Presentación por Elena Traissac***
Buenas tardes, bienvenidos, muchísimas gracias por estar aquí hoy viernes en una actividad que se lleva a cabo únicamente presencial. Contar con esta acogida hace que no pueda más que agradeceros enormemente vuestra asistencia. Recordaros, como siempre, que para todas aquellas personas que no han podido acompañarnos esta tarde, el contenido de la actividad va a ser recogido en forma de artículo y saldrá publicado en el próximo número de la Revista Enclave Psicoanalítica de acceso libre y totalmente gratuita.
Para los que os acercáis a Aecpna por primera vez, mi nombre es Elena y coordino las actividades organizadas por la Biblioteca Paula Mas de esta Asociación Escuela. Con el fin de hacer de la misma un espacio más allá del préstamo de libros surge esta idea de ciclos que he dado en llamar DESCATALOGADOS, un espacio de encuentro entre distintos profesionales que favorezca el intercambio y la conversación.
Charlar, conversar, casi hoy se torna difícil. En un momento donde la prisa orienta nuestras vidas rescato una sensación nostálgica que me hace recordar cómo hablábamos antes. Precisamente de esta sensación da cuenta una obra de teatro actualmente en cartel titulada “Así hablábamos”: Un grupo de jóvenes de veintipico, y CarmenMartín Gaitecomo hilo conductor de las conversaciones entre ellos.
«En el momento en que hay alguien con quien puedes hablar, para mí que se quite el cine, el teatro, los viajes, incluso placeres más fuertes».
Carmen Martín Gaite
A esa altura pienso yo esta conversación con todos vosotros llevados de la mano de nuestro invitado.
Sergio Larriera, para quien no lo conozcáis, es Miembro de la ELP y de la A M P. (Asociación Mundial de Psicoanálisis). Docente del Nucep. Presidente del Círculo Lacaniano James Joyce. Miembro fundador de Cruce, Arte y Pensamiento. Hace 45 años que está en España, en Madrid y en este tiempo hemos tenido el honor de asistir a la publicación de varios libros. Más directamente relacionado con la literatura ha publicado la novela Territorio Liberado y algunos relatos breves en Buenos Aires. Más de contenido psicoanalítico podemos disfrutar de la lectura de “Nudos y Cadenas”, “Artefactos Intrascendentes”, “Sobre la Tierra” y el de más reciente aparición “En los bolsillos de Leopold Bloom”.
Estoy muy agradecida a Sergio por haber aceptado tan amablemente la invitación, además en un momento que sé que andas ocupado con varios encuentros donde reflexionas acerca de cuestiones de este libro “Lacan: Heidegger”; este mismo miércoles en Nucep rescatabas la cuestión de la verdad hasta desentrañar una definición de aletheia, donde de todo lo dicho rescato la frase lo oculto no es ignorancia.
Recordaros que disponéis de café y galletas para todos aquellos que os apetezca endulzar esta charla. Por cierto, esa caja de galletas azul, la típica de todos los hogares de nuestra infancia, es pura poesía, un billete de avión directo a nuestra niñez: esperando encontrar galletas no hallábamos más que hilos y retales, materiales de costura con los que nuestras abuelas zurcían entre conversaciones. Una potente abstracción metafórica donde lo mostrado se transformaba en algo diferente de lo esperado.
Por último, solo apuntar para nuestra charla que cuando pensaba en el título Poesía y Psicoanálisis no pude alterar el orden. ¿Será que la potencia de la poesía tiene tal resonancia que no se deja relegar a un segundo puesto en ningún título que la mencione?
La vecindad de poesía y psicoanálisis
Sergio Larriera**
«Poesía y psicoanálisis» indica una vecindad entre ambos términos que merece ser interrogada. ¿Qué nombran estas palabras? Descartamos que tal reunión sea el encuentro más o menos fortuito de dos vocablos. No están juntos como podrían estarlo teatro y psicoanálisis o escultura y psicoanálisis; dado que el psicoanálisis por la difusión lograda por sus temas fundamentales forma parte del discurso corriente, y como por otra parte los psicoanalistas no se privan de pronunciarse sobre los temas más dispares, siempre habrá motivos suficientes para que cualquier cosa aparezca relacionada con el psicoanálisis mediante una «y».
No tratándose de una mera enumeración de dos cuestiones que se agregan circunstancialmente sostenemos que se trata de una vecindad. Si el discurso ordinario utiliza la lengua como un medio expresión, ya sea para ordenar o rogar, no podemos sostener lo mismo ni de la poesía ni del psicoanálisis. Es evidente que la palabra desempeña en ambos una función distinta a la que cumple en el habla cotidiana. Tanto para la poesía como para el psicoanálisis la palabra dice otra cosa que lo que las meras voces proclaman.
Al pronunciar palabras, aunque éstas sean emitidas simplemente como voces, aparecen como sonidos (más rigurosamente hablando, como combinaciones de fonemas que son los sonidos propios de la lengua). A estos sonidos desprovistos en sí mismos de significantes. Estos sonidos que, en tanto tales, se perciben con los sentidos, para Lacan promueven una operación en el oyente que denomina lectura. En efecto, eso se lee, se lee el significante, se lee en lo que se oye. Y el resultado de esa lectura es el significado de las palabras. Heidegger describe esta operación, pero sin calificarla de lectura: «Con el sonido de la palabra se asocia su significado, componente de la palabra que no es perceptible por los sentidos. Lo no sensible de de las palabras es su sentido, el significado». Notemos que allí donde Heidegger se limita a describir lo que sucede con el significado, Lacan en cambio a eso lo llama lectura. Para él el significante se oye y el significado se lee. Así funciona el discurso corriente, para el cual las palabras aparecen en sí mismas cargadas de sentido. Es obvio que este sentido será un obstáculo a remover, tanto por el poeta como por el psicoanalista. Ni uno ni otro olvidan que hay un decir, que el decir de la palabra no se confunde con los dichos del habla, aunque éstos lo ocultan.
Borges destaca, a propósito de la traducción, la pérdida de la musicalidad del poema en su lengua original, al ser trasvasado literalmente a otra lengua. Porque lo esencial no es el sentido, sino la cadencia, la música, el ritmo.
Desde el psicoanálisis podemos decir que escuchar la musicalidad de las palabras, lo que es la palabra poética, es ya un destino privilegiado de la pulsión invocante. Al escribir aquellos sonidos, los hombres según su gusto dispondrán las palabras escogidas en un orden y sintaxis que podrá o no respetar el sentido, pero que será necesariamente fiel al sonido revelado. El poeta escucha lo que hable en la lengua. Tomar a la lengua como una fuente sonora es función del poeta. Para él, las palabras no son voces en las cuales se alojan, como en un recipiente, determinados sentidos.
«Las palabras son pozos de agua en cuya búsqueda el decir perfora la tierra» expresa Heidegger, «pozos que cada vez hay que hallar y perforar de nuevo, fáciles de cegar, pero que en ocasiones van brotando también donde menos se espera»”[1]
Allí donde menos se espera, en el habla cotidiana, en la comunicación más trivial, hay ocasiones en que la poesía y el inconsciente irrumpen en el habla. Y si un hablante comete un lapsus, otro desliza un giro poético. Ahí están esas extrañas formaciones en el habla, formaciones tanto del inconsciente como de la poesía, para ser leídas en las cataratas de sonidos que los hablantes emiten. Porque ni el inconsciente ni la poesía son propiedad de nadie. Están ahí en todos y en cualquiera, siempre irrumpiendo en el habla, aun cuando en el habla trivial nadie escucha. Nosotros, empero, privilegiamos la escucha. Tanto el inconsciente como la poesía implican que se los escuche. Ahí están el uno promoviendo un sufrimiento, la otra procurando un deleite. Están ahí, como si fuesen lenguajes, lenguajes prestos a tomar la palabra, dándose a conocer por sus formaciones, imprimiendo sus huellas en los dichos humanos. Así como. todos los pueblos sueñan, así el poema es común a todos ellos.
Y en el orden de lo escrito pueden afirmar que no hay una sola literatura sin poesía, aunque en diferentes pueblos puedan faltar otras formas literarias, como la prosa, por ejemplo. No hay hombre sin sueños, no hay literatura sin poema.
El psicoanálisis afirma algo que tiene el valor de un axioma: el inconsciente está estructurado como un lenguaje. Podemos proponer una hipótesis: también la poesía está estructurada como un lenguaje. Puesto que el poema, que es la formación por excelencia de la poesía, no es sin embargo la única. Para Agustín García Calvo la prosa no es sino «una manera discreta y vergonzosa de atenuar o disimular el ritmo métrico y de verso»[2].
La poesía está estructurada como un lenguaje, lenguaje al cual podemos suponer como resultante del encuentro de la palabra con el ritmo. Este modo de articular la cuestión resuena necesariamente para los psicoanalistas como aquel otro encuentro, el de la palabra con lo real del sexo, cuyo resultado es el inconsciente. Pero si inconsciente y poesía poseen estructura de lenguaje, constituyendo sus formaciones verdaderos rasgos comunes a todos los hombres, no sucede lo mismo con su escucha.
Hemos hablado hasta ahora de lo que se escucha y de lo que se lee en lo que se escucha. También hemos mencionado la escritura. La relación entre estas cuestiones es extremadamente compleja. Compromete a una cuaternidad constituida por el lenguaje, el discurso, la letra y el significante. En el discurso analítico de lo que se trata es del paso de ese inconsciente que está estructurado como un lenguaje al discurso, es decir a una operación por la palabra mediante la cual el significante, localiza a los hablantes. Ahí, en ese paso del lenguaje al discurso, paso que implica el habla, o sea la puesta en juego de la lengua, opera el significante. El significante es lo que se escucha, y es de un orden radicalmente diferente de la letra. Así como se lee la letra (una letra es algo que se lee) hemos afirmado que también se lee el significante. Dijimos que leer el significante es leer el significado en una sucesión de sonidos. En cualquier diálogo, en el habla común, se oyen significantes y se leen, en eso que se oye, los significados en lo que escuchan del significante. Ambos rechazan el sentido, no se guían por el sentido. Sólo la palabra en su puro valor significante. Uno escucha la cadencia, el ritmo, la música. Otro, el tropiezo, la vacilación, la reiteración.
La escritura es otra cosa. Lo que el poeta escucha en la lengua lo escribe como poema. Cuando la palabra escrita es eficaz uno tiende a transformarla en palabra oral. Un buen verso exige que se lo diga en voz alta. Borges, quien afirma que en el poema la palabra escrita y la palabra oral son esencialmente iguales, considera a la primera como estímulo de la segunda.
La función de la escritura es para el psicoanálisis totalmente diferente. Los psicoanalistas escriben a partir de una experiencia, pero lo hacen al modo de los científicos, al menos en la escritura de Lacan y las escrituras que de ella derivan. Se llega a una escritura que es similar a la de la matemática, la lógica, la topología. Similar en tanto usa letras, signos, grafos, superficies, nudos. Son los llamados mathemas. Pero estos mathemas no se sostienen por sí solos sino que necesitan de un decir que los sostenga. Los mathemas son polos de dichos que, a la hora de presentarse en un escrito, en algo que para Lacan merezca llamarse escrito, se conectan unos con otros mediante una literatura que trata de romper toda significación establecida de los términos. Las palabras en cuya red se sostienen los mathemas juegan con el equívoco, por ser este el punto en que una misma pronunciación remite a dos escrituras distintas. Esta es, por lo tanto, una escritura símil-ciencia, la escritura de una práctica que tiene mucho de delirante. Pero aquello a lo que atiende su escucha y lo que el analista escribe de eso se diferencia también claramente de la escucha del poeta cuando escribe el poema.
Una vez que Lacan dictando su seminario había escrito sobre la pizarra las cuatro fórmulas cuánticas de la sexuación, conectando en el gráfico los distintos lugares mediante vectores que dibujaban lo que podríamos llamar su cuadrado lógico, y tras completar la escritura con la colocación de las cuatro modalidades que le interesaban, contempló la pizarra y exclamó: «Sí, está bastante bien escrito: necesario, imposible, posible y contingente»[3]–
Ni un literato ni un lógico hubiesen podido decir de aquello que estaba bien escrito. Sin embargo, como psicoanalistas no dejamos de asombrarnos cada vez por las bondades de esa escritura. Esa escritura nos guía en nuestra práctica para mostrarnos, en el acto analítico, la imposibilidad de la relación sexual.
Figura.

Digamos que es el poema que Lacan buscaba denodadamente por aquella época. Buscaba una escritura que hiciera al decir sobre el goce menos tonto que otras escrituras. Y en esa búsqueda Lacan había «puesto al escrito ya del poema» como algo que escapaba a la tontería. Pero decir que sus fórmulas son el poema no es en este texto otra cosa que una metáfora. El poema de una imposibilidad, al cual, sin saberlo, el analizante recita. Al modo de un analizante: lo entona, lo repite, lo rechaza. Pero sólo se trata de una metáfora porque no es la música de las palabras lo que escucha un analista, no son cascadas sonoras ni silbos susurrantes. Son las pulsiones cortando y macerando la palabra y la carne. Cuando un analizante habla poéticamente en su análisis, o cuando el analista cree hacer poesía en sus intervenciones, tendríamos que decir que en ese análisis hay algo que no anda.
¿Por qué se escribe el poema? y aún más: ¿Por qué se escribe? La respuesta a estas preguntas, la respuesta que les da el psicoanálisis, sólo es sostenible en el seno del discurso analítico. A quienes están involucrados en esta experiencia toda escritura se muestra como lo que va al lugar de lo imposible. No sólo la escritura matemática se revela como no siendo otra cosa que el intento fallido de escribir la relación sexual. Eso es lo imposible de escribir.
Si bien tal definición de la imposibilidad puede parecer falta de pertinencia o descabellada, se nos concederá sin embargo que algo de la imposibilidad, a secas, está implicado en el hecho de la escritura. Con ese real imposible las escrituras harán cosas diferentes: si unas, pródigas de sentido, hacen todo para ocultarlo, otras, en cambio, más que construir excavan a su alrededor.
En el intento de escribir lo imposible, el imposible encuentro con el otro sexo –la relación sexual– hay que caracterizar dos grandes modalidades de la literatura. Una de ellas se vuelca hacia el lado de la significación a la hora de enfrentarse con ese agujero en lo simbólico que es lo imposible. Es una escritura en la que el goce de la letra, por ser un goce del sentido, permite que el lector la recorra con placer entregándose a la evocación que la lectura promueve. La otra forma de literatura intenta procurar, más allá de las limitaciones que impone la significación, una relación más estrecha con lo real, que no con la realidad, Sabemos que lo real es justamente el límite del sentido. Del recubrimiento de lo simbólico y lo imaginario surge el sentido, siendo su límite lo real, es decir, aquello que lo funda al quedar excluido de él. En esta literatura el goce del escritor se impone al placer del lector, lo desaloja. La letra está en función del «uno» de la lengua, puro uno significante que no atiende ni a la forma ni al sentido. Puestas a transmitir lo inefable de una experiencia interior estas literaturas darán forma divergentes.
En el Cántico Espiritual las metáforas, hondamente evocadoras, producen en el lugar de ese real imposible un nuevo sentido. Así, la esposa, el alma, refiere las grandezas del amado, cantando alabanzas de aquello que en esa unión siente y goza:
Mi Amado, las montañas,
los valles solitarios nemorosos,
las ínsulas extrañas,
los ríos sonorosos,
el silbo de los aires amorosos.
La noche sosegada
en par de los levantes de la aurora,
la música callada,
la soledad sonora,
la cena que recrea y enamora.
James Joyce, por su parte, designó con un término tomado de la liturgia, epifanías, unos enigmáticos fragmentos en prosa que, al igual que en la poesía mística, se sitúan en la frontera de una experiencia con lo real. Según sus propias palabras, una epifanía es «una súbita manifestación espiritual, bien sea en la vulgaridad de lenguaje y gesto, o en una frase memorable de la propia mente».
«Una joven y un joven conversan:
La joven: (con voz discretamente monótona) A.… si… yo estaba… en la… ca… pilla.
El joven: (en tono bajo) Yo… (más bajo) yo…
La joven: (con dulzura) Ah… pero… tú eres… muy… malo.»
Verdaderos restos metonímicos de significaciones extinguidas, interrumpidas, las epifanías carecen del poder de evocación de las metáforas del místico que buscan el sentido nuevo.
Las epifanías, por el contrario, por su falta de sentido son absolutamente ineficaces para atenuar la imposibilidad de decir. Más que velar la imposibilidad con un significante metafórico que sustituya a lo que falta, arrojan al lector a esa imposibilidad vaciando de sentido a las palabras.
Lo que se insinúa como búsqueda en las epifanías el escritor lo logra plenamente en su última obra, Finnegans Wake. Texto ejemplar para el psicoanálisis, según lo decidió Lacan en el ejercicio de su transmisión. Operando con la letra, algo que no resulta esencial a la lengua, Joyce interviene sobre el significante, logrando mediante el cambio de una letra producir una homofonía translingüística: series de palabras que suenan igual en lenguas diferentes[4]
Finnegans Wake en cambio, para Borges, no era más que «un tejido de lánguidos retruécanos en un inglés veteado de alemán, italiano y latín», a los cuales le resultaba «difícil no calificar de frustrados e incompetentes. No creo exagerar. Ameise, en alemán, vale por hormiga; amazing, en inglés, por pasmoso; James Joyce en Work in progress (primer nombre del libro en cuestión), acuña el adjetivo amaising para significar al asombro que provoca una hormiga»[5].
Sin embargo, a pesar de la causticidad de su crítica, Borges reconocía en Joyce a un gran escritor. Dice en el mismo artículo: «… es uno de los escritores de nuestro tiempo. Verbalmente, es quizá el primero». Y tras equiparar a continuación algunos párrafos y sentencias del Ulises con los más ilustres de Shakespeare y Thomas Browne, finaliza así: «En el mismo Finnegans Wake hay alguna frase memorable. (Por ejemplo, esta que no intentaré traducir: Beside the rivering waters of, hither and thithering waters of, night). En este amplio volumen, sin embargo, la eficacia es una excepción».
Esta misma frase, lo único que Borges rescata de Finnegans Wake, la citará de memoria en una conferencia cuarenta años después. «¿Qué es esto traducido?»-se pregunta tras pronunciarla – «Las fluviales aguas de (o las fluctuantes aguas de) las acá y acullantes aguas de, noche. ¡Es horrible realmente! Yo digo eso en inglés y es mágico, suena como un conjuro; eso no depende del sentido, ya que ese sentido en otro idioma no existe»[6]
Podemos ver que lo que Borges le pide a Finnegans Wake no es sentido. Lo que le exige es música y conjuro. De allí que hable de falta de eficacia, puesto que para él la eficacia de un verso o de una frase, no depende del sentido sino de la música, de esa musicalidad que nos empuja a repetirlo en voz alta. Borges no escucha en este libro los mágicos sonidos que espera de tan grande escritor.
Lacan, en cambio, no solamente encuentra en Joyce la ocasión de dar un nuevo salto en la teoría analítica, sino que es esa escritura la que le permitirá afirmar que la interpretación es el momento en que se pone en juego la escritura del psicoanalista, puesto que apunta al sinsentido operando como equívoco, Pues un equívoco producido por homofonía sólo se sostiene en referencia a la escritura. ¿Cómo, si no apelamos a la letra, podríamos inducir el equívoco, haciendo de las palabras, significantes? Escritura al modo de Joyce, pues la manera en que subvierte el sentido se aproxima a la práctica analítica, El equívoco de la interpretación la única arma que tiene el psicoanalista contra el síntoma.
En estas consideraciones de Borges y Lacan contrapunteadas en torno a un mismo texto, hemos visto que allí donde el poeta no escucha en lo que se lee la cadencia musical que él exige en un verso o una frase, el psicoanalista por su parte escucha en lo que se lee, no la música sino el equívoco. Escucha poética y escucha psicoanalítica, cuestiones a las que nos ha conducido esta indagación de la vecindad entre poesía y psicoanálisis, y en la cual nos hemos movido, mediante desplazamientos y sobresaltos, sobre los diversos ejes en que se despliega la cuaternidad aludida: lenguaje, discurso, significante y letra.
Poesía y psicoanálisis: ¿Qué es el psicoanálisis en la mano del poeta? Quizá sea como aquella cucharilla de plata entre los dedos de San Juan de la Cruz, que en su tintineo al caer de la mano dormida sobre el suelo de piedra de la celda toledana, despertaba al cuerpo rendido para dar paso a la escucha de la música oral de las imágenes hipnagógicas, responsables de aquellos versos que no cesamos de repetir y repetir.
Origen de la escritura
Previamente a ser libro
transcurre la escritura por lugares remotos.
A escribir todos empezamos en los mismos espacios:
la tierra de los descampados
es el primer cuaderno
y un palo o nuestras uñas
el lápiz siempre a mano.
Orgullosos mirábamos las letras
que luego borrarían
pisadas de otros niños,
la rueda de una bici
o el agua de la lluvia.
Luego, irremisiblemente,
uno encuentra el vaho de las ventanas;
he aquí la esencia del asunto:
escribir no es posible sin aliento.
Más tarde, los troncos de los olmos con los dardos,
los bancos de los parques
pasados a mechero o a cuchillo,
pupitres a compás,
los muros de las casas firmados con spray,
o el hombro de un colega
con una aguja encharcada
de punta ennegrecida
desinfectada a fuego
robada de la caja de los hilos.
Antes de llegar a la imprenta
la letra se curte
en lugares insospechados y escondidos.
Y cuando al fin tocan las hojas,
los signos impresos son hijos ya maduros
de aquellos,
borrados o ilegibles,
que apenas recordamos.
Luis Miguel Rodrigo.
Poema extraído del poemario Menos da una piedra
Cicatriz
Una cicatriz es un río seco que el dolor
y el tiempo dibujaron en tu cuerpo.
Derby Motoreta´s Burrito Kachimba.
No todas las heridas
podrían aspirar a cicatriz,
por más que también rieguen
con marcas o señales
el folio que conforma la epidermis.
La verdadera cicatriz cuenta una historia,
es un recuerdo que pelea contra el óxido
y la roña a quincalla partida:
resiste a lo difuso
a golpe de clarividencia.
Es zona acordonada a las caricias,
ristra de imágenes tajantes
cosidas a puntadas
con hilo de sutura
que transcurren sobre un lecho de piel
envejecida prematuramente,
cauce que arrastra el resto ignominioso
de todo lo que fuimos.
Contar las cicatrices.
Narrar lo que callamos.
Luis Miguel Rodrigo.
Poema extraído del poemario Menos da una piedra
ΨΨΨΨΨΨΨΨΨΨ
*Texto presentado en el espacio “Descatalogados” de la biblioteca Paula Mas de Aecpna el 23 de febrero de 2024.Podrá leerse también en el libro: Desde lacan : Heidegger. Textos reunidos. Jorge Aleman & Sergio Larriera. Colección Ítaca. Miguel Gómez Ediciones 2009.
**Sobre el autor: Sergio Larriera es Miembro de la ELP y de la A M P. (Asociación Mundial de Psicoanálisis). Docente del Nucep. Presidente del Círculo Lacaniano James Joyce. Miembro fundador de Cruce, Arte y Pensamiento. Hace 45 años que está en España, en Madrid y en este tiempo hemos tenido el honor de asistir a la publicación de varios libros. Más directamente relacionado con la literatura ha publicado la novela Territorio Liberado y algunos relatos breves en Buenos Aires. Más de contenido psicoanalítico podemos disfrutar de la lectura de “Nudos y Cadenas”, “Artefactos Intrascendentes”, “Sobre la Tierra” y el de más reciente aparición “En los bolsillos de Leopold Bloom”.
***Sobre la presentadora: Elena Traissac es Psicóloga Psicoanalista. Docente de Aecpna y Coordinadora de la Biblioteca Paula Mas.
[1] HEIDEGGER, Martin: ¿Qué significa pensar?, Edic. Nova, Buenos Aires.
[2] GARCÍA Calvo, Agustín: Hablando de lo que habla, p,307, Ed, Lucina, Zamora,1989
[3] LACAN, Jacques: Seminario El saber del psicoanalista. Reunión del I0 de junio de 1972. Multicopia. Buenos Aires. Se reproduce diagrama:
[4] LACAN, Jacques: «Joyce le sinthome» en el libro Joyce avec Lacan. Navarin.París. Asimismo, Seminaire XXIII, Le sinthome, en revista Ornicar, nums, 6-II. Edic. Navarín, París.
[5] BORGES, Jorge Luis: Textos cautivos, p. 328, Tusquets Editores, Barcelona,1986
[6] BORGES, Jorge Luis: El poeta y la escritura, conferencia pronunciada en la Escuela Freudiana de Buenos Aires (publicación de la Escuela).
Revista nº 23
Artículo 13
Fecha de publicación JULIO 2024