En Aecpna, como en muchas otras instituciones y profesionales del campo psicoanalítico, venimos en los últimos años abordando el estudio y realizando encuentros para compartir, pensar y estudiar los desafíos que nos van marcando estos tiempos que nos ha tocado vivir. Pero entonces éramos aún inocentes de esto que se nos avecinaba.
Llevamos tres semanas confinados. Al mundo le costó creerse que esto podría pasar. Lo inesperado tocó a nuestra puerta y sin permiso nos invadió.
En cuanto a nuestra área de estudio y análisis, para medir y entender los efectos de este nuevo y enorme desafío, aún es pronto, aunque vamos cada día perfilando y conociendo reacciones y consecuencias en lo que concierne a lo humano en general y al individuo, en particular.
Los terapeutas nos encontramos con una angustia que nos abarca a todos.
Al decir todos, incluimos todas las edades, todas las profesiones, todos los géneros, todas las vulnerabilidades, todas las peculiaridades.
Están siendo días de trabajo con la angustia que viene de afuera y que se encuentra con la de dentro. Cada uno, estamos en esa tesitura.
Esto que nos puede llevar a muchos planteamientos, reflexiones y disquisiciones en el campo clínico, nos lleva también a cómo realizar nuestra práctica en confinamiento.
El que más y el que menos ha ido recurriendo a las video llamadas, a streaming, a algún soporte tecnológico para trabajar con pacientes en circunstancias especiales o incluir en las clases alumnos que no permiten la asistencia presencial.
En general, no vimos dificultad en ejercer nuestra práctica por medio de los soportes tecnológicos con los adultos, individualmente o en pareja. Desde hace algunos años aparecen en los congresos trabajos sobre esta vía de abordaje, sobre el encuadre o la particularidades de la transferencia en este espacio o setting virtual.
Sin embargo, con los niños – desconozco si ya había trabajos sobre el tema – lo que sé referente a este aquí y ahora de confinamiento, es que nuestra primera reacción – la mía y la del entorno conocido – fue pensar que con ellos no era posible tener sesiones por esos medios.
En nuestro cuaderno de bitácora por esta travesía, diré que me propuse mantener un contacto telefónico breve con mis pacientes niños para transmitir, a ellos y a sus padres, una continuidad y no un parón en seco que añadiría otro plus de desconcierto, ausencia y confinamiento.
Desde la primera llamada todos tuvieron una reacción de acogida a mi iniciativa. Quise ser cauta y propuse seguir llamando y así averiguar las posibilidades de algún tipo de trabajo desde lo no presencial, o por lo menos, ofrecer una cierta contención.
Todos los niños se mostraron alegres y dicharacheros, como si todo lo que está ocurriendo estuviese entendido y asimilado sin dificultad. Así me lo expresaban los padres y los propios niños. Se mostraban tranquilos. Los analistas sabemos que, en principio, esto no es un indicativo de nada. Fue al “ofrecer una escucha” cuando aparecieron expresiones más elocuentes.
La primera llamada que hice fue a una pacientita de nueve años que se mostró igualmente alegre y tranquila. Cuando le pregunté si había algo que quisiera comentarme me dijo que sí, que había tenido una pesadilla. Entonces le pregunté si podía hablarme de ello con comodidad y privacidad o si se encontraba con sus familiares. Me respondió “Sí que puedo hablarte como quiera; he venido a mi habitación y me he metido en un armario que es muy grande y que aquí me meto cuando quiero estar sola”. Hablamos de su pesadilla y de cuestiones que surgieron al hilo. Acordamos seguir trabajando en estas circunstancias, previa conversación con los padres, y ella me preguntó si podría ser por video llamada.
Considero importante hacer partícipes a los padres de cómo se puede trabajar en esta modalidad excepcional – cuando lo constatemos viable – y así, e igualmente, continuar con nuestra tarea con ellos, como venía siendo, para la consecución del proceso del niño.
En cada caso puede haber variaciones, pero en cualquier situación, traté de determinar un encuadre: lugar de privacidad y sin interrupciones con sus materiales preferidos, con una hora concertada para que el propio niño sea el que me llame, si es posible, por video llamada.
Solo han sido tres semanas; tres semanas de dudas, sorpresas, replanteamientos, reflexiones,… que abocan hacia la flexibilidad que nos pide la vida, la profesión y a la necesidad de sostener un rigor suficiente para desarrollar nuestra tarea terapéutica.
Los niños siempre nos sorprenden; como la vida misma, nos llevan a salir de las cuadrículas que tendemos a armar.
Iluminada Sánchez
Psicóloga – psicoanalista
Vicepresidenta y docente de Aecpna