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Condiciones Idóneas para la Integración Familiar del Niño Adoptado

Condiciones Idóneas para la Integración Familiar del Niño Adoptado

Beatriz Salzberg*

Es un hecho tan cierto como paradojal que opulencia económica y reproducción humana se presentan en proporciones inversas: el índice de natalidad desciende en el Primer Mundo, al tiempo que aumenta la infecundidad. En el Tercero, no sólo aumenta la natalidad, sino también la fractura entre ricos y pobres.

La pobreza es fuente de infancia desamparada; constituye una de las peores enfermedades endémicas en expansión, sin que se haya aplicado aún ninguna vacuna eficiente para erradicarla.

La adopción es un acto generoso, solidario, de construcción de una familia. Es así en el marco de una maternidad/paternidad responsable y de un respeto del menor como sujeto. También pone en evidencia que lo esencial de la filiación, la maternidad y la paternidad no se juega en lo biológico, sino en la asunción simbólica, en el deseo por ese hijo. La adopción es la creación de un vínculo de filiación que atraviesa la biológica para pasar a otra artificial, elegida, creada a partir del deseo de encontrarse. La filiación introduce a los humanos en un sistema simbólico a partir de la diferencia de los sexos y el orden de las generaciones. Es el legado que se transmite de generación en generación. En cada ocasión, los padres traspasan valores y tradiciones familiares. En la adopción ese enraizamiento se construye a partir de un acto jurídico que permitirá al menor, en tanto sujeto, anclarse en una nueva genealogía. Este acto jurídico debe redoblarse de otro, mucho más largo y complejo, que es la adopción subjetiva. Es más, cuando termina la adopción legal se inicia la otra, la psíquica y subjetiva, creadora de vínculos humanizantes que brindan pertenencia, unen y crean familia.

Mi propuesta es entender la adopción subjetiva como un proceso mutuo, recíproco, que se inicia por los padres pero que no concluye hasta la adopción que de ellos hace el menor. Es el momento en el que el niño se ha ubicado como hijo en la nueva filiación; es cuando ha encontrado una identificación simbólica y un punto de amarre para construir su identidad. Ha hecho suyos a esos padres, pertenece a esa familia y ahora como hijo crece, en su mejor lugar, como dice el poeta “en el árbol de su (nueva) genealogía”. Es cuando interna y subjetivamente se ha hecho hijo y siente que su lugar es para siempre. Él ha entrado(en pretérito) por adopción, ahora (en presente) es nuestro hijo. La diferencia entre un hijo biológico y uno adoptado está en su modo de entrada en la familia, en el origen. Luego, ambos son hijos y no se mantienen lazos parentales distintos con uno y otro si ha sido aceptado subjetivamente por sus padres. El adoptado vino de fuera, de lejos, era ajeno y se ha hecho próximo y propio. Si el niño venido de fuera ha encontrado su lugar de hijo, la adopción ha concluido felizmente.

Adoptar proviene del vocablo latín adoptare y quiere decir escoger, optar, hacersuyo.El éxito de la adopción reside en la capacidad de ambos (padres-hijos) de hacerse suyos. En psicoanálisis hacer suyo tiene que ver con la identificación simbólica, con la operación de constitución del sujeto.

La oscilación entre la inclusión (hacerlo suyo) de ese hijo, o su no aceptación marcará la operación de adopción subjetiva. Será lograda cuando ese deseo de hijo se sostenga en la aceptación de su alteridad, producto de otros gestantes. Sólo así, el trasvasamiento narcisista de los padres a él y sus ideales, anidarán en ese hijo. Será por el contrario fallida, cuando sea el hijo quien deba reparar a sus padres de la infecundidad. Si no es aceptado permanecerá migrante, no terminará de sentirse de ellos. Tendrá estatuto de incluido–excluido. No será el niño convertido en hijo, sino un doble del hijo biológico no habido. Muchas adopciones quedan a mitad de camino entre la inclusión y la exclusión, la aceptación y el rechazo, la anidación o la migración del niño a otra adopción o el retorno a una Institución. Si esta identificación no se produce, el niño no enraíza. La adopción en lo cotidiano, debe quedar velada, sin olvidar ni negar el origen, pero sin dificultar la creación de los lazos de pertenencia con la familia, a través de la construcción imaginaria de las semejanzas. Por decirlo de otro modo, el origen debiera quedar detrás de la escena, no en el centro, manteniendo un delicado equilibrio entre el respeto por el origen y la construcción de la filiación adoptiva

Toda adopción ha estado precedida de dolor, sufrimiento, pérdidas, deseos frustrados.

Del lado de los padres el doloroso descubrimiento de la infertilidad con su periplo de médicos, esperanzas frustradas, embarazos fallidos o hijos muertos.

Del lado del niño soledad, desamparo, pérdidas masivas.

Si bien la adopción es recíproca, es asimétrica. El eje, la conducción del proceso la llevan los padres. Son quienes tienen que elaborar algunas cuestiones personales (antes de la llegada del niño) porque incidirán en el proceso de adopción y en su posición ante:

  • La limitación biológica
  • Los progenitores del niño, el reconocimiento por haberle dado la vida y el respeto por el origen del menor
  • La aceptación del niño, de su historia y de sus circunstancias.

Dije antes que la adopción subjetiva es recíproca Me gustaría agregar que hay una serie de anhelos y temores compartidos que tienen una identidad especular:

Esto afecta esencialmente a dos cuestiones:

  • La sobre valoración de la sangre: ambos temen no ser queridos y aceptados incondicionalmente como los biológicos.
  • La herencia psicológica: ambos se preguntan a quienes se parecen en el carácter y la personalidad.
  • Ambos necesitan sentirse queridos y aceptados incondicionalmente como padres e hijos.

Esto lo expresan lúdica y dramáticamente los niños en psicoterapia y los pre-adoptantes en los grupos de preparación de la adopción.

La temida pregunta ¿Uds. son mis padres verdaderos? Contiene su reverso: ¿Soy vuestro verdadero hijo?. Conlleva la idealización de una parentalidad biológica idílica, sin ambivalencias, imposible, pero no vivida por ellos.

Hay que trabajar sobre ese imaginario social que considera la maternidad/paternidad como algo natural, no cultural y simbólico. Esa concepción tan primitiva que sobredimensiona lo más primario del hombre, la carne, la sangre, es negadora de las diferencias y de la falta constitutiva del ser humano. Lleva en sí el germen de la agresividad y la intolerancia. Por el contrario, diremos con Schiller: “no es la carne ni la sangre sino el corazón lo que nos hace padres e hijos”. El deseo de vida nos humaniza.

Voy a referirme ahora a las condiciones que considero necesarias para la integración del menor:

  1. Capacidad de los padres para asumir una paternidad /maternidad no biológica que les permita transformar la infecundidad biológica en fecundidad simbólica. Su capacidad de parentar un hijo venido de fuera.
  2. Las condiciones del menor y la aceptación de éste con todas las marcas visibles o invisibles del abandono.
  3. El grado de cohesión, flexibilidad y deseo compartido de la pareja de adoptar un hijo para construir una familia.
  4. El análisis del sostén emocional y acogimiento del menor. No hay estudio posible de la integración del niño a una familia, sin una adecuada observación de la calidad del acogimiento brindado por los padres, del holding, en términos de Winnicott. El niño adoptado solo, no existe. Sólo existe en interdependencia con sus padres.

1.         Comencemos por lo que se entiende por parentar sin gestar:

Se requiere de los padres que ellos hayan podido reconocer, asumir y elaborar su limitación biológica. Cuanto mayor sea la aceptación de las propias carencias, mayor será también la aceptación del menor. Saber que han quedado heridos por las frustraciones vividas y reconocerlas como parte de su historia.

Si lo logran podrán conectar con el niño desde esa carencia, lo que les facilitará la identificación empática con el menor, ponerse en su lugar y captar lo que él siente, que ha iniciado la vida con tantas pérdidas. Es desde esas carencias que repararán tanto el dolor de no procrear, como el del desamparo, para reconstruir y restañar las heridas y los sufrimientos pasados por ambos. Aceptar las propias carencias permite ubicarse con sus limitaciones y desde ahí entender el decalage entre el niño ideal soñado y el niño real, entre los padres ideales y los padres reales.

Reconocer los propios límites y no intentar encubrirlos maníaca y omnipotentemente sintiéndose mejores que los padres biológicos o compitiendo con ellos, permite ubicarse frente a un hijo no biológico.

Como en todos las órdenes de la vida, el reto es asumir las carencias, reconocer las diferencias y elaborar las situaciones traumáticas. Si los padres no lo logran aparecerán síntomas en los hijos.

Como sucede en cualquier familia (adoptiva o biológica) lo conflictivo o sintomático de los padres tiene consecuencias en el crecimiento emocional, intelectual y/o social de los hijos.

La tolerancia se construye con la aceptación de las propias dificultades. Esa base permitirá la aceptación de la historia del niño anterior al ingreso en la familia, sus dificultades actuales, contener las angustias propias y las del menor. La tolerancia es el reconocimiento no valorativo de las diferencias.

Finalmente, es la capacidad de acogerlo como hijo en su realidad y poder transmitirle con respeto y valoración sus orígenes.

Por el contrario, las mentiras sobre el origen son obturadoras de la carencia personal de los padres. Se niega tanto la infecundidad como a los otros gestantes y se ubica al hijo en el lugar de doble del hijo biológico no nacido.

El origen del menor y la carencia parental quedan guardados en el cofre de los secretos con las dificultades personales no asumidas. Si además debe nacer el día que ha sido adoptado, se le pide un imposible, porque no se puede volver a nacer. De este modo, se lo obliga a renegar de su pasado, se llena su historia de mentiras y ocultamientos y se provoca un daño enorme a su capacidad de pensar. El hijo así ubicado, no podrá dar sentido a su historia personal, lo que dejará secuelas que marcarán su futuro.

Las adopciones con estas características, se han realizado con padres que no han podido conectar con sus carencias y que responden ante el hijo con rigidez, inflexibilidad y distancia emocional. Esta modalidad será fuente de rechazo, de insatisfacción y de no aceptación de ese niño como hijo. Será vivido como un testigo incómodo de la infecundidad y pasará de lo familiar del encuentro con él a lo siniestro. Del hijo idealizado que debía redimirlos y salvarlos de tanto sufrimiento, al testigo de la carencia negada. Tendrá un estatuto de hijo–no hijo que es causa de tantas adopciones conflictivas. Niños así adoptados no podrán identificarse como hijos, quedando sin familia interna de pertenencia. Si no se siente incluido aparecerán reacciones violentas, conductas provocativas, actitudes transgresoras u otras formas de exteriorizar que se siente extraño a su medio. Querrá confirmar con sus actings y síntomas la pregunta temida: ¿Soy vuestro hijo o no? EL no se siente admitido, sigue fuera de la familia, excluido. Está perturbada la constitución de la filiación adoptiva y vuelve a repetir su historia quedando fuera.

Cuantos más secretos, no dichos, dobles mensajes, mayores dificultades en el hijo para identificarse con esos padres y adoptarlos internamente. Él, a su vez, será un niño aislado o agresivo, asustado, alguien que se siente un extraño. Si esto no se modifica se rechazarán, reforzándose la incomunicación.

La adopción del menor a la familia es interdependiente de la capacidad de los padres para aceptarlo y no ubicar todas las dificultades de su lado. Ante una situación de este tipo, conviene realizar una consulta terapéutica, para esclarecer la posición de cada uno ante la adopción y reconducir el proceso.

2.         Condiciones del menor:

Los niños en situación de desamparo han comenzado su vida con un abandono. Por ello les gusta tanto oír como sus padres los eligieron, fueron a buscar y soñaban con hijos como ellos. Saberse aceptado es lo que necesitan para reparar tanto narcisismo primario dañado.

Cuando llegan aquí, en Adopción Internacional, han perdido todas sus referencias, todo su mundo conocido. Encuentran todo diferente: otros colores, otro cielo, otros olores, idiomas, en muchos casos otro tipo físico, en fin, todo nuevo. Ellos solo traen su nombre y un enorme anhelo de ser hijos de esos padres.

Pertenecen al enorme mundo de niños olvidados, que no han aprendido “mamá me ama”. Su alfabeto, por el contrario, ha sido dolor, soledad, angustia, hambre, sed de amor.

Llevan inscrito en su memoria recuerdos primarios de desamparo. Ese tiempo deja huellas. Muchas se curan cuando recuperan la confianza de ser queridos, con la seguridad que brinda la estabilidad y ser cobijados adecuadamente. Entonces pueden recuperar el crecimiento emocional. Tantas pérdidas los han hecho desconfiados y temerosos. Cuando dejan el orfanato, su mundo conocido, se aferran a sus pocas pertenencias y no quieren desprenderse de la bolsa en la que las llevan. Han aprendido la dura lección: todo lo que se deja se pierde. El grado de recuperación va a depender tanto de las secuelas emocionales de lo vivido, como de la tolerancia y receptividad de la pareja adoptante. Ellos viven la adopción desde la precariedady la sobreadaptación. La angustia de pérdida y las diferentes situaciones traumáticas no les han permitido incorporar la categoría de lo estable. En su corta vida nada bueno ha durado mucho tiempo. Necesitan ser deseados por alguien, sentir que pertenecen a alguien, crecer para alguien muy especial. Una niña que había llegado a España en avión, cuando tiempo después volvió a subir a otro para trasladarse a Madrid, lloraba desconsolada, temía volver al punto de partida. Necesitan con urgencia ser queridos, oír palabras dulces, ser acariciados. Poco importa si las entienden, porque comprenden el tono y el cariño que emanan.

Ellos solo conocen la precariedad. El establecimiento de lazos afectivos que los haga sentir seguros lleva mucho tiempo consolidarlo. Esas vivencias tan presentes de inestabilidad se amortiguan con la seguridad de ser queridos incondicionalmente.

En un primer tiempo se identifican con el niño deseado por esos padres, de ahí la sobreadaptación y el deseo de pertenecer a esa familia.

Un segundo tiempo se abrirá cuando sustituyan la precariedad por el para siemprey las condiciones por la incondicionalidad. Es el momento de la asunción subjetiva de esa filiación.

Al inicio prima la necesidad de juntarse, de pertenecer a alguien.

En el segundo, comienzan a aceptarse las diferencias. Hasta no haber asumido la categoría de hijo querido incondicionalmente y el sentimiento de pertenencia permanente, no habría que hablar del origen.

Saber que ha entrado por adopción le permitirá dar continuidad y sentido a su vida a la vez que elaborar la ruptura de la filiación biológica. Es el punto de arranque para elaborar la trama fantasmática, la narrativa con la que entender su vida y su lugar en la nueva familia. Considero importante transmitirle que es fruto de un deseo compartido, que esos señores que lo han concebido no lo pudieron cuidar y lo tuvieron que dejar con dolor, porque todo ello reforzará su autoestima. Finalmente, que él no es culpable de lo ocurrido. Mantener un delicado equilibrio entre la verdad de la filiación biológica y la construcción de la adoptiva es el desafío de toda adopción.

Unas palabras finales sobre los puntos 3 y 4.

3.         Cuando más compartida sea la decisión de adoptar mejor afrontarán los retos de la crianza de un hijo. Esto es así para cualquier pareja que desee tener un hijo biológico o adoptivo.

4.         Hay pocos trabajos que relacionen el resultado del proceso de adopción con las condiciones de acogimiento del menor.

El oficio de padres es uno de los más difíciles. El de padres adoptivos lo es aún más. Se necesitan algunas cualidades tales como:

  • Afecto, paciencia, tolerancia ante el menor y flexibilidad.
  • Favorecer la comunicación y la proximidad afectiva.
  • Pautas estables y claras de funcionamiento.
  • Tolerancia con la expresión de sus emociones, aún las negativas para que aprenda que su agresividad no destruye y que él no es malo.
  • Capacidad de escucharlo.
  • Ofrecerle raíces y alas, esto es una crianza no sobreprotectora que brinde autonomía y le permita, llegado el momento, volar hasta las cimas más altas de sus ideales.

Saber que no hay padres perfectos, que todos cometemos errores, pero que la posibilidad de autocrítica y la comunicación siempre ayudan a entender lo que nos pasa.

Con la capacidad creadora, fertilizadora de tantas parejas, la adopción se convierte en una experiencia recuperadora de la vida. No es una experiencia simple ni sencilla. Es todo un desafío, pero un desafío que bien vale una vida.

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* Sobre la Autora: Beatriz Salzber es Psicóloga, Psicoanalista. Miembro del Equipo de la Clínica Psicoanalítica Logos, de Barcelona y Docente de la Escuela de Clínica Psicoanalítica con Niños y Adolescentes de Barcelona. Es además Coordinadora del Área Psicosocial de la ECAI (Entidad Colaboradora en Adopciones Internacionales) “Creixer Junts”, de Barcelona y Supervisora del Equipo del EIPI (Equipo Interdisciplinario en Primera Infancia) Erasmo Janer, en Barcelona. Autora del libro “Los Niños no se Divorcian”, Editorial Logos, 1993, y coautora de “El Lugar de los Padres en el Psicoanálisis de Niños”, Lugar Editorial; “Gemelos, Narcisismo y Dobles”, Ed. Paidos, 2000 y “Ampliando el Mundo”. Síntesis. 2005

  • Libros recomendados:

Colección “Crecer Juntos”. Editorial Síntesis.

“Bebé, bienvenido al mundo (0-3 años )” Miriam Botbol

“El orgullo de descubrir (3-6 años )” Miriam Botbol

“Ampliando el mundo (6-12)” Beatriz Salzberg – María Luisa Siquier

“Tiempo de transformación (12 -15 años )” Mario Itscovich

“Emprender el propio camino (15-18 años )” Xavier Ametller

Revista nº1
Artículo 8
Fecha de publicación: ENERO 2009


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