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Número 21

Aprendiendo desde la clínica: Ateneos y Centro Hans

¿Cómo pensar el duelo? Construyendo puentes hacia la vida.*

Por Celia Bartolomé y José Antonio Alonso Lusarreta**

 

Celia Bartolomé y José Antonio Alonso Lusarreta

Ilustración: Rocío Mallo**

 

¿De qué hablamos realmente y a qué nos referimos cuando hablamos de duelo?

Parece que lo identificamos con una gran tristeza, pero realmente, ¿qué es aquello que lo está produciendo?

¿Una pérdida, una separación, una renuncia, una falta, una no aceptación?

Quizá todos los términos mencionados se anudan en un denominador común que podría cristalizarse en algo que nos atraviesa como personas y como psicoanalistas en la clínica cotidiana: la pérdida de una relación objetal.

Quisiéramos mostrar que no es posible vivir ni desear sin la confrontación directa del sujeto con algo que pierde. La cuestión es ¿Qué hacemos con las pérdidas que se nos presentan a lo largo de nuestra vida? ¿de qué tipo de pérdidas hablamos? ¿cómo transitamos ese camino y cómo lo tramitamos psíquicamente?

¿cómo afrontamos el desafío de vivir tras la pérdida de un objeto amado en la sociedad actual?

Con el fin de reflexionar sobre el tema, citaremos algunos autores.

Freud en Duelo y melancolía (1915) diferenció ambos conceptos, presentándonos que no hay duelo sin tristeza y sin dolor psíquico, pero sí puede haber duelo sin melancolía, siempre y cuando la sombra del objeto perdido no sepulte al yo.

Los rasgos conferidos al objeto perdido de amor son privilegios narcisistas. El principio de realidad nos muestra que el objeto está perdido y que es necesario retirar la libido de ese objeto. El sujeto deberá a través de una serie de “combates” particulares disolver, elaborar cada recuerdo, cada esperanza a través de la cual la libido está ligada al objeto.

Una vez que este trabajo largo y difícil se concluye, el objeto podrá ser sustituido, la movilidad completa de la libido es recuperada y el yo se muestra de nuevo libre y desinhibido.

Lacan planteará que no se trata únicamente de hacer una sustitución del objeto perdido, sino de ubicar el duelo entre la pérdida y la falta, con el fin de que haya un empuje pulsional que ocupe una función lógica en la causa de deseo y en el fantasma del sujeto.

Nos es relevante nombrar aquí a Arminda Aberastury, la cual dejó un legado incuestionable en el Psicoanálisis con niños y adolescentes.

Ella, para referirse al duelo hace referencia a los «duelos de la adolescencia normal». El duelo por el cuerpo del niño que comienza a cambiar en la pubertad, la pérdida de aspectos del orden de lo identitario infantil, cambios en la relación con los padres de la infancia, abrochándolo así con el temor a la pérdida de lo conocido.

En las diferentes etapas evolutivas y concretamente en la infancia y en el proceso adolescente que, como sabemos, marcan un hito en la construcción de nuestra subjetividad, se conjugan diferentes pérdidas, separaciones, renuncias, la llegada de algún hermano que cambiará el mapa familiar… Nombraremos aquí algunos momentos importantes.

En el curso de la vida, habrá que ir transitando por situaciones de renuncias y pérdidas.

El duelo forma parte de la vida, no es sólo la pérdida por un ser querido (muerte, abandono etc…)

Desde el mismo momento en el que nacemos, con esa ruptura del cordón umbilical que precipita al bebé a un “vacío” la madre tendrá que sostener a su hijo, pero también tendrá que renunciar a una completud conformada por la unidad entre el bebé y su madre previa al nacimiento.

El proceso del destete es otra renuncia para ambos.

Seguirá la etapa de la infancia donde el infans se irá haciendo cada vez más autónomo.

La triada edípica también está atravesada por el duelo, donde habrá un pasaje de la sexualización de los padres a la desexualización, y la omnipotencia de éstos tendrá que ir cayendo a través de una serie de avatares del niño y de la niña para incorporar a sus progenitores como objetos de identificación.

En el proceso adolescente, se tendrá que producir una renuncia a los padres de la infancia para poder llegar a ellos como adulto. Esto favorecerá que el adolescente encuentre en su grupo de iguales un lugar identitario donde podrá relacionarse resignificando a la vez toda una historia de relaciones infantiles que promoverá una salida a la exogamia.

Para poder elaborar una pérdida, para renunciar a algo, el sujeto tiene que transitar como decíamos anteriormente por un complejo camino, donde dicha pérdida debiera arrancar el motor de poder investir

libidinalmente un objeto externo diferente en forma, pero con características similares en el orden simbólico con el objeto perdido.

En este proceso pueden aparecer sentimientos de falta de lealtad hacia aquello que hemos perdido, los cuales pueden llevar a un sentimiento de culpa. Aquí, la pena y la tristeza aplacarán a un posible superyó culpabilizante y el sujeto podrá elaborar con mayor facilidad el proceso de duelo.

El propio psicoanálisis es una experiencia en la que se atraviesan diferentes duelos.

Duelo por los ideales de normalidad y felicidad, duelo del ideal de la relación sexual, de la posibilidad de complementarse con el otro, duelo de la verdad como objeto certero.

No hay que obviar los momentos sociales que estamos viviendo, una sociedad donde pareciera que no hay cabida al sufrimiento, lo que prima es la inmediatez, el individualismo, la poca tolerancia a la frustración y las fórmulas mágicas.

Cuando nos adentramos en el trabajo clínico con los pacientes, nos encontramos con diferentes particularidades del sufrimiento psíquico propias de la individualidad del sujeto.

Deberemos tener en cuenta en nuestra escucha aquello que no obture la capacidad deseante y que pueda hacer un llamamiento a algunas preguntas a nuestro juicio importantes: ¿Qué es aquello que tanto dolor le produce al paciente? ¿a qué le cuesta tanto renunciar?

En la medida que podamos enfrentarnos a las diferentes vicisitudes de la vida que irán surgiendo, será posible elaborar el proceso de duelo. En caso contrario, sería empeñarnos en permanecer en un imposible.

Para concluir, nos parece importante señalar que es necesario articular y ubicar nuestra escucha en la superposición entre los duelos que se nos imponen en la sociedad actual y aquellos que se ordenan en la experiencia de la cura psicoanalítica.

El trabajo del duelo elaborado y asumido corresponde a la asunción de la castración.

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**Sobre los autores:

Celia Bartolomé Sacristán; es licenciada en Psicología. Psicóloga psicoanalista. Psicoterapeuta de niños, adolescentes y adultos. Miembro asociado de la Asociación escuela de clínica psicoanalítica de niños y adolescente – AECPNA. Psicoterapeuta del Centro de Atención psicológica Hans de AECPNA.Participante del grupo de Investigación y Estudios de Hans de AECPNA.

José Antonio Alonso Lusarreta; es Psicólogo General Sanitario. Psicoterapeuta acreditado por FEAP Miembro del Centro Hans de AECPNA.

Rocío Mallo (Ilustradora); es Psicóloga Sanitaria, formada en clínica psicoanalítica con niños, adolescentes y el trabajo con padres.

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