama muy preocupado porque teme que su hijo esté entrando en una depresión: lo ve muy callado, medio tristón, un poco apático. Por cuestiones de logística – el chaval a la semana siguiente viajaba en un intercambio escolar por 15 días y los padres – ejecutivos ambos – no estaban esa semana los dos en Madrid y atendiendo a la preocupación del padre sobre si sería una situación de riesgo que Diego viajara fuera de España decido ver entonces primero a Diego antes que verlos a ellos. Es decir, tendría una entrevista a ciegas. Luego, cuando vea a los padres me enteraré que al llegar a la puerta de la consulta Diego le dice a su padre: “Que sepas que no pienso abrir la boca!”. Pero eso yo todavía no lo sabía.
Al llegar le doy la consigna: “Mi idea es conocerte, ver quien eres, como eres, y para que te conozca puedes hacer lo que quieras: Hablar, jugar, dibujar, contarme un sueño, lo que a ti te parezca mejor para que te conozca; y lo que vaya entendiendo te iré contando…”
Y dice muy resuelto: “Jugar!”
Saca el tablero de las damas y a los pocos minutos había invadido mi campo con gran habilidad dejándome perplejo. La partida avanza y cuando ya la tiene dominada empieza a cometer una larga serie de errores “tontos” que da por resultado que pierda cuando todo hacía pensar que saldría ganador.
Pide la revancha. Como yo ya estaba advertido de que Diego jugaba “a la ofensiva” no me pilló desprevenido y le costó más el ataque. Pero lo consiguió. Sólo que duró poco. Nuevamente, comete errores que le hacen perder.
Estas dos partidas nos llevan casi toda la entrevista inicial y antes de que finalice, le digo: “¡Qué curioso! ¡Pierdes para no ganar! Me estás contando Diego las dificultades que tienes con la rivalidad, con la competición. No se a quién proteges, no se a quién temes ofender con tu triunfo, pero, como te dije, pierdes para no ganar”.
Me mira muy sorprendido, se queda pensativo y mientras vamos recogiendo las fichas, dice, pensando en voz alta: “Es lo que me pasa en el instituto. ¡Estudio, estudio, estudio y siempre saco un cinco pelado!”. Al ponerse de pie, me dice: “Yo esta semana estoy todavía en Madrid… ¿puedo venir otro día antes de marcharme?”
Es decir, el tablero de las damas se convirtió en un escenario propicio para Diego cuente – sin saber que cuenta – sus dificultades con la rivalidad. El tablero de las damas permitió la puesta en escena de una conflictiva edípica donde el temor a sus deseos parricidas lo llevaban a convertirse, sistemáticamente, en un perdedor, tal y como señala Freud en “Los que fracasan al triunfar”. La culpa convierte sus deseos de victoria en derrota.
Los juegos reglados han sido tradicionalmente considerados como maniobras defensivas de los latentes que, aferrándose al reglamento y a la normativa, podían mediante estos juegos ponerse a salvo de la emergencia de una realidad psíquica siempre amenazante. Refugiarse en las reglas y la normativa para poder así evitar la emergencia de contenidos pulsionales. Pero ¿porqué considerarlos maniobras resistenciales y no un material transferencial simbólico que puede ser interpretado? ¿Porqué no considerar al tablero de juego como un escenario en el cual, al igual que ocurre en una representación teatral, aparecen personajes que despliegan una trama, donde se despliega el mundo pulsional del niño o de la niña y donde el abordaje terapéutico es posible? Podemos entenderlos como significantes de una cadena a interpretar, como contenidos manifiestos que pueden ser traducidos, comprendidos, develados.
El juego en psicoterapia infantil es el medio de comunicación principal del niño, es la manera en que se comunica, en que expresa y da a conocer su mundo interior. Jugando un niño o una niña conecta la fantasía con la realidad, la exterioriza y esto abre caminos a la elaboración de conflictos, temores, deseos y ansiedades. Y al hacerlo en un ámbito peculiar como es la sesión de psicoterapia también el juego y el jugar se convierten en el medio privilegiado en que se desenvuelve el diálogo analítico, esa especial comunicación que se establece entre el paciente y su terapeuta. Porque el juego es el medio natural para la elaboración mental de conflictos, temores y ansiedades pero el juego en psicoterapia infantil adquiere además, una fuerte dimensión comunicativa.
Un juego que se desenvuelve y se plasma en un espacio determinado.
Gabriel Ianni
Psicoanalista
Presidente y Docente de AECPNA