Virginia Mora Febres**

La evidente brutalidad de nuestros tiempos pesa sobre nosotros
Carta a Pfister. Sigmund Freud
El cine suele reflejar en cada época, de mejor o peor manera, las preocupaciones o inquietudes que puede tener la sociedad en cada momento.
Las películas que tratan sobre catástrofes no son un género con el cual yo me sienta particularmente complacida; si están bien realizadas van generando un clima angustioso y de tensión, tan potente como sea la catástrofe que se intenta contar.
La primera vez que vi Contagio con la idea de preparar este trabajo, lo que más me impresionó fue el fuerte parecido que tiene este film con la realidad que hemos vivido con la COVID y cómo el director más allá del carácter predictivo que ha podido plasmar en su visión, -que no se nos olvide que esta película se estrenó en 2011- nos muestra toda la problemática que supone una pandemia a nivel global, con una mirada focalizada a través de una forma entrecortada. Contagio es como un puzle desmembrado, que poco a poco va tomando forma, en el cual las historias se van tejiendo de manera simultánea, con personajes que vivencian angustias, rivalidades, duelos, omnipotencia y frustración.
Ver esta película me llevó a una especie de deja-vu acerca de nuestro pasado reciente, acerca de nuestros miedos, acerca de tantos fenómenos a los que hemos estado expuestos y como la vida o nuestras vivencias también se han contagiado de esta situación.
Ninguno de nosotros ha escapado al virus, todos estamos tocados por él.
Contagio fue rodada inmediatamente después de la pandemia de gripe A por virus AH1N1/09, que se desarrolló en 2009 y 2010, y es producto de una reflexión acerca de las consecuencias globales de una enfermedad infecciosa, en relación a la incertidumbre que produce y el miedo y el control que genera. Aunque al final se restituye el orden y la salud, estos factores no atenúan la inquietud ante una pandemia con las características que se muestran.
Pienso que parte del valor de esta película no es tanto el carácter anticipatorio sino como describe el comportamiento del ser humano en este mundo interconectado y globalizado que habitamos.
El nombre de este ciclo El malestar en la cultura es el nombre de un texto de Freud, en el cual menciona que el sufrimiento en la vida nos amenaza desde tres vértices: la fragilidad de nuestro cuerpo, el mundo exterior o la hiperpotencia de la naturaleza y los vínculos con los otros. Contagio nos pone en contacto con estos tres vértices.
Hablaré del miedo, de la condición humana, del sentido del tacto y del duelo.
“Dejamos de temer aquello que se ha aprendido a entender” Marie Curie
El miedo es tan contagioso como la enfermedad. El título de la película no deja espacio a ninguna duda y ya nos anticipa el argumento, es una historia de contagios, no solo de la enfermedad sino también de miedos.
El inicio de la película comienza vestido de negro, no hay créditos ni música, todo está oscuro y de pronto en lugar de ver algo, escuchamos un sonido, escuchamos una tos, es la tos de una mujer que claramente se oye enferma, después se la ve en un aeropuerto. Esta mujer perderá su nombre a lo largo de la película y se convertirá en un caso. Será el caso cero, el caso más buscado, el caso que hay que buscar en cualquier epidemia.
Me parece que el hecho de que no aparezcan nombres ni créditos alude a lo que la pandemia provoca en cuanto al anonimato y la despersonalización. Cualquier personaje podría ser uno de nosotros.
De esta manera, la película desarrolla todo un modelo de psicología de masas y de respuesta a catástrofes, pues ocurre que cuando aparece una nueva enfermedad la dinámica social se modifica frente a la alarma que despierta, esta inquietud se verá aumentada si encima se trata de una enfermedad con un agente invisible (el virus), un aspecto de la enfermedad que son los propios ciudadanos, una necesidad de aislamiento o reclusión y el hecho de que no exista a corto plazo un tratamiento eficaz.
Los nombres que van apareciendo son los de diferentes ciudades alrededor del mundo, con su cuota de número de habitantes, así el director nos hace viajar a Hong Kong, Minneapolis, Londres, Ginebra, Tokio, San Francisco, Atlanta, y así un largo etcétera para dar cuenta del carácter generalizado que va tomando la enfermedad.
La amenaza, el virus, como Dios, está en todas partes, es un fantasma que se globaliza.
La película transcurre por días para mostrarnos la velocidad imparable del virus y el acoso implacable de Cronos, frente a la letalidad de la pandemia.
Se aprecia como de la sorpresa inicial se pasa al pánico contagiado ante lo desconocido en un primer momento y luego ante lo incontrolable. Nada da más valor al miedo que el miedo de los demás. En algunos provoca indignación contra el destino, pero en todos los casos, como diría Camus en La peste “tanto las pestes como las guerras toman a las gentes desprevenidas”
A la luz de los últimos acontecimientos que vivimos con la invasión de Ucrania, pienso que Pandemia y guerra tienen sus semejanzas. En ¿Por qué la guerra? Freud le responde a Einstein: “porque todo hombre tiene derecho a su propia vida, porque la guerra aniquila promisorias vidas humanas, pone al individuo en situaciones indignas”. También la pandemia.
Podemos pensar que la única certeza que tenemos es nuestra propia muerte, sin embargo, en el fondo, nadie cree en ella, o, “lo que viene a ser lo mismo, en el inconsciente cada uno de nosotros está convencido de su inmortalidad” (Freud,1915) siendo la muerte una mera contingencia: accidentes, enfermedades, edad avanzada. Aclara Freud: salvo en la guerra, allí “la muerte no se deja desmentir, es preciso creer en ella. Ya no es una contingencia” También la pandemia en sus peores momentos nos ha recordado día tras día, la posibilidad de esta certeza, nos ha quitado la veladura.
Freud hablaba de una angustia realista que se corresponde con una reacción lógica frente a una situación de peligro, a un daño esperado de afuera, a diferencia de la angustia neurótica que es enigmática, como carente de fin.
Cuando hay angustia realista la tensión sensorial se incrementa al igual que la tensión motriz y es a partir de aquí que se desarrolla la reacción de angustia. De esta manera son posibles dos desenlaces: o bien el desarrollo de angustia se limita a una señal, y entonces la reacción restante puede adaptarse a la nueva situación de peligro, desembocar en la huida o en acciones destinadas a ponerse a salvo, o bien lo antiguo prevalece, toda la reacción se agota en el desarrollo de la angustia, y entonces el estado afectivo resultará paralizante y desacorde con el fin para el presente.
El espanto o terror es una noción que Freud pone en relación con el traumatismo y con una falta de apronte angustiado, da cuenta de una impreparación para el peligro, y se trata de un proceso no dominado que marca la derrota del yo. El espanto impide la elaboración psíquica.
La angustia implica una preparación para el peligro, supone una señal que permite defenderse, aunque aún no haya una representación del objeto peligroso, el peligro es indefinido.
En el miedo, finalmente se encuentra una representación del objeto peligroso, resultando así en un proceso más estructurado, más simbolizado en la medida en que la angustia ha encontrado una representación de objeto.
Podríamos pensar que los personajes de los científicos de la OMS, el Dr. Cheevers, la doctora Mears se manejan básicamente con miedo frente a lo desconocido, pero éste actúa como una señal que los alerta y que los lleva a desarrollar planes para dar salida a la situación angustiosa.
El señor Emhoff en ciertos momentos puede vislumbrarse como más angustiado, como cuando está en el supermercado y ve que cualquier objeto puede ser contaminante, pero no nos podemos olvidar que él ha sufrido unas pérdidas muy importantes y está tratando de preservar a su hija adolescente, que es la única familia que le queda.
Otra escena muy cargada de angustia es la de la periodista pidiéndole al bloguero que le consiga el medicamento que supuestamente la salvará, comentándole a éste que está embarazada.
Tal vez el espanto y la desesperación que supone el sentirse a merced de un virus para el cual todavía no hay cura, lo apreciamos en el desbordamiento de la gente cuando quieren obtener la Forsitia pensando que esa es la panacea, o cuando saquean los supermercados y las tiendas, el recurso desesperado para conseguir antes la vacuna, que realizan unos chinos cuando secuestran a la doctora que va a denunciar que allí se originó el virus, o en esa visión apocalíptica de ciudades casi destruidas y aplastadas por la basura sin recoger. Todas estas situaciones atentarían contra los logros culturales de oren, ornato, cuidado por el otro, y estarían al servicio de la pulsión de muerte.
La condición humana
Los personajes de la película que van teniendo cierto protagonismo en la misma, nos ayudan a entender cómo se manejan los seres humanos frente a una situación de desconocimiento, de incertidumbre, de enfermedad, de caos, de duelo y cómo surge o no una mayor fortaleza yoica según las circunstancias que a cada uno le toca vivir.
De esta manera, aunque la pandemia es una presencia globalizada, no significa que esté representada o pensada en los mismos términos para todos.
Veamos a los personajes principales:
Mitch Emhoff representa al ciudadano normal y corriente, alguien que sufre el drama familiar y el desorden social que provoca la enfermedad. A lo largo del film vamos viendo como tiene que aceptar de forma resignada la infidelidad de su mujer que ha muerto, también su pequeño hijastro quien ha tenido el mismo desenlace; el hecho de que no ha podido enterrarle ni hacerle un funeral digno y cómo trata de preservar lo único que él siente que le queda en su reconstrucción familiar, su hija adolescente. Ambos mostrarán diferentes facetas del miedo y la angustia frente al desconcierto que les producen los acontecimientos. La hija se mostrará compasiva con el padre, y en su posición adolescente tratará de convertirse para él en la familia que ha perdido, acompañándolo durante el proceso de la pandemia. Podemos pensar en el amor filial y también en el resurgimiento de los deseos edípicos que retornan con la intensidad que proporciona el despertar de la sexualidad adulta. La hija tiene un novio que desea ver y abrazar, este deseo le es impedido por el temor que tiene el padre a que ella contraiga la enfermedad y pueda morir.
En unas palabras que pronuncia al final de la película, de forma muy clara la hija expresa la sensación de tiempo perdido, la sensación de vivir lo mismo cada día, como el día de la marmota, la sensación de 144 días que siente como si hubiera dejado de vivir. La queja subjetiva del paso del tiempo es dominante, es como si esta vivencia tomara protagonismo y pasa a ocupar el primer plano, por esto esa sensación de tiempo detenido, fragmentado, pudiendo perder su función de integrador de la vida y del yo. Perder el tiempo es uno de los motivos más repetidos en el encierro, de ahí el riesgo de perdernos como sujetos. La hija tiene tristeza por lo que siente que se está perdiendo, el padre tiene tristeza por lo que siente que ha perdido.
El Doctor Ellis Cheever, director del CDC. Representa el puente entre las autoridades políticas y las de salud pública. Sería el portavoz científico de la pandemia. Es un personaje qué, aunque intenta mantener el control de la situación, ésta termina desbordándolo, de esta manera sus actuaciones y decisiones se verán marcadas por las contradicciones internas personales y profesionales.
Freud plantea que el único camino de acceso a la libertad consiste en poder investir la líbido con las formas más elevadas de creatividad: el amor, el arte, la ciencia, el saber, la capacidad para vivir en sociedad y comprometerse en nombre de un ideal común, en la búsqueda del bienestar de todos.
Así, el personaje de la doctora que es secuestrada en China mientras descubre que allí empezó todo, y los personajes del Dr. Saksman quién gracias a su perseverancia pudo cultivar con éxito el virus en un laboratorio y cede su hallazgo para el bienestar de la humanidad y el de la doctora que se inocula el virus para hacer de cobaya humana, nos muestran también facetas de un altísimo grado de generosidad y amor por la verdad.
Para Freud, las instituciones son muchas cosas, pero sobre todo son diques contra el asesinato, la violación y el incesto.
El periodista Alan Krumwiede, es un personaje interesante de analizar pues representa el espíritu paranoico que generalmente cualquier crisis genera en un entorno social y amenaza con desestabilizar la sociedad.
Este periodista a través de las redes y como un gran influencer que es maneja el alarmismo, y ve en esto la oportunidad para sus deseos mesiánicos, codiciosos y desaprensivos, le escuchamos decir “Si me voy a poner en el punto de mira, quiero saber que saco”.
A lo largo de la película vemos como este hombre, busca satisfacer sus necesidades narcisistas de poder y de éxito, sin importarle nada si su influencia genera un daño colectivo. Este personaje representa una de las caras de la pulsión de muerte que nos habita a todos, pero que él actúa.
Una de sus primeras frases: “La prensa escrita se muere” también rubrica la situación actual con relación al uso de las tecnologías, a la influencia tan fuerte que tienen las nuevas redes sociales, en la sociedad actual, al punto tal que pueden estar produciendo nuevas subjetividades.
Este personaje con el uso de su blog y la enorme influencia que tiene sobre sus seguidores, vendiendo una falsa cura, representa al sujeto que usa de forma perversa la palabra con el afán de confundir para obtener beneficios propios, y evitar un verdadero cuestionamiento, un verdadero saber. Es un hombre que se salta la ley, pero no sólo la ley externa sino aquella que nos hace posible ser sujetos psíquicos y que supone que tengamos que renunciar a la satisfacción de aquellos deseos que transgreden el límite de lo permitido.
Otra psicoanalista, Enriqueta Moreno nos plantea en un texto sobre El secuestro del pensamiento en una sociedad globalizada, como a través de estas palabras trucadas “se banalizan los hechos…pues se pueden vaciar las palabras de significados considerados como peligrosos porque ayudan a discriminar lo verdadero de lo falso”.
De esta manera, los lemas que favorecen ideas políticas o religiosas extremas, lo que están favoreciendo es que se idealice a un yo grandioso, proclive al fanatismo, donde se diluye el yo individual por un yo colectivo. Esto se puede apreciar en Contagio, en la escena en donde se despliegan las pancartas a favor de la Fortisia, o cuando los seguidores del periodista han pagado 12 millones de dólares por su fianza.
Sin embargo, tampoco me gustaría que les quedase una imagen de solo corrupción o de un discurso deshumanizado por el favorecimiento de la tecnología. Gracias a ella, nos podemos comunicar como lo hacemos hoy, un descubrimiento que favorece al bien colectivo puede estar al alcance de la mayoría de forma momentánea, se ha podido teletrabajar durante la época de mayor confinamiento y la información nos es accesible de forma inmediata, así como la posibilidad de que los avances científicos y de cura colectiva como ha ocurrido con la vacuna pueden estar cada vez más accesibles.
Pero nos movemos en ese sutil equilibrio del que hablaba Freud en El malestar en la cultura, en el que manifestaba que la cultura se edifica renunciando a lo pulsional; y ese precario equilibrio diría yo transita entre renunciar a la pulsión y asumir los límites que se nos imponen como seres sociales o darle rienda suelta a los placeres y deseos.
La Doctora Erin Mears, médica del CDC. Representa la integridad, inteligencia e intuición para identificar a contagiados y contactos.
Personifica a otro gran grupo que es el del profesional sanitario contagiado, así vemos como ella experimenta la misma soledad y el aislamiento de los enfermos en los momentos finales de su vida. Es una mujer generosa y altruista, su último gesto es darle su abrigo a otro enfermo que tiene al lado y que padece de mucho frío. Ella sabe claramente lo que le espera y podríamos pensar que es una víctima de su entrega al deber profesional.
El tacto: el sentido más costoso
A lo largo de toda la película, la cámara pone el énfasis en objetos que se tocan, personas que se acercan, estornudos que contagian y es que si algo hemos perdido de forma importante con la pandemia es la posibilidad de contacto. Así nos asombra cuando la doctora Mears comenta el número de veces que cualquier persona puede llegar a tocarse el rostro.
El film muestra como la necesidad de abrazar, besar o estar de forma cercana con alguien, que son experiencias vitales que necesitamos mantener en nuestro kit emocional, también es lo que nos puede enfermar, así el uso de mascarillas, gel desinfectante, protectores externos, si bien nos mantiene resguardados y tal vez, impolutos e higienizados, nos deja empobrecidos afectivamente, hambrientos de contacto.
El tacto es el primer sentido con el que nos tropezamos cuando llegamos al mundo y es el último que nos deja cuando nos acercamos al borde de la muerte.
El ser humano nace con un desvalimiento importante, necesita de otro (generalmente la madre) que le cuide. Cuidar a otro ser humano implica casi de forma inevitable tocarlo, desde las necesidades más básicas hasta los intercambios táctiles más afectivos que suponen comunicarse, brindar comodidad, apoyo y amor.
Esther Bick quien fue una psicoanalista que desarrolló la observación de bebés y niños pequeños, nos muestra a través de su método como se van construyendo los primeros baluartes o estructuras para que se inicie el desarrollo psíquico. Esta autora pone el acento, en el papel que juega la piel en las relaciones de objeto tempranas, de esta manera, enfatiza la importancia de la función mental de la sensorialidad en la contención y la sensación de sentirse comprendido, con la finalidad de que se pueda crear una “piel continente” en lugar de una segunda piel.
Me pregunto cómo toda esta situación de no contacto pueda haber alborotado aspectos más arcaicos, más primarios en personas que carecían de una buena “piel continente”.
De esta manera, observamos a través de la película y dolorosamente a través de lo que hemos vivido, como el tacto y el contacto atraviesan una era de prohibición, el tacto es el sentido que ha pagado el precio más alto. La pandemia nos ha dado una idea de cómo sería la vida sin contacto. El miedo al otro, a la contaminación, al contacto, nos ha permitido darnos cuenta de lo mucho que extrañamos los abrazos espontáneos, los apretones de mano, o un beso cariñoso. Resulta que lo que más queremos y necesitamos, es lo que en estos momentos más daño puede hacernos. Gran paradoja que tenemos que sortear.
El distanciamiento físico deja cicatrices invisibles en nuestra piel psíquica.
En el film vemos esta necesidad de contacto físico en muchos momentos, la hija de Mitch Emhoff busca de cualquier manera poder estar un ratito con su novio, poder abrazarlo, poder sentir el contacto con la nieve y el novio también intenta de muchas maneras tener un acercamiento con ella.
En otro momento del film, cuando el doctor Chevers le pone la vacuna al hijo del señor de mantenimiento, el niño le da la mano y el doctor le pregunta si él sabe de donde procede esta costumbre y le explica que darse la mano era una forma de mostrar que no se iba armado, abrir la mano era una señal de no hacer daño.
El duelo: un hilo conductor en nuestra vida
El poder que tiene el dolor para desequilibrar la mente ha sido muy estudiado. Freud en 1917 escribió un texto llamado Duelo y melancolía en el que menciona que “el duelo trae consigo graves desviaciones de la actitud normal ante la vida” sin embargo también dice que “nunca se nos ocurre considerarlo un estado patológico ni someterlo a tratamiento médico”.
También Melanie Klein en su ensayo sobre El duelo y su relación con los estados maníaco depresivos (1940) coincide diciendo: “El doliente está realmente enfermo, pero como su estado mental es común y nos parece tan natural, no consideramos el duelo una enfermedad.
A lo largo de la película este personaje ( Emhoff) será uno de los conductores del hilo argumental de este film, su duelo es el duelo de todos y la forma de enfrentarlo también representa lo que esto supone en las circunstancias de una pandemia, nos duele el que se ha marchado, el que ha muerto, pero también necesitamos sobrevivir frente a las circunstancias adversas.
Es interesante ver como en un primer momento surge la negación frente a la noticia de la muerte; el médico le acaba de decir que su mujer ha fallecido y él le pregunta: ¿Puedo hablar con ella?, todavía no puede dar crédito a lo que le está ocurriendo.
Después con la precipitación que supone el contagio, el señor Emhoff se empeña en salvar lo único que siente que le queda que es su hija adolescente, está aterrado con la idea de que ésta pueda contagiarse y por ende morir. La sobreprotección de su hija también es una manera de salvarse a él mismo y cuando en la realidad ocurren situaciones de vida o muerte, como la búsqueda de comida porque los supermercados han sido saqueados, o hacerse con un arma para protegerse de posibles ataques, el duelo que tenía que haber ido viviendo se va posponiendo porque hay otras emergencias.
Sin embargo, cuando ya la hija ha sido vacunada y su novio también, cuando él decide dar una alegría a su hija con la celebración de fin de curso con el novio como único invitado y con el hermoso vestido de mujer que le regala, pareciera que en esos gestos no sólo le da permiso para que vuelva a tener contacto con otras personas, sino que también es un ritual de entrada en una vida más adulta, con posibilidades y esperanzas.
De esta manera, la escena en la que él de pronto se topa con el móvil de su mujer fallecida y vuelve a ver las fotos de ella, le hacen volver al punto del duelo que no había podido procesar por las emergencias sufridas, y por fin podemos ver a Mitch Emhoff permitirse llorar, teniendo espacio para sentirse afligido por sus pérdidas.
Durante el curso de la vida, vivimos ciertos duelos: pasamos de la niñez a la adolescencia, por ejemplo, perdemos el cuerpo infantil, salimos del colegio a la universidad, nos mudamos de barrio o de país, tarde o temprano todos pagamos un peaje de dolor o enfermedad, que nos conecta con pérdidas y duelos que vamos teniendo a lo largo de la vida.
Los duelos hay que vivirlos, hay que llorarlos, hay que elaborarlos para poder seguir viviendo. Escribiendo esto me vinieron a la memoria estas palabras de Joan Didion “Somos imperfectos mortales, conscientes de nuestra mortalidad aun cuando tratamos de eludirla, vencidos ante nuestra propia complejidad, tan acorralados que cuando nos dolemos por los que hemos perdido, también nos dolemos para bien o para mal, por nosotros mismos. Por lo que fuimos. Por lo que ya no somos. Por la nada absoluta que un día seremos”.
Volviendo al texto de Freud que ha inspirado este ciclo, podemos decir que sus palabras mantienen la vigencia de hace noventa y dos años, como seres humanos estamos a merced de la finitud y para huir del sufrimiento se pueden buscar vías supuestamente ilusionantes, sobre la base de elecciones inconscientes como la neurosis, la intoxicación y la psicosis; pero también existe un camino distinto que nos da el acceso a la civilización, a la cultura, y ésta es la única que permite, mediante la sublimación, la dominación de las pulsiones de destrucción.
El final de la película, único momento en el que se escucha una canción de fondo de U2, nos conecta con el amor, con el renacimiento que supone la juventud, con la esperanza y con la vida. Así la posibilidad de elaboración del duelo por parte de Emhoff es también como una manera de poder seguir viviendo, de no identificarse con los fallecidos, porque si algo sabemos es que si hemos de continuar viviendo llega un momento en que tenemos que abandonar a los muertos, dejarlos marchar.
Todo esto supone un proceso que cada quién llevará a su ritmo, pero que conlleva poder navegar en las aguas que nos toquen, con las olas que nos lleguen, para poder ajustarnos a los cambios que la vida nos depare.
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*Conferencia dictada en el Colegio Mayor Isabel de España el 20 de marzo de 2022. Madrid.
**Sobre la autora: Virginia Mora Febres
Psicóloga clínica, Psicoanalista, Miembro asociado de la Asociación Psicoanalítica de Madrid (APM). Coordinadora de las Jornadas Anuales sobre Salud Mental y Psicoanálisis en Santa Cruz de Tenerife. Ha desarrollado su actividad clínica en Caracas, Madrid y Santa Cruz de Tenerife. Ha publicado diferentes trabajos sobre Psicoanálisis infantil, proceso analítico, Encuadre y pandemia y ha participado como invitada durante varios años en el ciclo de Cine y Psicoanálisis realizado por el Colegio Mayor Universitario Isabel de España.
Correo: virginiamorafebres@gmail.com
Revista nº 19
Artículo 12
Fecha de publicación JULIO 2021