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COSAS DE NIÑOS

COSAS DE NIÑOS

Iluminada Sánchez*

A menudo solemos considerar, los adultos, que solo es tiempo bien aprovechado por los niños el que alimenta al intelecto, ta­chando de tiempo perdido el invertido en jugar, dibujar, fantasear. Asimismo, la actitud de leer es vista como un valor en sí y como medio de adquisición de cultura y conocimientos. Mientras, el aspecto de la lectura que permite encauzar, escenificar imaginariamente y hacer de vehículo a lo emocional, no suelen advertirse o contemplarse. El juego es bien mirado y fomentado si es del tipo llamado pedagógico, es decir, con función de instruir y agilizar aptitu­des. El mensaje que intentamos transmi­tir acostumbra ser: hay que aprovechar e inver­tir bien el tiempo, adquirir conocimien­tos, producir. No es mal mensaje, pero sí insuficiente en cuanto a que deja de lado, y no incluye, necesidades fundamentales del niño para su crecimiento personal. No entraremos a ver porqué los adultos tendemos a polarizar el objetivo ahí. Ello es otra histo­ria. Centrémonos en esta ocasión en lo que en realidad ocu­rre por el lado del niño.

Esas “cosas de niños”, que muchas veces se nos antojan insustanciales, son las que dan paso a las “cosas de mayores”. No hay progreso sin descubrimientos, no hay descubrimientos o inventos sin la imaginación y el fantaseo. Y, esto vale para cualquier tipo o clase de progreso. ¿Dónde empieza la capacidad de hablar, pensar, de razo­nar, de crear? Pues, justamente allí donde residen la Fantasía, el Deseo y la capacidad de Simbolizar.

En el ser humano, todo parte y arranca de la infancia y “sus cosas”. El niño es el futuro adulto y el adulto es fruto de las vivencias del niño. La niñez es algo más que una serie de acontecimientos perdi­dos o descoloridos ya en la memoria; es algo impreso y presente en lo que so­mos, nos lo parezca o no.

Desde el comienzo de la vida el sujeto tiene que enfrentarse con un gran abanico de sensaciones y sentimientos. Tendrá por delante la tarea de aprender a manejarlos, afrontarlos, asumirlos y desarrollar defensas y recursos psíquicos. Habrá de aprender a manejarse no solo con lo que le sucede, sino también, con lo que le suscitan las situaciones. Unas sensaciones serán negativas, otras placenteras; unos sentimientos se percibirán como recha­zables o peligrosos, otros conflictivos y contradictorios. Algunos de los difíciles a afron­tar serán: miedo, cólera, celos, envidia, agre­sividad, angustia, pérdi­das, frustración, tristeza, impotencia… Ponerles palabra, asumirlos como propios y deslindarlos es una ardua tarea (siempre lo es, aunque seamos ya adultos), y para ello tiene el recurso del juego, la fantasía, los cuentos, el dibujo… (el adulto domina la palabra, tiene otros medios). Desde ese plano, lúdico e imaginativo, exteriorizándolo en objetos e historias, podrá tomar distancia, dominarlos, manejarlos una y otra vez, darles vueltas y “darles la vuelta”. Son su trabajo, son sus “cosas de niños”, son sus herramientas en la tarea decrecer como persona. Por eso, espontáneamente, desde que se asoman a este mundo que tienen que descubrir y entender, los niños, juegan y fantasean. Juegan con juguetes o transformando lo que tienen a mano en juguetes. Escenifican sus fantasías, sus deseos, sus sueños, sus afectos, sus inquietudes, …

Es su forma de gestionar psíquicamente y aprender a vivir, mientras, además, buscan su identidad y su propio camino como persona. Cada actividad lúdica tendrá matices especiales, posibilitando dar salida y encauce a diferentes aspectos emocionales. En el dibujo, por citar alguna, encontramos, a parte de la expresión de todo lo anteriormente mencionado, la búsqueda de dejar huella.

Muchas veces los adultos, niños que ya crecimos, miramos todo ello desde nues­tra atalaya sin ver. Sin ver, porque lo hemos olvidado (ha pasado al “disco duro” si se me permite esta metáfora), que los contenidos que, por ejemplo, están en los cuentos que nos piden que les contemos o que repitamos una y otra vez, son los que están tratando de entender, elaborar y dominar. El cuento, a través de la fantasía, como el jugar o dibujar e inventar historias, abre la puerta a la identificación de las emocio­nes.

El niño necesita cómplices para su crecimiento, que acepten que “pierda” (gane) el tiempo con cuentos, tebeos, juegos…con sus im­portantes y sustanciales “cosas de niños”, cuyo valor no se distingue bien porque actúan de modo subterráneo, interno, a largo plazo, en el marco de la educación y el desarrollo, no sólo del intelecto sino, global de la personalidad.

Un niño que está jugando, hablando con sus juguetes, escenificando sus guiones de fantasías, dibujando, modelando, escuchando o leyendo un cuento, está trabajando en el proceso de su desenvolvimiento interno. Reconocerlo y respetarlo es reconocer y respetar una necesidad. Cuando es así, el niño recibe el mensaje de que él y sus intereses merecen consideración. El pequeño, mientras lleva a cabo esas ocupaciones, también aprende, ejercita su capacidad de concentración, crea, pone en marcha la elaboración de lo que descubre en sí y en su entorno así como de lo que le suscita conflicto o temores. Por eso los psicoterapeutas utilizamos esas mismas herramientas como instrumentos y vía de acceso, tanto para el conocimiento como para tratar los padecimientos y problemáticas de los niños.

A cada edad habrá unos intereses y unas necesidades diferentes en lo tocante al ámbito de lo emocional y eso se reflejará en sus manifestaciones lúdicas. La exploración del entorno, la curiosidad sobre las cosas y los demás, los deseos, los temores, las frustraciones, la búsqueda de alivio de lo que impacta o contraría, lo que cuesta asumir, los conflictos que surgen la relación con los demás… estarán siempre de fondo como promotoras de esas actividades espontáneas. Ante un niño que no siente interés en estas actividades hemos de preguntarnos por qué, pues puede ser indicativo de una dificultad y necesidad de ayuda.

Las “cosas de niños”, como se ha subrayado, son toda una tarea de gran calibre para el desarrollo en general y de la vida psíquica muy especialmente; no son ni estériles ni insustanciales, como a veces puedan parecernos. Por lo tanto, como padres hemos de darles el lugar que les corresponde a esas “cosas”, propiciando que ese tiempo lúdico, ese tiempo propio, libre y no pautado, donde ponerlas en marcha, pueda tener cabida en su día a día.

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*          Sobre la autora: Iluminada Sánchez García es psicóloga-psicoterapeuta, psicoanalista; docente de la Asociación Escuela de Clínica Psicoanalítica con Niños y Adolescentes de Madrid; codirectora de la revista digital En Clave Psicoanalítica; colaboradora de la Cadena Ser (Radio Castilla – Burgos) en un espacio sobre psicología y salud psíquica del niño y del adolescente. Coautora del libro “El Quehacer con los Padres” (HG Ediciones, 2010; coautoras: Ana María Caellas y Susana Kahane).

Revista nº4
Artículo 5

Fecha de publicación: DICIEMBRE 2010


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