Susana Kahane y Lya Tourn*
La importancia del lugar que ocupa la cuestión de las creencias en psicoanálisis se ha ido imponiendo a las autoras a lo largo de sus experiencias clínicas, profesionales, institucionales y personales y confirmando a través de las lecturas, reflexiones e intercambios mantenidos durante estos últimos tiempos.
La convicción de que, contrariamente a lo que dejaría esperar el discurso contemporáneo dominante al enfatizar los prodigiosos adelantos de la ciencia, de la técnica y de los conocimientos, los humanos del siglo XXI nos hallamos por lo menos tan sumergidos en las creencias como ocurría en el más remoto pasado se afirma a lo largo de este diálogo.
Esto invita a interrogar desde el psicoanálisis aquello que, en el fundamento mismo de la creencia, viene a contradecir lo vehiculado por el discurso consciente – tal como puede ocurrir con un lapsus, un síntoma o un acto fallido en una cura analítica – develando “otra verdad”.
¿Qué significa creer en Dios, en el Diablo, en las brujas, en los espíritus, en la existencia del alma, en la inmortalidad, en la transmisión de pensamientos, en la suerte, en el destino, en el psicoanálisis, en el inconsciente, en la ciencia, en el dinero, en tal o cual teoría, en tal o cual dispositivo político, ideológico, económico, social, educativo o curativo…?
¿Qué diferencia existe entre la creencia, la convicción, la fe y la confianza, entre las creencias inconscientes y las creencias conscientes, asumidas como tales?
El “progreso” del siglo XXI no parece haber conseguido desterrar el poder de las creencias, que florecen e imperan en los dominios más variados e inesperados. ¿Para qué sirven? ¿Qué función cumplen en las sociedades de todos los tiempos?
ΨΨΨΨΨ
LT: La pregunta para empezar este diálogo podría ser, entonces: ¿Cómo pensar desde el psicoanálisis esa asombrosa fuerza que empuja a los humanos a someterse a las más variadas creencias, la mayoría de las veces sin albergar duda alguna, atribuyéndoles a éstas la condición de verdades, o sea, negando rotundamente la condición de creencia de aquello a lo que se someten?
SK: La referencia que haces al “sometimiento” me hace pensar en las formas veladas, a veces oscuras, en las que se produce y se transmite la creencia.
¿Por qué razones, el ser humano pondría su afecto, su ánimo y su fe en hechos no demostrables por el raciocinio cuando, aparentemente, va en busca de la verdad, de la comprensión, del conocimiento? ¿De qué clase de “sometimiento” se trata?
Seguramente son muchas y poderosas razones las que están en juego creando, manteniendo y perpetuando una creencia. Razones intrínsecas y extrínsecas ligadas entre sí. Transmisiones de la cultura, el lenguaje, el poderoso papel del Superyó a través del cual operan el pasado y la tradición, las identificaciones, y todo ello articulado con lo impensable, con lo incomprensible…
Indefensión, temores e identificaciones formando parte de la visión del mundo, de los esquemas cognitivos, de las filias y fobias, de la afectividad del sujeto facilitan la creación de un tejido propicio para la búsqueda de certezas tranquilizadoras. Me pregunto qué clase de temores, qué angustias provocaría el dato perceptivo para conducir al desplazamiento, a la desmentida, desembocando en la creencia.
LT: Lo que acabas de subrayar con respecto al sometimiento a las creencias me trae a la memoria un ejemplo entre muchos a propósito de la diferencia anatómica entre los sexos, aportado por una joven psicóloga en un grupo de supervisión clínica que yo dirigía en París hace unos cuantos años…
Esta joven, buena lectora de Freud, nos relataba su perplejidad ante su propia reacción a las palabras de un niñito de 4 años quien, en tono confidencial, pero visiblemente orgulloso, le había declarado: “Yo ya sé cuál es la diferencia entre los nenes y las nenas: los nenes tienen “pito” (“zizi”, en francés) y las nenas…” “¿Y las nenas?”, le había preguntado ella. “Las nenas… no tienen nada.”, había respondido el chico.
Lo que esta joven psicóloga aportaba al grupo no era la anécdota – que resulta banal para todos aquellos que están habituados a escuchar a niños de esta edad – sino su propio estupor ante el acuerdo que las palabras del niño habían suscitado en ella y el sentimiento de vergüenza que esto le había provocado.
“¡Me escuché pronunciar interiormente “no tienen nada” junto con el niño!”, decía. “¿Cómo no se me ocurrió decirle lo que las nenas tienen?… ¡Esto me dio vergüenza!… Creo que hasta me sonrojé…”.
Más allá de su significado personal, que no viene al caso, el interés de esta anécdota reside en que el estupor y la vergüenza provocados en la joven psicóloga por la insospechada persistencia en sí misma de la creencia infantil – “las nenas no tienen nada” – revelan de una manera particularmente elocuente la fuerza de arraigo del “sometimiento” a la misma.
Me parece que esto se puede poner en relación con lo que dice Freud en su admirable texto de 1925, Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica de los sexos. Allí destaca que el descubrimiento precoz de la diferencia anatómica de los sexos – y esto hace referencia, justamente, a lo que tú decías hace un momento sobre los efectos del dato perceptivo – no retiene la atención del niño ni le provoca angustia. Es solamente cuando una amenaza de castración adquiere influencia sobre él (y en realidad, poco importa el origen, la intención o la formulación de la misma) que este descubrimiento se vuelvesignificativo y lo somete (la palabra es de Freud: unterwirft, de unterwefen, someter) a la creencia (Glauben)de la realidad de la castración.[1]
SK: Esta anécdota vuelve a marcar cuán intrincada es la relación entre angustia y creencia y el papel fundamental que esta última cumple como defensa.
¿Qué hacer ante la angustia? Se hace necesario confiar, creer.
Como tú bien dices, Glauben es el término que utiliza Freud (creer, creencia) cuando Glaube se traduce, en una de sus acepciones, por “confianza”.
Pero antes de ir más lejos en el análisis de esta relación, creo que vale la pena hacer un pequeño apartado para pensar en el origen de esta palabra en nuestra lengua. Se asume que el verbo creer, que proviene del latín, credere, se formó a partir de las raíces indoeuropeas kerd (corazón) y dhé (poner). Creer, entonces, sería poner el corazón, la confianza en lo transmitido. ¿Cómo se organiza esta transmisión? Según afirma Freud en 1914 en su Introducción al narcisismo, se organiza a partir de lo ausente, de lo que falta en la realización de los sueños de deseo.
Me parece interesante la gran polisemia que contiene el concepto de transmisión en Freud. Utiliza die Erblichkeit cuando se refiere a la herencia, die Vererbung, lo transmitido por legado o herencia, die Erwerbung, lo adquirido por transmisión, die Übertragung, el hecho de transmitir. Evidentemente, nos habla de un proceso intersubjetivo, sea por legado, por amenaza o por sometimiento, pero en ello estaría el corazón. El afecto.
LT: Sí. Me gustaría insistir sobre lo que dices acerca de la utilidad de pensar el origen de la palabra creencia y sobre la polisemia freudiana. Creo que se trata de un punto importante que se presta a menudo a malentendidos.
Contrariamente a lo que ocurre con el léxico alemán, que no establece distinción entre creencia y fe, puesto que dispone de una única palabra – der Glaube – para designar a ambas, la palabra creencia tiene la particularidad de reunir en sí dos ideas diferentes: la idea de opinión y la idea de fe.
En este último sentido, “fuerte”, de fe, que es precisamente el que nos ocupa en nuestro diálogo, creer – estar convencido de la verdad o de la existencia de algo – excluye la duda e implica la certeza. La creencia, entonces, no hace referencia a verdades o a hechos demostrables por el raciocinio, sino a aquellos pensamientos, ideas o sentimientos en los que uno pone el afecto, el ánimo, la fe. Como tú lo subrayabas a partir de su etimología, la creencia resulta de dar fe, de confiar en lo que alguien afirma por razones extrínsecas a lo que se afirma: emociones, sentimientos, razones “del corazón”.
Pero, por otra parte, tanto fe como creencia arrastran consigo el peso de su dimensión material y profana… Esto se oye a través de un sinnúmero de derivados que se entrecruzan continuamente en la lengua corriente: fidelidad, buena fe, confianza, confiar, fiar, fianza, infidencia, credibilidad, credulidad, crédito, credencial… y también de expresiones como depositar su confianza, dar crédito…
Para terminar, quisiera añadir que lo que nos ha llevado a ambas a detenernos como lo hemos hecho en el origen de la palabra creencia no es un interés etimológico o histórico sino un interés psicoanalítico. Se trata, sobre todo, de poner en evidencia lo que se oye, lo que insiste en aquello que Lacan llamaba “disque ourcourant”[2]. El juego de palabras resulta difícil de traducir… Lacan lo utilizaba para dar cuenta de lo que, desde lo que Freud llama inconsciente, da vueltas a través de la palabra, gira, circula sin fin en el discurso de los “hablaseres”.
SK: Claro. Aquello que circula y al fin termina haciéndose propio en tanto habilita el sentimiento de pertenencia tomando en cuenta que el sujeto se re-crea a través de identificaciones en cada uno de sus vínculos y en cada contexto.
Esta sería una de las razones operando: la necesidad de pertenencia, de sentir que uno no está solo en esta creencia, que hay un “nosotros” que nos respalda. Apoyados en este “nosotros” y en la fe, en la confianza que despierta esta pertenencia, pueden producirse fallos, errores e injusticias en todos los aspectos de la vida social. En el orden de la jurisprudencia, por ejemplo, las formas de recolectar y evaluar evidencias puede verse influida por creencias, con amargas consecuencias, conduciendo a falsos veredictos.
Me parece inevitable interrogarnos respecto de nosotros en tanto psicoanalistas. Anclados a la pertenencia a nuestra profesión, con sus principios y su fundamentada teoría, ¿somos capaces de escuchar libremente, desmarcándonos de nuestras convicciones?
Pensándolo desde el punto de vista de nuestra tarea, aparece claramente la vertiente “imposible” de la misma. Por una parte, facilitar desprenderse de creencias – con el desgarro que ello implica – mientras por la otra, comprender la importancia vital de creer para el ser humano, quien se encuentra en perpetuo debate entre el empuje pulsional y la necesidad de socialización para su propia supervivencia.
Tú planteabas al comienzo de nuestro diálogo una pregunta clave: ¿cómo pensar desde el psicoanálisis esta fuerza que tiende a atribuir a las creencias la condición de verdades?
Un intento de empezar a responder a ello sería justamente tomar en consideración esta condición del ser humano precisado de vivir con un yo doblemente escindido. Debe reprimir demandas pulsionales para poder convivir, pero, a la vez, debe desmentir lo que la realidad externa le produce, el temor a lo desconocido y la imposibilidad de comprender, de conocer.
En tanto la realidad objetiva es inalcanzable, se necesita de la creencia para inscribir una realidad psíquica.
Quisiera volver a la anécdota que has contado, ya que me hace pensar en esta forma particular de operar del aparato mental por la cual recuerdos, razonamientos y representaciones adquieren prioridad sobre las percepciones produciendo una reinscripción que les aportaría significado. Cuando en 1937, en Moisés y la religión monoteísta, Freud plantea su sospecha de que la acometida en dos tiempos de la vida sexual estaría relacionada con el acontecer histórico de la humanización (Menschwerdung), lo relaciona con el desarrollo del lenguaje que, afirma, desembocaría en la omnipotencia del pensamiento. Planteaba ya unos años antes, refiriéndose a ello: “…la creencia en que los procesos objetivos del universo marchan por los caminos que nuestro pensar les prescribe”[3]. Tendríamos aquí otra de las razones para la formación de la creencia, y esta sería del orden intrínseco.
LT: Me parece que esto que acabas de decir destaca claramente la relación entre la amenaza de castración, el fantasma de castración, el desamparo originario del humano, su condición de “hablaser” (según la expresión consagrada por Lacan) y el sometimiento a la creencia.
En ese mismo sentido, se me ocurre añadir que, en El porvenir de una ilusión[4], cuando analiza la relación entre creencia y verdad, Freud subraya el lugar ocupado por la prohibición de la duda en la creencia – particularmente en lo que concierne al dogma religioso. También pone allí claramente en evidencia el estrecho vínculo que tanto la creencia como la eficacia de la prohibición de la duda mantienen con el estado de desamparo (Hilflosigkeit) originario del humano.
En Moisés y la religión monoteísta, obra monumental que tú citabas hace un momento y que, según Lacan, fuera escrita enteramente para explicar los fenómenos fundamentales de la creencia[5], Freud vuelve sobre el célebre postulado “Credo quia absurdum” (“Lo creo porque es absurdo”)[6], según el cual las creencias religiosas estarían por encima de la razón.
Pero ahora me gustaría recordar el breve poema juvenil de Goethe citado por Freud en El malestar en la cultura[7], tantas veces evocado por ambas en los intercambios informales que precedieron a este Diálogo:
“Quien ciencia y arte posee,
tiene también religión;
Quien ninguno de los dos posee,
¡que tenga religión!”[8]
A partir de todo lo dicho anteriormente, creo que cabe interrogarse acerca del significado implícito de estas estrofas, más allá de su ironía o de su aparente evidencia.
Por un lado, resulta difícil no oír en las dos últimas que, sin la creencia en la existencia de una vida mejor más allá de la muerte, tal como postula la religión, la vida sería intolerable para aquellos que no tienen acceso a la ciencia y el arte. Pero si, tal como se afirma en las dos primeras estrofas, poseer la ciencia y el arte es tener también religión, esto implica necesariamente una creencia. ¿Cómo no preguntarse entonces qué lugar ocupa la creencia en el arte y en la ciencia – tanto para Goethe como para Freud quien, a través de la cita, hace suyas las palabras del poeta?
Las doctrinas religiosas, escribe Freud en El Porvenir de una ilusión, “son todas ilusiones, indemostrables” que, como tales, derivan “de los deseos humanos”[9]. En las páginas siguientes, Freud intenta demostrar que con la ciencia ocurre exactamente lo contrario. “No, nuestra ciencia no es una ilusión. Pero sería una ilusión creer que podríamos recibir de otro lado lo que ella no puede darnos.”, son las últimas palabras del escrito.[10]
¿Creencia de Freud en la ciencia? ¿En la “verdad científica”? ¿Deseo de Freud?…
En todo caso, no cabe olvidar que es Freud quien, a través del psicoanálisis nos permite comprender la creencia como expresión del rechazo de la ofensa que la castración inflige al yo.
SK: Me encanta tu reflexión sobre el poema. Muestra claramente la función de defensa de la creencia ante el sentimiento de desamparo.
Hace un momento hacías referencia al sometimiento a la creencia y la prohibición de dudar y eso me trajo a la memoria el Libro de Job del Antiguo Testamento. Como es bien sabido, Job, hombre creyente y piadoso, fue puesto a prueba quitándole sus posesiones, descendencia y salud. Viéndose desvalido, desprotegido y abandonado por ese Dios en el que creía y en quien había puesto toda su fe, Job llega a dudar. Entonces cuestiona y plantea su angustiosa protesta: “¡Quién me diera el saber donde hallar a Dios!… Ordenaría juicio delante de él. Y henchiría mi boca de argumentos”[11].
¿Adónde conduce el descreer? El texto bíblico apunta claramente al desasosiego y al sentimiento de desvalimiento que produce la duda.
Y en el análisis, cuando finaliza el proceso, ¿ya no se cree en el analista? ¿Se duda de su saber? ¿Es que se puede saber?
Recuerdo que hemos conversado tantas veces este tema del fin de análisis… No será como el proceso de Job, pero ha de tener sus puntos de contacto. No será el sentimiento de haber sido abandonado – aunque puede serlo – pero sí debe haber cuestionamiento.
Poco a poco, el “saber” que se colocaba en el analista se va convirtiendo en un “sinsaber” – con el sinsabor que provoca. “Pero yo creía que mi analista sabía lo que tengo en la cabeza, eso que yo no sé…”
Proceso profundo, doloroso; proceso de aceptar el no-saber manteniendo igual la ilusión, ya que el ser humano no puede vivir sin creencias en tanto ser deseante.
Otro de los interrogantes que nos movieron a nuestro diálogo fue el de la utilidad de las creencias, o sea la “función que cumplen en las sociedades de todos los tiempos”. Respecto a esta arista fundamental, su función de regulador a efectos de intentar impedir la invasión de lo pulsional para que los seres humanos logren convivir, lo dejo en tus manos. Sé que estás trabajando en ese proyecto, que es fundamental para comprender los efectos y la indispensable función social de la creencia.
LT: De acuerdo. Pero antes de evocar este último aspecto, quisiera subrayar brevemente que, en efecto, tal como tú lo ponías en evidencia hace un momento, al final del análisis, el abandono de la creencia en un saber del analista – lo que Lacan llamó “destitución subjetiva” – trae consigo la renuncia a la creencia de la unidad del propio sujeto. El reconocimiento de su condición de “engañado”, de “embaucado” por la palabra (“dupe du signifiant”, diría Lacan) y por ello mismo de escindido, de dividido, es lo que permite al “analizado” el reconocimiento de su sujeción al “discurso corriente”. Puede parecer paradojal, pero, al fin y al cabo, es esto lo que le abre al sujeto la posibilidad de asumirse como tal…
Para terminar, unas pocas palabras sobre la función que cumplen las creencias en lo que Freud llama “reguladores” (Einrichtungen) y define como “los dispositivos necesarios para regular las relaciones de los hombres entre ellos”.[12]
La historia de la humanidad nos muestra que estos “dispositivos” freudianos, cuya función sería la de impedir que la indomable ferocidad humana destruya hasta los últimos vestigios de la obracivilizatoria, parecen compartir entre ellos la paradójica condición de ser a la vez indispensables e imposibles.
Cómo dudar entonces de que las creencias – políticas, religiosas, éticas – sean utilizadas como garantías para obtener el sometimiento a dichos dispositivos reguladores… Y de que se utilicen igualmente para destruirlos.
Esta cuestión de los reguladores es muy vasta. ¿Qué tal si la retomáramos juntas en un próximo diálogo?
BIBLIOGRAFÍA
Freud, S. (1914), Introducción del narcisismo, AE XIV.
Freud, S. (1925), Einige psychische Folgen des anatomischen Geschlechtsunteschieds, GW XIV.
Freud, S. (1927), Die Zukunft einer Illusion, GW XIV.
Freud S. (1929), Das Unbehagn in der Kultur, GW XIV.
Freud, S. (1933), “En torno a una cosmovisión”, 35ª. Conferencia en Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis, AE XXII.
Freud, S. (1939), Moisés y la religión monoteísta, AE XXIV.
Lacan, J. L’éthique de la psychanalyse, Le Séminaire, Livre VII (1959-1960), Éditions du Seuil, Paris, 1986.
Las sagradas escrituras, The Society for Distributing Hebrew Scriptures, England.
ΨΨΨΨΨ
Sobre las autoras:
*Susana KAHANE – Psicoanalista
Associate to the Institute of Education, University of London Psicoterapeuta reconocida por FEAP
Miembro asociado de AECPNA Coautora de El quehacer con los padres, HG Editores, Madrid, 2010
**Lya TOURN – Psicoanalista
Doctora en Psicopatología Fundamental y Psicoanálisis (Université Paris VII)
Miembro Asociado de la Société de Psychanalyse Freudienne (SPF) de París
Autora de Chemin de l’exil, Éditions Campagne- Première, París, 2003 y de La psychanalyse dans les règles de l’art, Éditions du Seuil, 2009.
[1] S. Freud, Einige psychische Folgen des anatomischen Geschlechtsunterschieds, GW XIV, p. 23-24. (Yo traduzco.)
[2] De la expresión francesa « discours courant », que signfica discurso corriente.
[3] S. Freud, « En torno a una cosmovisión », 35a. Conferencia in Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis, AE XXII, p. 153.
[4] S. Freud, Die Zukunft einer Illusion (1927), GW XIV.
[5] J. Lacan, L’Éthique de la Psychanalyse, Le Séminaire, Livre VII, p. 156.
[6] Freud ya había hecho referencia en El porvenir de una ilusión a este dicho atribuido a Tertuliano, GW XIX, p. 351.
[7] S. Freud, Das Unbehagen in der Kultur (1929), GW,XIV, p. 432. Yo traduzco.
[8] Goethe, Zahmen Xenies IX (Poesías póstumas). Yo traduzco.
[9] S. Freud, Die Zukunft einer Illusion, GW, XIV, p. 353-354. Yo traduzco.
[10] S. Freud, op. cit., p. 380.
[11] Texto Hebreo y Español (Las Sagradas Escrituras), The Society for Distributing Hebrew Scriptures. England, pág.1485.
[12] S. Freud, Der Zukunft einer Illusion, GW XIV, p. 22. Yo traduzco.
Revista nº 12
Artículo 8
Fecha de publicación DICIEMBRE 2018