Andrea Souvirón Marugán**
Les invito a ir de viaje a un aula: Las asambleas de Clara.
Son las 9:30 de la mañana y Clara (la tutora) va a comenzar su Asamblea. Los niños han ido llegando a distintas horas, de la mano de sus padres. En este Aula de 2-3 suena desde hace unos meses, sobre las 9:30 pasadas la misma melodía, banda sonora de 2001 Odisea en el espacio… los niños no saben muy bien lo que es el tiempo, pero cada mañana, sobre la misma hora, están atentos a los movimientos de su educadora, que acaba de darle al play. La música comienza a sonar, el ambiente se transforma y hay una atmósfera de excitación en el aula. Algunos niños ríen exaltados, miran a Clara, se miran entre ellos, se acercan al espejo, junto al que poco a poco se van sentando. Otros, presos de la emoción que les embarga el sonido de la música y los gestos y movimientos de su educadora, se levantan, van en busca de los que aún andan despistados y no se han unido al círculo que inaugura un nuevo día en la Escuela. Al que no viene, lo traen, al que no se sienta, otro lo agarra de la camiseta y lo sienta, y así ríen, dan saltos en el mismo sitio que ocupan, ya todos sentados, esperando… Renuncian al movimiento del cuerpo porque desean ver lo que su educadora les ofrecerá hoy. Ella, visiblemente emocionada… ha comenzado con su arte de hacer de este día, un nuevo día: acude a por la nave espacial que está colgada del techo del aula y despacio, haciendo que cobre vida, va jugando con su mirada, con su cuerpo, con su voz…con toda su puesta en escena, acude al círculo que la está esperando, ansioso de encuentro… Sigue sonando la música y un acompasado marciano aterriza en el aula para anunciar lo que les espera en el día de hoy. Se abre la puerta con la lentitud del misterio…ya se oyen gritos de emoción, bailes de alegría y las miradas de los niños están llenas de avidez, de vida.
No ha habido gritos: “¡Que a sentarse he dicho!” Ni chantajes: “como no os sentéis, no hay carita feliz…y no saldremos al patio” Ni amenazas: “¡como no te sientes, te irás al aula de bebés, porque no sabes comportarte como un mayor!”. En este aula habita el deseo: deseo de sentarse, de conocer, de mirar, de descubrir, de escuchar, de vivir. Es un círculo de vida, no de sometimiento donde se marca la ley que da acceso al deseo. Está prendida la llama que muchos educadores saben encender, esa que alimenta el motor de la vida desde los primeros años y que lleva a los niños a salir al mundo, a separarse, a descubrir, a despegar y a desplegar sus alas en un vuelo que recién comienza… La Escuela infantil se convierte así, en una primera toma de contacto con el mundo de lo no familiar, un mundo que no dejará de expandirse. Clara, guardiana del deseo, sabe que para vivir hace falta algo más que respirar. Así, se convierte en otro representante cultural, llenando de poesía sus mañanas.
Qué distinto este escenario a los gritos, los gestos bruscos, las amenazas, la incomprensión… desgraciadamente todavía tan frecuentes en muchas Escuelas… Esta pequeña escena nos muestra uno de los polos de la dicotomía que viene recorriendo la Educación infantil desde hace dos siglos: Deseo versus adiestramiento. Respeto por el niño como un sujeto versus “soldadito” que ha de acometer los ideales de los adultos que le pasan por encima (total, no hablan…)… persona versus “animalito”. Resulta penoso, como dice Pascual Palau, que aún no se integren los conocimientos que tenemos sobre la compleja vida psíquica y emocional del bebé, desde su vida prenatal, desarrollada por éste en el contexto de la intersubjetividad primaria, con su madre y sus cuidadores. Así, vemos como la comprensión de la vida mental de un bebé, corre el riesgo de quedar reducida a una dimensión neuro-conductual, sin tener en cuenta nada ni a nadie más.
Para poder hablar del lugar que ocupan hoy las Escuelas Infantiles, es importante recordar que estos espacios, denominados de muchas maneras a lo largo y ancho de Europa y de las épocas: Infants Schools, École Maternel, Escuela nido, Guardería, Párvulos, nombres que han ido emergiendo según la función y filosofía que han ido sosteniendo. Nacen en el s XIX con la industrialización y la incorporación de la mujer al mercado laboral. La historia de las Escuelas, va en paralelo a cómo se ha ido entendiendo la infancia a lo largo de las épocas y a la progresiva concienciación del niño como un sujeto de derecho (de ahí la declaración de los derechos del niño de 1924 “Considerando que la humanidad le debe al niño lo mejor que puede darle”). Hace dos siglos, los niños que acudían a las Infants Schools eran los hijos de la clase obrera, niños que además, representaban mano de obra, puesto que también trabajaban un gran número de horas. Sin embargo, la descendencia de las clases más adineradas, permanecían en casa a cargo de institutrices, cuidadoras, nodrizas…En cierto sentido, dos siglos después, La Escuela infantil, en general sigue ocupando un espacio de respuesta a una necesidad: qué se hace con los niños pequeños cuando la figura de referencia, generalmente la madre, se reincorpora al trabajo. El crecimiento exponencial de las Escuelas es asombroso desde entonces hasta ahora: en España, en 1850 existían unas cien escuelas. En 1900 ya rondaban la cifra de mil. En 2006-2007 encontramos unas 78.562 a las que asistían 1.552.628 alumnos; es decir, el 18% del total de niños de 0-2 y el 95% de los de 3-5 años. Este nivel educativo, es probablemente el que mayor crecimiento ha experimentado en los últimos años.
Qué se hace. Las políticas de conciliación de la vida laboral y familiar dejan mucho que desear. Así que con la reincorporación, comienza la primera decisión en torno al cuidado de un hijo, en ausencia de sus padres. Se quedan en casa con los abuelos, con una cuidadora… los llevamos a la Escuela infantil, a una Madre de día (modalidad que seguramente surge por la dificultad del seguimiento más individualizado, por la masificación de las aulas – ratio por aula- , por la necesidad de dosificarle el mundo a esa nueva criatura, por la propuesta educativa o porque ya que no me puedo quedar yo, que se quede otra mujer que le atienda tan bien como una madre…). Como saben, hay distintas modalidades y opciones. Cada familia tomará la suya, puesto que además la escolarización no es obligatoria.
Han pasado dos siglos y como ven, algunas cosas no han cambiado. Pero en qué contexto habitan las escuelas infantiles. Vivimos en una era dominada por el positivismo como dice Byung-Chul Han en su libro “La sociedad de la transparencia”. El imperativo: hay que pensar en positivo domina los escenarios. Cómo afecta eso a algo tan complejo como la parentalidad. Qué se hace con la ambivalencia, con lo negativo que hay en todos nosotros, que nos constituye, que nos hace humanos. Es decir, qué se hace con el sufrimiento psíquico, con la agresividad, con la angustia, con la rivalidad, con el miedo, con la envidia, con culpa…que fácilmente emergen con la llegada de un bebé ¿Se recorta? La intolerancia al sufrimiento, en una sociedad que potencia el discurso de lo ideal, una sociedad narcisista, genera no solamente malestar sino también síntomas y enfermedad. Si queremos construir espacios de salud, es necesario abrir el marco.
En mi opinión, las Escuelas infantiles son entes complejos, espacios donde la vida se condensa: alegrías, sorpresa, ternura, amor, descubrimiento, belleza, ilusión, novedad pero también: separaciones, duelos, angustia, ambivalencia, tristezas, hostilidad, odio, rivalidad, culpa, sentimientos de omnipotencia y desamparo, sufrimiento… todas estas palabras habitan invisibles las aulas y los pasillos de una Escuela. Por este motivo, es necesario abrir una escucha que tome todos estos aspectos en cuenta, porque la vida en una Escuela es de gran intensidad, igual que la vida junto a un bebé que acaba de llegar a su hogar, al seno de una familia, otro eslabón más de la cadena generacional.La llegada de un recién nacido a una familia supone un terremoto que a veces puede ser de mayor o menor grado en la Escala de Richter. “Nos vamos dos al hospital y volvemos tres. Al fin llegará ese tercero tan fantaseado. Y ahora qué”. Este hito, inaugura una nueva época marcada por la reorganización psíquica que guía el proceso de integrar esta nueva identidad/rol de madre o padre. Y es que como dice Daniel Stern, “Nace un hijo y nace una madre”…un padre…Hasta ese momento, hemos sido bebés, niños, púberes, adolescentes, adultos… pero nunca padres. Este escenario de incertidumbre, pone a bailar antiguos fantasmas en función de los padres que uno tuvo, de los que no tuvo y de los que le hubiera gustado tener… pero también del hijo que uno fue, del que no fue y del que le hubiera gustado ser. Por supuesto, no son necesariamente patológicos. Sin embargo, pueden acompañarnos y guiar nuestro comportamiento, nuestro sentir, con ocasión de aspectos no elaborados de nuestra historia, se despertarán erigiéndose en obstáculos, repeticiones inconscientes… que marcarán la interacción con el niño, y serán susceptibles de hacernos presos de situaciones que podrían obstaculizar el acceso a la subjetividad del recién llegado. Es lo que Brazelton y Cramer denominaron “las interacciones fantasmáticas”.Es decir, la atribución de significados que se le da al comportamiento de un bebé, de un niño… (Recordemos que en los primero años de la vida el investimento libidinal es generador del narcisismo primario). Incluso un etólogo famoso decía “Es más importante lo que uno piensa de la interacción que la interacción en sí misma”.
Veamos un ejemplo: Una madre, viene muy enojada todos los días, diciendo que le ha tocado un bebé muy pesado (tenía 6 meses), que no sabe hacer nada y que encima no para de llorar. “Y por si fuera poco, cuando me mira, su mirada está cargada de reproches”. ¿De quién habla? ¿De su bebé? ¿Puede un bebé tener una mirada llena de reproches? Aquí tenemos a una madre que sufre, una madre difícil, porque viene enojada y no para de poner pegas absolutamente a todo lo que la Escuela le ofrece. Nada parece venirle bien, haciendo así a la Escuela, depositaria de un malestar, de su sufrimiento, sin saberlo. Puede ser una madre molesta, una de esas madres que dan ganas de esquivar en los pasillos, de no encontrársela, porque además, siempre quiere mucha atención, no se da cuenta de que hay más niños a los que atender y encima, trae a la niña enferma muy a menudo.
Sabemos que el sufrimiento emocional del bebé puede tener su origen en el sufrimiento emocional de su madre o de su padre, también en el sufrimiento que el bebé puede experimentar en su cuerpo (a veces alterado y enfermo) y también con su entorno, que en ocasiones puede ser sobre o hipoestimulante. Pero a su vez, el sufrimiento que experimenta el bebé, puede afectar a la madre o al padre y a su vez, volver afectar al bebé. Hay una constante retroalimentación, porque en eso consiste la interacción.
Como he señalado anteriormente, todos estos ejes de la experiencia, de la historia de cada uno de los progenitores, marcarán la vida psíquica del recién llegado, su subjetividad y serán de vital importancia para su estructuración.
Con intensidades distintas, la Escuela permite, gracias a la distancia emocional que no pueden interponer los padres en la relación con sus hijos, un sostén que apacigua las aguas en momentos de dificultad y que evita en muchos casos los derroteros de la patología. Por ejemplo, algo muy común son las dificultades que aparecen en torno a la alimentación con el famoso “Mi niño no me come”. Y sin embargo, come como una lima en la Escuela. Hemos visto madres y padres desesperados que venían a por la receta mágica del puré, a comprar las cucharas de la Escuela o a ofrecer horas extra de trabajo a la educadora, pero en su casa para darle la cena. Parece sencillo: en la Escuela come porque la educadora no es su madre. Ella puede interponer una distancia emocional, escuchar, calmar y orientar a esos padres perdidos y desesperados, que vienen a por tapers de puré. Parece sencillo pero no lo es. Algo tan normal como que un niño en la transición a la incorporación de nuevos alimentos se niegue a comer, puede según el caso, terminar en un Trastorno grave de alimentación infantil si no se atiende antes a esos padres y a ese niño. Pero en muchas ocasiones, los padres pueden llegar a ser muy difíciles porque en ellos también hay un bebé, un niño que sufrió y que con ocasión de la llegada de su hijo, vuelve a llamar a su puerta, a traer de vuelta viejas historias “olvidadas”. A veces estas familias, que parecen tener un sinfín de pegas y quejas, también generan mucho malestar en el equipo de educadores, que hacen un esfuerzo ímprobo por saltar del juicio a la reflexión en los claustros que mantenemos juntos en las Escuelas en las que trabajo. Generalmente siempre se cumple la ecuación: a mayor dificultad, mayor fragilidad. Son padres a los que tratamos de cuidar mucho desde las Escuelas.
Así, las Escuelas infantiles pueden ser espacios de prevención de gran importancia, Como dice Teresa Albuger, esta labor preventiva consistiría en el abordaje de la reflexión conjunta del equipo multidisciplinar (educadores, psicopedagoga, psicóloga y pediatra) y las familias, tanto en el acompañamiento del desarrollo normal, como en la detección e intervención de las diferentes “dificultades” u “obstáculos” que se presenten a lo largo del recorrido del niño en la Escuela y puedan interferir en su desarrollo. No olvidemos que es en los primeros años de vida donde se producirán las conquistas más importantes y trascendentales como sujetos. (El ser humano aprende en su primer año de vida, más que en toda la vida… como Dice Mariela Michelena, en su libro un año para toda la vida.) En estos primeros años de vida, los niños se encuentran sujetos a los avatares de otros, debido a su alto nivel de dependencia y hoy sabemos, que el sufrimiento emocional está ligado al sufrimiento psíquico de quien les cuida. Así, cuidar a los padres, es cuidar a los niños. Cuidar a los educadores, es cuidar a los niños y a las familias.
Sin embargo, hay en esta tarea de educar algo en relación con la heroicidad en el siglo XXI: el siglo de las prisas, de la inmediatez, del consumo, de la eficiencia y la efectividad, de los resultados y por tanto, del aplastamiento subjetivo, del no-lugar a los procesos, a la diferencia, a la singularidad, a lo humano… donde los educadores viven en sus propias carnes la exigencia y la precariedad de los tiempos. Traductores muchas veces de lo indecible de los niños, puentes entre dos mundos: niños y padres… pero también depositarios de ansiedades, hostilidad y conflictos… tienen, como decía el otro día una educadora, la gran tarea también de enfrentar sus propios enredos, ese embrollo en el que a veces quedan atrapados sin saberlo, padeciendo lo que ya se ha acuñado como el “Malestar del docente”, que los aboca a la parálisis, la impotencia, a veces a la actuación y otras tantas a la somatización y a la baja por depresión. Quién cuida al que cuida. Ésta es una de mis tareas dentro de las Escuelas en las que trabajo: conteniendo, buscando el equilibrio entre las “urgencias” que se muestran como la punta del iceberg para metabolizarlas progresivamente y profundizar en las dimensiones involucradas: los padres, los niños y nosotros, en esta triple escucha que tratamos de llevar a cabo, que nos ayuda a ir discriminando los lugares de cada cual, para descoagular los prejuicios que marcan las interacciones, tanto con los niños como con los padres, haciéndoles reflexionar sobre lo que sienten, rescatando su sensibilidad para ponerla al servicio del trabajo y de la Escucha, una Escucha del sufrimiento humano que sea capaz de transformar y abrir nuevas vías, nuevos recorridos…
Diría que una de mis principales labores, es una función de sostén y contención, concepto que Bion describe como “la capacidad humana que permite que una persona pueda recibir, procesar y entender la comunicación con otra persona sin sentirse desbordada, de manera que permita a la otra persona restablecer la capacidad de pensar y sentirse reconocida. Capacidad de entender al otro.” Tratando de articular una escucha empática con una apreciación crítica, dando lugar a la vinculación de lo cotidiano con una mirada analítica de lo sucedido.
Abrir juego al análisis, a la reflexión y al compromiso con la tarea, tratando de posibilitar un espacio donde el temor a “ser descubiertas” las ansiedades más tempranas, pueda transformarse en palabras que dan sentido, a la vez que reorganizan el aparato psíquico para la consiguiente elaboración simbólica. “Las cosas salvajes –dice Raphael Left- están dentro de todos nosotros, aguardando el descubrimiento y procesamiento verbal que las transforme en un potencial creativo”.
Intento ofrecer un marco, en donde se reconozca la profundidad y la validez de las afectos, los sentimientos, las emociones y la importancia de sentirlas y de pensarlas para poder desarrollar la tarea educativa que tenemos por delante… armando un holding para la apertura de la creatividad y de la salud mental. No es una tarea fácil, pero es una tarea apasionante.
Quería terminar con una frase de Ana M Matute: “El niño no es un proyecto de hombre, sino que el hombre es lo que queda del niño”
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* Presentado en las “II Jornadas sobre Parentalidad”, organizadas por la Fundación Esfera. Mayo 2018.
** Sobre la Autora: Andrea Souvirón Marugánes psicóloga general sanitaria y psicoterapeuta acreditada por FEAP, docente de Aecpna, Secretaria de ASMI MADRID y miembro de la Junta directiva de ASMI-WAIMH (Asociación para la salud mental infantil desde la gestación), Miembro del Instituto de formación de la Asociación Psicoanalítica de Madrid (APM), Posgrado en la Asociación Escuela de Clínica Psicoanalítica con Niños y Adolescentes de Madrid (Aecpna), Máster en temas grupales en la Asociación Área 3.
Revista nº 12
Artículo 9
Fecha de publicación DICIEMBRE 2018