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Diván patas para arriba. El zoom como “pizarra mágica” y caja de juego transitoria.

Diván patas para arriba. El zoom como “pizarra mágica” y caja de juego transitoria.

  • por

         Magdalena Filgueira* 

“La ciencia ha eliminado las distancias.”. “Dentro de poco el hombre podrá ver lo que ocu­rre en cualquier lugar de la tierra sin moverse de su casa.”

Cien años de Soledad. Gabriel García Márquez

¿Cómo incidirían las plataformas de comunicación,-como la llamada ‘Zoom’-, que nos han permitido mante­nernos conectados, sostener las se­siones con nuestros analizantes, ¿en la inscripción de una experiencia? ¿Inscriben experiencia?

Plataformas, aplicaciones, dispositivos de virtualidad que han sido pensados para generar encuentros ‘virtuales’, ¿cómo se producirían entonces mar­cas psíquicas de una experiencia que porta algo de descorporización, dado que los cuerpos a través de pantallas sufrirían una suerte de congelación, rigidización, alteración respecto a cuando se es vivenciado en presencia ’real’, de las huellas del cuerpo de otro, son muy pocas y tenues las se­ñales, cuando las hay?

¿Qué inscriptura/escriptura represen­tacional se produce a través de una pantalla, de un film, de una lámina vir­tual? ¿En cada sujeto, en dos o más, en un grupo?

¿Qué sucede cuando la mirada, la voz, las imágenes y las palabras no son proferidas ni recibidas directamen­te, por lo que no llegan a las membra­nas receptoras de los ojos del oído, nariz, dedos, en forma directa; es de­cir ¿cómo está afectando la mirada, la escucha cuando la asociación libre, el discurso lúdico está mediado por un artefacto, por una herramienta ajena al dispositivo, al encuadre habitual?

Los dispositivos psicoanalíticos se han visto, parcial o totalmente trasto­cados, transformados, en algunos ca­sos el diván se ha puesto literalmente ‘patas para arriba’ por lo menos transi­toriamente.

El mundo se encuentra apestado por zoonosis, por un nuevo salto de un virus que sólo se hospedaba y repro­ducía en animales, en el reino ani­mal, salta al humano, y muy rápida­mente junto a ello la viralización del virus SARS- 2 que pega el salto del animal al ser humano en la ciudad de Wuhan, en China, a fines del 2019.

Dicha viralización trajo aparejada otra: la de las redes y/o aplicaciones que estallaron, posibilitando mantenernos ‘conectados’ unos con otros y en nu­merosidad, como clara evitación del contacto cuerpo a cuerpo, debido a la constatada transmisión oral del virus, que ingresa por las vías aéreas, respi­ratorias, que son a la vez las fonatorias, es decir desde donde parten las pala­bras, ahora interpeladas, nuevamente sospechosas, ahora más cargadas de peligro, no sólo por el atravesamiento del fantasma, sino por portar la peste, lo que nos recuerda, aquella chanza que Freud le dijera a Ferenczi y a Jung, a bordo del transatlántico que los conducía en 1909 a Estados Uni­dos: Creen que les traemos el reme­dio, pues no les traemos la Peste. El psicoanálisis tratado con humor por su fundador como ‘peste’, por lo pestilen­te que podría resultar dadas las mise­rias humanas con las que trata, co­menzando por propia miseria neuróti­ca.

Se instala e interpone en la sesión presencial el uso del tapabocas, que no es tapa palabras, pero si tapa los gestos, faciales en torno a la emisión, las prosodias que sostienen la expe­riencia de proferir palabras, tan caro para quien habla.

Freud, en sus investigaciones y en su interminable búsqueda de metaforizar con diferentes imágenes, es decir “fic­cionarizar” su ‘aparato psíquico’, entre varias ficciones utilizó la de un jugue­te, la pizarra mágica, ese block mara­villoso que produce actos de magia, porque imprime caracteres, marcas desde la capa receptora, sobre una laminilla que, al desprenderla, borra la impresión sobre la superficie, pero la retiene en la capa de mayor profundi­dad.

Freud (1996. 1925 [1924]) en sus no­tas de la pizarra manifestaba que: ”La capa que conserva el registro de los signos, pizarra cual hoja de papel de block se convertiría como registro de una experiencia en una representa­ción, como porción ‘materializada’ del aparato mnémico que de ordinario lle­vo invisible en mí”. (p. 243) Continuaba escribiendo: “Si tomo nota del sitio donde se encuentra depositado como «recuerdo» fijado de ese modo, y «re­producirlo» a voluntad, desde la con­ciencia puede ser evocado en cual­quier momento con la seguridad de que se mantuvo inmodificado, vale decir, a salvo de las desfiguraciones que acaso habría experimentado en mi memoria”. (Ídem).

Ahora, ingresando como Humanidad a una suerte de ‘post-pandemia po­dríamos analizar ¿cómo ha funcionado la pizarra-pantalla como superficie de contacto, transferencia y juegos, y como caja de juego en el psicoanálisis con niños, sosteniendo aquellos análi-sis que se realizaban en sala de jue­go, con juguetes, ¿cómo sostener los grandes escenarios lúdicos? ¿Es po­sible trasladar a una pantalla bidimen­sional ese teatro que es la sala con el analizante y su analista jugando jun­tos, que operaría como pizarra en la inscripción de la experiencia, pero que es una verdadera ‘caja mágica’, en la que la tridimensionalidad de la expe­riencia que está siendo vivenciada, se emite y se recibe, se profiere y se ins­cribe en las tres dimensiones; a la que puede agregarse una cuarta, ¿la tem­poralidad?

Todos estos componentes se vieron alterados en la bidimensionalidad de la pantalla, quedando capturados en ese dispositivo, entre esas coordena­das, y cautivos en las ‘celdillas blan­das’ esa suerte de cuadraditos de la pantalla del zoom, en las cuales se observan básicamente cabezas, pero en el que el niño transformado, si­guiendo la línea de la sala de juego, y del escenario lúdico, entonces nos ha llevado a jugar por diferentes ambien­tes, salas y dormitorios del hogar del niño, del analizante. No incluiré el ho­gar del analista, dado que, desde la disimetría de la transferencia, mante­niendo la neutralidad y por supuesto la abstinencia, que se reúnen en la ‘aten­ción parejamente flotante’ es decir pa­ra mantener a flote nuestra función: mirada y escucha, para sostener esa posición, lo que correspondería es no mostrar nuestra casa, nuestro hogar.

Se habría producido en el confina­miento una ‘inversión’ en la sesión psicoanalítica con niños, no recibimos en la sala de juego, sino que el niño o niña, nos ‘recibía’ en algún sitio fijo o móvil de su casa, a la hora de mante­ner la sesión.

Es tiempo ahora de considerar ¿qué inversión, qué efectos de los registros imaginario, simbólico y real podría es­tarse produciendo en las sesiones por zoom?

Los psicoanalistas de niños fuimos in­troducidos en ambientes hogareños, mucho o poco, pero metidos al fin por la cámara que filma en el escenario real de la vida cotidiana de los niños, casa, cuarto, cama, mesa cocina, pa­tio, hasta por balcones y pretiles fui­mos conducidos a través de cámaras que nos pasearon y que filmaron mascotas, juguetes, y parientes; cámara que permitió jugar a las escondidas, al garabato o a las representaciones de roles, pero siempre de un lado y otro de la pantalla, y siempre espe­rando la vuelta al juego en la sala. Juegos de pantalla en presencia del otro como soporte de la transferencia, y del Otro simbólico que la interviene y la transforma.

Teorizando, fragmentaria­mente, en los avatares de analizar mediante dispositivos virtuales, quiero resaltar en este texto la disponibilidad del analista para captar y tomar los significantes del analizante niño, pare­cería haberse extendido, en una suer­te de ‘realidad extendida’ de un real que parecería haberse expandido, y en análisis con niños haberse abierto en el espacio- tiempo a las imágenes lingüísticas y lúdicas.

Lo planteado me evoca el juego del garabato que inventara Winnicott, con su incerteza, jugar sin saber qué resul­tará de ello, en mí la incerteza mayor de no saber a qué ni cómo jugaríamos produjo apertura y una inquietante sor­presa, al constatar que la discursividad del juego se producía en eslabones de sonidos, de dibujos, en encendidos y apagados de cámara, de micrófono, de luces, de sombras, y que producían creativas ‘formaciones de lo incons­ciente’ generando juegos y asociacio­nes muy libres, algunas incluso bien ocurrentes y divertidas.

Lucas de siete años, que lleva tres en análisis, propone jugar a las escondi­das, por lo que va escondiendo el telé­fono de su abuela en los lugares más insólitos de la casa, ante la mirada-presencia azorada, inferida por mí, da­dos ciertos ruidos y palabras en tono bajo, pero no incluida en el campo que abarca la pantalla, en el horizonte vi­sual de la cámara del teléfono móvil de aquella. Me escondía en la almohada de la cama grande de los abuelos, en el tambor del lavarropa, en el pretil de la ventana, y hasta en el collar de la mascota. Lucas, filmó o me solicitó que filmara sesiones de juego en pandemia.

Debemos incluir en estas reflexiones teórico-técnicas, qué deja la escampa­da de la pandemia, el fenómeno de haber podido ser grabados, por los dispositivos utilizados, y nuevamente tendremos que poder analizar cómo se inscribe la experiencia de poseer filma­ciones de sesiones, o fragmentos de sesión en el escario de juego con niños. ¿Cómo restituimos en caso de ser ne­cesario, ese material de análisis?

Quizá fue la dimensión del tiempo, que era la de lo transitorio, la que permitió que con cada analizante pudiésemos entregarnos a lo que vendrá, a la bús­queda de un encuentro con una mayor incerteza respecto del acontecimiento insurgente.

Esther, una niña de 8 años, que sus padres presentan como “segunda ge­melar” comienza en su primera sesión de juego, pidiendo compartir la pantalla para jugar a “busca las 7 diferencias”, es decir presenta con las posibilidades que se brindan, la manera de formular su demanda.

Sobre ‘La transitoriedad’ Freud (1996. 1916 [1915]) nos escribió también, en tiempos de la primera gran guerra, aquellos en que una gran destrucción se estaba sembrando. “Lo construire­mos todo de nuevo, todo lo que la gue­rra ha destruido, y quizá sobre un fun­damento más sólido y más duradera­mente que antes”. (p. 311)

Hace ya unos meses, del retorno al uso de la sala y caja de juego se produjo, voy a analizar la experiencia con algu­nos niños que nos conocimos a través de la pantalla, pero ahora ya estamos jugando sin pantalla que se interponga, por lo que hemos vivido junto a ellos, lo que considero es una ‘rectificación’ imaginaria, de las imágenes visuales y acústicas, lingüísticas que ambos ana­lizante y analista deben llevar a cabo.

Aurora, es una niña pequeña, de 5 años, que conocí apenas decretada la emergencia sanitaria, y el aislamiento preventivo, voluntario en Uruguay. Ha­blamos y jugamos primero por pantalla, enunciándome que lo que estaba su­cediendo era que: “tengo pesadillas”. Me recibía en para las entrevistas de juego, en el patio de su casa, en dónde comenzando la segunda, gira sorpresi­va y diestramente la pantalla de la Ta­blet hacia el cantero, era aquel el lugar donde pocos días antes habían ente­rrado a su gatita ‘Mandy’, es decir que me muestra la tumba, delimitada con piedras y adornada con algunas flores de jardín, el sepulcro que ella se en­carga de preservar, “la cuido para que nadie la pise”. (Filgueira, M. Martínez, S. 2020) Mostrando en el borde anuda­do de un real, imaginario y simbólico, el lugar/síntoma que ocuparía en la nove­la familiar; Aurora ‘sepulturera’ aquella que cuida de los muertos familiares, sus tumbas, su sepultura, lo que destila olor a duelos silenciado, un dolor que se envuelve en un silencio a gritos, duelos no elaborados en sus antecesores, en sus padres, en su madre fundamental­mente. Posición, función que ella su­broga, posición en su historia de la que análisis operará destituyéndola, atrave­sando su propio fantasma fundamental, subrogar a un niño muerto.

Mantuvimos un primer diálogo a través de la pantalla del celular en que Aurora enuncia su síntoma, su demanda “Lo que me pasa es que tengo pesadi­llas…”. Pautamos luego una entrevista por zoom, en que ella me espera sen­tada con una mesa con hojas y lápices para dibujar, pintar.

Dibuja en una hoja de su lado de la pan­talla.

A: Hice un caracol… con la casa… viven en la tierra…

M: Sí, dibujaste piedras, ahora un cara­col ¿quién más vive en la tierra?

A: Los gusanos… y … miauuu… (maú­lla)

M: Sí, miau, tu gatita… Mandy… que me contaste… está en la tierra, ente­rrada… (Gira la cámara hacia un cante­ro, en el patio de su casa, donde han relatado que la han enterrado)

A: Porque se murió…

M: Me contaste de ella, lo que le había pasado, la primera vez que hablamos… la semana próxima Aurora, ya podrás continuar con una caja y en la sala de juego…

El trabajo continúa hasta el presente, con sesiones en sala de juego, con su caja en los tiempos de cierta calma pandémica, que permiten volver, tam­bién, a escribir sobre Aurora.

Representaciones en busca de pala­bras

Las palabras son nuestro lazo con el mundo, es aquello que nos enlaza, nos “enmunda”, podríamos decir, recurrien­do a un neologismo, propio de los tiempos enredados que vivimos, dado que surgen y proliferan verbos en cas­tellano inventados y derivados del in­glés, por ser lengua común de los con­troles y teclados de los dispositivos de información y comunicación, y de la tecnología de avanzada en general.

Cuando nos volvemos a ver con un ana­lizante niño, -que no tolera fácilmente mis interpretaciones, recordándome reiteradamente que ‘vengo a jugar, no a conversar’-, en la sesión en que fue posi­ble el reencuentro presencial, ante expre­siones de alegría cuando ve y vuelve a tocar sus juguetes, le interpreto lo que parece haber extrañado el jugar, nues­tros juegos, en las semanas en que nuestro trabajo fue virtual, dice súbita­mente: “enmutate”, para luego abrir grandes los ojos al caer en la cuenta de que ya no disponía de ese recurso, el de ‘callarme’ a su voluntad habiéndome solicitado ser el ‘hospedador’  se tapa las oídos, como ha hecho tantas veces.

He tenido que trabajar con tapaboca, que no es tapapalabra, pero que dis­minuye enormemente las posibilida­des de la gestualidad del rostro. Sin embargo, lo que sí favorece el tapa­boca son los diálogos de los persona­jes en los juegos de roles, eso es no­table, porque se cuela mejor en la dramaturgia, el efecto de los parlamen­tos. Una niña pequeña analizó ese fe­nómeno y me dijo: “Después del coro­navirus vamos a seguir usando tapa­bocas porque no se nota tanto que somos nosotras las que hablamos”.

Son las palabras las que nos sujetan al mundo, quienes nos amarran. Ellas nos acercan y nos alejan, nos calman y nos inquietan, nos provocan, sedu­cen, agravian, y nos adormecen.

Palabras que han sido, siendo apresa­das en pantallas, en pizarras mágicas, en papel, papel canción de cuna y de protesta, en papel avión de carta de amor y de ruptura, enviada o recibida. Papel, transporte de palabras, papel picado, papel de serpentina, papel he­cho avión, barquito de papel, que da­do vuelta en la cabeza es Gran Bone­te. (Filgueira, M. 2005

Bibliografía

Filgueira, M (2005) Cien años de soledad y Soledad de cien años. En Literatura y Psi­coanálisis. Revista Uruguaya de Psicoanálisis. No. 101. pp. 7-18. Montevideo. Asocia­ción Psicoanalítica del Uruguay.

Filgueira, M. Martínez, S (2020) Redes: ¿sujeción contenedora o atrapamiento mortífe­ro? En Las redes humanas, lo humano de las redes. Trabajando en Cuarentena y en la Post- Cuarentena. Hilda Catz y cols. pp. 113-124. Buenos Aires. Ricardo Vergara.

Freud          [1996 (1916 [1915])] La transitoriedad. Sigmund Freud, Obras Comple­tas. Tomo XIV. Buenos Aires. Amorrortu.

——————– [1996. (1925 [1924])] Nota sobre la <pizarra mágica>. Sigmund Freud, Obras

Completas. Tomo XIX. Buenos Aires. Amorrortu.

Montevideo, abril de 2022.

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Sobre la autora:  Magdalena Filgueira es psicoanalista, Asociación Psicoanalítica de Uruguay;  profesora agregada Magister.

Revista nº 20
Artículo 8
Fecha de publicación DICIEMBRE 2022


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