Juan José Rueda*
El pasaje de Narciso a Edipo es el primer paso de la separación del sujeto de una realidad no personal a otra cuya resolución introduce al hombre en la cultura.
Narciso es un mito que se constituye como arquetipo de la aparición y de la construcción del sujeto en el mundo de la identidad. Por ello es el espejo su emblema y el bosque y el río como representantes de las fuerzas naturales su escenario (siendo a la vez el río donde se contempla, la matriz originaria de Narciso, pues su madre es una ninfa acuática y su padre es el río Céfiso).
Edipo, por el contrario es una tragedia y como tal habla de lo inexorable del destino y de los avatares de la filiación. Edipo está historizado y conlleva significados pues ya participa de una estructura simbólica, representada por la ciudad de Tebas y las funciones que deben asumirse en la sociedad y la cultura. En la profecía de Tiresias, Narciso morirá si se conoce a sí mismo, es decir si puede entrar en un proceso de separación del deseo parental y constituirse frente a la esfinge edípica y su enigma:
La victoria sobre la Esfinge, es la salida de la intemporalidad nirvánica, narcotizada de Narciso (el término Narciso está compuesto de las palabras griegas Narkós, letargo e issos, similar a), esto es, el descentramiento de la idealidad. Sin embargo en el mito, Narciso muere (queda narcotizado, paralizado) atrapado en la imagen especular originada por la mirada idealizante de los padres que está simbolizada por el espejo de las aguas, de lo que podemos concluir que Narciso no es portador de ninguna capacidad metafórica pues su esencia es permanecer en el mismo lugar y de la misma manera.
La tragedia de Edipo sin embargo, pone de manifiesto aquello que hace humano al hombre, la lucha contra un destino inexorable, el dolor, las pasiones, el error, la verdad etc. Edipo, que a diferencia de Narciso que es un arquetipo, es un Hombre, es por ello trágico. El dilema lo atraviesa, no puede no reconocer su culpa hacia la sociedad (es el causante de la peste en Tebas) pues a diferencia del Narciso mítico abandonado a un goce a-histórico, se halla inserto ya en el mundo humanizado.
Es en esa diferencia donde cobra sentido el término metáfora. Como sabemos Metáfora, del griego meta (más allá) y phoreo (llevar), significa que algo, un sentido, una posición es llevado a otro registro, a otro orden de significación generalmente más elevada. Edipo entonces, representa el paso a la estructura del Logos, a la posibilidad del pensar dentro de la cultura pues recordemos que el enigma propuesto a Edipo por la Esfinge y su resolución, tiene como objeto al Hombre. Y la respuesta desvela que el hombre (el propio Edipo), es un sujeto inmerso en la temporalidad y en la muerte y que debe ser responsable de sus decisiones, sean estas las que sean.
El Complejo de Edipo, como otras temáticas freudianas, no aparece explicado sistemáticamente en ningún texto sino que Freud va ampliando en diversos trabajos aquella primera intuición que trasmite a Fliess en los primeros años del desarrollo del Psicoanálisis y que coincide con su autoanálisis: “…la poderosa influencia de Edipo Rey se vuelve inteligible…el mito griego explota una compulsión de cuya existencia todo el mundo reconoce haber sentido en sí mismo los indicios”. Sin embargo solo en 1910 aparece la expresión Complejo de Edipo en “Sobre un tipo especial de elección de objeto en el hombre”
El complejo de Edipo tiene una importancia estructural definitoria del modo de pensamiento psicoanalítico, pues es un nódulo universal donde se entrelazan el deseo, la prohibición con la elección de objeto y la identificación, con el Ideal del yo y con el Superyó. Es en palabras de Freud “el complejo nuclear de toda neurosis”.
Para Assoum, “constituye una verdadera institución o edificio psíquico portador de un verdadero universo (…) un mundo de “pensamiento edípico”, que se prolonga bajo la forma de actividades fantasiosas o mitológicas. Es un verdadero tema-puente de la psicología colectiva”. “Es en verdad de alguna manera el otro nombre del inconsciente”.
Podríamos rastrear dos momentos respecto a la teorización sobre Edipo en el pensamiento freudiano. En un primer momento se trata básicamente de la satisfacción de la pulsión sexual dirigida al objeto-madre, es decir que Edipo estaría constituido siguiendo un paradigma común en otras muchas teorizaciones freudianas y que consiste en que hay un existente previo al que al añadirle un estímulo va a producir un efecto. A esto Freud lo denominará Series Complementarias (lo heredado y las experiencias infantiles más el acontecimiento desencadenante generan un síntoma).
En este caso, la pulsión que es un existente previo, se dirige al objeto-madre que actuaría como un disparador que activa algo preexistente y permite su aparición y ese deseo incoercible producirá la rivalidad con el objeto-padre, al que se quiere sustituir y ocupar su lugar como marido de la madre.
Sabemos que para Freud, el niño pasa desde las necesidades vitales que la madre proporciona a construir un entramado de excitaciones erógenas en los mismos puntos donde se asientan esas necesidades a consecuencia de las caricias y tocamientos que la madre produce en el cuidado del bebé. A esas zonas predeterminadas Freud las denomina Zonas Erógenas. En determinado momento, el pene del varón ocupará el lugar central en el orden excitatorio, acompañado de fantasías sexuales respecto a ese objeto excitante que es la madre.
Este pene productor de placer es también causa de angustia en la medida que se instaura la angustia de castración originada por la amenaza implícita de perderlo a causa de la interdicción paterna. Es la angustia de castración, la angustia de la pérdida del pene, la que provoca entonces la renuncia al objeto incestuoso
Esta concepción del Edipo, que en su estructura inicial, la pulsión sexual y su prohibición, sigue el paradigma de la concepción de la histeria, se define por la sexualidad incestuosa y ésta es la originadora de la Represión y por tanto del inconsciente de la Primera Tópica.
Pero en un segundo momento, el énfasis en la teorización va dando lugar a otras concepciones que complejizan el mecanismo pulsional vigente desde “Tres ensayos”, e irán introduciendo otros elementos que se convierten en estructurantes, sobre todo la identificación (desde 1921) y los correlatos conceptuales del campo del Narcisismo (1914), que produce la esfera de la virtualidad ideal y a él se refieren: el Ideal del yo, el Superyó etc., y que están relacionados con el llamado “complejo paterno”, que Freud ya presenta en el caso del Hombre de las Ratas
Desde el caso del Hombre de las Ratas (1909) hasta 1921 año en que introduce la Identificación Primaria, Freud produce los grandes textos sobre el padre como figura fundamental de la estructuración edípica: el trabajo sobre Leonardo y la ausencia del padre, el padre torturador de Schreber, el Urvater de la horda convertido en tótem, el fantasma parricida en las obras de Dostoievski, el padre satanizado de la neurosis demoníaca de Cristóbal Waitzmann, padre dios y padre diablo, el padre que pega constituyente de la fantasía amoroso-masoquista y finalmente el padre objeto de la identificación primaria de “Psicología de las masas”, identificación estructurante que mediante el “ser como” separa al sujeto del “tener incondicional”, centro de la temática materna.
La figura paterna, que remite a Jacob Freud tan presente en los primeros momentos de gestación del psicoanálisis, sobre todo durante el autoanálisis de Freud, comenzado a raíz de la muerte de éste y que había quedado sepultado por los trabajos acerca de la sexualidad y la pulsión, emerge una década más tarde convocada por ese joven abogado inmerso en la duda obsesiva, duda y también deuda referida a un padre muerto, padre muerto que en “Tótem y tabú” es elevado a la categoría de legislador
Efectivamente es con la aparición del ensayo “Tótem y Tabú” (1912), en el que, a pesar de su estructura especulativa dentro del campo mítico-antropológico, Freud introduce una concepción estructurante del Complejo de Edipo que sitúa a la prohibición del incesto retroactivamente al asesinato de ese padre primordial, de manera que es el padre muerto el que instituye la prohibición, el tabú, en su elevación a la categoría de Tótem.
Así, lo que en un primer momento, por ejemplo en el caso Juanito, es planteado un tanto ingenuamente como rivalidad con el padre y deseo de eliminarlo para gozar con la madre desde el puro ámbito de la determinación pulsional, se transforma desde “Tótem y Tabú” en un fantasma fundamental estructurador del inconsciente del sujeto. El asesinato originario del padre de la horda primitiva, del Urvater, instituye la prohibición y por tanto la ley. En ese sentido, Edipo es una metáfora que promueve la entrada del sujeto en un orden social propiciador de proyecto por fuera del cuerpo materno, signo de la no separación, de la fantasía fusional y por tanto del incesto.
La prohibición del incesto es para los antropólogos posteriores a Freud (Levy-Strauss en su obra “Las estructuras elementales de parentesco”)), la ley universal mínima para que una cultura se diferencie de la naturaleza. La elevación del padre de la horda tras su asesinato por parte de los hijos a la categoría de tótem que simboliza la ley que prohíbe, convierte a ese padre ligado a la satisfacción pulsional sin medida con todas las mujeres en el pivote de origen de la legalidad que asegura y por tanto del paso a la Cultura propiamente dicha.
Los fantasmas del incesto y del parricidio se configuran desde este momento como los motivos centrales de la estructura edípica, motivos universales en la medida en que todo Hombre es hijo de un padre y una madre y en última instancia el Complejo edípico da cuenta de cómo un sujeto se sitúa como vértice en un triángulo, siendo estos fantasmas modos de resolver los interrogantes de la triangularidad.
Como Freud señala acertadamente en un texto tardío, “Moisés y la religión monoteísta” publicado después de su muerte: “Este retorno de la madre al padre significa además una victoria de la espiritualidad sobre la sensibilidad y por lo tanto un progreso de la civilización. (…) a partir del hecho mismo de que la evidencia del padre no salta a la vista se abre un espacio de juego (…) un paso cargado de consecuencias”
Este párrafo de la última obra de Freud, sitúa a modo de testamento a la figura del padre en el centro del Edipo. El padre es de ahí en adelante el articulador simbólico, metafórico del pasaje del sujeto a un orden estructurante porque al ser el padre incierto frente a la certidumbre del cuerpo de la madre, portador y gestador del hijo, del padre se duda y al ser incierta la paternidad, la instancia paterna asegura, valga la paradoja, la incerteza y por tanto la pregunta y la búsqueda.
Es por ello que Assoum destaca que “El padre no es el tema de un mito más, es el operador mismo de todo mito”. El padre es entonces una función, un marco dentro del cual a través de la identificación, el sujeto puede salir del atrapamiento fusional con el cuerpo de la madre que lo sujeta libidinalmente.
El Edipo en Lacan como metáfora de la experiencia subjetivadora
A partir de 1914, se produce un giro en el pensamiento freudiano de vastas consecuencias para la teoría a través del texto acerca del Narcisismo, donde Freud bascula hacia una nueva visión del sujeto humano dentro de sus desarrollos psicoanalíticos.
El niño que Freud nos presenta en “Introducción del narcisismo” ya no es más el “perverso polimorfo” de “Tres ensayos” sino que se convierte en “su majestad el niño”, de forma que el juego de miradas entre los padres (la madre) y el infans que constituyen el narcisismo incipiente vuelve a situarse en una línea de virtualidad ilusoria ligada al deseo ideal que se colma con la satisfacción alucinatoria, como en el modelo de 1900. Esta es más la línea desde la que Lacan va a desarrollar su concepción de lo edípico que se centra no en la satisfacción pulsional sino en la del narcisismo.
Es desde este punto de partida, el del Narcisismo, en el que Lacan se separa, va más allá del naturalismo biologicista del Freud de la primera época constituyendo una teorización edípica basada en el narcisismo y en la teoría estructural de Levi-Strauss, es decir que cada personaje que ocupa un lugar en una estructura es determinado por los otros y sus respectivas posiciones en los tres vértices del triángulo. En el Edipo según Lacan no hay una variable que sea independiente, todas están mutuamente condicionadas.
Lacan considera el tiempo edípico como algo existente desde el origen dado que los padres al ser portadores de su propia fantasmática edípica crean el caldo de cultivo para la edipización del niño. Entonces en un primer momento, el niño fascinado por esa madre que lo mira arrobada quiere ser y cree ser todo para ella y quiere convertirse en todo aquello que cree que la madre desea de él. Ser amado por la madre en su perfección ideal es el deseo del infans. No son solo los cuidados maternos sobre el cuerpo los que abren la espita edípica, sino la valoración narcisista de la que el niño se siente objeto al creer que es únicamente por causa suya que la madre es feliz.
A ese lugar de valoración narcisista que el niño cree ser, identificado con el deseo de la madre, Lacan lo denomina Falo que es por tanto una formación eminentemente narcisista. En las culturas antiguas el falo en erección significaba la potencia soberana, la virilidad trascendente y mágica o sobrenatural y no la variedad puramente priápica y naturalista del poder genésico masculino.
Asimismo los lugares “elegidos”, en los que la Tierra se une al cielo (Hierogámia), los lugares de conexión entre la esfera terrestre y la celeste-espiritual, los “centros del mundo” se denominan Omfalos.
El falo es así para Lacan una representación de valor que sustituye, metaforizándola, la lógica manifiesta del pene en el Edipo freudiano. Sin embargo el pene y su carga representacional de índole narcisista está también presente en Freud, de forma que perderlo bajo la amenaza de castración produce la intensa angustia de castración que implica también dejar de ocupar el lugar de máxima valoración narcisista y es justo decir que en Freud la oposición fálico/castrado o sea pene presente/pene ausente, también constituye una oposición valioso/devaluado. El poseedor del pene es más valioso que la que no lo posee. Entramos en el orden de la valoración máxima que es indudablemente un ámbito plenamente narcisista. Para la niña no tener pene la conecta con un sentimiento de inferioridad y de ahí su deseo de tener ese pene que tiene el varón, deseo que cursa con rabia y malestar: la Envidia del pene.
Como he señalado antes, Lacan en su desarrollo del Edipo, pone, en un primer momento, el énfasis en la madre que es la que determina diversos avatares en el trayecto de su hijo hacia la madurez. La madre que se sabe castrada significa a ese hijo como aquel que la hace sentir completa y plena de bienestar narcisista y por tanto para el niño identificado especularmente con ese deseo materno ser el falo para la madre es ser aquello que le produce la máxima felicidad.
En esta dupla narcisista el niño y la madre conforman una unidad narcisista en la que cada uno posibilita en el otro la ilusión de la perfección pero la madre es la ley misma pues se trata de una relación asimétrica, y sus decisiones son omnímodas, ella determina qué es lo valioso o lo indigno para ese hijo convertido en una parte idealizada de ella misma.
A diferencia de la madre del Edipo freudiano, ésta madre es determinante, lo preexiste, lo moldea y le aporta el deseo y la identidad dentro de esa relación dual y especular.
La figura o función paterna, que a mi entender, Lacan toma del corpus del Complejo paterno freudiano que vimos antes, es precisa para que se produzca la separación de esta dupla, de esta burbuja narcisista y se instaure lo que Lacan denomina Castración Simbólica por medio de la cual lo que se pierde no es el pene sino el falo, el lugar de la omnipotencia narcisista. A esta operación que se realiza en el ámbito simbólico, Lacan la denomina la Metáfora Paterna.
Por tanto, la castración que el padre infringe en este ámbito teórico, se refiere a la ruptura de la completud narcisista de esa dupla madre-hijo, de esa burbuja separada del mundo. La función paterna en este momento es la de poner de manifiesto que la madre no solo desea al hijo y que el hijo debe renunciar a ocupar el lugar del falo para la madre, de ser todo para ella.
El pasaje por esa castración del narcisismo implica múltiples consecuencias, que van a ir desarrollándose en la temporalidad, aunque la asunción de la pérdida no siempre se resuelve enteramente y entonces tendríamos patologías cuyo peso específico es la renegación de ese límite impuesto por la función paterna. Por lo tanto, un atravesamiento deficiente de la castración edípica, sostiene la fijación a las fuentes de satisfacción con los objetos primarios de la completud y la identificación con el Yo ideal como también podemos denominar al falo imaginario.
La instauración del límite, el “no todo es posible”, “yo no soy uno con el otro”, “no me está permitido el goce con el cuerpo materno”, es fundamental para que se produzca una transformación gradual de ese yo ideal originario que tiende a la fusión a la indiscriminación respecto al deseo del otro para que pueda darse una evolución hacia los llamados Ideales del yo, la faz inversa del Yo Ideal; en ellos el yo se convierte en excéntrico a su idealidad y debe “tender a reconquistarla de nuevo” (o a intentarlo más bien) a través de una serie de metas ideales externas al sujeto para poder articular un proyecto sólido de entrada en la Cultura.
VIÑETA CLINICA
“Yo vengo porque mi mujer dice que no estoy bien…tendrá razón…yo creo que el problema es que mi matrimonio no va bien, me siento abandonado por ella, solo tiene tiempo para los niños…desde que nacieron, ¡y que conste que yo los adoro!, mi mujer ha cambiado respecto a mí…y eso me duele…”
La demanda es de otro, de la mujer-madre, lo cual ya nos indica la dificultad inicial: él no tiene demanda de saber-se. Posición infantil, es traído de la mano.
El sentimiento de abandono aparece de entrada como una causa importante de su malestar. Pero la queja suena a la de un niño al que le han desalojado de su lugar de privilegio a causa del nacimiento de los sucesivos hermanitos. Él es un padre en el manifiesto, pero un niño dañado en su narcisismo, causa de su dolor y su ansiedad. Mientras él era todo para su mujer todo estuvo bien, pero progresivamente va dejando de ocupar ese lugar y estimo que se va produciendo la quiebra de la máscara construida a través de un falso self.
La angustia por la destitución narcisista aparece con una marcada significación oral al buscar desesperada e infantilmente objetos vicarios que calmen el sentimiento de vacío, de no ser todo para el otro.
“…bueno, salgo mucho…como mi profesión me lo permite…, vuelvo tarde a casa…me voy de copas y bebo…a veces consumo drogas, pero no mucho…a veces busco alguna tía para ligar…
Mi impresión es que el consume drogas y bebe más (y no solo ahora sino a lo largo de su vida) de lo que parece dispuesto a reconocer. No quiere ser visto como un alcohólico ni como un adicto para mantener una cierta imagen de normalidad, de que él controla su ingesta, de que, paradójicamente, no es dependiente.
En la segunda entrevista a la que asiste muy angustiado comenta que ha vuelto a fumar después de varios meses, e introduce un elemento decisivo para entender su actual estado:
“Mi madre está con un cáncer terminal…comenzó hace algo menos de un año y coincidió con un viaje de mi mujer a su país de origen…desde ese momento es cuando comencé a beber y a salir prácticamente todas las noches…
La cercanía de la muerte de la madre (y la ausencia de la mujer-madre que coinciden en el tiempo) se revela como el verdadero desencadenante de la ansiedad ante la pérdida:
Me daba la impresión de que él necesitaba sostener un vínculo privilegiado y fusional con la madre (desplazado a la mujer), lo cual mostraba por una parte la falta de solidez de su ser adulto (ámbito narcisista) y por otro la permanencia en el tiempo del vínculo edípico de satisfacción pulsional de restitución de un lugar originario con esa madre que probablemente lo permite y lo alienta.
Pero en la siguiente entrevista comienza a hablar de lo que podríamos denominar el Secreto familiar:
“En realidad yo no soy hijo de mi padre nominal, mi verdadero padre es mi abuelo paterno, el mío y el de mi hermana menor. Mi madre mantuvo con él una relación de muchos años…mi padre lo sabría porque ya desde el principio, discutía mucho con mi madre… no se llevaban bien…en mi casa había mucha tensión desde siempre…yo querría irme de allí, pedí irme interno y con nueve o diez años me mandaron a un internado en Suiza… (…) yo me enteré de quien era mi padre a los quince años…mi madre me lo soltó de sopetón durante un vuelo a Nueva York…”
La filiación natural está puesta en entredicho pero se mantiene un “como si” durante muchos años. La madre tiene una larga relación con el padre de su marido (¿a espaldas de éste?) fruto de la cual hay dos hijos que son a su vez hermanos del padre nominal. La posibilidad de un padre capaz de introducir la ley del incesto brilla por su ausencia y esto genera una estructura familiar perversa de la que los dos hermanos son víctimas.
La madre es la que decide qué está bien o qué está mal, qué se puede o no se puede hacer y es descrita por el paciente como similar a una madre totémica cuya gordura mórbida actual, me sugiere alguien que ha devorado a todos los personajes de su entorno y que sostiene a su hijo dentro de ella sin permitirle salir de la repetición de la búsqueda de mujeres-madre.
La comunicación de esta estructura familiar perversa es para mí la causa inmediata del abandono del espacio terapéutico por cuanto eso le confronta con un núcleo que debe seguir estando escindido, como si nada tuviera que ver con él así como con un sentimiento de vergüenza muy intenso. Se excusa por un problema de movilidad respecto a que le es muy difícil venir a la consulta porque le han retirado el carnet de conducir al haberse quedado sin puntos (y vive en una urbanización relativamente lejos de Madrid). Esta excusa que a la vez manifiesta su tránsito por el filo de la ilegalidad le permite distanciarse del ámbito analítico que representa justamente la posibilidad de entrada en una legalidad que él no puede-quiere asumir.
La estructura familiar que este paciente sostiene y que le forja es nítidamente perversa aunque desgraciadamente es imposible conocer mucho más en detalle los motivos conscientes e inconscientes de todos los personajes de esta trama. Sin embargo si pienso que son posibles algunas apreciaciones clínicas acerca del escaso material con el que contamos.
La ley de la paternidad está totalmente subvertida y crea un ámbito donde todo es posible. El hecho de que la confesión de la madre acerca del origen del hijo se produzca en un vuelo transoceánico, sin relación a la tierra puede ser interpretada como un escapar de la ley, por encima de la ley de la gravedad, como un más allá del bien y del mal que la madre (no sabemos si seductora o seducida por el abuelo) encarna. La figura del padre, al menos del que debiera serlo, se encuentra así para este hombre radicalmente destituida de su función normativizante y por tanto las consecuencias de esa falla, más allá del “como sí” de la apariencia, se manifiestan en el quedar en manos de la madre-ley que seduce y se ofrece como objeto de fusión interminablemente reproducida en todas las demás mujeres. (“Yo nunca pude estar sin una novia a mi lado”)
La ley paterna, la metáfora, no puede sacarle del apego al cuerpo calmante de la mujer madre
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*Sobre el autor: Juan José Rueda. Psicoanalista. Miembro Titular de la Asociación Psicoanalítica de Madrid (IPA). Ex -docente de EPNA y Elipsis. Coordinador de diversos seminarios sobre la obra de Freud y sobre el Narcisismo y la patología narcisista. Ex -miembro de la Junta directiva del CACI (Centro de atención Clínica e Investigación), órgano dependiente de la APM. Docente de AECPNA
Revista nº 12
Artículo 7
Fecha de publicación DICIEMBRE 2018