Marlene García Benavides**
El trabajo que presenté en el Congreso de FEAP Bilbao se plasmó en “formato de taller” y es fruto de una labor epistémica, conceptual y clínica. En este artículo os daré algunas pinceladas de la temática tratada: “el papel de los padres de las hijas adolescentes víctimas de violencia de género”. Con esto, abro interrogantes y nuevas líneas de pensamiento para seguir profundizando. ¿Es necesario hacer un trabajo de padres al estilo del abordaje infantil?, ¿es posible hacerlo sin que se obstaculice el proceso terapéutico o el proceso de autonomía de nuestras pacientes?,
¿Cuál es el papel de la psicoterapia psicoanalítica con perspectiva de género?
Hablar de psicoanálisis contemporáneo precisamente es asumir el desafío de integrar la teoría fundante y ortodoxa con las nuevas teorías de género y con los constructos feministas tan silenciados desde la época de Freud y hoy tan altamente difundidos. Creo que los psicoanalistas debemos estar a la vanguardia en cuanto a la aproximación a las nuevas problemáticas clínicas y es nuestro papel el cuestionarnos, revisitar nuestras teorías edificantes y enriquecer nuestra mirada, nuestra doble escucha ante los nuevos tiempos que estamos viviendo.
1. Justificación
EL psicoanálisis y género a lo largo de los años han llevado una relación tormentosa, y un tanto espinosa. Quiero resaltar el esfuerzo de reconciliar ambas disciplinas, ya que hoy en día aportan una teorización sólida y rica fundamental a la hora de enfrentarse a la clínica actual. Sin duda, lo que empezó como un desafío es hoy un paradigma insoslayable para las nuevas subjetividades y los nuevos malestares contemporáneos.
Los movimientos feministas están atravesando continentes y están impregnando los nuevos discursos sociales. La teoría de género cada vez más se está enriqueciendo y se está incorporando en las distintas disciplinas, siendo tal vez una de sus principales contribuciones desnaturalizar la violencia hacia las mujeres.
El psicoanálisis con perspectiva de género, la sociología y la psicología social nos dan cuenta de la opresión histórica de la mujer y de las marcas intersubjetivas de la sociedad patriarcal. El presente trabajo aborda una problemática social altamente compleja como
es la violencia machista. El cambio de nombre de violencia doméstica a violencia de género supuso un esfuerzo ímprobo de feministas, profesionales de la psicología, trabajadores sociales, cuerpos de seguridad, profesionales de la política y un amplio etcétera, que conllevó a un nuevo abordaje integral estatal sin precedentes en España la “Ley Integral de la Violencia de Género”.
Después de veinte años de experiencia en el ámbito de la violencia de género y habiendo pasado por los distintos dispositivos institucionales atencionales a las víctimas: mujeres e hij@s; tengo la necesidad y la motivación de poner mi foco de investigación en las adolescentes víctimas por ser tan compleja dicha temática y por complicarse más aún en la etapa evolutiva más crítica de los estadios evolutivos.
He trabajado con la muerte silenciada, la muerte psíquica y también con la muerte real, tal vez eso fue lo que me motivó a desentrañar este endiablado tema. Por otra parte, como analista de niñxs experimento la riqueza de la escucha parental en las consultas. La violencia de género se transmite de generación en generación; por tanto, creo que el papel de los padres es fundamental a la hora de abordar esta problemática.
Las nuevas parentalidades se encuentran desorientadas y algunas veces desbordadas por las actuales conflictivas que nos atraviesan. La adolescencia pone en jaque a las madres y padres cuya función en dicha etapa han de ser facilitadoras de subjetivación e individuación. Esto se yuxtapone, a veces de forma caótica, cuando nuestras jóvenes se inician en las relaciones de pareja sin las herramientas necesarias para establecerlas de manera sana y recíproca.
2. Aspectos conceptuales y clínicos
El marco teórico estará basado en la actualización del psicoanálisis enriquecido con las distintas disciplinas sociales, filosóficas y feministas que atraviesan de manera contundente nuestro panorama social y clínico. Este trabajo consiste en articular tres ejes temáticos: la adolescencia, la violencia de género y el trabajo parental. Para acercarnos al entramado del tema, he incluido conceptos extraídos de la psicología social, así como definiciones desde el psicoanálisis y desde la teoría de género. En este contexto hago mención de Débora Tajer en su libro “Psicoanálisis para Todxs” (2020) con un titular que cojo como brújula para este compendio “Con el psicoanálisis sólo no alcanza, pero sin el psicoanálisis no se puede…”
La Adolescencia, como momento crucial de grandes transformaciones y desprendimientos familiares, en estas víctimas de violencia de género; se caracteriza: por la omnipotencia narcisista, y por momentos de una gran impulsividad (los límites, la pasión, la ley y el deseo se contraponen). Las conductas de riesgo que presentan se dan a nivel sexual: prácticas sexuales prematuras con 12 – 13 años, hipersexualidad, prácticas sexuales sin protección profiláctica y/o prácticas de sexo duro.
Un común denominador que me encuentro en el abordaje terapéutico con este grupo etario es el Mito del Amor romántico, mito que nos tocará desmontar despacito en la terapia. Es frecuente escuchar frases como “una pareja tiene que ayudarse siempre, en la salud en la enfermedad, en la pobreza y en la riqueza”. Las derivadas de este pensamiento pueden llegar a un tipo de maltrato no muy popular, pero de igual dimensión, como es el maltrato económico. Esta forma de pensar hace que se justifique la violencia, que se normalice y que se perpetúe en el tiempo.
Por lo general, estas chicas no perciben ni el peligro ni la necesidad de buscar ayuda profesional, suelen venir de la mano de sus padres, hermanas y/o amigas. Quiero aquí reproducir un concepto de la psicología social como es el de la:
Indefensión Aprendida: Esta indefensión habla de los sentimientos positivos de la víctima hacia el captor y negativos hacia los que vienen a rescatarla.
En un principio se estudiaba como consecuencia de las víctimas, yo lo veo además como una característica en ellas. Sin duda también, como una resistencia de antemano al tratamiento, ya que la animadversión se puede dar a quienes la traen a terapia o al propio terapeuta. Por tanto, el vínculo transferencial ha de construirse de forma cautelosa, confidencial y honesta.
La violencia de género es la cara más feroz del patriarcado. No tiene una explicación unicausal, hay una serie de variables que hacen que se inicien y se instauren ese tipo de relaciones y que dificulten la ruptura con el partenaire acrecentándose aún más las secuelas. En mi experiencia de formadora y conferenciante sobre la temática de este tipo de violencia, había una pregunta que se repetía constantemente y que cuestionaba permanentemente a la mujer y es ¿cómo volvían una y otra vez con esos maltratadores?
La profundidad y los vericuetos de este funcionamiento lo han abordado muy acertadamente el psicoanálisis y el género. Un aporte conceptual a resaltar es el concepto de: Objeto único de Janine Puget e Isidoro Berenstein (1988). Ellos hacen referencia al vínculo fusional que se establece entre la mujer y el partenaire. Éste la saca de una especie de “anestesia vital” por ser objeto de deseo; así lo único que la constituye es ser deseada por otro, perder ese pilar básico es
demasiado peligroso para su estabilidad psíquica. Más aún si ese vínculo se ha construido destruyendo toda su red vincular, dificultando así su salida en caso de que rompiera la relación. El aislamiento social y familiar se suele consolidar y la dependencia económica y emocional (entre otras características) terminaría de configurar el cuadro de mujer víctima de violencia machista. El alcance de este concepto nos acerca pertinentemente a esa red vincular, a ese papel de los padres que vamos a tratar a continuación.
3. El trabajo parental de hijas adolescentes víctimas de violencia de género
Irene Fridman, en Violencia de género y Psicoanálisis (2019) expone “Se sabe que el proceso de subjetivación del infante humano depende esencialmente de los vínculos amorosos y hostiles entre éste y las figuras significativas. Estas figuras no son ajenas a las relaciones de poder que las construyen: varones y mujeres se posicionan en lugares distintos con respecto al poder, y esta sujeción define formas de ser y de padecer.” (Pág. 44).
En la temática de violencia de género hablamos de pasiones, deseos sin límites, placeres más allá del principio de placer, motivo por el cual alguien tiene que parar ese goce sin corte.
Massimo Recalcati en su libro que titula ¿Qué queda del padre? Pág. 51, menciona: “El deseo sin ley tiende a la disipación, a la excitación sin límites, a la dispersión desregulada del goce pulsional. Cuando el deseo se desengancha de la Ley se precipita hacia una deriva mortífera”.
A mi criterio precisamente la principal contribución de la reconciliación del psicoanálisis y el género es el giro epistémico contemporáneo, “de La Ley del Padre a La Ley Tercera”.
Ley Tercera: Creo fervientemente que las palabras crean realidad con un calado interno en nuestra psique, las palabras importan; es por eso que revisitar nuestra teoría psicoanalítica en sus conceptos fundacionales, me parece justo y necesario. Desde esta idea alojo el esfuerzo conceptual de Leticia Glocer que ha tenido para hacer un viraje de “La Ley Del Padre” a “La Ley Tercera”.
Refiere (Glocer, 2015 pág 24) “Por el contrario, nuestra propuesta consiste en reconocer una función simbólica en la madre por derecho propio. Función que no le pertenece, pero como tampoco al padre, pero que puede estar en condiciones de ejercer. Esto es, a nuestro juicio, una diferencia sustancial que corre el eje de la cuestión en la relación con la bien conocida dicotomía madre-naturaleza por un lado y padre simbólico cultural, por el otro….Podemos decir que las divisiones dicotómicas, naturaleza-cultura homologadas a madre- padre, acentúan los estereotipos de las sociedades patriarcales: madre fálica que se aferra al hijo sin soltarlo y padre simbólico que efectiviza un corte…/ la función paterna debería llamarse con propiedad función tercera, independientemente de quien la ejerza y más allá de dicotomías empobrecedoras (Glocer, Fiorini 2013)/…es ampliar el papel de los padres en sus funciones simbólicas y también de cuidado…Para terminar, considero que el concepto de función tercera, simbólica, le da verdadera categoría de función, autónoma de quien la ejerza.”
El trabajo parental nos permite historizar, sensibilizar, comprender y dar un sentido a las conductas de esas jovencitas ciegas de amor y ciegas en cuanto a los riesgos que las pueden llevar esas relaciones tan extremas de muerte psíquica, e incluso muerte real. Muchas veces la familia es testigo de “esos amores” y presentan confusión y desborde en cuanto a cómo afrontar y cómo “enfrentar” a la hija a la realidad de ese vínculo maligno con el partenaire. El entendimiento básico y necesario para ellas mismas y también para su red familiar y social, propiciará un clima familiar acompañante. Recordemos que una consecuencia inequívoca de la violencia a la mujer es el aislamiento familiar y social; nuestro papel como psicoanalistas es prevenir, atajar esa conducta, así como contener y propiciar el vínculo sostenedor.
Una parentalidad suficientemente buena será la que fomente y facilite la separación e individuación de las hijas, la posibilidad que ésta recorra su camino y organice su existencia de acuerdo con su propia subjetividad.
Para este trabajo rescato el instrumento de entrevistas iniciales que refieren Caellas, Kahane y Sánchez en ·”El quehacer con los padres” (2010) pág 137 “(…) fue la semilla que gestó el nacimiento de un método que nos vale como un modelo de trabajo más que como reglas estrictas o inflexibles a seguir”.
Esto es lo particular y singular, hacer trabajo de padres con edades tempranas es entendible; lo difícil es plantearse hacer ese mismo trabajo en caso de mujeres jóvenes que en algunas ocasiones trabajan y tienen hijos. De esta forma retomo mi pregunta faro que
alumbra mi investigación ¿Es posible hacer un trabajo parental con adolescentes tardíos sin que obstaculice su proceso de individuación y autonomía?
Si bien es cierto que todo proceso terapéutico pasa por diversas vicisitudes y que no todas llegan a un final deseado, en este entramado conflictivo, como es la violencia de género; se suman otras particularidades que hacen obstáculo y que boicotean la terapia: la pareja, la propia fragilidad de la paciente y en muchos casos la “desesperación” del padre y/o de la madre, de ver a sus hijas envueltas en situaciones abusivas que las puedan llevar incluso a la muerte.
El objetivo princeps del trabajo parental de hijas adolescentes víctimas de violencia de género, es anudar los vínculos familiares de la joven; y así prevenir el aislamiento desolador a la que su perpetrador la está llevando. También nos permite trabajar sobre aspectos en los que los padres inciden sobre los hermanos, y sobre toda la dinámica familiar e incluso social.
Asimismo, pretendemos que los padres comprendan el entramado vincular: hija/novio y la personalidad frágil, dependiente; así como los riesgos psíquicos de vacío o depresión en la hija (los aspectos intrapsíquicos e interpsíquicos).
Un óptimo trabajo parental, “suficientemente bueno”, generará un nuevo orden familiar, una nueva historia, que convertirá en prehistoria las historias de las generaciones anteriores.
Nuestra tarea como psicoanalistas investigadoras que teorizan y curan, nos convoca a expandir nuestros trabajos en distintos contextos para dar sentido a lo que hacemos y contribuir a la sociedad con nuestros saberes. Así mismo, esta aproximación de ideas y experiencia que presento, espero sirva de embrión para próximas contribuciones y abrir nuevos aportes y horizontes.