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Fortaleciendo vínculos. El trabajo con padres durante el período de latencia

Fortaleciendo vínculos. El trabajo con padres durante el período de latencia

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Belén Alonso*

Los profesionales que nos dedicamos al trabajo con niños y adolescentes, además de la necesidad de comprender la etapa por la que atraviesan nuestros pacientes, tenemos también la siempre difícil y complicada tarea de cómo acoger y escuchar a sus padres. Lejos de otras posturas donde quedaban fuera del tratamiento de los hijos como Melanie Klein que entendía que eran meros portadores y su inclusión podía interferir en el tratamiento del niño, hoy entendemos la importancia de la inclusión de los padres en el proceso terapéutico de sus hijos por varias razones. Sabemos que éstos, a diferencia del adulto, se están constituyendo como sujetos y los padres juegan un papel esencial en esa construcción del psiquismo a través de dos funciones imprescindibles, la función materna como portadora del afecto y contención y la función paterna que a través de la ley permite la separación entre madre e hijo posibilitando la salida al mundo. La sintomatología presente en el niño generalmente vendrá determinada por las deficiencias en ambas funciones.

No obstante, aun siendo conscientes de ello, este papel importante de los padres hace que el trabajo se complejice haciendo que a veces nos sintamos tentados a excluirlos o no hacerles partícipes del proceso todo lo que deberíamos.

Freud (1933) ya alertaba de que en el tratamiento con niños nos encontraremos con los padres como portadores de las resistencias, haciéndose necesario algún influjo analítico sobre ellos para que la meta del análisis del niño no peligre. Pese a esas resistencias y lejos de sucumbir a esta tentación sabemos que, sin una buena alianza terapéutica con los padres, el tratamiento del hijo puede verse entorpecido o, llegado el caso interrumpido, impidiendo así que el proceso terapéutico llegue a buen puerto.

Sabedores de este papel esencial de los padres y de nuestras resistencias en el trabajo con ellos por todo el entramado transferencial y contratransferencial que se pone en juego, desde nuestra escuela en Aecpna trabajamos con un método específico que nos guía en esta tarea. Porque sabemos, que no incluir a los padres puede implicar que se sientan excluidos del proceso y provocar la interrupción del tratamiento. Pero también porque incluir a los padres y recorrer con ellos ese camino en el que puedan ir entendiendo la relación e implicación que ellos tienen en lo que le pasa a su hijo, también lo facilita y enriquece otorgando mejores resultados.

Los padres llegan a la consulta atravesados por el deseo de que se les restituya al hijo que se ha alejado de sus expectativas y dominio narcisista. Tendremos que manejar dos aspectos importantes que se movilizan en el proceso de pedida de ayuda. Por un lado, la herida narcisista que representa reconocer que alguna cosa no funciona bien en el hijo o con el hijo. Y, por otro lado, el miedo a ser culpabilizados en sus funciones parentales por nosotros como profesionales. Todo esto da cuenta de un trabajo especialmente complicado en la escucha de los padres que consultan.

A lo largo del proceso iremos transitando con ellos un camino que nos ayudará a saber quién y cuál es su demanda, quiénes son estos padres y cuáles han sido sus historias también como hijos, cuál es la dinámica familiar y qué lugar han dado a su hijo sabiendo que viene a cumplir con una función establecida de antemano en la que, algo del deseo de los padres, está involucrado.

Si no tenemos en cuenta todos estos aspectos, nuestro trabajo con ellos puede convertirse en un simple intercambio de información donde se atienda a la demanda de los padres ubicada en lo sintomático, en vez de poder ofrecerles una apertura para entender su implicación en la problemática del hijo.

En los primeros encuentros es necesario trabajar sobre esa demanda porque en muchas ocasiones nos encontramos con padres perdidos que vienen “traídos” por otros (profesores, pediatras…) que son los que alertan de la necesidad de consulta con un profesional. En esos casos tendremos que ayudarles a construir y hacer suya dicha demanda. Este objetivo imprescindible que vamos consiguiendo a través de nuestras intervenciones y poniendo el foco en cuestiones que van más allá del síntoma, permite que se puedan establecer las relaciones intersubjetivas en la causa de los conflictos emocionales. De esta manera, será más fácil que los padres se sientan incluidos en el proceso, y podrán entender que lo que le pasa a su hijo está relacionado con sus propias historias no sólo de ellos como padres, sino también como hijos.

Por lo tanto, pondremos el énfasis en la necesidad no solo de conocer el momento vital en el que se encuentra ese niño o adolescente, sino también tener presentes que cada una de esas etapas reactivan también cosas diferentes en los padres. No es lo mismo la relación con un hijo en edad infantil que los retos que se presentan cuando llega a la adolescencia, al igual que las necesidades tampoco serán las mismas en cada etapa. Esos retos, por tanto, no serán solo del hijo sino también de unos padres que tendrán que acompañar ese proceso con sus incertidumbres, angustias y sus propias historias que se entremezclan con la de su propio hijo.

Cuando un niño llega a la etapa de la latencia, ya ha realizado un pequeño recorrido junto con sus padres, ya han pasado la etapa del encuentro inicial, del ajuste familiar necesario en esos primeros momentos y se enfrentan ahora a nuevos retos donde se precisará a unos padres capaces de sostenerlos.

Freud (1905) considera la latencia como como un tiempo en el que las pulsiones sexuales están latentes o “en descanso” pero no se suspenden, sino que perduran ofreciendo un acopio de energía que en su mayor parte se emplea para otros fines distintos de los sexuales. Por un lado, para aportar los componentes sexuales de ciertos sentimientos sociales, y por el otro (mediante la represión y la formación reactiva), para edificar las ulteriores barreras sexuales. Así, a expensas de la mayoría de las mociones sexuales perversas, y con ayuda de la educación, se edificarían en la infancia los poderes destinados a mantener la pulsión sexual dentro de ciertas vías.

Es un período que se instala a partir de la disolución o sepultamiento del Complejo de Edipo hasta la pubertad (aproximadamente entre los 6 y los 12 años) y es un período clave preparatorio para las vicisitudes de la adolescencia. En esta etapa, los niños experimentan una disminución en las pulsiones sexuales y una mayor fijación en actividades cognitivas, afectivas y sociales. Freud señala que, durante la latencia, la represión de los impulsos sexuales se fortalece y se da un aumento en la sublimación, es decir, los deseos instintivos se desvían hacia actividades socialmente aceptables como el juego, el estudio o el desarrollo de habilidades siendo una fase crucial para la formación de la personalidad.

Para Rodolfo Urribarri (1999) este periodo formulado por Freud como un receso en la evolución sexual hasta el advenimiento puberal, ha sido el menos estudiado y comprendido psicoanalíticamente y se ha definido más por aquello que deja de ocurrir, que por lo que surge y se complejiza. Sin embargo, él denomina a este momento vital como Trabajo de la Latencia “en el sentido del esfuerzo que realiza para la organización, diferenciación, complejización y ampliación del aparato psíquico; y también en cuanto a la exigencia de tramitar la pulsión en un nuevo ordenamiento dinámico y estructural del aparato. Trabajo y no período, enfatizando la importancia y el eje central en las modificaciones y neogénesis en el aparato y no centrado en lo cronológico”.

Entendería así que lo característico del trabajo de latencia es la concurrencia de diversos mecanismos al fin sublimatorio y que más allá de lo cronológico, se pone el énfasis en la importancia de este nuevo ordenamiento intrapsíquico producto de la resolución edípica (con la concomitancia inclusión del superyó) e incitado culturalmente, lo que obliga al yo a buscar nuevas maneras de canalizar el impulso en su labor mediatizadora. Esto es lo que caracterizaría a la latencia normal donde se da una configuración dinámica, una reorganización operativa y el balance intersistémico.

Durante esta etapa podemos encontrar sintomatología diversa que va desde dificultades en las relaciones, fobias, miedos, inhibiciones, los siempre recurrentes diagnósticos de TDHA, y en muchos de esos casos aparecen los problemas de aprendizaje o retrasos en el ámbito académico como hilo conductor de todos ellos. Porque es en esta etapa de latencia donde los procesos de aprendizaje van a adquirir una gran importancia gracias a la represión de las pulsiones parciales que logran encauzarse para tal fin. Y será en este ámbito del aprendizaje donde encontremos muchos de los problemas en esta etapa, o digamos, que será el contexto donde se pongan de manifiesto la mayoría de la problemática.

Como sabemos, el fracaso escolar puede no coincidir con dificultades intelectuales y ni siquiera responde siempre a conflictos o déficits intrapsíquicos, sino que hay una multiplicidad causal. Para Beatriz Janin (2000) aprender supone un trabajo psíquico, un rendimiento en el que se entrecruzan los deseos y sus avatares, el yo y los ideales. Para poder aprender el niño tiene que poder apoderarse de algo, poder investir, representar, transformar y armar nuevos recorridos y para ello necesita poder atender, concentrarse y sentir curiosidad. En definitiva, es necesario un apoderamiento de aquello objeto de aprendizaje y eso requiere e implica que el niño sea activo.

Durante la adquisición de los primeros aprendizajes se necesita la presencia de alguien que haya libidinizado y proporcionado una imagen totalizadora, pero a la vez que no haya estado omnipresente para que el deseo pueda instaurarse.

Si un niño no puede ejercer ese poder que supone apropiarse, dominar aquello que necesita aprender y se queda atrapado en una posición pasiva frente al otro, presentará dificultades para adueñarse de sus movimientos para escribir, para armar y desarmar palabras y sonidos y romper saberes previos para adquirir otros nuevos.

Este tipo de dificultades tiene su correlato en padres cuyos vínculos con sus hijos no favorecen la consolidación de estos hitos a nivel de aprendizaje porque perpetúan vínculos infantiles que obturan cualquier tipo de deseo de crecer e impiden asumir un papel activo en el aprendizaje. Los procesos de simbolización requieren haber pasado por una experiencia de ausencia, pero en la realidad a menudo nos encontramos madres que lo ocupan todo y que más que acompañar en el crecimiento, se anticipan rellenando cualquier agujero que supone la presencia de ese hijo como un otro diferente, haciendo que cualquier demanda por parte de él quede borrada o fusionada a la suya.

Para llevar a cabo sus funciones correctamente, los padres tienen que poder permitir un adecuado proceso de triangulación que ordene las relaciones intrafamiliares. Una dialéctica adecuada entre ambas funciones es posible cuando hay un padre que transmite una función de corte en esa relación de goce entre la madre y el hijo y a su vez una madre dispuesta a renunciar a ese idilio con su hijo, permitiendo que éste ocupe un lugar de exclusión de esa pareja que permita el establecimiento de la diferencia generacional.

Sin embargo, observamos con bastante frecuencia una alteración de esos lugares en dinámicas familiares donde los hijos no ocupan ese lugar del tercero excluido quedando atrapados en las relaciones parentales y dando lugar a situaciones, por ejemplo, donde el hijo duerme con su madre y cuyo padre queda fuera de esa pareja madre-hijo. O hijos en posición de adultos cuidando de unos padres-niños. Situaciones todas que responden a una falta o ausencia de Ley. Como se señala en el “Quehacer con los padres”:

muchas veces no está la función que ordena y discrimina y nos encontramos a un padre como observador pasivo que no impone la interdicción, que no impone la Ley, ni destrona al hijo, porque a través de la unión de éste con la madre, logra la restitución de aquel narcisismo perdido (Caellas et al., 2010).

Como consecuencia de ello nos encontramos, por un lado, a hijos con dificultades para tolerar la frustración, la espera, que se vuelven tiranos porque no han podido acceder a esa primera exclusión necesaria para la estructuración de cualquier psiquismo; y por otro, a padres indefensos, incapaces de asumir un lugar de autoridad y que refuerzan los vínculos narcisistas con sus hijos a la vez que manifiestan un sentimiento de culpa asociado a ello. A niveles extremos esta problemática no resuelta dificultaría la capacidad sublimatoria y el desarrollo de procesos secundarios del pensamiento y del lenguaje necesarios para entrar en la latencia.

Y aquí es donde nuestro trabajo con ellos tiene gran importancia al poder profundizar sobre las historias de estos padres como hijos. Gracias a la construcción de enlaces podemos entender lo que se repite de sus propias historias, ahora en la relación con su hijo/a. Siguiendo al “Quehacer con los padres”:

Construimos enlaces y deconstruimos el tejido de la filiación que es un entramado simbólico complejo, por cuanto abarca varias generaciones sucesivas, movidas todas por el encuentro entre el deseo y la ley [..] será de crucial importancia el desmontaje de los emparejamientos y relaciones que dejan atrapado al hijo en el narcisismo dificultando el pasaje a la castración y el Edipo (Caellas et al., 2010)

Las hipótesis que iremos generando con ellos a través de la reflexión, permitirá a estos padres conectar con una mirada diferente sobre el padecer del hijo, permitiéndoles diferenciar lo que pertenece al hijo de lo que les es propio como producto de trasmisiones transgeneracionales.

En esta etapa comienza a cobrar importancia la salida a lo exogámico. Tras el desenlace edípico, afirma Urribarri que el Trabajo de la Latencia es el primer movimiento exogámico ya que el niño tiene que renunciar al deseo incestuoso. Este proceso de desplazamiento e inserción en lo social implica la gradual separación de los padres.

En situaciones normales, la experiencia edípica tiene como consecuencia la renunciar a ocupar un lugar que no corresponde al niño. Esta frustración que supone una pérdida y que es fundante de psiquismo, se hace posible gracias a la función paterna que permitirá la salida al mundo a través del deseo, un mundo que se va volviendo más atractivo para el niño.

Pero a veces, encontramos dificultades para poder hacer esa renuncia y ese movimiento hacia afuera se vuelve amenazante y peligroso. Ese es el caso de Rodrigo, de 11 años que ante cualquier posibilidad de quedar y salir con amigos lo vivía con mucho miedo sintiendo que todo era peligroso. Me decía: ¿cómo voy a salir?, ¿y si me roban o me secuestran?

Porque para poder salir de casa se necesita poder renunciar a lo que pasa dentro, en este caso, un adentro con hermanos con los que tenía que compartir a mamá. La dificultad para poder desinvestir parcialmente los objetos primarios debido a una relación muy fusional con la madre, hacía muy difícil poder redirigir lo pulsional a otras relaciones fuera de ella. Los padres comentaban:

¡Nosotros hacemos todo lo posible para que salga, pero él no quiere!

Porque si no ayudamos a los padres a poner el foco en aspectos de los cuales ellos no son conscientes, no podremos desarticular aquellas cuestiones del vínculo que perpetúan esas conductas como la de Rodrigo. No era suficiente con animarle a que pasase la tarde con amigos fuera de casa, sino que había un trabajo más profundo que ellos tenían que hacer y que pasaba por ordenar los lugares en una familia cuya función paterna estaba muy ausente. Una función paterna que dejaba vía libre para que Rodrigo fuera la pareja de mamá. ¿Por qué salir a buscar fuera cuando uno lo tiene todo dentro? La posibilidad de reubicar los lugares fue posible cuando pudimos establecer las conexiones con sus propias historias donde ellos, al igual que Rodrigo, habían sido pareja con sus respectivas madres y donde encontrábamos también padres ausentes. La comprensión de esa repetición y la reubicación de los lugares por parte de los padres permitió, no sólo este pasaje hacia fuera por parte de Rodrigo, sino el empoderamiento de unos padres que se sentían muy perdidos. El caso de Rodrigo es el caso de tantas familias donde no está instalada la ley que prohíbe la satisfacción incestuosa del deseo permitiendo vehiculizar ese deseo hacia otros objetos.

Pero también encontramos familias cuyos hijos empiezan a mostrar signos de separación, de querer estar más con amigos y son los padres los que dificultan ese deseo. Padres que no toleran estar excluidos en nada que tenga que ver con sus hijos y mantienen una actitud controladora a través del teléfono móvil, con geolocalización o mensajes continuos, padres sobreprotectores con dificultades para excluir al hijo, pero también para estar ellos excluidos dificultando cualquier experiencia extrafamiliar de sus hijos. También en relación con la terapia donde vemos la dificultad de los padres para estar fuera del espacio terapéutico de sus hijos. En este sentido podemos encontrar manifestaciones de la rivalidad con nosotros que tendremos que poder escuchar y desarticular para que no se actúe por parte de los padres y pueda ser motivo de interrupción.

Todas estas cuestiones que iremos detectando durante las entrevistas, serán parte del trabajo que realizaremos con ellos. Durante el proceso terapéutico los acompañaremos y acogeremos sus angustias para que puedan ir atravesando el duelo ante la pérdida que supone permitir el crecimiento del hijo. Los padres tienen que favorecer este proceso de autonomía a través de la transmisión de afecto y límites. Este proceso que aúna la prohibición, pero también la seguridad, permitirá que el niño se sienta confiado en otros contextos extrafamiliares como la escuela o en las relaciones entre iguales sin angustias ni ansiedades.

En la actualidad, tal y como señalan diferentes autores, como Joseph Knobel (2017), encontramos que la latencia llega tarde o con muchas dificultades porque no se instaló la represión necesaria y las fases previas de la libido no terminan de estar latiendo, manifiestas, en su vida cotidiana. Como consecuencia nos encontremos con latentes hiperexcitados. Los casos más frecuentes son aquellos niños que se engloban bajo el diagnóstico de trastornos por déficit de atención e hiperactividad. En todos ellos encontramos fallos en la estructuración de la subjetividad como dice Janin, y una incapacidad para controlar los impulsos sexuales.

Para Freud (1905) el Yo en el Periodo de Latencia tiene la tarea de empezar a regirse, en el aparato psíquico, por el predominio del principio de realidad. Sin embargo, en estos casos vemos como el principio de placer prevalece sobre el de realidad encontrándonos un aparato psíquico con problemas para descargar por medio de la sublimación, quedando así un malestar a consecuencia de la libido que queda flotando en el aparato y que termina desplazándose a otras conductas.

El caso de Luis de 11 años es un ejemplo de tantos niños diagnosticados de TDH con una conducta muy disruptiva. La madre comentaba entre risas las ocurrencias de su hijo cuando, a modo de seducción, le mostraba lo que le había crecido el pene, o en otras ocasiones cómo le declaraba su amor por ella como si fuera una niña de su edad. Ante estas conductas la reacción de la madre sin ser consciente de lo que suponía, era dejarse seducir y aunque regañaba a su hijo, no lo hacía con la firmeza necesaria para dejarle claro que ella no podía ser la destinataria de ese deseo. Los problemas de pareja también suelen estar en la base de vínculos familiares donde nadie está donde debería, dejando una brecha por donde los hijos se cuelan y que producen un emparejamiento con alguno de los progenitores. En el caso de la madre de Luis las carencias afectivas derivadas de una relación de pareja insatisfactoria, provocaba que éste ocupara un lugar que no le correspondía, provocando una erotización en la relación madre e hijo y la hiperexcitación asociada a ello. Nuestro trabajo en estos casos pasará por transmitir a los padres la importancia de que los hijos no ocupen el vacío que deja una relación de pareja cuando hay conflicto entre ambos progenitores, evitando que los menores hagan pareja con alguno de ellos y eso les coloque en un lugar que no les corresponde.

Encontramos multitud de relatos donde uno de los padres, generalmente la madre, mantiene una relación con el hijo claramente erotizada, donde no se ha puesto un límite a la pulsión sexual para que pueda quedar reprimida y orientada a otros objetos. Una madre me contaba que solía invitar a su hijo a su cama cuando el padre no estaba y que a veces le saludaba dándole una palmada en el culo, a lo que el niño le respondía, con mucha lógica, que por qué él no podía hacer lo mismo con ella. A través de esta erotización de la relación con el hijo, éste quedaba sin la protección que otorga la función paterna para evitar quedar atrapado en un lugar de objeto de satisfacción de la madre con la sobreexcitación correspondiente. Conductas como estas y que los padres cuentan de manera espontánea en las sesiones, no son inocuas y nos dan información de cómo es el tipo de vínculo, un vínculo que será objeto de reflexión con ellos.

Freud (1917) señala que la sociedad tiene la tarea de domeñar la pulsión sexual con el objetivo de posponer su desarrollo pleno hasta que el niño haya alcanzado cierto grado de madurez intelectual. Pero vemos como en muchas familias esto no es posible como decíamos, porque no se ha puesto límite a la satisfacción incestuosa que tiene como destinatarios los objetos primarios papá y mamá. A la vez también encontramos hoy en día un exceso de estímulos erotizantes presentes en la sociedad y cuya cultura avala y rodea al niño con contenido sexual, como por ejemplo la facilidad para acceder al consumo del porno en edades cada vez más tempranas.

En definitiva, en la actualidad vamos a encontrar un Período de Latencia que se encuentra sobreexcitado y que va a dificultar la tarea de sublimar debido a la ausencia de los diques anímicos necesarios que ayuden a canalizar los impulsos sexuales. A través de esta sintomatología se manifiesta la demanda inconsciente del niño que busca una vía para poder ser escuchada. Y en muchos casos, serán los problemas de aprendizaje los que, acompañados de esa hiperexcitación, actuarán como señal de alarma porque el fracaso escolar se hace más intolerable y fácil de detectar para los padres que el proceso psíquico causante de esa conducta.

También encontramos períodos de latencia donde todo está mudo, niños calificados por los padres como “que no dan ningún problema, son buenos, estudiosos, no se enfadan...” y que, sin embargo, necesitan hacer síntoma para poder ser escuchados.

El proceso terapéutico ayudará a construir una identidad más allá de toda sintomatología, que arrasa con la subjetividad y que reduce al niño a una identidad alienante. Por su parte, el trabajo con los padres pondrá las bases para una nueva relación con el hijo, les ayudará a entender cuáles son sus necesidades afectivas y la función que cumple la sintomatología, sabiendo que generalmente viene a mostrar aquello reprimido en los padres y que ahora vuelve en forma de síntoma, un síntoma intolerable para ellos.

Más allá de todas las cuestiones relacionadas con lo que pasa durante el período de Latencia, debemos tener en cuenta también lo que pasa dentro de la terapia durante este proceso. Por una parte, nos encontramos al latente que generalmente no tiene conciencia del problema y son los padres los que consultan haciendo que se sienta poco motivado. De parte de los padres, si no ofrecemos una perspectiva diferente a lo que le pasa al niño ayudándoles a comprender el proceso psíquico que hay detrás, en los casos donde haya problemas escolares, las entrevistas con ellos pueden ser complicadas porque supeditarán la continuidad de la terapia a la mejora académica. Por eso es tan necesario que la demanda inicial de ayuda vaya modificándose a medida que pongamos el foco en otras cuestiones más allá del síntoma y si no es así, nos encontraremos en un futuro cercano, en un callejón sin salida con ellos. Cuando les ayudamos a entender más allá de la sintomatología, es más fácil para ellos entender y confiar en el proceso.

Como conclusión, podemos afirmar que el trabajo con los padres necesita de un tiempo imprescindible para que los cambios puedan realizarse. Por nuestra parte, los acompañaremos para que puedan ir tolerando esos cambios que su hijo vaya realizando, y que les colocará en otro lugar como padres. Un lugar que no sea fijo, que sea maleable, flexible y que vaya respondiendo a las necesidades que el hijo va requiriendo en cada etapa. En este proceso esperamos que ellos puedan ubicar a su hijo como alguien diferente a ellos, con un espacio propio para poder ser, favoreciendo nuevas identificaciones, necesarias en este período, con otras figuras (maestros, pares…) porque el trabajo de latencia es un momento para el enriquecimiento del tramado identificatorio.

El camino a recorrer no será fácil, será necesario un buen vínculo de trabajo con ellos que permita pasar de un primer momento de incertidumbre y angustia a otro donde la comprensión de la situación les permita tener un rol más activo, con herramientas para poder pensar sobre la relación con ese hijo.

Bibliografía

Caellas, A. M., Kahane, S., & Sánchez García, I. (2010). El Quehacer con los padres (HG Editores, Ed.). Freud, S. (1905). Tres ensayos de teoría sexual: Vol. VII (Amorrortu).

Freud, S. (1917). Conferencias de introducción al psicoanálisis (Parte III): Vol. XVI (Amorrortu, Ed.).

Freud, S. (1932). Conferencia No 34. Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis: Vol. XXII (Amorrortu Editores, Ed.). Janin, B. (2000). El aprendizaje y los trastornos de atención, memoria y elaboración. En Actualidad Psicológica, No 282.

Knobel Freud, J. (2017). Cuando no se instala la latencia: niños hiperexcitados sexualmente. Revista de psicoanálisis con niños Fort-Da, No 12.

Urribarri, R. (1999). Descorriendo el velo sobre el trabajo de la latencia. Revista de Psicoanálisis. Asociación Psicoanalítica Argentina (A.P.A.), 56-No1.

Sobre la autora:

*Belén Alonso es Psicoterapeuta psicoanalista acreditada por FEAP (Federación Española de Asociaciones de Psicoterapeutas).

Miembro vocal de la Sección de niños y adolescentes de FEAP. Especialista en Psicodiagnóstico con técnicas proyectivas y Rorschach. Miembro de la Comisión Directiva y Docente en AECPNA.

Revista nº 24
Artículo 3
Fecha de publicación DICIEMBRE 2024


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