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Bienestar emocional

Bienestar emocional

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Pensar la cuestión del bienestar parece vincularse en nuestros días a cuestiones que afectan al cuerpo más que a aspectos emocionales. Existe una prolífica narrativa transmitida en libros, podcast y reels de Instagram de personas que, plenamente convencidas, nos transmiten un saber sin fisuras acerca de qué podemos hacer para encontrarnos mejor: si nos alimentamos de una determinada manera, dormimos solamente las horas necesarias indicadas por algún estudio de moda, o realizamos sencillas rutinas de ejercicios, nos aseguramos el tan ansiado bienestar. Si no somos constantes en nuestro empeño, la cirugía puede operar su magia de convertirnos en personas confiadas y saludables. ¿Por qué confiadas? Porque mayoritariamente no cuestionamos ninguno de esos consejos que vemos en redes sociales de personas que ni conocemos ni sabemos si están acreditadas profesionalmente.

Cualquier librería sentencia este desequilibrio en el que existe un menor número de textos que no dejen por fuera el cuidado de lo emocional, traducir qué nos pasa es un idioma de difícil acceso. Frente a estantes llenos de libros que ofrecen una llave imaginaria hacia el bienestar con recetas sencillas y ejercicios que puedes poner en práctica en tan solo cinco pasos, solo una pequeña sección se ocupa del vasto mundo interior de las emociones. Parados frente a estos libros dedicados al bienestar emocional hallaremos que se encuentren bajo el cobijo de la etiqueta de libros de autoayuda, ahí sabremos con certeza que estaremos solos frente a esta cuestión. No parece una novedad, ya desde pequeños son pocos los espacios en las familias o escuelas dedicados a charlar con los niños sobre esta cuestión que integre el mundo de las emociones. No disponemos de libros en primaria que nos ayuden a pensar nuestras emociones, darles un sitio, alojar un malestar, solo consideramos como excepción en ese tramo vital a los cuentos infantiles, compañeros de viaje que nos abrigan con sus palabras. Son pocos los afortunados que cuentan con ese resuello para transitar el recreo, escenario importantísimo donde se aprenden muchas cosas que nos acompañarán de mayores.

Ya de adultos saber qué nos hace sentir bien en lo emocional está atravesado por toda una maraña de discursos que nos indican caminos que aseguran que si los seguimos llegaremos a ser felices. Si eres guapo/a, delgado, atlético, famoso en las redes o jóven por el resto de tu vida serás feliz, si no lo eres, no te preocupes, la ciencia y la tecnología nos ofrecen atajos para encontrarnos mejor. Con no leer la letra pequeña nos aseguramos estar a salvo. ¿Cómo salirnos de esta saturación de tareas para ser feliz? ¿cómo poder pensar nuestro camino a seguir sin ahogarnos en la norma que impone eliminar el malestar, pero sobre todo cómo defendernos y defender a los más pequeños para que puedan preservar su esencia afrontando las presiones normales de la vida.

La psicología no parece destacar como muleta en la que apoyarnos, sin darse cuenta es más fácil que esté ocupada en hallar soluciones para la patología que ocuparse del bienestar emocional.

Hay más ahínco en la búsqueda para encontrar nuevas etiquetas diagnósticas que expliquen el malestar que en conocer qué hace que una persona frente al contratiempo no se tambalee hasta el punto de esconderse detrás de un móvil que ilumine su rostro mientras va desconectando de todo lo demás.

Elena Traissac


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