Beatriz Azagra*
En Introducción al Narcisismo (1914) Freud plantea que “el individuo cumple con una doble función en tanto que es para sí mismo su propio fin, pero también es parte de la cadena generacional a la que pertenece y por la cual se va transmitiendo la vida psíquica de generación en generación”.
Se transmitirá por un lado lo que se constituye, y por otro, acontecimientos no superados que han quedado en el inconsciente de los antepasados.
En Tótem y Tabú (1913) Freud ya proponía que “los procesos psíquicos siguen desarrollándose de una generación a la siguiente. De no ser así, cada generación debería comenzar sus conocimientos de la vida desde cero”.
“Hemos ido demasiado lejos, dice, en este supuesto. Quizá debimos conformarnos con aseverar que lo pasado puede persistir conservado en la vida anímica que no necesariamente se destruirá”… “pero lo que tenemos derecho a sostener es que la conservación del pasado en la vida anímica es más bien la regla que no una rara excepción” (Freud, 1929).
Expone una cuestión fundamental ¿Cuáles son las vías y los medios de los que se sirve una generación para transmitir estados psíquicos a la siguiente?
No contando con la comunicación directa y la tradición, Freud busca la respuesta en las palabras de Goethe en el Fausto: “lo que has heredado de tus padres adquiérelo para poseerlo”. Esta es la clave de la transmisión.
Transmitir es irremediablemente vivir, dejar una huella…
En psicoanálisis el termino transmitir hace referencia tanto a los procesos, las vías y los mecanismos mentales que son capaces de operar transferencias de organizaciones y contenidos psíquicos entre distintos sujetos, especialmente de una generación a otra.
Es aquí donde el entramado propio de la situación edípica sirve para que alguien quede ubicado, con un lugar, en la cadena de generaciones.
El ser humano es fruto de esa cadena, quedará filiado o no según se relacione con quienes le anteceden en un orden simbólico, donde se le prestará al recién nacido el mejor instrumento o la mejor herencia, el lenguaje… las palabras que le permitirán de lo viejo hacer lo nuevo, aguantar la ausencia del objeto, la angustia de muerte.
El ser humano forma parte de una cadena, no puede salir de ella, desde que nacemos recibiremos las huellas de generaciones pasadas a la espera de poder hacer algo con ellas que nos diferencie de nuestros antepasados.
¿Qué se transmite para que el orden simbólico actúe? La transmisión ineludiblemente será de una falta.
Aunque el deseo de un hijo pudiéramos relacionarlo con el deseo de inmortalidad en un hombre y en la mujer de un deseo de completud fálica, es por la castración que la mortalidad se hace presente y el deseo inconsciente puede surgir.
La novela familiar (Freud 1909) pues, tiene que ver con los avatares de la castración de uno mismo y del otro, castración que será imprescindible para que la transmisión del deseo circule. Será entonces la falta la que habrá de transmitirse para que cierta continuidad entre generaciones pueda operarse evitando las identificaciones masivas.
Nombramos la falta y no queremos decir la ausencia del objeto, sino de “algo que se ausente de su presencia misma” (Hassoun, 1997). Aquello que hará que la satisfacción fálica no sea completa, que el deseo tenga lugar, que el hijo no lo sea todo para la persona que ocupe el lugar de función y viceversa por la acción de la ley paterna.
Transmitimos y somos depositarios de un nombre, una historia de nuestra familia, nuestro pueblo y de nuestra civilización…., de un lenguaje que pone de manifiesto la experiencia de lo imposible. Este lenguaje actúa como estructura de separación, con la aparición del lenguaje se tramita la ausencia del otro, y esta será una premisa para la humanización. Esta pérdida es una experiencia de límite y este será en sí mismo generador de deseo. (Azagra, B. 2019).
Según plantea Recalcati, en el Complejo de Telémaco (2014) “El encuentro significativo entre padres e hijos está marcado por la ley de no todo es posible, por un lado, el hijo encuentra en sus padres lo incómodo del límite, de la ley, de la Ley de la palabra que impide el goce incestuoso, y por otro lado el hijo gracias a esa ley recibirá desde la marca de la castración el derecho a desear y así será heredero legítimo de sus padres. Por lo tanto, organizará su sistema deseante marcado por la falta.
La maternidad y paternidad no son aspectos ni culturales ni biológicamente determinados ya que comprometen a lo psíquico y a lo corporal.
Es diferente querer tener un hijo que tener un deseo de hijo. Según el diccionario de psicoanálisis de Rolan Chemama (1996) el deseo de hijo es un deseo “inconsciente como todo deseo, que recae sobre un objeto de consistencia real, que es el cuerpo del hijo”.
“Querer tener un hijo” nos hace pensar más en un deseo consciente de “tener o de traer al mundo un hijo”. Deseos conscientes e inconscientes que en muchas ocasiones formaran parte de un mismo lugar.
Muchas personas, en la cultura occidental, cuando llegan a la edad adulta y cuando las identificaciones ya se pusieron en marcha se preguntan si quieren tener un hijo o no. El paso del deseo de tener hijos al deseo de hijo interroga como sujeto a quien se lo plantea y le cuestiona su lugar en el mundo. Le introducen en lo complicado del sistema deseante y de la imbricación entre lo social y lo intersubjetivo, entre la estructuración psíquica y el dominio de lo biológico…
Venimos al mundo en un cuerpo sexuado, pero nacer en un cuerpo no explica nada… el deseo sexual, la elección de objeto, la identidad sexual y la masculinidad y feminidad no se deduce de la biología, sino que se derivan de la historia relacional de cada uno de nosotros, hombres o mujeres, y comienzan en el nacimiento y con el encuentro con otro.
Los padres, si están en la vida de sus hijos, les transmiten lo que es ser hombre o mujer, lo masculino o femenino.
La pregunta sobre el deseo de hijo está en los principios del psicoanálisis y atravesando toda la cultura, el psicoanálisis no está para decir lo que es un hombre o una mujer, sino cómo llegó a serlo.
No habla estrictamente de la estructuración de hombres y mujeres, sino de la construcción de la feminidad y de la masculinidad, afirmando que todos los seres humanos combinan en si características femeninas y masculinas, de modo que la feminidad y masculinidad puras siguen siendo construcciones teóricas de contenido incierto.
S. Tubert (1993) plantea “que tanto masculinidad como feminidad resultan de una operación simbólica de división, que crea lugares vacíos que cada uno puede ocupar y a los que se adscriben caracteres o rasgos contingentes… masculinidad y feminidad no son puntos de partida, sino de llegada,” nunca suficientemente asegurados, que se estructuran a través del paso por distintos momentos importantes en la vida que fuerzan la identidad, la constitución del deseo y todo el proceso de identificaciones.
Así pues, hombres y mujeres podrán transitar por esos lugares vacíos y desde ahí enfrentar su deseo. Tener un hijo siempre es fruto de una decisión derivada de un deseo. Y si se tiene o no tendrá unas implicaciones importantes para la persona que tome esa decisión sea hombre o mujer.
Las funciones materna y paterna están condicionadas por las historias de cada uno con sus padres y con la historia de la pareja. La función materna se encargará desinteresadamente, como un pararrayos de proteger al bebe, con sus cuidados e inscripciones, prepararle para entrar en el mundo y la función paterna representa la ley y la realidad, el que impone la prohibición, pero dependerá de que quien ocupe el lugar de la función materna la acepte o no.
Funciones materna y paterna que no necesariamente serán ocupadas por mujeres y/o hombres respectivamente, también son lugares o posiciones que cada uno ocupará según sea su historia deseante.
El deseo de hijo es una mezcla del deseo de inmortalidad, del deseo biológico, deseo de amor y de transmisión.
Tradicionalmente hemos pensado que para que el deseo de hijo se dé, es necesaria la necesidad de un deseo que no sea anónimo, que las funciones materna y paterna se jueguen a partir de esa necesidad… función materna que dará cuenta de los cuidados con un interés particularizado y paterna en tanto nombre del padre que posibilitará la existencia del deseo.
Teniendo en cuenta que el deseo de hijo es del dominio del inconsciente, se derivará del vínculo que cada persona establezca con sus padres y se desplegará y denunciará que un orden social particular, pero ese orden social ha cambiado y se han producido nuevas formas de familias y por lo tanto nuevas formas de parentalidades.
La familia se constituye alrededor de una ley y cada miembro se une a la misma. En la actualidad las familias transmiten el debilitamiento de esta ley, pero no por ello dejaran de ser familia entendida como el espacio de transmisión y de causalidad psíquica. Instaura una continuidad psíquica entre generaciones cuya causalidad es de orden mental y se manifiesta por la transmisión a la descendencia de disposiciones psíquicas que lindan con lo innato” (Párraga, H, 2017).
Como dice Roudinesco en el libro “La familia en Desorden (2013) “la familia contemporánea (aparentemente en crisis)… se comporta bastante bien y asegura el paso de las generaciones” lo cual asegura la transmisión psíquica.
Estas nuevas formas de familias nos anuncian la pérdida del dominio de lo biológico pasando a un intercambio de las funciones que hasta ahora estaban muy diferenciadas, a una declinación de la función paterna, y a la democratización y liberalización de vínculos familiares.
El deseo de hijo está muy unido al deseo de transmisión, de filiación. Lo singular de padres biológicos, adoptivos, familias monoparentales, padres que acudieron a la reproducción asistida es que cada uno de ellos estructuran una red en la que cada niño adquirirá la transmisión de lo transgeneracional en el vínculo intersubjetivo, madre, padre o padres heterosexuales, homosexuales, solos o en pareja.
Para tener un hijo, hoy día, el género no es lo más importante, la familia se constituye como ese lugar donde se aprende a cuidar, a confiar y nutrir y a la vez somos cuidados y estamos sostenidos para poder crecer con un orden fundamental.
Hombres y mujeres actuaran no solo por la herencia ni por lo biológico que impone un código genético, ni por la determinación de pertenencia a una especie, sino por un saber aprehendido y transmitido por la cultura, lo que posibilita la subjetivación individual en la forma de combinar simbólicamente el deseo.
Puede ser que el deseo de procrear haya sido sustituido por el deseo de acoger al hijo, de inscribirlo en un nuevo orden. Esto nos enfrenta a infinitas formas de posicionarse frente al hecho de desear y de tener hijos.
¿Existen nuevas formas de desear ser padre o madre?
¿Hay deseo de hijo que esté más allá de las formas de ser padre –madre en el mundo de hoy?
Seguramente sí y generalmente no es un problema, pero habrá que tener en cuenta que cuando los hijos son tenidos para satisfacer al narcisismo, para que sean el objeto de goce… implican una dosis de sufrimiento para un tercero enorme.
En estos tiempos, tanto para los padres que pueden tener hijos sin problemas como para los que no parece que todo es posible, que la transmisión de la falta es complicada. Quizá sea necesario ponerle un poco de freno al goce, esto también afecta al hecho de desear tener hijos pese a lo que sea… si hay problemas para tenerlos, bien por infertilidad, porque el deseo es de un hombre o mujer solos, de una pareja homosexual… es necesario pasar por el duelo del hecho de no poder tener hijos…, no pasar directamente a “todo es posible”, y poder enfrentar así el duro camino que se tiene por delante, tanto para la renuncia como para la ardua tarea de conseguir ser padres.
En general cuando se desea un hijo hay que tener presente que es un ser con vida propia que está por venir, si ocupa el lugar de la negación de la falta corre el riesgo de ser un trofeo narcisista. Se tienen hijos, para poder perderlos, afrontando la herida narcisista que eso supone, y que asi puedan tener su propia vida. Si el hijo es un “milagro”, (por las razones que sean) y no se cuenta con ello, el paso por la castración será muy difícil y los hijos estarán ocupando un lugar insostenible para su existencia.
Aunque un niño sea concebido de forma natural, o concebido con la ayuda de la ciencia, adoptado, en un hogar homoparental o heterosexual… los padres deben pasar por un proceso de subjetivación, se deben apropiar de la forma en que ellos quieren ser padres.
El proceso de transmisión no se basa solo en quién transmite y qué se transmite, sino que cobran importancia los modos en que el receptor recibe el legado de la transmisión. Según reciba la herencia así podrá metabolizarla y hacerla suya o no, dejando evidencia de lo nuevo que incorporará o desechará.
Lo enigmático, lo que no puede ponerse en palabras (porque los padres tampoco lo saben y no saben que lo están transmitiendo), las marcas del deseo sexual no reprimido, de las pasiones… de los otros que el niño pequeño registró, pero no pudo tramitar tendrán unos efectos en el futuro. Cada historia particular, con sus determinaciones inconscientes sostiene escenas edípica de las que se derivara la falta y la castración. El deseo de hijo tiene que ver con el ser, con la historia personal de cada uno de los que lo desean.
Seguramente más allá de otras consideraciones el deseo de tener hijos sobre todo es un deseo de acoger, transmitir, casi siempre aquello de lo que no fuimos conscientes pero que nos constituye y que hace que descubramos en nuestros hijos a nuestros abuelos, biológicos o no, que ellos nunca conocieron. “El abuelo habla y el nieto escucha”… (Fernández, C. 2019), los padres hablan al hijo de los abuelos y abuelas que no conocieron y que fueron importantes para ellos., o transmiten inconscientemente modos de ser , de pensar o de enfrentar la vida. Ahí está el tesoro de transmisión.
Deseo de transmitir, en palabras de Ángeles Mastreta en un poema titulado “La sangre que heredamos”,
“Porque la sangre que heredamos no es nada más que la que traemos al mundo, la sangre que heredamos está hecha de las cosas que comimos de niños, de las palabras que nos cantaron en la cuna, de los brazos que nos cuidaron, la ropa que nos cobijó y las tormentas que otros remontaron para darnos vida. Pero, sobre todo, la sangre se nos teje con las historias y los sueños de quien nos ve crecer”.
Bibliografía
Caellas, A. Mª, Kahane, S. y Sánchez, I. (2010) “El quehacer con los padres. De la doble escucha a la construcción de enlaces”, HG Editores.
Chemama, R. (1996) “Diccionario de psicoanálisis”, Buenos Aires, Amorrortu.
Fernández, C. (2019) “Melancolía. Clínica y transmisión generacional”, Barcelona, Ediciones Xoroi. Freud, S.
(1909, 1980) “Novela familiar del neurótico” Buenos Aires, Amorrortu Editores (1913, 1980) “Tótem y tabú”, Buenos Aires, Amorrortu Editores
(1914, 1980) “Introducción al narcisismo”, Buenos Aires, Amorrortu Editores. (1929, 1980) ”El malestar en la cultura”, Buenos Aires, Amorrortu Editores
Hassoun, J. (1996) “Contrabandistas de la memoria”, Buenos Aires, Ediciones de la Flor. Recalcati, M. (1914) “El Complejo de Telémaco”, Barcelona, Editorial Anagrama.
Roudinesco (2013), “La familia en desorden”, Barcelona, Editorial Anagrama.
Tubert, S. (1988) “La sexualidad femenina y su construcción imaginaria”. Ediciones El arquero. Tubert, S. (1993) “Demanda de hijo y deseo de ser madre”. Debate feminista, 8
Artículos:
Azagra, B. (1919) Pero ¿qué le pasa a mi madre? Implicaciones de la maternidad en la clínica infantil. En Clave psicoanalítica, nº 14
Párraga, H.(2017) “De la prohibición al goce en la familia actual: algunas consideraciones teóricas”, revista Katharsis, N23.
Sobre la autora:
*Beatriz Azagra Cabrera es psicóloga clínica, psicoterapeuta y psicoanalista.
Revista nº 24
Artículo 6
Fecha de publicación DICIEMBRE 2024