Saltar al contenido
El terapeuta, los padres y el niño interno redivivo. Algunas reflexiones introductorias

El terapeuta, los padres y el niño interno redivivo. Algunas reflexiones introductorias

Iluminada Sánchez*

“La llegada de un niño plantea un interrogante a ambos padres: así, desde antes mismo de su nacimiento, se estructura ya cierto destino para él.”

Maud Mannoni

Llega un niño a la consulta Traen un niño a la consulta.

Como analistas de niños y adolescentes tenemos que asumir una necesaria, importante y específica labor, la de una Doble Escucha: a ellos, nuestros pacientes, y también a sus padres. Tenemos, como punto de partida, que el paso a consultar viene dado por los progenitores (o quienes lleven a cabo las funciones parentales); son ellos quienes traen al niño.

Hablamos de una labor necesaria e importante junto a los padres por ser quienes construyen la demanda, quienes acuden en busca de ayuda – (¿para quién? ¿para qué? ¿con qué expectativas?) –, los que ostentan el poder de cualquier decisión sobre nuestro paciente. Un poder que, además, excede el marco de la voluntad consciente de ellos. La indefensión del niño les otorga ese poder y, a la vez, son las figuras cuyo deseo es un referente vital, un leitmotiv fundamental en la vida psíquica del hijo, en su subjetivación. Los padres son esos otros significativos quienes lo preceden y marcan simbólicamente.

Este poder de los padres, determinante en muchos planos, no lo podemos obviar sino considerarlo parte de lo que concierne al abordaje del caso. No podremos dejar fuera a aquellos que le han dado la posibilidad de existir, insertándolo en un contexto y dinámica relacional presente, otorgándole pertenencia y el sentido de ser; de ser, primero su majestad el bebé, para ellos, sus majestades los padres, para en un futuro, tras los avatares del desarrollo, poder pasar a ser para sí mismo una vez perdidas las majestuosidades; aquellos en cuyos brazos este niño ha constituido los fundamentos de su psiquismo prosiguiendo su constitución junto a ellos. Habiendo de añadir que, son ellos, los padres, quienes tendrán que acompañar el proceso terapéutico, atravesando momentos en que experimentarán sentimientos de distinta índole hacia la terapia y el terapeuta (dudas, temores, molestias, esfuerzos, rivalidades…). Afectos éstos que estarán vinculados a transferencias y resistencias.

Todo esto son razones de peso para tenerles presentes

– prestarles una escucha comprensiva de los lugares que componen y dan a su hijo en la historia que se está escribiendo (y que comenzó antes de que ellos mismos llegaran al mundo) -, y, constituir una alianza de trabajo para ayudar a su hijo. Darles un espacio de escucha a su parentalidad, sus angustias, culpas y preocupaciones.

Orientados por lo que vislumbró Freud, lo adecuado es tenerles como aliados y alejarnos de todo lo que sugiera culpabilizaciones o cuestionamientos que les haga sentirse juzgados.

Conocedores de que no hay tarea sin vicisitudes, es desde un espacio adecuado como podremos afrontar las situaciones propias de cada andadura terapéutica con un niño o adolescente que resuenan en las reacciones de sus padres y convertirlas en medios para clarificar y propiciar reflexiones, así como elaboraciones favorables para el proceso de nuestro paciente. De modo ilustrativo expongo brevemente una viñeta clínica:

Es el caso de un niño de dos años y medio que presentaba retención de heces. Realizadas todas las exploraciones médicas pertinentes, fue derivado a mi consulta. Al final de una de las entrevistas preliminares con los padres, la madre, sabedora de que ejercía en dos ciudades, siendo fechas navideñas, me pidió que le trajera un décimo de lotería de la otra ciudad. Le contesté que no sería posible. Marcharon. Al cabo de un par de horas me llama la madre indignaba, tachándome de mala persona, que “algo así no se le niega a nadie”, que no seguirían viniendo. Expliqué que había razones para mi negativa y que sería importante que lo tratáramos tranquilamente en un encuentro. Accedió. Este “incidente” nos posibilitó hablar del porqué de mi negativa y de su intensa reacción e indignación frente a ella. Desde ahí hubo ocasión de señalar cómo sus expectativas parecían cargadas de exigencia e idealización. A su vez, el padre introdujo sus observaciones: “ella nunca acepta un no por respuesta, hace eso con todos; nos machaca a todos”. Los dos rieron ante estas palabras. En este punto, se les ofreció una reflexión sobre esto vinculándolo a la “negativa” del niño a hacer cacas; dirigiéndome a la madre:

“Tal vez Ud. esté viviendo la dificultad del niño como una negativa a su petición”.

Silencio. Y, ¿Cómo lo ve? ¿Pudiera ser que tal vez el niño esté mostrando un “no” a la insistencia de su mamá, como si le dijera “las cacas no te las doy, son mías”?

La madre me mira desconcertada y el padre dice: “es que no le deja ni a sol ni a sombra, está obsesionada con las cacas del niño desde el principio”.

En este punto le pregunto al padre: Y Ud. ¿cómo considera que podría ayudarla con esa obsesión? – Se miran, se sonríen, me miran.

Y el padre dice: “No sé… yo procuro no meterme, ella es la madre, no le voy a decir cómo hacer con esas cosas, ella es la que sabe. Además, se irrita muchísimo

cuando está así preocupada. ¡Cualquiera le dice nada! Trato de dejarla tranquila.”

“Se hace a un lado, no se cree necesario, la teme” le digo.

Padre: “dicho así suena raro, como si no me implicara”. Madre: es que no te implicas.

Padre: nunca me has dicho nada, pensé que era lo que correspondía, la madre es la que sabe de los niños pequeños ¿No?

Madre: no sé, yo también creo que soy yo la que tiene que saber qué hacer.

Digo: ¡Ahhh! Entre los dos componéis algo que os aleja. Y ella se queda sola con las dudas. Los dos sois necesarios. Ni el hombre ni la mujer nacen sabiendo qué hacer en cada cuestión con un hijo. Un hijo plantea muchas dudas y preocupaciones. Cuando uno se obsesiona con algo, a lo mejor el otro da una visión diferente. ¿O no?

Padre: Yo creo que sí, y en muchas cosas del trabajo o de la familia lo hablamos y hacemos eso… aunque yo estaba tranquilo pensando que era ella la que sabría qué hacer. Hasta me extrañé que quisieras que viniéramos los dos.

Señalo: Claro, a veces es uno el que tiene que ayudar al otro en situaciones que desbordan… tal como lo dice. Pero con el hijo parece que ocurren cosas diferentes…

De ahí derivó un diálogo fecundo para el caso sobre la relación de los tres – padre, madre y niño-; sobre las reacciones de ambos y las dificultades de separarse del niño. Algo, que a su vez, hizo surgir la relación de ellos con sus propias madres y la historia personal de la madre donde, su padre que pasó una larga etapa de adicciones, propició que ella adoptara un papel de protección continua de su madre y el escrutinio continuo de su padre, ocupando así un lugar con mucha carga, exigencia y control de los miembros de la familia, acarreándole un sentimiento de nunca haber podido ser niña, sino cuidadora de todos, con la continua obsesión de que nada se le escapara no fuera a suceder algo trágico. Narra la necesidad de controlar, para evitar el maltrato a su madre. Pudimos desde ahí ver los temores que recaían sobre su hijo, sus posiciones ante la parentalidad y la repetición de elementos de sus historias en el vínculo con su pequeño.

Retomando lo que decía al comienzo, la tarea con los padres es, además, una labor específica. Y es así porque la pareja parental no estará en tratamiento, no serán nuestros pacientes. Nuestra tarea terapéutica estará centrada en nuestro paciente niño o adolescente. De no ser así, se crearían interferencias; se confundirían lugares, sería invasivo y agresivo para quienes no han pedido tratamiento, aparte de ser omnipotente pretender ir más allá de lo que Freud llamó “un cierto influjo terapéutico” refiriéndose a nuestra labor con los padres. Nuestras intervenciones habrán de ir hacia la búsqueda de reflexiones que arrojen luz sobre qué le pasa a su hijo y a ellos en su relación con él y el ejercicio de la parentalidad. Es una tarea que convoca una especificidad teórica y clínica.

Dicha especificidad estará en que nuestro quehacer y nuestra función han de ser diferentes a lo que es la labor terapéutica propiamente dicha donde nos adentraríamos en un territorio bien distinto. En la tarea con los padres todas nuestras intervenciones van dirigidas con un objetivo: el niño. Si hablamos de ellos, de las informaciones que recogemos sobre la pareja, de las historias familiares de cada uno y demás áreas de la vida interrelacional familiar, es para comprender la situación, el contexto, la dinámica de los lugares que se ocupan, el ejercicio de las funciones materna y paterna, las transmisiones, los lugares en la tríada, los intercambios, las angustias y expectativas en juego, las dificultades ante la diferencia de ese otro que es el hijo, las conductas y reacciones… siendo que todo ello es lo que “respira” nuestro paciente; el contexto donde está inserto. Aparte de los encuentros preliminares, necesitaremos encuentros con ellos a lo largo del proceso del niño para seguir pensando juntos, así como para salir al paso de todo lo que pueda interferir el proceso del pequeño: transferencias, resistencias, rivalidades, …

En la pequeña viñeta clínica anterior podemos ver que las intervenciones están dirigidas a comprender junto a los padres aquello de ellos que se va revelando como no resuelto o interferente, que circula y se enlaza sosteniendo la sintomatología que el niño muestra en esa etapa donde el control de esfínteres está en trámites. Y observamos ahí cómo a través del abordaje de la transferencia negativa, para limpiar de interferencias el campo reflexivo, surge la posibilidad de construir un enlace entre las vivencias de la madre relativas a su historia familiar, así como su lugar en aquella dinámica, y las repercusiones de ello en el ahora de su vínculo con el hijo. Y cómo el padre adoptaba el lugar de observador pasivo, casi un niño más que no estaba calificado para junto a su mujer afrontar las dificultades de la crianza, quedando desvitalizado en su función de tercero efectivo.

Dicho lo anterior, subrayo la necesidad de una doble escucha para una doble función en nuestra tarea cuando somos analistas de niños y adolescentes: una función de analista, ante la tarea terapéutica con el niño y, otra analítica con intervenciones ceñidas al objetivo- niño, en el quehacer con los padres. Cómo llevar a cabo esta doble función y el modo de intervenir en la tarea con los padres, aparte de lo brevemente ilustrado con la viñeta anterior, son materias para otro desarrollo. En esta ocasión baste reseñar la especificidad que entraña dicha labor sin la cual todo trabajo con niños o adolescentes puede verse dificultada o, cuando menos, mermada.

Cuestión aparte serían las condiciones de viabilidad para esta tarea. Hay casos donde no se ven posibilidades de abrir un espacio de reflexión con quienes ejercen

la parentalidad. Sin embargo, como mínimo hemos de procurar una alianza que dé contención para que sea posible la tarea con el chico. Cuando el terapeuta encuentra recurrentemente dificultades que no sean objetivables o rechazo a dar ese lugar a los padres, habrá de preguntarse a sí mismo por ello (a no ser que desempeñe su labor profesional en un entorno institucional donde los protocolos o el tipo de casos lo hagan impracticable).

El terapeuta ante los padres. La contratransferencia

Lo contratransferencial se podrá contemplar, de modo global, al menos en dos vertientes que suelen estar imbricadas: la personal y la sociocultural.

Recibir a la pareja parental puede promover resistencias y ansiedades al terapeuta. Es un encuentro susceptible de convocar a las antiguas figuras de autoridad, juicio y presiones; el temor a no contentar, a no satisfacer, el temor a la descalificación o insuficiencia, pueden surgir ante esos padres que nos consultan por su hijo. Necesitaremos escucharnos a nosotros también.

Por otra parte, si escuchar es ir más allá de reconocer unos sonidos, escuchar psicoanalíticamente es articular nuestros conocimientos para localizar lo latente en el discurso manifiesto. Respetar el material de quien nos habla implica no ponerlo bajo una visión reducida por nuestras recurrentes convicciones; implica abrirse al encuentro con las diferencias de ese otro que nos habla. Cuando atendemos a niños y adolescentes, todos los que acuden sufren: el hijo y los padres. Parece obvio, sin embargo, la alianza que forjamos con el niño desde que nos piden la cita y el influjo de los ideales sociales sobre la parentalidad, y más cuando, la queja y enfado de los padres es recurrente, puede dificultar al terapeuta tener presente que nos traen a su hijo porque ellos también sufren.

Como sabemos, miramos y vemos desde adentro lo de afuera; miramos, desde los cristales de nuestra “ventana”, desde el color de su cristal. Vemos desde lo que somos y desde lo que esperamos, muchas veces sin darnos cuenta; y calibramos las respuestas de los demás desde nuestras expectativas, nuestros ideales y fantasmas. Razones por las que un analista ha de analizarse y estar atento a sus reacciones. Además, estamos atravesados por herencias culturales y sociales, – más allá de las herencias acuñadas en nuestras historias relacionales, familiares y vivenciales. En cada época hay valores, ideales, prejuicios y discursos políticamente correctos. Como se suele decir, somos hijos de nuestro tiempo. Son factores participantes a no desdeñar.

Los ideales de padre y madre, siempre nos acompañan. El buen padre ha de, la buena madre ha de. Habrá ideales y expectativas sociales y personales. Nos manejamos con al menos dos herencias: las que han calado internamente desde nuestros vínculos fundamentales conformando nuestros algoritmos internos y las que nos calan desde los discursos de nuestro tiempo. Y a cualquier sumatoria hemos de añadir como invitadas de honor a las posibles contradicciones.

La tarea terapéutica se vincula al arte y a la creatividad. Los pre-juicios o juicios anticipados, muchas veces pueden aparecer como automatismos, que nos dificultan “salir de la caja” para mirar con amplitud. No en vano, “salir de la caja”, es una frase surgida entre los creativos y pioneros del pensamiento lateral, ilustrando la necesidad de desafiar los límites mentales, lo preconcebido que restringe nuestra creatividad. En lo que nos concierne se podría aplicar tanto para expandir nuestros puntos de vista al reflexionar como para estar dispuestos a escuchar lo nuevo de nuestros pacientes y sus padres. El psicoanálisis es una labor investigadora que como tal demanda un pensamiento flexible dentro de su rigor.

Interrogantes para la investigación

Los interrogantes son como llaves que pueden abrir puertas por donde pasar a otras estancias de pensamiento. Son promotores y herramientas de trabajo.

Toda tarea que se emprende requiere el conocimiento de los elementos que concurren en la misma. Al dedicarnos a la clínica con niños y/o adolescentes necesitamos conocer las diferentes esferas del desarrollo y las teorías, los estudios que nos permiten reconocer y preguntarnos sobre las etapas pulsionales, los conflictos que el nuevo ser en su andadura hacia la subjetivación ha de atravesar y las fantasías que se generan, así como las renuncias, pérdidas, duelos y dificultades que suponen los trámites hacia la elaboración y simbolización.

Del mismo modo, para el que hacer con los padres, se hace necesario conocer y preguntarse sobre lo que implica conformar una pareja pasando del tú y yo al nosotros, a lo familiar; el paso de pareja a pareja parental. Conocer y preguntarse sobre el deseo de ser madre y de ser padre; las negociaciones conscientes e inconscientes, tanto en lo personal como conjuntamente, que llevará a la decisión de tener un hijo; sobre qué supone la maternidad y la paternidad (sea cual sea la modalidad de pareja); qué supone la experiencia del embarazo para la mujer y para el hombre el embarazo de su pareja; qué suponen para una mujer el parto y la crianza; qué supone para el hombre la llegada de un hijo; qué es un hijo y cómo es el proceso de filiación; cuál es la función del narcisismo parental; la impronta transgeneracional en el vínculo padres-hijo… entre otras muchas cuestiones que podamos plantearnos en torno a la constitución familiar, los vínculos, los intercambios, las transmisiones, las expectativas, afectos y los lugares dentro de la dinámica familiar a partir de la llegada de un hijo.

Interrogantes que manejaremos desde lo universal a lo particular de cada caso.

En esta ocasión, nos ha parecido de interés preguntarnos sobre qué suponen las travesías del crecimiento de un hijo para sus padres. Los padres se verán consciente e inconscientemente conmovidos y removidos por las diferentes etapas del crecimiento de su hijo. Cada niño va cambiando y manifestándose de manera diferente según su momento del crecimiento. Los padres también van ajustando su relación con el hijo según las condiciones de la trayectoria de su crecimiento, pero, no solo por las razones evidentes de lo que necesita el hijo en cada etapa, sino porque junto a su hijo vuelven a revivir lo transitado por aquel niño que fueron, por el niño interno que portan.

En la tarea con los padres todo lo anterior cobra fuerza en diferentes sentidos. Ante ellos, aunque no sean nuestros pacientes, seguimos siendo analistas que están investigando sobre lo que le ocurre a su hijo. Hemos de escuchar al hijo que nos traen en su discurso, en sus temores, en sus inquinas, en sus quejas y proyecciones. En su fantasmática. Todo ello para aportar enfoques reflexivos que les permita una nueva mirada hacia lo que le transmiten y a la relación que han establecido con él. Hemos de mantener todo el tiempo “sobre el tapete” al hijo y lo que circula o incide sobre él. Esto exige una gran delicadeza porque lo que buscamos no es enseñarles a ser padres (como se dijo nadie tiene el patrón) según nuestro criterio, sino que se afiancen y clarifiquen los lugares discriminando sus funciones.

Por parte del terapeuta exige despojarse, en la escucha al menos, de los ideales que portan los conceptos padre y madre, para no sesgarla y sí poder verlos como personas que sufren y quieren vivir mejor con su hijo y ayudarle a crecer, muchas veces en lucha con las cuentas pendientes de sus niños internos, que en ocasiones habrán de llevarnos a ayudarles a ver la necesidad de una ayuda aparte para ellos con otro profesional.

Los padres de nuestros pacientes, por el mero hecho de ser padres, por el hecho de ser dos, por el hecho de que nos traen su ser más querido, es decir, un alguien que les hizo entrar en otra esfera vital, alguien que ocupa una parte importante de su vida y que está vinculado a sus narcisismos, … figuras representantes de la máxima autoridad que conoce un sujeto, en tanto representan el máximo poder en los comienzos de la vida, cuando la indefensión es absoluta… aunque acudan asustados y heridos en su narcisismo, esos padres, promueven en el terapeuta reacciones contratransferenciales, en ocasiones, incluso, obstructivas o interferentes de su labor y escucha.

El niño interno redivivo

El niño interno de cada uno de los padres se manifiesta redivivo ante las etapas evolutivas de su hijo, trayendo al presente conflictos, heridas o anhelos pendientes, reactivando memorias afectivas y aspectos de conflictivas no elaboradas que encuentran eco ante la experiencia y encuentro con las diferentes etapas del crecimiento de su hijo. En este resurgir, el pasado inconsciente cobra vigor, influyendo en la manera en que el progenitor percibe, interpreta y responde a las necesidades emocionales en el marco relacional con su hijo.

Los padres del niño recién nacido

La pareja tras el parto desaparece y apenas se trasluce detrás de la pareja parental que está volcada en su “majestad” que todo lo ocupa: el tiempo, el espacio físico y mental. Padre, madre y familiares están en disposición de función materna. Los abuelos, principalmente las abuelas y otras mujeres de la familia o incluso vecinas, aportan su experiencia a la madre primeriza. La madre desea su privacidad materna y a la vez teme no saber manejarse con su pequeño. Ya no es mujer, es madre. Sumergirse y aflorar. Dos movimientos psíquicos. La necesidad de sumergirse y los temores de perderse como la mujer que era, en esa alienación. Este podría ser un estado. Y para cada mujer que tiene un hijo hay uno en su singularidad.

La indefensión del nuevo ser en sus brazos, la reverberación de las experiencias primigenias remueve y evocan el campo regresivo que permite una unión cargada de emociones de distinta índole, conscientes e inconscientes, donde el padre suele sentirse observador de una escena casi sagrada o excluido y celoso o todo eso a la vez u otras emociones acordes con su trayectoria y singularidad … El antes y el después de ser madre.

¿Y qué suscita en el varón, o al otro de la pareja, esa unión?

El hombre o el otro/a de la pareja, también atraviesa estados. Nada de lo que ocurre es inocuo para cada sujeto, en el plano individual y en el plano de la pareja. Hay enriquecimiento y pérdida. ¿Cómo transitaron cada uno de éstos los padres que tenemos ante nosotros? ¿Quedaron en uno de los polos? ¿Qué pasó con la pareja? ¿Pudo ser rescatada del lugar tras la pareja parental? ¿Pueden la pareja de padres y la pareja amorosa estar lado a lado? ¿Y el hijo? ¿En qué lugar está?

Los padres del niño edípico

El niño en cada etapa promueve en sus padres el revivir de los atravesamientos de la historia pulsional de éstos. Los progenitores, sean biológicos o no, (progenitores en el sentido del que da vida, vida psíquica en este caso) quedan convocados, removidos y conmovidos los afectos, las fantasías y los conflictos acorde a como fue cada travesía y su elaboración.

De hecho, el deseo y la decisión de concebir un hijo hunde sus raíces en las resoluciones o no, en cómo pudo hacerse la travesía edípica, tanto para el padre como para la madre.

Nos presenta aspectos de estas etapas: FREYA ESCARFULLERY

Los padres del niño latente

Cada etapa nos interroga por las anteriores. De ese modo la consecución hacia la adolescencia está vinculada a cómo se transitó por las resoluciones que se pusieron en juego en todas las conflictivas previas.

La latencia es una etapa fundamental condicionada por la travesía edípica. Llamada latente por su apariencia, promueve aspectos que harán viable la entrada a la tramitación de lo propio.

Los padres del niño latente tienden a centrar sus preocupaciones en el rendimiento escolar. El niño alcanza a esta edad un mayor compromiso con el aprendizaje formal. Cuando esto no se refleja del modo esperado, los padres se angustian. En los padres que consultan debido a los problemas de aprendizaje de su hijo observaremos una gran dificultad para descentrar sus reflexiones de las quejas, exigencias y preocupaciones por las calificaciones. Sienten en riesgo el futuro y sus ideales para con el hijo. Es como si sintieran en riesgo sus propias calificaciones.

Desarrolla sobre el niño latente y sus padres: BELÉN ALONSO

Los padres del adolescente

Contemplar el crecimiento de un hijo supone ver ante sí el tiempo transcurrido encarnado. El crecimiento de los hijos confronta con el envejecimiento. Es una etapa de confrontaciones con el tiempo vivido y el tiempo por delante, con la despedida del niño pequeño – ¿quién es este otro que aflora? -, con la despedida de la pareja joven y pujante, con nuevas formas de relación entre padres e hijos y con los conflictos generacionales. Surgen los temores hacia sus relaciones con los pares y la sexualidad. Nos consultan mostrándose preocupados, impotentes, enfadados, quejosos y alicaídos.

Aborda esta temática: LUISA MARUGÁN

Bibliografía

(algunas obras de referencia):

AECPNA, AMPP, ACCIPIA: Compiladores de textos expuestos en las jornadas científicas anuales organizadas por las tres instituciones – “Clínica psicoanalítica contemporánea” – Editorial Sirena de los vientos (2020)

Aulagnier, P. – “La violencia de la interpretación. Del pictograma al enunciado”. Amorrortu Editores Berenstein, I. – “Psicoanálisis de la estructura familiar” – Editorial Paidós

Caellas A. Mª, Kahane S., Sánchez I.: “El quehacer con los padres. De la doble escucha a la construcción de enlaces” – Ed HG (2010)

Dinerstein, A. – ¿Qué se juega en el psicoanálisis del niño? – Lugar Editorial (1987) Dolto, F. – “El niño, el psicoanálisis y los padres”. Editorial Paidós (1971).

Freud, S. – “Análisis de la fobia de un niño de cinco años. El caso Juanito” (1909) – Amorrortu Editores – Tomo V Freud, S. – “Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis” (1932) – Amorrortu Editores Tomo XXII Lacan, J. – “La familia” – Ed. Homo Sapiens (1977)

Mannoni, M. – “La primera entrevista con el psicoanalista “– Ed. Gedisa (1985) Winnicott, D. – “El proceso de maduración en el niño” – Ed. Laia (1971) Winnicott, D. – “Juego y realidad” – Gedisa (1971)

Sobre la autora:

*Iluminada Sánchez es psicóloga, psicoterapeuta y psicoanalista de adultos, especialista en la clínica infantil con niños, adolescentes y trabajo con padres. Psicoterapeuta acreditada por FEAP.

Vicepresidenta, directora del área académica de AECPNA. Docente del posgrado de AECPNA y del máster AECPNA-UEMC.

Codirectora de la revista digital En Clave Psicoanalítica de AECPNA.

Coautora del libro “El quehacer con los padres. De la doble escucha a la construcción de enlaces” – HG editores

Revista nº 24
Artículo 1
Fecha de publicación DICIEMBRE 2024


Entradas Similares del Autor:

¿Hablamos?
Call Now Button