La singularidad del caso, es el trabajo de padres que se realiza durante dos años con Delfín y Mila que llevan doce años separados. La demanda inicial es atender al hijo de 19 años que permanece encerrado en casa sin estudiar ni trabajar. El chaval se niega asistir a terapia ante la insistencia e imposición por parte de los padres.
Las entrevistas iniciales ponen de manifiesto la dificultad de los padres de escuchar a este hijo, así como de otorgarle un lugar propio y deseante. Solo hay un lugar inamovible para Delfín hijo…“es un adicto a los juegos, es vago, abusón, la casa de su padre es su reino, ése no es mi hijo” comenta la madre.
Mila y Delfín también se presentan como piezas de dominó, entrelazándose entre ellos con preguntas inquisitivas, respuestas desafiantes, imparables reproches, así como continuas sensaciones de culpabilidad e impotencia. Hablan de sus encuentros judiciales y de sus desencuentros económicos. En estas primeras entrevistas, contratransferencialmente me resulta difícil pensar, tenía la impresión de estar en un campo de batalla en medio de lanzas y escudos; y que entre tanta polvareda no estaba el hijo, aunque estaban los padres, padres desdibujados y violentados.
La madre manifiesta, “me siento maltratada por mi hijo, me ha dicho que no me quiere ver más, ya estuvo dos años sin hablarme”, el padre que estuvo en esa conversación habló de su propia rabia, “estoy atado de pies y manos”, pero le grito y le digo “respeta a tu madre”.
Mila tuvo una vida marcada por la enfermedad de su padre, refiere que le daban ataques de epilepsia y de locura, les gritaba y les pegaba. Salía muy poco de casa, a los 17 años salió por primera vez con los amigos y terminó dándole un puñetazo a un chaval que le rompió la nariz, “la ira me ciega, voy a muerte” comenta.
Por otro lado Delfín, refiere venir de una familia “normal”, su padre era ludópata y los llevó al auténtico desamparo, se quedaron incluso sin casa. Su madre aunque desquiciada, siempre lo trató como un niño.
La paleta del trabajo parental estaba encima de la mesa, se abordó las repeticiones, la identificación confusional del padre con el hijo y las fantasías de locura trangeneracional que se transmitían al chaval. Había una trastocación edípica, Delfín hijo se fue de la casa de la madre de forma violenta, ahora vive con el padre, pero lleva cuatro años sin salir de casa. Se pudo llegar a la construcción de enlaces, cuando los padres empezaron a hablar de sus propias dificultades para salir al afuera, misma dificultad que parecía estar teniendo ahora su hijo Delfín.
Uno de los trabajos más arduos fue mostrar el título nobiliario de esta triada, en la primera conversación telefónica la madre me había pedido atención domiciliaria para su hijo. Y, ya sabéis a majestades los hijos, majestades los padres; había que abordar esos narcisismos de papá y mamá tan exacerbados algunas veces y tan desfallecientes en otras. Al chaval de 19 años, todavía le seguían llamando niño.
La violencia tiene que ver con el no reconocimiento del otro; aceptar que su hijo no es un niño, ni es de su propiedad, tuvo su recorrido. Aceptaron por tanto que Delfín hijo tenía todo el derecho a no querer venir a consulta”. Solo a través de ver sus propios sufrimientos empezaron a ver al hijo de manera discriminada y diferente, empezaron a verlo desde otro lugar, empezaron a verlo como un chaval que sufre.
La separación de los padres fue otro tema a abordar, esta pareja llega separada, pero unida, esta pareja llega enfrentada pero unida en el reproche, en el odio, en la culpa. Incluso el padre que fue quién decidió separarse, lo definía como “el separarme fue un auténtico error”. Sin duda este caso rezumaba a “separaciones mal hechas”, estos padres no habían podido separarse de su familia de origen, ellos aunque se habían divorciado formalmente, no se habían separado, aún estaban enganchados en la pelea. Así no pudieron ayudar a su hijo a esa gran tarea de separación y discriminación de sus figuras parentales, empujando con sus métodos educativos a pegarse a uno o al otro, y a esconderse del mundo.
El trabajo de padres nos permite también un acercamiento al trabajo psicoeducativo, descubrieron maneras de ofrecerse como padres, rescatamos aquella madre nutricia que un día fue y que de pronto dejó de serlo.
Algo que tal vez nos ocupó tiempo, fue que la madre de Delfín padre agravaba su estado de salud física y psíquica. La entrega de éste a su madre hacían que su agotamiento fuera notorio, se dormía en las sesiones. La caída de este hijo/padre omnipotente, de paciencia ilimitada se empezaba a hacer evidente, la madre de Delfín murió. En el libro el Qué hacer con los padres, hacen referencia a que “convertirse en padre o madre es un acontecer vital que pide modificaciones de posicionamiento, de ser hijo a ser padre”, así Delfín pudo ir ocupando un nuevo lugar, ser el padre de su propio hijo.
Fue curioso como la madre en esta época cogió la trenza parental, se ocupaba del chaval, tenían largas conversaciones y reconocía por primera vez, en Delfín padre su entrega, paciencia y amor incondicional a sus seres queridos.
El final del trabajo de padres nos interpela a muchas cuestiones ¿Cuánto dura el abordaje, quién determina la finalización del trabajo? ¿Los abandono en este reciente proceso de duelo, ante la muerte de una madre? o ¿Me comporto también yo como madre ilimitada al igual que este padre? Estas preguntas se convierten sin duda en la guía de esta compleja tarea y en mis posteriores intervenciones.
Una de las herramientas del trabajo con padres es la atención flotante, recordaba una frase que le dijo Delfín hijo a la madre, yo lo tenía como un posit en mi cabeza ¿para qué voy a trabajar, si ya trabaja papá? Pensaría Delfín hijo lo mismo con respecto a la psicóloga, ¿para qué voy a ir a terapia, si ya van mis padres? Así el vínculo parental se seguía haciendo y estaba siendo, abordamos el duelo, las pérdidas, el miedo a lo desconocido, y a lo nuevo.
Mila y Delfín hablaban en plural, “lo hemos sobreprotegido mucho, lo hemos tironeado y no lo hemos dejado crecer”, en términos de la Metapsicología Vincular experimentaban al hijo “desde el dos, ya no desde el uno”.
El título de esta sesión clínica se llama “Separando violencias, discriminando lugares”. Francisco Pereña en su libro De la violencia a la crueldad refiere, “la violencia es cuando el sujeto construye una versión yoica del otro, en la que el otro no es el otro sino el efecto de esa construcción. La violencia del trauma si no encuentra el límite en la palabra galopa hacia la crueldad, crueldad que arrasa con la diferencia”. En este trabajo tuvimos que contener a esta madre en su dolor, en su humillación como madre, ya que el daño suplica reciprocidad, suplica diferenciación. Tuvimos que legitimar a este padre en su impotencia, en su duelo, ya que la flaqueza humana y la muerte es en definitiva la ley de la castración, la ley es la que separa la violencia. El cómo ha de ser señalada o desvelada en un momento particular del análisis es el gran arte de nuestro oficio.
En palabras de Pereña, “La hostilidad al otro impide crear una distancia subjetiva que permita un cierto encuentro, una ayuda, una separación entre el prójimo y el perseguidor”, el trabajo vincular actúa en ese espacio, actúa en el entre. El Entre es un lugar de producción, es un espacio vacío donde se produce el vínculo, la dificultad de este trabajo es que ese espacio estaba lleno de odio, reproche, pero sobre todo de culpa. Delfín hijo pidió acudir a terapia dos meses después de la finalización del abordaje parental.
El trabajo con los padres permitió que el chaval empiece a verse como un sujeto, un sujeto que pueda desear, un sujeto que pueda demandar, en definitiva un sujeto que pueda vivir.
Marlene García Benavides
Psicoanalista de niños, adolescentes, adultos y pareja.
Psicoterapeuta especialista de Víctimas de violencia de género y violencia sexual.
Miembro del equipo de psicoterapeutas del Centro Hans de Aecpna.