POR NIEVES PÉREZ ADRADOS*
Estamos en una época de vertiginosos cambios y resulta curioso el estado actual de la educación: en búsqueda de nuevas metodologías, se incluyen los ordenadores en las aulas, utilizándose la tecnología en determinadas asignaturas,… Pero lo que necesitamos con urgencia es un verdadero cambio estructural.
Se espera mucho de la escuela, y de los educadores, maestros, profesores… Hoy por hoy la enseñanza está descontextualizada, convertida en un saber con fines y marco específicos. Los implicados en la educación a veces están enfrentados, las estadísticas no coinciden con las expectativas de una sociedad productiva y exitosa. Además las relaciones entre los alumnos, entre los profesores, y el tándem educador-educando destacado por Paulo Freire, parece que no funciona.
El filósofo M. Borghesi, analiza las raíces profundas de la crisis de la enseñanza en Europa. Y en su ensayo “El sujeto ausente” (2005), bucea en las posibles causas del derrumbamiento del sistema escolar. El sujeto ausente al que se refiere, por un lado es la figura del maestro: ha desaparecido, ya que su papel no está adecuadamente valorado. El maestro se ha convertido hoy en un instructor, olvidando su vocación de educador; él no sólo tiene la función de informar, sino, sobre todo, la de formar; y es urgente recuperar su figura. También la figura del estudiante dice “ha perdido –como Pulgarcito- los códigos que los devuelven a la senda perdida del conocimiento y la cultura”.
Por su parte, A. Touraine propone redefinir la escuela como un laboratorio social de la demanda centrada en el alumno. Con docentes, educadores, alejados de esta figura de instructor que se limita a explicar un conocimiento limitado. Habla de “La Escuela del Sujeto”: …Escuchar, reflexionar y entender el mundo de nuestros estudiantes, es la tarea que debemos complementar con la disciplina que enseñemos…
La educación no se produce en una burbuja, no puede separarse de la vida. Estamos en el siglo XXI, y las demandas laborales son diferentes a las del siglo pasado, el mercado mundial es muy competitivo, la globalización financiera es imparable,… Las transformaciones sociales, y por consiguiente las transformaciones familiares, han cambiado el panorama educativo. En este momento sería conveniente volver a diseñar y organizar conceptos como fundamentales como autoridad, disciplina, relaciones humanas, interculturalidad, desigualdades, diferencia y diversidad, entre otros. La sociedad de consumo, el dinero, el “logo”, nos hemos perdido y no discriminamos lo contingente y lo importante.
Sobre las transformaciones familiares, Susana Mauer y Noemí May, ilustran los cambios en las familias con una imagen fotográfica, y cuentan como los retratos de familia:
- Eran antes en sepia; cuando la familia se nucleaba alrededor de un matrimonio duradero y previamente acordado.
- Luego el retrato fue en blanco y negro.
- Más adelante en color.
- Y en la actualidad es digital.
Durante estos movimientos, dicen: “Sucesivas aperturas movieron a los personajes fuera de sus lugares. Los abuelos perdieron hegemonía, la mujer salió al mundo laboral y los niños protagonizaron una inserción en el medio sociocultural, buscando satisfacer los ideales de la familia.” Citan a Moreno: “La familia posmoderna surge a partir de la década de los 60 con un contrato entre cónyuges que no tiene su base en una unión permanente. Además, la atribución de autoridad en la familia – que en otro momento pertenecía al padre – comenzó a ser cada vez más problemática y la “división de tareas” (madre que cría/padre que trabaja) se desvaneció. Aumentaron los divorcios, las separaciones y la recomposición conyugal. Los niños pasaron a estar cada vez menos protegidos… en su crianza dentro del marco familiar. Los mass-media tomaron decididamente la vacante”.
También hoy encontramos familias monoparentales, o con dos padres o dos madres. Pero lo que nos importa a nosotros es si existen en las familias las funciones materna y paterna, y si se ponen en marcha, sea la familia que sea.
La televisión, las consolas, las tabletas,… ocupan, como cuidadoras incansables, el legado de los afectos, los cuentos y narraciones de los adultos, pero pueden poner límites, pensar, son pantallas que ofrecen diversión e información pero no pueden ocupar nuestra presencia educativa, no discriminan.
¿Y por qué la escuela sigue funcionando según los cánones del siglo XIX? Si ya no va, ¿por qué seguimos repitiendo? ¿Será una cuestión relacionada con la Compulsión a la repetición?
En medio de las transformaciones convulsas de este comienzo de siglo, retomo a Paulo Freire cuando habla de que: “la educación verdadera es praxis, reflexión y acción del hombre sobre el mundo para transformarlo”. Desde la filosofía convencional de la educación se defiende una posición educativa relacionada más con un proceso de domesticación que la iniciación a la libertad. Freire propone que “nadie educa a nadie pero tampoco nadie se educa solo. Los hombres se educan entre sí, mediatizados por el mundo”.
Los alumnos viven con desgana, como un castigo, cuando el maestro trata de explicarles una asignatura con desapego, desde fuera. También podemos encontrar esto en los adultos, hemos perdido el placer de disfrutar con un trabajo bien hecho o unos estudios llevados a cabo desde la sorpresa o el interés del descubrimiento. Para Freire: “todo este esfuerzo que realiza el hombre para reflexionar sobre sí y sobre el mundo en que y con el cual está, le hace descubrir que el mundo es también suyo y que su trabajo no es la pena que paga por ser hombre, sino un modo de amar y ayudar al mundo a ser mejor”.
Winnicott ya nos había señalado la importancia del Juego. Y después Ricardo Rodulfo, define que uno de los trabajos psíquicos a realizar en la etapa de la adolescencia es el Pasaje del jugar al trabajar: Que el trabajo herede algo de lo lúdico, que el trabajar no sea una pura adaptación a la sociedad, algo alienante, para que ese trabajar sea algo propio del sujeto. En el trabajo el sujeto puede encontrar algo de las raíces deseantes que hay en el jugar. Si no todo el campo del trabajo en el futuro se expone a ser pura adaptación, demanda social, demanda alienante y no será algo donde se juegue la dimensión deseante de la subjetividad.
Nuestra sociedad actual necesita más que nunca educadores valientes que, como Neill, piensen que “hay que responder a la vida no sólo con el cerebro, sino con toda la personalidad”.
Podemos cuestionarnos sobre los cambios de las leyes de educación, sobre la agitación de los padres, sobre los resultados insuficientes en el aprendizaje, el rendimiento escolar y las notas,… PERO la educación debe pasar por el afecto, y girar no sólo en torno a la esfera intelectual, sino incorporar también el universo afectivo del niño y el adolescente.
Si cada uno de nosotros recordamos los años pasados en la escuela, podemos recordar como vital la figura del maestro: alguien capaz de sentir interés y amor por su trabajo y sus alumnos. Podríamos decir que la enseñanza está atravesada por el afecto.
Ya Sigmund Freud en 1914, en “Sobre la Psicología Colegial”, escribió una interesante reflexión sobre la impronta que la escuela y los educadores dejan en los individuos. Nos hablaba así de la figura del maestro:
“…Como psicoanalista, debo interesarme más por los procesos afectivos que por los intelectuales; más por la vida psíquica inconsciente que por la consciente. La emoción experimentada al encontrarme con mi antiguo profesor del colegio me conmina a una primera confesión: no sé qué nos embargó más y qué fue más importante para nosotros: si la labor con las ciencias que nos exponían o la preocupación con las personalidades de nuestros profesores. En todo caso, con éstos nos unía una corriente subterránea jamás interrumpida, y en muchos de nosotros el camino a la ciencia sólo pudo pasar por las personas de los profesores…”.
El placer de aprender y enseñar, pueden estar en la base de todos los planteamientos que intentan aclarar la realidad en las aulas.
Marc Prensky, a los “nuevos” estudiantes de hoy los denomina “Nativos Digitales”. Una persona que ha estado rodeada desde temprana edad por las nuevas tecnologías y los nuevos medios de comunicación, desarrolla otra manera de pensar y de entender el mundo, son “Hablantes nativos” del lenguaje digital de los ordenadores, videojuegos, e Internet.». Y la persona nacida y educada antes del auge de las nuevas tecnologías la denomina “Inmigrante Digital”. A modo de desafío pedagógico propone rediseñar los procesos educativos. Enfrenta al nativo digital (alumno) y al inmigrante digital (la escuela tradicional) para mostrar que la simple reproducción de los métodos que funcionaron en el pasado está condenada al fracaso, y provocará “desinterés”. Propone un modo de aprendizaje que refuerce la autonomía y el pensamiento reflexivo, aprovechando las nuevas tecnologías.
Los docentes no pueden considerar a los niños actuales como los estudiantes de otros tiempos, los métodos de enseñanza favorables en otros momentos no pueden pensar que vayan a tener el mismo resultado con estos nativos digitales. La tecnología puede también ayudar a favorecer la comprensión, ser una herramienta que posibilite al maestro el trabajo con temas complejos de explicar, y puede utilizarse como una herramienta pedagógica más.
Hoy por hoy, no hay “un trabajo para toda la vida”, hay una enorme competencia laboral, y la educación, más que nunca, debe continuar toda la vida, porque la sociedad cambia a ritmo vertiginoso y podemos quedarnos al margen. Frente a todo este panorama de cambios sociales, políticos y económicos, las familias –también “en cambio”- no terminan de adaptarse a los nuevos tiempos, y los padres y madres lo expresan: “No sé cómo educar a mis hijos”, y observamos una falta de límites sin los que los niños y adolescentes no pueden crecer.
El alumno es una persona, es algo más que un mero receptáculo de información. En vez de una cultura escolar cerrada se podría proponer un modelo educativo abierto a los cambios, flexible y orgánico. La propuesta pedagógica podría pasar por “Educar con Afecto”:
•Es decir, fomentar un ambiente en las aulas sensible e inteligente, enseñar sin imponer, favorecer las preguntas, trabajar en grupo, a través de la discusión de ideas, y fomentando la solidaridad y la creación colectiva.
•No existe un sujeto que sabe y otros escuchan, desde cada singularidad, con su saber y experiencia, se realiza una producción.
•Los educadores también se agrupan para comunicar, discutir y reflexionar, sobre sus vivencias educativas, acerca de cada uno de los alumnos y de los grupos en su singularidad, uno por uno. Cuestionándose lo que funciona para determinado alumno o grupo, y lo que no funciona, y por qué.
•Un proceso educativo que reconoce el respeto y una sinceridad clara por parte del maestro, que favorece los valores que no se refieren a “tener mucho ni usar mucho, sino SER mucho”.
El reto de la escuela pasaría por dar herramientas al alumnado para que puedan interpretar la realidad. El profesor es clave en este proyecto, tiene que participar “acompañándoles”. Este no es un reto fácil, nos encontramos con que la realidad está determinada por la visión de los medios de comunicación y los intereses de poder (económico, político,…), se prima el pragmatismo del presente, es más importante tener que ser. Y a la vez, la sociedad demanda ciudadanos reflexivos, críticos, capaces de compartir con otras personas proyectos comunes, personas que puedan conocer, interesarse y reflexionar, que tengan capacidad de elegir y decidir. Se trata de desarrollar la personalidad del alumno.
No es cierto que el adolescente no se interese por nada: sí que se siente atraído por historias o propuestas pedagógicas que sean compatibles con su propio mundo o que pueda descifrar porque tiene los instrumentos. Entran los jóvenes en asignaturas, que les permiten hacer frente a las preguntas que la vida les plantea en esta etapa evolutiva. Es importante que no pierdan la curiosidad, y poderles ayudar en el pasaje del principio del placer al principio de realidad. Como pensaba Freud: “Es que la ciencia importa el más completo abandono del principio del placer de que es capaz nuestro trabajo psíquico”, y esto es una tarea difícil para maestros (y padres). Trabajan mejor si sienten que existe un reconocimiento por parte de sus iguales y también de sus profesores (están muy pendientes de la mirada del adulto). El afecto aparece otra vez como una variable imprescindible en la aventura de enseñar y aprender, sin afecto esta labor carece de sentido, sin implicación del adulto. Les enseñamos por qué se producen determinados fenómenos físicos, cómo se traduce un texto del inglés,…, pero no dedicamos mucho tiempo a demostrarles que lo primero es planificar el estudio, los recursos, los tiempos.
Siguiendo a Freud, nuestra tarea es conducirlos del principio del placer al principio de realidad:
“La educación puede describirse, sin más vacilaciones, como incitación a vencer el principio del placer y a sustituirlo por el principio de realidad; por tanto, quiere acudir en auxilio de aquel proceso de desarrollo en que se ve envuelto el yo, y para este fin se sirve de los premios de amor por parte del educador”.
Muchas asignaturas, amplios horarios lectivos, muchas horas sentados en los pupitres,… son cuestiones que no contribuyen a un entusiasmo por aprender. Y los maestros asisten impotentes a escenas de aburrimiento y desidia de sus alumnos durante sus clases. El conocimiento no tiene que relacionarse con el sedentarismo, el rendimiento, el resultado,… puede ser trabajo de otro tipo. Es importante recuperar el espíritu lúdico del aprendizaje, la vivencia de la cercanía del otro, el esfuerzo en equipo que permite compartir y disfrutar de una experiencia educativa común. ¿Dónde hemos arrinconado la vida, en la escuela? Sin darnos cuenta, cada vez se bifurcan más la existencia diaria, con sus afectos, sus necesidades, sus interrogantes, de la experiencia escolar, enclaustrada, aislada, fuera de contexto.
Es importante salir del aula con los alumnos, el mundo fuera de la escuela también es educativo: el cine, los teatros, los museos, la naturaleza, el deporte, los viajes, son otras fuentes de aprendizaje, de saber. Es posible el aprendizaje fuera de las paredes de la escuela, no hay que dejar la vida fuera. Todo lo que le pasa a un niño o a un adolescente, afecta a su rendimiento escolar.
¿Qué está sucediendo en la escuela y su entorno, para que un número importante de estudiantes no se sienta atraído por sus desafíos? Muchos adolescentes, ni estudian ni trabajan.
En las aulas los maestros se encuentran con una realidad variada y compleja:
- Alumnos con diferentes idiomas, religiones, ritmos, usos y costumbres que aumentan sin cesar la complejidad del sistema educativo. Al problema de la lengua extraña, la situación económica deficiente de los alumnos extranjeros, la nostalgia por el país abandonado, la incomprensión de su ambiente actual, habría que añadir la distorsión producida por unos y otros debida a las diferencias culturales –en ocasiones profundas- y favorables a la creación de conflictos. Tienen que enseñar a un alumnado que podría considerarse población de riesgo, que pueden no tener resueltas las primeras necesidades
- Aulas masificadas, lo que dificulta que el profesor pueda atender a los alumnos en su singularidad, conectar con la personalidad del alumno y con sus necesidades de aprendizaje.
- El concepto de alumno “normal” ha quedado desfasado, en la actualidad, hay diversidad de perfiles y situaciones del alumnado. Los “diferentes” son mayoría y los alumnos convencionales una minoría a estudiar.
- Entre otras…
Todos los implicados reclaman disminución del número de alumnos por clase, aumento de personal cualificado para hacer frente a los desafíos de la escuela hoy, temporalización más versátil y adaptable a las nuevas necesidades de perfiles diferentes de alumnado, instalaciones y recursos adecuados para hacer frente a los diversos retos educativos.
¿Qué herramientas tiene el profesorado para participar y acompañar estos procesos, rebasando sus competencias meramente técnicas, para formar en habilidades con el trabajo en grupo y las situaciones a que dan origen la riqueza y la complejidad interculturales?
El acercamiento y contacto con las familias es fundamental. El apoyo y dedicación a las familias con dificultades, y a sus hijos, podría suponer la base de un planteamiento pedagógico y escolar progresista.
El profesorado es uno de los colectivos más “quemados”. Nunca como ahora el profesor ha tenido esta falta de consideración social, en otros tiempos ser maestro era una auténtica vocación. Y en esta época, se habla del sueldo fijo, de las largas vacaciones del profesorado,… pero sin tener en cuenta la preparación de clases meditadas, que las vacaciones no siempre son tantas ni tan reales, los maestros se llevan trabajo para casa, hay una implicación afectiva en la problemática del alumnado, están también sujetos a traslados (a veces a largas distancias de sus hogares), la formación más allá de las horas laborales… Y la profesión de docente implica motivación, vocación y compromiso, y una conexión consciente y generosa con el alumnado, para poder realizar un trabajo conjunto.
Los educadores piensan que la sociedad cree que sólo realizan un trabajo dentro del aula, cuando también se llevan tarea para casa y no se consideran, en general, bien pagados. Pero tal vez lo que más preocupe al educador, y se trata de una situación de desamparo, sea la posibilidad de verse menospreciado por sus alumnos, y por sus padres.
La disciplina, se ha convertido en muchos centros en la única medida “pedagógica”. Amonestar, suspender, expulsar,… ¿Y para esto hemos llegado, renqueando, aunque en realidad ufanos y orgullosos de nuestra “civilización”, al siglo XXI? Para marginar, para segregar, para descartar a los que no se adaptan, ¿porque no quieren, o porque en realidad no pueden?
Podríamos decir que un docente eficaz sería aquel con capacidad para adaptarse y ser flexible, y favorecer el progreso educativo, a través de la creación de espacios adecuados de trabajo, preparando clases meditadas, donde se propone al alumnado que tomen decisiones sobre su propio proceso de aprendizaje. Un educador con una capacidad suficiente para hacerse entender, y tener un trato agradable y respetuoso con los adolescentes y los niños. Como afirmaba Ortega y Gasset, “siempre que enseñes, enseña a la vez a dudar de lo que enseñas”.
Para P. Gómez, “No hay duda que Educar exige a un adulto que acepte el papel de guía para un niño. Es decir, que sostenga la diferencia que hay entre la infancia y la edad adulta. Esta diferencia indica con claridad que no se trata de una relación simétrica. Y esto sería así para la escuela y para la familia. En la actualidad esto parece perdido, prima qué suponen que quiere el niño en detrimento de lo que el adulto piense que puede ser conveniente”.
El alumnado adolescente estudia y prepara los exámenes y los ejercicios en el último momento. Frente a una realidad que a menudo no entiende, porque está en otra etapa evolutiva, el docente puede en cambio ser solidario, ponerse literalmente “en lugar de otro”. También, siguiendo a Funes Arteaga, es importante que “los padres acompañen a sus hijos en el camino que les toca recorrer, que los enseñen a insistir, a no desanimarse”.
La Escuela ha sufrido en los últimos años profundas modificaciones y no siempre ha sabido o ha podido adaptarse con la flexibilidad necesaria, tanto en su organización material como en su contenido mismo.
El malestar del profesorado, su descontento parece más relacionado con el pobre reconocimiento social que tiene la profesión del maestro (herida narcisista), con el poco poder que los maestros tienen sobre su materia de trabajo, con las angustias cotidianas que enfrentan al docente con normas pedagógicas que con frecuencia no puede cumplir por falta de una preparación adecuada, con el sistema burocrático, impersonal, de relaciones sociales que domina dentro del sistema educativo y con el papel de simple operador que otorga el sistema a los profesores.
¿Cómo podemos esperar que se revalorice la figura del maestro mientras éste carezca de todo poder para decidir sobre la educación que él mismo imparte?
Los horarios de trabajo, calendarios, planes de estudio, programas, libros de texto, contenidos y métodos de enseñanza, normas de organización escolar, … prácticamente todos los aspectos sustantivos de la educación son decididos por agentes externos a la escuela o por una entidad técnica centralizada a nivel nacional. El maestro necesita un poder educativo, que le permita afirmarse como autor, creador esencial del proceso educativo, la educación debe volver a manos de los maestros.
Los cambios en lo social promueven muchos interrogantes y enormes dudas acerca de cómo preparar a los niños para el futuro, pero no sirven por sí solos para explicar tanto las dificultades como el malestar. Si volvemos a citar la afirmación de Freud en “El malestar en la cultura”: a propósito de que la de educar es una tarea imposible, tan imposible, como gobernar y psicoanalizar. Son tareas que nunca pueden acabar de hacerse bien del todo. Todas ellas llevan aparejada una cierta cuota de malestar, pero la cosa está en que, aun así, se hacen.
El malestar es inherente a la tarea de educar. La frase “pasar más hambre que un maestro de escuela” da una idea del lugar verdadero que han ocupado tradicionalmente dichos maestros, que aun así, los maestros HAN ESTADO durante años, presentes como una figura más de autoridad moral, como lo eran el alcalde, el médico, el cura. Hoy por hoy los maestros están habituados a tapar agujeros cuando les parece evidente que algo no puede dejar de hacerse, por vocación, aunque desde las instituciones nos les llegue todo el apoyo ni los recursos necesarios.
BIBLIOGRAFÍA:
Borghesi, M. (2006): “El sujeto ausente”. Educación y escuela entre el nihilismo y la memoria. Madrid. Ed. Encuentro.
Gómez, P. (2003): “La educación. Un rompecabezas”. Ed. Biblioteca Nueva.
Freud, S.:
- (1914): “Sobre la Psicología Colegial”. Obras completas. Buenos Aires. Ed. Amorrortu.
- (1910): “Sobre un tipo particular de elección de objeto en el hombre (contribuciones a la psicología del amor I)”. Obras completas. Tomo XI. Buenos Aires. Ed. Amorrortu.
- (1911): Formulaciones sobre los dos principios del acaecer psíquico. Obras completas. Tomo XII. Buenos Aires. Ed. Amorrortu.
Mauer, S. y May, N: “Desvelos de padres e hijos”. Ed. Emecé.
Mingote, J.C., Requena M. (2008)- Compiladores-: ·El malestar de los jóvenes: Contextos, raíces y experiencias”. Ed. Díaz de Santos.
Rodulfo, R. (1992): “Estudios clínicos”. Buenos Aires, Barcelona, México. Ed. Paidos.
Winnicott, D. (1972): “Realidad y juego”.
Sobre la Autora: Nieves Pérez Adrados es licenciada en Psicología, psicoterapeuta especialista en niños y adolescentes, miembro del equipo de psicoterapeutas del Centro Clínico Hans de AECPNA, miembro de la Comisión Directiva de la Sección de Psicoterapia de Niños y Adolescentes de FEAP.
Revista nº 8
Artículo 6
Fecha de publicación: JUNIO 2015