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ENTREVISTA A BERNARDO ARENSBURG*

ENTREVISTA A BERNARDO ARENSBURG*

Por: Beatriz Bonanata, Leonia Fabbrini,
Clara Kirmayer;
Matilde Viniegra**

En Clave ψª: Nos gustaría conocer tu trayectoria profesional, ¿De qué manera logras aunar  tu pasión por la vida, la cocina, el estudio, la enseñanza del Psicoanálisis?

Bernardo Arensburg:  Nací en una familia en la cual el lado materno venía de esa región de Europa del Este que se sitúa entre los ríos Dniester y Diefer y que mis abuelos llamaban “Besarabia”. Si no me equivoco, y ciertamente podría equivocarme, actualmente se llama “Moldavia” y su posición va fluctuando entre Rumania y Rusia.

Se dice que los judíos besarabianos son alegres, gourmets, amantes del buen vino, etc.; no estoy seguro de que esto sea generalizable, he tenido en Buenos Aires pacientes de esa región, dolientes y víctimas mas o menos constantes de un extendido antisemitismo, del cual huyeron hacia Estados Unidos y Argentina, sobre todo a finales del siglo diecinueve y comienzos del 20.

Mi bisabuelo, al cual no conocí, fue uno de los patriarcas de esa colonia judeo argentina: “Moisesville”, agricultores prósperos y cuya descendencia forma una importante proporción de destacados profesionales, profesores, científicos, artistas, etc. judeo argentinos.

Creo que en mi identidad ha prevalecido el carácter Besarabiano de mi familia materna, he disfrutado de la vida a partir de la adolescencia tardía, y actualmente, en mi activa vejez, sigo trabajando, estudiando, enseñando y cocinando, lo que es mi hobby, y eso me conforta con el sentimiento de una vida plena y un no temor a la vejez y la muerte.

“La vida no tiene deudas conmigo” esa es mi divisa; mi segundo hobby es el placer de la estética doméstica, de los objetos, libros, muebles que llenan mi espacio hogareño; como la casa de mis abuelos maternos antes de la crisis de 1930; en una miniaturización contemporánea en la cual los espacios habitacionales y las familias amplias han disminuido tal vez para siempre.

Ahora bien, como respuesta a una pregunta sobre mi vocación psicoanalítica y el disonante comienzo de mis estudios universitarios en el primer año de la facultad de Derecho. La explicación no es simple.

Mi interés por el psicoanálisis comenzó a los 16 años, mediada por la lectura casi casual de “La psicopatología de la vida cotidiana” y del artículo sobre los “Recuerdos encubridores”, no lo pensé como una vocación posible ligada a estudiar medicina. Ni la vocación de ser médico ni mis escasas capacidades para la física, y la química (no así para la biología que ejercía una cierta fascinación imposible, ya que la física y la química constituyen su sustrato inescapable).

Mis aficiones estaban fuertemente ligadas a la literatura, en un grado intenso, adictivo, devorador de novelas, mi subjetividad y mis identificaciones se iban construyendo en torno a Zweig, Ludwig, Martin du Gard, Flaubert; “La montaña mágica” leída ocho veces, etc. Todo ello en el contexto de mi condición de hijo único con la función fraterna vicariante de tres de mis primos: Raquel Rotman, German Gasman, y Gregorio Waisbluth, todos mayores que yo y venerados desde el más profundo cariño, admiración y fuentes de identificación, con un triste sentimiento de estar muy por debajo de ellos que no empañaba ningún sentimiento de envidia o rivalidad, los tres fueron obviamente universitarios antes de la terminación de mi bachillerato. Germán en Derecho, Gregorio (“Gogo”) en Ingeniería de minas y Raquel en Química y Farmacia y tuvieron luego trayectorias profesionales brillantes; y si bien la vida, las migraciones de ellos y mías nos alejaron en la geografía, permanecieron siempre como profundamente queridos, admirados y ejemplares en mi subjetividad.

En Clave ψª: ¿Cómo llegas al psicoanálisis, si la carrera que empezaste fue Derecho?

B.A.  ¿Por qué comencé mi trayectoria universitaria en Derecho? Por la ilusión de llegar a trabajar con mi primo Germán  Gasman, que ya comenzaba su ejercicio profesional de abogado y además por ser una carrera de “Letras” (o también sin matemáticas, física, ni química).

Cumplí mediocremente el primer año de Derecho, rindiendo solamente dos materias: “Filosofía del derecho” y “Derecho Romano” este último por misteriosas razones que aún no comprendo, me interesó y complació en alto grado.

Al final del año siguiente, y para mi gran placer se abrió en la Facultad de Pedagogía (Letras y Ciencias) una Escuela universitaria de Psicología, que culminaba en la obtención del título de “Psicólogo”, así a secas, equivalente a lo que en Europa es una Licenciatura. El único título académico era el de “Profesor Extraordinario” obtenible por una trayectoria universitaria y una fácil tesis y en la cual muy pocos profesionales se interesaban, pero si algunos maestros primarios “ayudantes” de cátedra, que no llegaban a graduarse, etc. Lo hice pensando en  el: “Privat Dozent” de Freud, era cátedra de primer año, cuyo examen debían rendir todos los alumnos de las diversas especialidades, tanto de Letras como de Ciencias, como un requisito formativo insoslayable para sus futuras actividades docentes en los Liceos de bachillerato, la educación secundaria en  Chile.

Puedo decir que este primer triunfo académico cambia mi autoestima y también la de mi entorno familiar. Ya no había dudas de que a pesar de mi mediocre bachillerato yo era un adolescente mayor, inteligente y con perspectivas académicas y así continuó mi trayectoria universitaria hasta la graduación con las excepciones de una nota mínima de aprobación en “Estadística” y algo mejor en Fisiología y Anatomía, y apenas un poco mejor, pero no brillante en Psico-Fisiología, lo que probaba en mi subjetividad que tal vez nunca habría podido graduarme de médico, cosa que por otra parte no estaba particularmente en mi deseo. La exp0eriencia clínica y una realidad académica me han demostrado que las Facultades de Medicina y de Psicología no hacen Psicoanalistas, ni a los médicos (incluidos los psiquiatras y los psicólogos clínicos); lo que quita toda legalidad fáctica a quienes postulan una primacía como psicoanalistas a su condición de médicos o a una cierta exigencia implícita de que la especialización en psicología clínica garantiza el acceso a la formación psicoanalítica.

El artículo de Freud sobre “El análisis profano” legitima plenamente esta afirmación. Creo que cualquier universitario o persona culta y con vocación humanística podría acceder a una formación psicoanalítica y ejercer el psicoanálisis con pertinencia; afirmación que muchos colegas aprobarían y muchos repudiarían con indignación; esto no quiere decir ni mucho menos que apruebe la mal usada divisa de Lacan: “el analista se garantiza de sí mismo”; por el contrario y consecuentemente pienso que la formación psicoanalítica debe estar respaldada por instituciones cuya pertinencia académica estén garantizadas por una trayectoria de formación suficiente, específica, como mínimo y por cierto no reduzco esa pertinencia a los institutos regidos por la IPA, pienso que por el contrario hay institutos o seminarios independientes que son tan legitimantes por la formación que otorgan más allá del elitismo hueco de algunas instituciones de la IPA o Lacanianas.

En un artículo escrito muchos años atrás, leído en un simposium de la Asociación Psicoanalítica Argentina: “El espacio social del ejercicio del psicoanálisis en Buenos Aires”, y que desgraciadamente se extravió, denunciaba abusos económicos de la función didáctica y la parasitación de la formación de los psicólogos como fuente de ingresos que sostenía la financiación de esos didactas y sin permitirles el ingreso a la APA. (Asociación Psicoanalítica Argentina), de la cual yo fui el único admitido por mi condición de psicoanalista formado en la Asociación Francesa perteneciente a la IPA y subrayaba el pronóstico de la pérdida del monopolio de la formación en manos del aún incipiente movimiento lacaniano en Argentina; agregué además una insidiosa pregunta: “¿Creen Uds. que en esta institución son psicoanalistas todos los que están  y que entre los psicólogos hay psicoanalistas que no están?”

 La respuesta fue de la difunta Dra. Smolensky, una prestigiosa didacta, dijo: “Ciertamente estoy de acuerdo con Ud. no son todos los que están ni están todos los que son”. En sentido contrario un joven psicoanalista dijo que mi trabajo no era científico y además si yo  apoyaba traidoramente esa supuesta pérdida de monopolio en la cual el no creía. Le contesté que no había tenido la intención de escribir un trabajo “científico”, sino la de describir una situación fáctica que además no pensaba que esa probable pérdida del monopolio de la enseñanza, ni la aprobaba ni la desaprobaba, que me era indiferente, pero que en todo caso devendría una consecuencia lógica de la exclusión de los psicólogos por la APA versus la apertura de los pocos analistas lacanianos que empezaban a crear sus propias instituciones de formación con una manga ancha en la selección que yo no compartía pero que justamente por eso tendría éxito en desmedro del monopolio médico de la APA.

Mi pronóstico se cumplió, los lacanianos bonaerenses abrieron las puertas no sólo a los psicólogos sino también a filósofos, sociólogos y a no pocos  incultos que se “garantizaron de si mismos” con efectos que resultaban cómicos por el voceo de frases sueltas en el falso tono de un pseudo saber, “la primacía del falo”, “la mujer no existe”, etc., etc. Si tú pedías una explicación raramente encontrabas una respuesta coherente, era el voceo de un “slogan” semejante a ciertos mentirosos discursos políticos que los partidistas emiten como loros, para mí no era una sorpresa, en mi frecuentación semanal del seminario de Lacan ya había encontrado lo mismo en boca de psiquiatras y psicólogos; debo confesar que me abstenía prudentemente de emitir ese tipo de verbalización en la medida en que tenía no poca vergüenza de mis propias y profundas dificultades para comprender el discurso de Lacan, y una cierta rabia contra él por la sospecha de una intención maligna de dificultar ex profeso la comprensión de sus seguidores, esta intención ha sido confirmada en muchos de los autores y exégetas anglosajones lacanianos, que la han confirmado en sus escritos: “The pervert use of a criptive language”, ellos por otra parte han hecho un esfuerzo digno y muchas veces logrado de decodificar ese discurso. Anthony Wilden por ejemplo creo que lo ha logrado en una buena medida.

Personalmente, en mis seminarios y clases, siempre que cito a Lacan trato de dar una versión conceptual comprensible de su pensamiento, en lo que considero un aporte válido de su investigación del pensamiento de Freud y su sentido. Por otra parte creo que su aporte respecto a la “fase especular” y sus consecuencias estructurantes para dejar una marca en las ulterioridades del “ser” son válidas para desenmascarar nuestra alienación en lo que el ha llamado el “descentramiento del sujeto”.

Su abordaje de lo Imaginario, lo Simbólico y lo Real establece una serie de claras pautas clínicas para la comprensión y la interpretación del discurso del paciente y también es útil a los fines de cualquiera comprensión diagnóstica; no entraré en un comentario descriptivo de estos términos por considerarlo ajeno a los fines de este documento personal.

Pienso retroactivamente que no era en la amplia asistencia al “Seminario” el único con dificultades para comprender el discurso de Lacan, que entonces era puramente verbal, sin lecturas retroactivas ya que Lacan no publicaba en esa época.[1]  Mi impresión era que entre los psicoanalistas de mi generación, los únicos que comprendían y podían comentar con autoridad el pensamiento de Lacan eran en primer término Wladimir Granoff, mi mejor y más admirado amigo durante mi estadía en Francia, Serge Leclaire con el cual también compartí una amistad intensa pero sólida, en menor medida. Francois Parrier,  también fue un amigo entrañable que me derivó muchos paciente, entre ellos una paciente psicótica cuyo tratamiento fue una tortura por su mutismo, terror erótico y frecuentes escapadas en medio de las sesiones.

Agregaría a la lista a Pontalis y Laplanche, éste último con un alto sentido crítico de Lacan desde una posición informada; Lacan llegó a odiarlo y a escribir insultantemente sobre el, no tuve con ninguno de los dos una amistad particular o intimidad con ellos, nos veíamos fuera de los seminarios amigablemente pero sin intimidad.

Para mí, tal vez lo más grato de las reuniones y clases de seminarios vespertinos, era el punto final en que candidatos y maestros nos íbamos de cena o picoteo al Café de Flore o a la famosa Brasserie Lipp, que en esa época tenía precios accesibles a nuestros medios y discutíamos y conversábamos con Lagache, Lacan, Madame Dolto, en un ambiente informal y suelto, sin formalismos, eran no solamente una “gozada” si no también una fuente de saber no convencional y muy enriquecedora, una “tertulia” como se dice en España. Cabe agregar que nuestros maestros no asumían una actitud “enseñante” desde arriba, participaban libremente en nuestras conversaciones, discusiones, chistes y comentarios clínicos o teóricos.

Recuerdo que después de que Granoff y yo publicáramos en “Critique” un artículo sobre el Psicodrama de Moreno, nos llegó una carta de Moreno que nos anunciaba una visita a Paris y nos solicitaba que mediáramos para que el defendiera su posición en nuestra asociación; demás está decir que lo comentamos en la “tertulia” y entre risas Granoff propuso que aceptáramos su propuesta y que a continuación de su conferencia aplaudiríamos fría y brevemente, pero que nadie absolutamente nadie, haría una pregunta o una intervención. Que luego lo invitaríamos a la tertulia y tampoco comentaríamos o preguntaríamos nada.

El resultado fue espectacular, el gran actor, el gran narcisista de Moreno se desquició sumergido en algo como una intensa reacción de herida narcisista y melancólica con toda su capacidad teatral perdida. A posteriori cuando alguien lo llevó a su hotel nos reímos mucho; ahora escribiendo este texto, siento una vergüenza retroactiva y pienso que la consigna de Granoff fue de una crueldad diabólica de la cual nos hicimos cómplices por su increíble capacidad de seducción, él era evidentemente un psicodramatista mucho más exitoso que Moreno y su libreto había sido genial, del “Psicodrama” a un caso de “Psicotragedia” para el desprevenido Moreno, victima y su horrendo fracaso en Paris; el también era un gran seductor, pero en la circunstancia prefabricada que encontró se vio condenado al fracaso más inhibitorio. Imagino que si tuvo un consuelo retroactivo debe haber sido decirse: estos psicoanalistas franceses son unos imbéciles, incapaces de comprender mi teoría y mi técnica”.

A esta altura del relato no he contado como llegué a Francia. Recién egresado de la última materia pero sin haber presentado aún mi tesis final, el Rector y el Catedrático de Psicología General abrieron un concurso para una beca en Francia por dos años; el requisito fundamental, me imagino que impuesto “ad hoc”, era que el candidato tuviera un dominio claro tanto del francés como del inglés, nadie cumplía ese requisito salvo yo.

El Rector que fue mi catedrático de “Historia de la Psicología” que no era psicólogo sino un historiador de gran envergadura y Don Egidio Orellana, el catedrático de Psicología que en el Liceo había sido mi profesor de Inglés, tenían de mi un concepto alto y talvez no tan merecido como ellos lo imaginaban.  Recuerdo que en una de las primeras clases del 3º o 4º año de bachillerado Don Egidio preguntó: “¿Who was the author of Hamlet?” – silencio – yo dije teatralmente en un acento oxfordiano que imitaba siempre en juego: “Shakespeare, Sir”. El contestó en el mismo acento: “¿How did you say?” y contesté de nuevo en el mismo código “I said Shakespeare Sir, I said”, el se rió a carcajadas feliz de la comedia que habíamos actuado.

La cátedra de Psicología General tenía una clara orientación psicoanalítica, un poco sui generis en la medida que transaba al mismo tiempo con una especie de “formación de compromiso” con un tinte conductista particular que reencontré en Francia en la enseñanza de Daniel Lagache y que actualmente me resulta extraña y que se une además al hecho de que suscribo la afirmación de Lacan en el sentido de que el Psicoanálisis no es una Psicología, idea que comparto además e independientemente con muchos colegas no necesariamente lacanianos.

Don Egidio había devenido catedrático, después de abandonar la enseñanza secundaria y haber pasado dos o tres años en Inglaterra estudiando Psicoanálisis y analizándose, si no me equivoco con Winnicott. A su regreso a Chile el fue el gestor de crear la carrera de “Psicología” y el primer Director y Catedrático de ella.

Mi afecto, admiración y gratitud hacia él duran aún en mis sentimientos, fue un “segundo padre”, que frecuentemente son mejores y más amados que el padre biológico que la naturaleza te impone pero que tú no eliges. Desgraciadamente, tanto el como mi padre no sobrevivieron a  mi desgraciado y fatal retorno a Chile, después de haber vivido más de cinco años en Francia, con una situación privilegiada de maestros, pacientes, amigos, vivienda, esposa y dos hijos maravillosos, un varón y una nena en rápida sucesión; puedo decir que fueron años en que me sentí colmado por una especie de bendición mágica.

¿Cómo se rompió eso? La historia es breve y con un tinte ligeramente antisemita, el Rector de la Universidad, Don Juan Gómez Milles vino a Paris en una misión diplomática de colaboración entre la Universidad de Chile y la Sorbona, cometí el grave e insoslayable error de invitarlo a cenar a mi casa, preparé una cena suntuosa con, entre otras cosas un exquisito “Poulet de Bresce” al horno, con especias y la compañía de Granoff y su esposa Vera, de cuyo matrimonio yo y mi esposa habíamos sido los testigos recientemente.

En medio de la cena y después de una alegre conversación evocativa de Chile y la ingesta de por lo menos 3 botellas de buenos vinos franceses; Don Juan me dijo: “tengo la impresión de que tu tienes la intención y la organización de quedarte aquí, “vosotros los judíos” os vais con becas chilenas y no volvéis, tu prima Raquel Rotman se quedó en USA, tu primo Boris Rotman idem, pero si tu no vuelves, tu amigo Werner Ackerman no recibirá la beca que lo espera para venir a Paris”.  El tono era entre borracho y hostil y yo estaba desconcertado y herido por el enunciado claramente antisemita del “vosotros los judíos”, Granoff era un espectador mudo pero entendiendo todo a medias ya que ignoraba el castellano.  Quedé tan desquiciado que no le dije que mi famosa beca chilena había sido de hambre y pobreza, viviendo en un hotel de 5ª clase en un barrio marroquí, con una habitación miserable en un cuarto piso sin ascensor y que de los dos años del concurso sólo se me había pagado uno y del segundo nunca me había llegado un centavo y de ahí en más me había mantenido con mi trabajo en el servicio de Madame Dolto con …… pacientes, con el psicodrama del Liceo Claude Bernard y la ayuda de mi padre en las emergencias de mi paternidad.

Como un imbécil, por lealtad a Werner, que aunque yo no hubiera vuelto habría venido de todos modos, empecé a preparar mi suicida retorno a Chile con un peso en el corazón agravado aún más por un telegrama frío de mi madrastra que decía escuetamente: “Papá.murió.corazón. Saludos”.

A mi regreso a Chile se me nombró “Profesor Investigador Jefe de Sección de Psicología Clínica” del Instituto Central de Psicología de la Universidad de Chile. Esta institución era un paripé; supuesto centro dedicado a la investigación en diversos ramos de la Psicología (sobre todo clínica y educacional), sus publicaciones eran pocas y pobres, estaba elegantemente amueblada con bellas cajas de materiales de experimentación del siglo XIX, que nunca habían sido usadas.

Hice un programa de conferencias sobre Psicoanálisis, dictadas por mí, Ramón Ganzaraín y Carlos Whiting que tuvieron un éxito relativo.

Pero lo principal y más negrescamente abusivo de mis tareas docentes fue hacerme cargo de la enseñanza en las cátedras de “Psicología Social”, de “Psicología del aprendizaje”, cuyo Catedrático había sido nombrado alto funcionario de la Unesco sin renunciar a sus cátedras y vivía en Paris desde hacía por lo menos un año; y de reemplazar a Don Egidio Orellana, mi “patrón” en mas o menos la cuarta parte de sus clases de “Psicología General”.

No sé como lograba preparar las clases, entre paciente y paciente y noches de no dormir. Me desempeñé galanamente sin embargo y encontré algunos colaboradores en el Instituto de Sociología y el de Fisiología de la Facultad de Medicina para la cátedra de Psicología del Aprendizaje.

Pero surgió un problema gordo para mis nombramientos de Profesor Investigador y de Profesor adjunto encargado de Cátedra. La Fiscalía General del Estado negó los dos nombramientos por tener yo dos segundos apellidos: Chamudes en mi pasaporte y cédula de Identidad y Chamudis en el registro civil. La explicación era sencilla, por mi nacimiento se había delegado en mi abuelo el registrarme y con su acento extranjero debe haber pronunciado el “Chamudes” tan ambiguamente que el oficial debió oír Chamudis y así lo registró.

Mi primo Germán Gasman entabló un procedimiento legal de rectificación que se demoró un año en ser favorablemente fallado.

Un año sin sueldos, pocos pacientes y mucho trabajo, vivimos mi esposa y mis dos hijos con sucesivas ventas de bienes raíces heredados de mi fallecido padre.  Mi madrastra se apropió de la titularidad de la óptica de mi padre y según ella yo no tenía ningún derecho societario sobre esa área de su regia economía, renuncié a entablar un juicio con ella a cambio de una módica suma y un coche usado.  Nunca he vivido una etapa vital más dolorosa que esos dos o tres años de regreso a Chile; mi formación psicoanalítica en Francia no me fue reconocida por mis colegas chilenos, la “Societé Francaise de Psychoanalyse” no era aun miembro de la IPA y por ende yo no era psicoanalista, no podía ser admitido en la “Sociedad Chilena de Psicoanálisis” IPA, era un “descastado”.  Por suerte mi creciente amistad con dos destacados didactas de la “APCH” Ramón Ganzaraín y Carlos Whiting me aportó algunos pacientes y escribimos sendos artículos en colaboración.

El azar quiso que viniera a Chile un profesor de la Universidad de Cuyo, en San Luis, en el oeste de Argentina, la Universidad en cuestión me ofrecía la condición de Catedrático a los fines de fundar para los alumnos de 5º año una Cátedra de “Psicología Clínica”, acepté con placer; con un sueldo más que aceptable y para mi gran alegría el Catedrático de Psiquiatría era un psicoanalista, nada menos que Horacio Etchegoyen, con quién se entabló una cálida y aún duradera amistad que sigue hasta la actualidad. Publicamos, cuando ya ambos vivíamos en Buenos Aires, un libro sobre sexualidad,[2] que a mi juicio deberíamos republicar en una edición muy corregida y modificada con una importante referencia a los conceptos de género y de sexualidad femenina.

Mi existencia en Cuyo está llena de eventos, tanto gratos como ingratos; lo grato pasa por la oportunidad de desarrollarme con tiempo de lectura y de interacción que mejoró notablemente mi capacidad de profesor y de clínico; el contacto con Etchegoyen y un intercambio enriquecedor para ambos, en el cual fructificó el inicio de un grupo de estudios que años después sería reconocido por la IPA.

Pudimos dividir las tareas de ambos, supervisar Horacio a mis analizandos y yo los de el, lo que en cierta forma rompió con la contaminación que significaba la doble función de Horacio en el naciente ámbito analítico cuyano antes de mi llegada.  Después de unos tres o cuatro años Etchegoyen se marcha becado a Inglaterra y yo decidí emigrar a Buenos Aires a los fines de retomar un segundo análisis.

En Buenos Aires retomé un análisis con una analista que me cayó en principio bien, recomendada por Mimi Langer con la cual yo tenía una vieja amistad. Esta analista era flemáticamente kleiniana, me impuso cinco horas semanales, nunca logré escapar a sus interpretaciones de mi supuesta maldad “Esquizo – Paranoide” y cursar afortunadamente el umbral de la “Posición Depresiva”, el único resultado “terapéutico” fue una úlcera duodenal y el gasto de una gruesa suma mensual durante seis años, más los costos quirúrgicos de la úlcera, afortunadamente operada para mi retorno a una cierta paz conmigo mismo y bienestar físico al dejar éste análisis.

En el balance positivo de mis años porteños está la amistad con Fernando Ulloa, y tener el privilegio de ser el profesor adjunto en su Cátedra de Psicología Clínica y  tener un reconocimiento profesional.

Puedo decir algo parecido respecto a mi amistad con Jaime Szpilka. A pesar de que mi condición de miembro de la I.P.A. desde que el reconocimiento de mi “alma Mater” psicoanalítica francesa fue reconocida como: “Association Psychoanalitique de France” me legitimaba como Psicoanalista con solera. Era, de todos modos un marginado de la A.P.A. por ser ésta una sociedad médica. Mi participación en la institución era la de un invitado tolerado.

En una reunión anual presenté un trabajo esencialmente sociológico titulado: “Sobre el espacio social del ejercicio del psicoanálisis en la ciudad de Buenos Aires”, clara protesta por la estructura piramidal de la APA y sus abusos estructurales de: “Didactas – Titulares – Asociados – Candidatos” y la exclusión de los psicólogos; que en la medida en que la Facultad de Psicología era de una clara orientación psicoanalítica suministraba una importante masa de pacientes analíticos a los fines de tener una formación por así decir “vivida”, además una vez graduados y con clientela, controlaban sus casos con analistas de la APA y demandaban grupos de estudio de la misma fuente.

Es decir que a pesar de su muy importante aporte económico eran víctimas de una exclusión discriminativa e incoherente ya que si se los admitía como supervisandos, se les otorgaba implícitamente la capacidad de analizar a pesar de su exclusión.  El trabajo agregaba además una predicción tentativa que se cumplió a posteriori; la naciente emergencia de un incipiente pero creciente grupo de analistas lacanianos que le quitaría a la APA su monopolio de formadores.  La divisa de Lacan: “El analista se garantiza de sí mismo” daría “manga ancha” a quién quisiera erigirse en serlo al amparo de un “supuesto saber” y facilitaría una cierta cuota de impostura nada despreciable.

Un joven analista impugnó mi ponencia sosteniendo que no era un trabajo científico y además me acusó de favorecer esa pérdida de poder legitimizante a la APA, no me tomé el trabajo de contestar ya que no era una pregunta sino que era una afirmación. 

Para mi gran sorpresa, una analista de la cual nunca hubiera esperado un apoyo, la difunta Dra. Smolensky, tomó la palabra en mi defensa y dijo: “Esta ponencia está entre las mejores, si es que no es la mejor de este Simposio” y defendió abiertamente la apertura de la institución a los psicólogos, y afirmó que ella en tanto que supervisora de psicólogos y médicos psicoanalistas no veía una diferencia en cuanto al valor comparativo de sus rendimientos entre los dos tipos de profesión, por otra parte la formación académica de los psicólogos era mucho más cercana al psicoanálisis que la de los médicos y les permitía una inserción más precoz y pertinente tanto en la supervisión como en el trabajo clínico.

Al correr del tiempo muchos analistas amigos, miembros de la APA me convencieron de que presentara mi candidatura de ingreso a la institución y opté por presentarla.  En la asamblea en la cual se planteó mi admisión algunos Didactas médicos y especialmente el Dr. Abadi se opusieron con violencia a la admisión de un psicólogo por muy formado y miembro de la IPA que fuera.  Mis defensores fueron Jaime Szpilka con quién me unía una profunda amistad y que en esa época era presidente de la APA. ¡Puso su renuncia sobre la mesa si yo no era admitido! Horacio Etchegoyen igualmente defendió mi ingreso con todo el valor de nuestra amistad y colaboración. De este modo fui finalmente admitido como el primer psicólogo de la APA.  Años después la institución se abrió a todos los psicólogos.  Para mí, en mi subjetividad, este reconocimiento de mi status fue gratificante en tanto tal, pero no modificó en nada mi escasa participación en la política institucional, para la cual por otra parte carezco de vocación.

Lo que vino a alterar el bienestar y el buen vivir en Argentina se relaciona no con lo económico ni la institución sino lo político; el terrorismo de la dictadura tuvo un efecto que nos implicó en un constante duelo y miedo.  Me vienen a la memoria dolorosas experiencias como la muerte del marido de una pareja que yo trataba por su descuerdo en cuanto al justificado y ansioso anhelo de escapar del país de ella, y el obstinado empeño de él, psiquiatra, de permanecer y continuar en una labor de liderazgo gremial.

Una compañera de facultad de mi hijo mayor, con la cual  sostenía una relación amorosa, militante del P.C. fue secuestrada en un autobús, no tenía ninguna conexión con los montoneros u otros grupos; su padre, abogado presentó veinte demandas sucesivas de “habeas corpus” ninguna fue contestada y nunca supimos nada más de ella.,

Una supervisada y amiga íntima de años, me toca el timbre fuera de su hora y me dice que va camino al aeropuerto, que hacia una hora que la había llamado alguien para decirle que iban a por ella, madre de un soldado asesinado cuyo cadáver se demoró años en recuperar después de la dictadura y ya de vuelta en Argentina.

Dos pacientes, uno militante importante del P.C. y otro implicado tangencialmente con los montoneros tenían conmigo un acuerdo nada fácil de cumplir, si uno de los dos caía, se vería alguna manera de avisarme para que yo tuviera tiempo de escapar o esconderme, cosa altamente difícil, improbable y peligrosa.

Estas situaciones llegaron a una tensión crítica, decidimos emigrar en un acuerdo tomado en minutos, hablamos durante la cena de los eventos que mencioné y bruscamente les digo a los niños: “en el colegio no digan nada de esto que hablamos”. Nos miramos y dijimos: “nos vamos”.

Y así fue como llegamos a España y a Valencia, donde yo tenía un amigo y un buen recuerdo de una playa vecina en la cual había pasado dos veranos cuando estudiaba en Paris. Charli Paz se había instalado en Valencia un año antes y le iba bien, y pronto tuvimos una satisfactoria actividad profesional.

Al poco tiempo surgió una situación bastante conflictiva alrededor del ingreso a la Asociación Psicoanalítica de Madrid, de un grupo de psicoanalistas argentinos, entre los cuales se encontraban: Jaime Szpilka, Marta Lázaro, Elba Izarduy, Nicolás Espiro y yo.  Encontramos no sólo una oposición cerrada e incluso una manipulación del reglamento para cubrirse del riesgo que entráramos con el derecho adquirido de ser didactas si llegábamos a entrar. Era una mezcla de xenofobia, miedo en relación a nuestro saber y el odio personal de un emigrado argentino con hábitos de cacique y mucho poder en la APM.  Hay en esta historia detalles mezquinos y sórdidos que afortunadamente fueron solucionados por el Dr. Walenstein, Presidente de la IPA que había emigrado a Estados Unidos en los años del nazismo.

Actualmente vivo una vida al margen de toda política institucional, lo que libera una saludable tranquilidad, horas de estudio y dedicación a mis pacientes y a la enseñanza.

En Clave ψª: Bernardo, recordando el amplio desarrollo y la sistemática teorización que tu has hecho del concepto de narcisismo. ¿Qué resaltarías como más significativo en sentido estructural y psicopatológico de los tres niveles de narcisismo, el absoluto, el primario y el secundario?

B.A.:  Curiosamente la pregunta  coincide con mi etapa actual de enseñanza en el seminario  del Instituto de Psicosomática, estoy haciendo un ciclo sobre el narcisismo. Empecé hablando de un concepto introducido por Kernberg fundamentalmente respecto a un narcisismo normal, mi impresión es como que se necesita un mínimo narcisístico vital que si no lo tuvieras, o si careces de él, realmente tu vida no tendría mucho sentido.

Les recomiendo la lectura de un artículo de Green que se llama: “Narcisismo positivo y negativo”. Ha aparecido en el Internacional Journal of Psichoanalysis si no me equivoco. Ahí el término positivo y negativo no está dado en el sentido de bueno y malo, sino de presencia y ausencia, y es la presentación de dos pacientes, del comienzo de su trayectoria psicoanalítica en el que uno es el que presenta un narcisismo positivo, es decir un narcisismo que se afirma como tal, pero el paciente no es un hombre de un narcisismo normal, es un hombre en el cual hay un narcisismo que si bien no es absoluto, es ciertamente un narcisismo muy infantil, muy inconsistente, porque no tiene nada de lo cual enorgullecerse realmente.

El segundo paciente, el del narcisismo negativo, no es menos narcisista que el otro, con una diferencia, que su narcisismo no se manifiesta como tal en la medida en que hay una estructura melancólica, su narcisismo se juega como un factor inhibitorio de su vida profesional, y su transferencia con Green es una transferencia puramente especular y adictiva. Ella necesita a Green no como alguien que la va a curar de sus inhibiciones, sino como alguien que mantiene una cierta integridad narcisística en ella a través de tenerlo. “Soy porque lo tengo”.

¿Qué pienso yo que es un narcisismo normal? Creo que hay dos conceptos fundamentales respecto al narcisismo en el Yo Ideal y en el Ideal del Yo. Recientemente he leído artículos muy importantes respecto a la diferencia entre el Yo Ideal y el Ideal del Yo. El Ideal del Yo se sustancia como un proyecto vital en el cual el sujeto, en la medida en que accede a logros que forman parte de sus ideales, y de sus ideales no grandiosos ……    evoluciona con un narcisismo relativamente equilibrado y que podríamos considerar como paradigma de un narcisismo de los ideales en el sentido de un narcisismo ulterior al narcisismo secundario, de un narcisismo que ya no está ligado a los discursos parentales sino que  a los discursos socio-culturales. El narcisismo secundario, quiérase que no, acoge  el discurso parental,  básicamente el discurso materno, pero hay que ir más allá de ése discurso y es el discurso de la cultura en un sentido positivo.  En cuanto al Yo Ideal es tal vez la representancia del narcisismo o el heredero del narcisismo absoluto más infantil. El sujeto da por sentado el narcisismo intenso que no tiene el respaldo de una realidad interna, es decir, no tendría de que estar realmente orgulloso. 

En el artículo de Green, el  paciente que aparece como el caso del narcisismo positivo es un puro Yo Ideal, hueco, vacío, muy sociable, muy seductor, pero que es un parásito socialmente, familiarmente y en el más amplio sentido de la palabra. Mi impresión es que el que mejor ha definido un narcisismo normal es Otto Kernberg en un artículo que se llama: “Sobre el narcisismo normal” no quiero entrar en mayores detalles, diría que su máxima representancia está en el Ideal del Yo y en un Ideal del Yo equilibrado, en un Ideal del Yo en que se tiene consciencia de que el máximo de lo ideal no se va a alcanzar y que no se puede confundir ni con la idealización ni con la ideología.

En Clave ψª: ¿Cómo articular éste concepto de narcisismo con otro igualmente fundamental en la constitución del sujeto edípico, el de identificación, especialmente desde la perspectiva psicopatológica con la cual nos confrontamos como psicoanalistas en el trabajo clínico?

B.A.:  Bueno, por otra parte, si bien se podría decir que el sujeto se constituye de identificaciones, habría que decir que es muy importante el hecho de que, quiérase que no, las identificaciones se constituyen básicamente en su forma mas elemental y de máxima dependencia a partir de discursos parentales,  mientras el individuo no logra una identificación terciaria que sería  lo que Lacan llama el narcisismo de los ideales, ese imperio de las identificaciones familiares resulta muchas veces altamente negativo, y habría que agregar que un proceso fundamental en la cura es la desidentificación de la cantidad acumulada a lo largo de la trayectoria y la historia personal de las identificaciones negativas.

En Clave ψª:  En tu teorización planteas que desde el inicio el bebé nace en una estructura triangular inicial que defines como madre – bebé – mundo, en el que la palabra mundo hace referencia al elemento  terceridad edípica. El bebé queda así confrontado en una destitución fálica marcado precozmente por el preanuncio de la castración, ¿Puedes desarrollar esta hipótesis?

B.A.  Yo diría que en el esquema triangular al cual se refiere Beatriz, en el cual coloco en el ángulo C, el tercer término mundo – padre, está en juego la no absoluta condición del deseo materno. El deseo materno es operante, pero no hay que olvidar que la madre no puede ser puro deseo materno, y eso introduce  el elemento mundo. Uno podría pensar que en cierta forma, la falta del deseo materno se puede traducir básicamente en una estructura melancólica que se manifiesta ulteriormente, y que el exceso de deseo materno excluye el discurso paterno o tiende a excluirlo y le quita eficacia manteniendo al sujeto en un narcisismo regresivo e identificándolo con una condición fálica que impediría una evolución edípica normativa, normatizante.

Eso es una respuesta muy tentativa. Por otra parte yo creo que la pregunta exige un discurso mucho más extenso, pero la doy como provisoria y relativa. Que la triangularidad existe desde el inicio  es una cosa en la cual yo creo porque las circunstancias de la existencia … de la madre y el bebé hacen que si la madre es puro deseo materno, obtura la posibilidad de lo que Lacan llama el segundo tiempo del Edipo que sería que el falo está en otra parte, y la posición fálica del bebé continuaría siendo. Pienso por otra parte que un concepto de Jaime Szpilka con el cual simpatizo, es el que:   el padre le significa al bebé, como un elemento crucial en la constitución de un Edipo normal, la frase  “Ésta es tu madre”. Pero diría que si la madre es una madre excesivamente deseante, excesivamente ligada fálicamente a su hijo, el “ésta es tu madre” no tiene ninguna eficacia. Como no tendría eficacia tampoco el hecho de que la madre no significara por su no amor al padre, o por su excesivo amor al bebé que es una identificación narcisista de ella de tipo fálico, y su persistencia como madre fálica no tendría tampoco eso de que el falo está en otra parte de Lacan, no tendría eficacia.

En Clave ψª: Si consideras que el deseo de la pulsión de muerte persigue la total ausencia de falta, el narcisismo absoluto y ser el falo de la madre, ¿Cómo articularías la triangulación a la luz de la premisa de la pulsión de muerte?

B.A.:  Yo diría que la pulsión de muerte está tocada de ambigüedad por la importancia y el equívoco de que se la considera en general como una teoría de la agresividad. Yo tengo mis serias dudas de que la pulsión de muerte sea una teoría de la agresividad. Mas allá del principio del placer no es una teoría de la agresividad, es una teoría en la cual tal vez la frase clave es la del anhelo del retorno a la materia inanimada, que Freud aborda en la fase final de “El yo y el ello” como una virtud de la pulsión de muerte, a saber que la pulsión de muerte tendría un efecto moderador de la pasión libidinal de Eros.  “The mischief maker” en cierta forma, la palabra “mischief”que estoy citando de la Standard Edition, la palabra “mischief” es una palabra polisémica en inglés que sería como desde bromista, pesado,  “practical jocker”, como se dice en inglés, hasta un urdidor de males, Freud dice, busca la paz, por oposición al “mischief maker”, al hacedor de males que es Eros, lo que sería agrega, en cierta forma,  disminuir la importancia o el valor de Eros.

Mi impresión es que, de los autores del Simposium de Marsella, el que más se acerca a esa verdad es Ero Reckhard. El autor más insultado y más disminuido y más obligado a renunciar, por lo menos verbalmente, a su teorización respecto a la pulsión de muerte como la búsqueda de un estado de paz. Yo diría que no es la búsqueda de un estado de paz. Ciertamente da paz, pero básicamente es la búsqueda de no tener que desear, la pulsión de muerte sería el deseo de no tener que desear. Y, uno ve a los pacientes en los cuales impera la pulsión de muerte, como personas básicamente no apetentes, indiferentes frente a la vida, no buscando el placer ni el deseo,  yo diría que lo que buscan es no tener que desear. Esto exigiría evidentemente una reflexión teórica y un discurso teórico mucho más importante que el que puedo dar en ésta entrevista, pero  mi proyecto es substanciarlo en algún artículo.

En Clave Yª:  Aqúi cerramos la entrevista en la que Bernardo hace una semblanza de sus lagos años de vida dedicados al psicoanálisis que comenzó a sus  veinte años y continúa muy cerca de los ochenta y cinco que acaba de cumplir.  Gracias, Bernardo.

B.A.  Gracias a En Clave Yª y a vosotras.  Espero vivir aún muchos años y no temo la muerte porque he vivido la vida que deseaba vivir y por ende la vida no tiene ninguna deuda conmigo.

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Sobre el Autor:  Bernardo Arensburg es Psicoanalista, Miembro Titular de la Asociación Psicoanalítica Argentina y Miembro Asociado de la Asociación Psicoanalítica de Madrid.

**  Sobre las Entrevistadoras: 

Beatriz Bonanata, Psicoanalista

Leonia Fabbrini, Psicoanalista

Clarka Kirmayer, Psicoanalista

Matilde Viniegra, Psicoanalista


[1] La publicación de “Lo écrits”, que contiene conferencias a las cuales asistí, es muy  ulterior y la de los seminarios aún después de su muerte.

[2] Etchegoyen Ricardo H. y Arensburgh B. “Estudios de clínica psicoanalítica sobre la sexualidad” Ediciones Nueva Visión, Buenos Aires, 1977

Revista nº 1
Artículo 1
Fecha de publicación: ENERO 2009


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