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Número 21

Aprendiendo desde la clínica: Ateneos

De la precariedad psíquica a la subjetivación. Proceso analítico de una niña pequeña

Por Nahir Bonifacino. Presentación por Edith Bokler

Presentación por Edith Bokler

En el texto de Nahir, “Avatares del devenir sujeto”, ella nos describe parte de lo que hoy escucharemos sobre su trabajo clínico: “…que la constitución del sujeto psíquico deviene en términos intersubjetivos, y que en el proceso de subjetivación -es decir, de llegar a percibirse como sujeto de las experiencias, con la representación de un cuerpo propio y con la posibilidad de utilizar el lenguaje enunciado en primera persona (yo)- están implicados la adquisición y el despliegue de las funciones yoicas: el lenguaje, la motricidad, la atención, la capacidad de pensar, entre otras”.

Hoy escucharemos el relato de esa travesía que emprendieron la paciente y Nahir en pos de una constitución subjetiva que no había podido desplegarse.

Una travesía que, en sus orígenes tempranos, en los vínculos primeros y primarios, no salió de tierra firme. Partió de un desencuentro, de un nido endeble que no consiguió dar suficiente sostén para atravesar la ardua tarea de constituirse como sujeto. Faltaron los mimbres, las redes que hicieran posible el entramado representacional que el cuerpo y la lengua desmadejados de esa niña reclamaban.

El trabajo de Nahir en esencia consistió en hacer contacto con ella, a través de gestos mínimos que su paciente le ofrecía para luego poder ensanchar una comprensión y comunicación que abrió nuevos sentidos e hizo posible la apertura relacional necesaria para construir el proceso de subjetivación.

Quienes trabajamos con niños sabemos que para poder realizar lo diferente: un yo diferenciado de un no-yo; para poder inaugurar lo plural, en un vínculo que devendrá social, comunitario; para poder resignificar lo vivido en cada gesto haciéndolo propio y único y para dar entrada a la simbolización e historización es condición necesaria la relación con el Otro.

Winnicott nos señala que es a través de la madre- ambiente como el bebé podrá entrelazar y ligar sus sensaciones corporales a través de los sonidos, las miradas y las caricias que en su singular y propia tonalidad donará la madre a ese infans que más tarde, si es que ambos pueden tolerar y transformar las fallas y frustraciones de la crianza, devendrá sujeto. Madre- ambiente que le humanizará y le transmitirá su herencia y su deseo por el saber y la curiosidad.

Pero para que el lazo amoroso tenga efecto será necesario, como dice Esteban Levin, “dar lo que no se tiene a un niño que todavía no ha llegado a serlo”. Nombrarlo, será un acontecimiento primordial que lo inscribirá en su propia genealogía, ocupando un lugar familiar que reubicará a todos aquellos que le preceden y que tomarán nuevas posiciones. Una movilidad y transformación que se verá reflejada a su vez en la huella o marca de significación que ofrecerá la pareja parental al recién nacido para que constituya su identidad. Si el bebé no es convocado a ocupar ese lugar, su estar en el mundo, su jugar-se se verá escamoteado y lo posible es que se derrumbe. En su “desamparo originario” (Freud, 1926) necesita de la figura de sostén, de ayuda, de auxilio, de relevo, de alguien que salga a su encuentro para no llegar a sucumbir en el horror de las ansiedades catastróficas, o mejor dicho para llegar a la serena playa de la integración. Sin poder transitar esa experiencia de existir en y con el Otro, el juego, la vida psíquica, la vida toda queda en suspenso.

De allí la complejidad de trabajar con aquellos niños que son traídos a consulta física y simbólicamente inconsistentes, desbordados, confusos, desparramados y disparados en su contención pulsional, con el cuerpo agitado o rígido, en puro grito o en silencio y sin poder encontrar un sentido, sin encontrar-se, ni encontrar a otro que les calme, y les permita un “jugar” instituyente que produzca una marca significante.

Atender a esta llamada de auxilio solo es posible dentro de un armazón teórico, clínico y ético. Armazón que supone la asunción de que el trabajo con estos niños parte de la noción de algo que aún no existe y que advendrá, y que solo podrá ser realizado a través del recoger esos pedacitos desorganizados del ser en una función maternante, significante. Función que se desplegará en el vínculo transferencial a través de elementos no verbales: la cualidad de las miradas, la tonalidad de la voz, los gestos, las posturas. Palabras y piel fundidas como una membrana para ser tocado, nombrado y dotado de intenciones.

Ofrecer nuevas representaciones, dar lugar a la neogénesis, que plantea Silvia Bleichmar será la tarea de las intervenciones analíticas necesarias, puesto que no estamos hablando de haber alcanzado las condiciones para implantar un método psicoanalítico: no estamos frente a un inconsciente constituido con su correspondiente conflicto intrasubjetivo e intersistémico.

Se trata entonces de la búsqueda del modo singular de constitución de ese sujeto en particular. Ofrecerse en un vínculo transferencial transformador donde captar la necesidad primera de un espejamiento, para desde allí acceder a los primeros esbozos de simbolización. Brindar sentido a lo que los pacientes ponen en acto y armar una articulación significante que abra caminos para, en palabras de Silvia Bleichmar, “construir los recorridos … sin ejercer un exceso de violencia simbólica”, porque como ella nos dice “La intervención del analista no se reduce a encontrar lo que ya estaba, sino a producir elementos nuevos de recomposición y de articulación que den un producto diferente del preexistente”.

Esta propuesta de intervenciones analíticas contacta con el trabajo de D. Winnicott con el falso self, cuando nos sugiere que algo del orden del develamiento se abre paso y permite al paciente salir de la cápsula defensiva que se había construido para evitar angustias que le desborden y así poder salir al encuentro de su verdadero self. En el caso de hoy las representaciones desligadas, sin articulación encontraron un nuevo “entrelazamiento psíquico” a través del holding, y alejaron a la paciente de una configuración abocada a la patología. Pero ¿develamiento quiere decir que algo estaba esperando por aparecer y no sucedió, ya sea por un fallo constitucional del sujeto o del Otro encargado de su subjetivación, o se trata de algo que nunca aconteció?

Vuelvo a S. Bleichmar, siempre me ha gustado esta idea que ella aporta …un aparato que si bien tiene cerradas- en la mayoría de los casos – las vías de salida, tiene siempre libres las vías de acceso. Y es por esas vías de acceso por donde se desplegará el pensamiento, entendido en su puro placer, jugando el juego de la presencia -ausencia, de la revelación-ocultación, de la ilusión- evocación, de la potencia-fragilidad. Ahora bien, jugar por jugar, jugar a pensar no es posible en soledad, sin el abrigo del Otro. Para un pensar vivo, para transitar una experiencia, una narración referida al origen, donde se mezclen amor y sexualidad como motivo de nuestra existencia, tiene que haber un Otro con deseo y con anhelo, ya que anhelo remite a la falta, pero en estado de espera o esperanza. Sin compañía, el jugar-pensar es solo dolor, displacer, repetición angustiosa.

Como nos recuerda Elisa Martín en su bello libro, “La belleza en la infancia”, en los cuentos infantiles el bosque es el lugar donde, sin brújula, se corre el peligro de andar eternamente haciendo recorridos circulares, pero es también el lugar donde en general los protagonistas “inician travesías de las que regresan transformados”. Algo de esto último fue lo que sucedió. Cuando los inicios están marcados por un desencuentro nos vemos en la consulta frente a niños desvitalizados, ajenos de sí mismos. Seres a la deriva, sin camino para avanzar, solo retornando estereotipadamente a sí mismos. Nahir en sus primeros encuentros acoge breves gestos, como si de balbuceos se tratara, que hacen de puente entre ambas e instaura en medio del desparramo y confusión de materiales y de palabras desarticuladas que no consiguen apropiarse del yo, del mío un espacio posible de ser jugado. Construyendo a través de la experiencia del “entre dos”, al decir de Esteban Levin “un espacio semántico, sensorial, motriz, libidinal”, que se desvía de lo prearmado, prefigurado para salir a la búsqueda del acontecimiento único, imprevisible que supone un encuentro deseante.

Y ese disparate de los inicios es una demanda de auxilio que funciona como el grito que Genie Lemoine-Luccioni describe en su libro “El grito. El sueño del cosmonauta”. Grito que es escuchado y donde no prevalece solo la descarga, la pura angustia de quedarse en el vacío y la negrura, la urgencia no calmada, sino la función secundaria del grito, la de “la comprensión mutua”.

Si el punto de partida es la precariedad psíquica, el trabajo activo de escucha, de construcción, de integración, inaugura acontecimientos que organizan y dejan marcas imperecederas. Podemos llamarlo experiencia infantil temprana o neogénesis, lo que cuenta es que permite producir otro deslizamiento, uno que transforma una caótica organización perceptiva, en algo más sólido, realizado a través de la alegría y sorpresa de verse reflejado y junto a la promesa de romper una soledad existencial, simplemente el ser correspondido.

El espacio analítico, el vínculo transferencial ofrece una experiencia, no solo con voces, tonos, miradas, sino también con gestos, posturas, sensaciones táctiles. Ese abrigo de piel que, según Elisa Martín, es el legado único que le dejamos a nuestros niños: tacto, contacto, calor que evoca el abrazo-sostén materno. No deja de ser un abrigo, al igual que las palabras que ofrecemos para que formen una segunda piel.

Producir un trabajo de impulsión necesita un encuadre que posibilite y lance al niño a la exploración de significados sin negar su impulso de destrucción, pero sin titubear frente a la puesta de límites. Entendiendo que la agresividad primaria forma parte del proceso de subjetivación, en tanto se despliega en y con la pulsión amorosa más originaria. Son los afectos contenedores y limitantes los que permiten nacer como sujeto psíquico y verse a sí mismo reflejado, uno y único para el Otro, para de ahí en más salir a explorar y conquistar un esquema corporal unificado.

La posibilidad de simbolizar se abre camino en la mutualidad de la experiencia, afectiva y cuidadora haciendo hueco a la representabilidad y figurabilidad que permiten la afirmación de esas funciones yoicas otrora desfallecientes. Tiempo y espacio se conjugan, aunque entren en escena oscilaciones y vaivenes que hacen que el agobio y la angustia contratransferencial hagan presencia y se ciernan dudas sobre el pronóstico, ¿a quién no le ha pasado? Vuelve a mí el recuerdo de Amine, el niño que Lucas Quagelli nos trajo en sus sesión clínica del año anterior, y su descripción de verse como analista en puro desaliento, desgastado, enfadado. Con estos niños precarios somos en ocasiones testigos tristes y agobiados de angustiosas desintegraciones psíquicas.

Pero Nahir y su paciente arman una historia de gozo compartido, el de “haber hecho una niña”. Y decir hay historia es decir hay relato puesto que la inmersión simbólica, la creación, la fantasía ha comenzado a operar. Y como todo relato requiere no solo de la imaginación sino de la memoria ajena para no perderse. El érase una vez, es en parte lo que queda de uno mismo en el encuentro con los otros. El recordar, que sencillamente es: volver al corazón, volver a sentir. Ahora seremos testigos de un logro compartido al calor y en el lenguaje del vínculo transferencial en el que la vulnerabilidad, la carencia no se significó sólo como ausencia sino como promesa de un descubrimiento posible.

 

Nahir Bonifacino

Resumen

Irina es traída a la consulta por su mamá a los 15 meses de edad. Tiene un reciente diagnóstico de riesgo de autismo. Presenta notorias dificultades para relacionarse. Su rostro es inexpresivo y su mirada es evasiva. No se expresa verbalmente.

La dinámica de la díada va mostrando importantes fragilidades y ambivalencias maternas que obstaculizan la posibilidad de separación y discriminación. En este contexto, la desconexión de Irina parece surgir como reacción a un vínculo que, en lugar de generar un marco de contención para la excitación temprana, expone a la bebé a la presencia intrusiva del cuerpo y el pecho materno, y, por ende, a un exceso de excitación, con efecto perturbador.

Se describen y analizan los dos primeros encuentros clínicos con Irina y su mamá, en los cuales las intervenciones de la analista fueron promoviendo en la díada experiencias novedosas, lúdicas y placenteras que habilitaron a la bebé hacia una dimensión simbólica y subjetivante, con el acceso a la palabra como representación.

El abordaje fue realizado en base a contribuciones provenientes de estudios observacionales de la interacción de díadas madre-bebé, abordajes psicoterapéuticos del vínculo temprano y teorizaciones psicoanalíticas del psiquismo precoz.

 

1.    Primer encuentro

Irina, de 15 meses de edad, llega a la consulta en brazos de su mamá. Su rostro es inexpresivo. Gira su cabecita de un lado a otro en un gesto automático sin detener su mirada en ningún lado. Parece no registrar mi presencia. Su presentación me impacta. La mamá la sostiene en forma endeble y cuando Irina se mueve genera inestabilidad en las dos. Le ofrezco a la mamá un asiento, donde ella se ubica con la bebé en brazos.

Me siento frente a ellas, cerca de una mesa baja en la cual dispuse algún material de juego. Saludo a Irina llamándola por su nombre, pero ella no da señal alguna. Continua con el movimiento automático de su cabecita y su mirada evasiva. Ante esta ausencia de respuesta, la mamá me dice que Irina no responde a su nombre, que tampoco la mira a ella y que esto la tiene muy preocupada. Cuenta que hace unas semanas la llevó a una clínica especializada, donde en función de las técnicas empleadas diagnosticaron que Irina presenta riesgo de autismo.

En un nuevo intento de establecer un contacto, tomo un caballito de juguete de la mesa, me dirijo a la bebé, y le digo:

A: Irina… acá traje estos juguetes para ti… ¿A ver si te gustan…? ¿Conoces los caballitos…?

Desde los brazos de su mamá, la bebé – que hasta entonces me daba la espalda – se gira y me mira expectante durante breves instantes. Pienso que esta reacción probablemente pudo ser motivada por el tono de voz agudo que utilizo en forma espontánea al dirigirme a ella. Si bien su rostro permanece inexpresivo, su respuesta me genera cierto estímulo. Para seguir promoviendo el contacto le ofrezco entonces el caballito de juguete que sostengo en mi mano. Sin embargo, ella otra vez se gira en brazos de su madre dándome nuevamente la espalda.

A: A ver… ¿te gustará más esta gallinita…? co-co-có…- digo en forma pausada y con una entonación lúdica, mientras le ofrezco este otro juguete. Irina se gira nuevamente hacia mí, mira la gallinita de juguete, la toma de mi mano y la deja caer, sin mirarme.

A: ¡Uy…! se cayó! ¿Dónde se habrá ido esta gallinita…? – pregunto con tono entusiasta y generando cierta expectativa.

Recojo el juguete del suelo y se lo ofrezco otra vez. Ella vuelve a tomarlo y a dejarlo caer. De esta forma, va teniendo lugar una secuencia en la cual Irina mira el juguete, lo toma de mi mano y lo deja caer, mirando hacia el piso. Luego, con tono de expectativa yo pregunto: “¿a ver…? dónde se fue la gallinita…?”; y finalmente la recojo, diciendo con sorpresa: “acá está!”, y ofreciéndosela nuevamente. Esta secuencia se reitera varias veces bajo la observación atenta de la mamá.

En determinado momento, Irina vuelve a darme la espalda y refriega su rostro contra el cuerpo de su madre, quien rápidamente le introduce el pezón en la boca diciendo que le parece que tiene sueño. 

Comentario I. Aparecer-desaparecer.

La presentación de Irina y su mamá me genera una gran preocupación. La mamá trasmite fragilidad y desconcierto, y la bebé no muestra iniciativa ni disponibilidad para relacionarse. Impresiona como ajena a la situación. Dadas estas características entiendo necesario tomar por mi parte la iniciativa en la búsqueda de un contacto. Con esta intención la miro, le hablo y le ofrezco el juguete. Irina va respondiendo a mi iniciativa mostrando cierta reacción. Me mira brevemente, se gira hacia mí desde los brazos de su mamá y toma la gallinita de mi mano para dejarla caer. Luego, al modo del “fort-da” descrito por Freud observando a su nieto jugar con el carretel (Freud, 1920) y en un intercambio elemental con la gallinita de juguete, se va generando entre las dos una secuencia en la cual Irina deja caer el objeto – haciéndolo desaparecer – y luego éste vuelve a aparecer siendo presentado por mí. En esta actividad se pone en escena – e Irina va adquiriendo – una experiencia muy significativa y estructurante del psiquismo temprano, que remite al par presencia-ausencia, elemento fundamental en el camino hacia la simbolización.

Cabe preguntarse: ¿Tendría ella al inicio la expectativa de que yo le ofreciera nuevamente el juguete o simplemente lo dejaba caer por su propia desconexión o por desinterés? Me inclino por esta segunda opción. Considero que tal vez fue el posicionamiento activo y creativo de un otro-analista ubicado en una función de objeto simbolizante (Rousillon, 1999) lo que iba habilitando a la bebé hacia una experiencia original y novedosa. Tal como plantea Winnicott (El juego, exposición teórica, pág. 61 Realidad y Juego): “cuando el juego no es posible, la labor del terapeuta se orienta a llevar al paciente de un estado en que no puede jugar a uno en que le es posible hacerlo”.

Sin embargo, la posterior iniciativa de la mamá atrayendo a la bebé hacia sí y más propiamente hacia su pecho, interfiere y obtura los precarios recursos que van surgiendo en Irina para el procesamiento de la separación y de la ausencia del objeto, lo cual remite en última instancia a la separación del objeto primario– mamá. En este sentido, el gesto intrusivo de la madre al introducir rápidamente su pezón en la boca de Irina parece dar cuenta de fuertes resistencias maternas frente a cierta apertura de la bebé a establecer un contacto con otro-analista, como el que se da en esta ocasión a través del juguete.

Percibo una mamá que llega a la consulta genuinamente preocupada y buscando ayuda, pero que, a la vez, presenta importantes dificultades para dar lugar a un tercero en el vínculo con su hija. Ante la percepción de esta situación y de la sensación de inseguridad y fragilidad que trasmite la mamá, intervengo – como se verá a continuación – desde un registro descriptivo, señalando las capacidades de Irina y a la vez reconociendo a la mamá en su función y en su identidad materna. Tal como ha sido planteado, en el abordaje del vínculo temprano la sensibilidad materna es un elemento que agrega complejidad para la intervención del analista (Stern, 1997). Esta condición se hace más compleja aún en situaciones en que los desencuentros sostenidos de la díada – como aparecen entre Irina y su mamá – exponen a la bebé a un riesgo en el desarrollo emocional temprano y en el funcionamiento psíquico precoz (Winnicott, 1945).

A: …pero viste que ella estaba jugando… – le digo a la mamá – tiró el juguete y se lo di… y lo volvió a tirar esperando que se lo devolviera otra vez… y este es un juego muy importante… porque de esta forma Irina nos muestra que está procesando la experiencia de separarse de ti y saber que te va a volver a encontrar, así como se separa del juguete y vuelve a tomarlo una y otra vez…

La mamá me mira y me escucha atentamente. Luego, retira a Irina de su pecho, la mira y la abraza. Me cuenta que viven las dos solas y que hace más de un año que ella se separó del papá de Irina. Agrega que, como están las dos solas en la casa durante varias horas del día, ella tiene encendido un televisor grande para entretener a la bebé.

M: Y ella no habla nada… capaz que porque al estar todo el día la televisión prendida …

A mí me parecía que eso le gustaba… – reflexiona.

A: ¡Pero…! – digo con una entonación más aguda, pausada y dirigiéndome a la bebé, que responde a mi mirada – mamá pensó que te gustaba ver la televisión, Irina… pero me parece que a ti te gusta que te miren y te hablen…, ¿verdad?

“Ah…ah…ah…” – dice la bebé, mirándome y emitiendo sonidos por primera vez. Luego, se gira sobre sí misma y con cierta excitación aprieta su boca contra la mejilla de la mamá, que otra vez la abraza.

A: Nos mostrás que te gusta charlar… – digo, dirigiéndome a Irina en un tono entusiasta- y también que la querés mucho a mamá…

M: ¿Está hablando…? – pregunta la mamá, mirando afectuosamente a Irina. No obstante, para mi sorpresa, de inmediato la atrae hacia su pecho y otra vez le introduce su pezón en la boca. La bebé un tanto incómoda se prende por breves instantes y luego se aleja del pecho.

A: Ella busca estar contigo… porque tú sos la mamá y te quiere mucho, y quiere seguir siendo tu bebita… pero la ayuda a crecer no estar tan pegadita a ti … compartir un juguete… cantarle… mostrarle un librito. ¿Ella dónde duerme? – pregunto.

M: ¡Ay, no! ¡No! ¡No me digas! ¡No me digas que la saque! Ella duerme conmigo en mi cama, así, de noche si se despierta le doy pecho y sigue durmiendo. Toma un poquito nada más, apenas y de a ratitos toda la noche…

Le digo a la mamá que sí ayudaría a Irina tener su propia cama y dormir en su cuarto.

Al despedirnos, después de cerrar la puerta, escucho la voz de la mamá cantándole a su hija mientras esperan el ascensor.

Comentario II. Esbozos de expresión verbal.

En el marco analítico Irina puede comenzar a establecer un contacto a través de la mirada y de la expresión de vocalizaciones simples y elementales dirigidas a un tercero. No obstante, ante este nuevo movimiento de la bebé hacia la discriminación y el relacionamiento con la analista, la mamá vuelve a responder de manera intrusiva apropiándose del cuerpo de Irina e imponiéndole nuevamente su pezón en la boca. De esta forma, la iniciativa de la bebé de expresarse con su propia voz (“ah…ah…ah…”) y de acceso a la palabra queda obturada por la intromisión materna, que no deja espacio para la dimensión simbólica.

La dinámica que se despliega entre madre e hija va generando en mí algunas hipótesis. Por un lado, noto que Irina a pesar de sus dificultades y en la medida en que no me percibe como una presencia intrusiva va mostrando cierta capacidad de relacionamiento, sea con algunas miradas o emitiendo ciertos sonidos. Entonces, su desconexión y su mirada evasiva, ¿serían expresión de una defensa primaria (Fraiberg, 1982; Salomonsson, 2016; Savelon et al., 2022) que surge como reacción a un vínculo madre-hija que, en lugar de brindar contención a la excitación temprana, expone a Irina a una presencia intrusiva del cuerpo y el pecho materno, y, por ende, a un exceso de excitación que impacta en el psiquismo incipiente con un efecto perturbador? (Benjamin, 2014).

Y en este contexto, ¿cómo introducir un tercero que habilite a Irina a la discriminación y a la simbolización sin convertirme yo misma en una presencia intrusiva que genere en la madre una reacción de rechazo a la intervención que ella y su hija necesitan? Es en función de esta interrogante y percibiendo en la madre la necesidad de preservar la distancia que propongo recibirlas recién una semana después, y no antes, como hubiera considerado deseable en función de las dificultades en la dinámica de la díada y sus consecuencias negativas en el psiquismo precoz de Irina.

1.      Segundo encuentro

El día acordado para vernos, la mamá se comunica telefónicamente y manifiesta dificultades para traer a Irina a la consulta. Coordinamos entonces nuevamente el segundo encuentro para algunos días después.

Al abrir la puerta, desde los brazos de su mamá Irina me mira, se da vuelta y llora, repitiendo esta secuencia algunas veces.

La mamá se inquieta y se muestra insegura. Se sienta con Irina en sus brazos y dice que no sabe por qué se pone así, “porque ella estaba bien… y antes no era así…“.

A: ¿Y desde cuándo la ves así? – pregunto.

M: y…desde que tiene conciencia de adónde vamos… antes ella era más dada…

A: claro, pero ahora está más grandecita y se da cuenta cuando está con personas que no conoce – le digo – y eso la hace sentirse insegura. Ella quiere conocer a otras personas… y por eso cada tanto me mira… pero también le da un poco de temor…

Al ir escuchando mi voz con tonalidad serena y pausada, Irina desde los brazos de su mamá se gira para mirarme.

A: ¿Verdad, Irina…? – le digo, mirándola – Te sentís segura y cuidada con mamá. Ella otra vez se vuelve hacia la mamá y apoya la boca abierta en su mejilla.

La mamá, muy emocionada, dice: “ah, qué amor…”, y la abraza. Luego, la sienta en sus rodillas ubicando a la bebé de frente hacia mí. Noto que Irina me mira en forma sostenida. Percibo que, cuando con mis palabras reconozco lo importante que es para Irina su mamá para sentirse segura y cuidada, esto genera un gran alivio en la madre, quien entonces también se muestra “más dada” y con mayor disposición a permitir que la bebé se relacione conmigo.

Sin embargo, la mamá interrumpiendo la mirada de Irina hacia mí, le ofrece rápidamente la gallinita de juguete que está sobre la mesa. La bebé llora, la rechaza y se da vuelta. “¿No querés…? – dice la mamá, mostrándose visiblemente afectada por la respuesta de Irina – pero el otro día jugaste con la gallinita… “- agrega, aludiendo al encuentro anterior.

Le va ofreciendo después otros juguetes que toma de la mesa, pero la bebé nuevamente los rechaza y llora. El desencuentro que percibo en la díada me resulta penoso. La mamá insiste en su ofrecimiento y manifiesta frustración y angustia ante la reiterada reacción de rechazo y de llanto de la bebé. Percibo que, si bien una intervención de mi parte en ese momento podría ayudar a Irina a calmarse, al mismo tiempo esto podría generar en la mamá un sentimiento de inadecuación o descalificación que podría acentuar su fragilidad. Por lo tanto, me abstengo de actuar y de decir, manteniéndome a la espera.

Luego, la mamá toma un libro que está sobre la mesa y se lo muestra a Irina. “A ella le gustan los libritos…”, me dice.

La bebé primero rechaza el libro girando su cabecita hacia otro lado, pero luego se da vuelta y comienza a mirar con atención. Espontáneamente va señalando con su dedito algunas imágenes a medida que su mamá va pasando las páginas.

“Qué lindo está este libro” – dice la mamá – podríamos conseguir uno parecido para tener en casa, Irina…” – y mirándome, agrega – “Ella tiene un librito que le gusta mucho y yo lo traje, ¿se lo puedo mostrar? “

A: claro – le digo, alentándola. Y luego, dirigiéndome a la bebé, agrego – Qué bueno que mamá trajo el librito, Irina… ¡Cómo te conoce mamá y cómo sabe lo que te gusta…!

La bebé se interesa en el libro que su mamá saca de un bolso y le ofrece, y ella misma va pasando las páginas. Esta vez, es la mamá quien le señala imágenes mientras hace algún breve relato de lo que ven juntas. Irina mira a la mamá, mira el libro y hace alguna breve vocalización después de escuchar a la mamá.

A: te gusta ver el libro con mamá… – le digo. – Están leyendo juntas!

La mamá sonríe aliviada. “Sí, a ella le gusta mucho cuando leemos libros… “

 

Comentarios III. Iniciativa e intención comunicativa.

En este segundo encuentro las resistencias maternas persisten. La mamá busca ayuda y muestra preocupación, pero al mismo tiempo me mantiene a distancia.

Al inicio, Irina percibiendo tal vez los mensajes contradictorios de la mamá, pone en escena con sus gestos de rechazo la dificultad para incluir mi presencia – un tercero. En el abordaje terapéutico del vínculo temprano, los señalamientos que van dirigidos a la bebé – en este caso relativos a sus temores e inseguridades – también son escuchados por la mamá y pueden adquirir en ella cierta resonancia en relación a sus propios aspectos inconscientes (Lebovici, 1988; Cramer y Espasa, 1993; Stern, 1997). Luego, al sentirse reconocida por mí en su función materna y valorada en la preferencia que la bebé muestra hacia ella, la mamá puede ubicar a Irina en su falda de frente hacia mí, de forma de permitir el contacto de la bebé conmigo.

Sin embargo, en la mamá se impone la ambivalencia, y en un movimiento intrusivo ofrece rápidamente a Irina distintos juguetes que la bebé uno tras otro rechaza. A pesar de este desencuentro en la díada, valoro la reacción de rechazo activo de Irina ante la actitud intrusiva de su mamá. Noto que, en lugar de un repliegue o una desconexión evitativa la bebé comienza a manifestar impulsos y reacciones más vitales (Guedeney, 2007).

Luego, después de cierto forcejeo, Irina se interesa en el libro que su mamá toma de la mesa, y tiene lugar entonces una escena muy significativa. Señalando espontáneamente y convocando la mirada de la mamá hacia imágenes del libro que despiertan su interés, la bebé despliega un gesto al que se le atribuye un importante valor diagnóstico en el desarrollo socioemocional precoz.

Se trata de un gesto de atención conjunta, que implica una intención comunicativa, junto con un movimiento de discriminación y de reconocimiento del otro. Es decir, al señalar con su dedito las páginas del libro, Irina muestra en forma activa y espontánea su iniciativa de convocar la mirada materna hacia algo que es ajeno a las dos y que las dos pueden compartir.

A modo de respuesta y notando este interés de Irina, la mamá dirigiéndose a ella, dice: “Qué lindo está este libro…podríamos conseguir uno parecido para tener en casa…” Su mensaje es ambiguo. ¿Reconoce la mamá que un tercero-analista pueda ofrecer algo lindo-valioso en interés de Irina y propone entonces conseguir uno parecido por la valoración que esto implica? O, en cambio, ¿” tener uno parecido en casa” – para las dos, Irina y mamá – sería una forma de no necesitar y de anular la presencia de un tercero? Ante la vulnerabilidad que percibo en la mamá no interpreto su ambivalencia. Entiendo que señalar este aspecto podría resultar para ella intrusivo, a destiempo o que incluso podría sentirlo como un ataque a su capacidad de brindar cuidado y atención a la bebé, afectando aún más su representación de sí misma como madre.

En esta línea, cuando la mamá luego le ofrece a Irina el librito que ella le trajo y lo miran juntas, señalo, en cambio, el conocimiento que la mamá tiene de la bebé y el gusto de Irina por compartir juntas esa actividad. Teniendo en cuenta las particularidades de la dinámica transferencial que se despliega en la atención de díadas madre-bebé, con la susceptibilidad de la madre como elemento fundamental, reconocer y señalar las capacidades maternas, así como el valor que tiene para la bebé lo que la mamá le ofrece, tiende a promover en ésta una representación más valorada de sí misma (Stern, 1997). A la vez, el no percibirme como una figura descalificadora puede favorecer una mayor aceptación de su parte hacia mi presencia y mis intervenciones.

Después de unos minutos de mirar el libro con su mamá, Irina se desinteresa y se mueve incómoda en su falda. Percibiendo esta situación, pregunto a la mamá si la bebé ya da pasitos. Ella, mostrándose orgullosa y sonriendo, dice que sí, y agrega que también sabe trepar por todos lados. Mientras tanto, baja a Irina de su falda y la ayuda a pararse en el piso. La bebé espontáneamente se trepa con agilidad al diván, que está al lado. Trepa y baja reiteradas veces disfrutando de sus movimientos.

A: ¡Hacés todo eso, Irina…! ¡Como dijo mamá…! – le digo.

En cierto momento, desde el borde del diván la bebé mira a la mamá, extiende los bracitos y se lanza hacia ella, que la sostiene. Irina muestra alivio y disfruta de ser sostenida por su mamá.

A: ¡Opa… qué fuerza tiene mamá…! ¡Cómo te sostuvo…! ¡Te gustó! – agrego. Ella se vuelve a trepar al diván.

A: Me parece que vas de vuelta… – le digo con voz animada y de expectativa. Luego, voy describiendo y acompasando con mis palabras y con la tonalidad de mi voz los gestos de Irina mientras ella otra vez estira sus bracitos hacia la mamá – 1, ¡¡¡2 y…3!! – dice la mamá, en forma entusiasta, sumándose a mis palabras de expectativa y disfrutando también de esta actividad con Irina. Cuando la bebé se lanza hacia ella, ella la sostiene con fuerza y la abraza sonriendo.

Se genera un lindo encuentro entre ambas. Noto en Irina por primera vez, un esbozo de sonrisa. Disfruta del encuentro con su mamá y de la expectativa de ser sostenida por ella.

“Le gusta jugar, sí…” – dice la mamá contenta y viendo a Irina sonreír.

La bebé continúa mostrando sutiles cambios en su expresividad facial. Arquea levemente sus cejas con un gesto de sorpresa y continúa con leves sonrisas, a la vez que busca y sostiene más la mirada de la mamá y la mía.

Después de reiterar este juego algunas veces, por su propia iniciativa Irina se sienta en la falda de la mamá de frente hacia mí y me mira expectante. También la miro y le sonrío haciendo algún comentario. Luego, tomo de la mesa el caballito de juguete y hago sonidos de los cascos del caballo.

La mamá repite los sonidos que yo hago y también la tonalidad de mi voz, y agrega: “el caballito…”

Irina me mira con atención. Noto que mira mis labios e imita lentamente el movimiento de mi boca, hasta que, en voz muy baja, imita también el sonido…

A: Estás haciendo como el caballito… – le digo.

Ella baja de la falda de su mamá y se queda parada, sostenida entre la mesa y el sillón. M: me preocupa que no hable todavía… – dice la mamá – ¿Cómo puedo ayudarla?

A: …viste que ella nos está mirando más y busca relacionarse, y eso es muy importante para poder empezar a hablar… ¿Tú le hablás…?

M: sí, pero capaz que demasiado… porque como quiero que hable, le insisto…

A: bueno, es importante esto que tú te das cuenta. Irina está dando señales de que va a hablar… capaz que tú le podrías hablar sin insistir mientras le das de comer o a la hora del baño… ¿A ella le gusta quedarse en el agua del bañito?

M: sí, y tiene un pato con el que juega… – responde la mamá, con una sonrisa.

De pronto, escuchamos la voz de Irina que dice: “cua cua…”, y las dos la miramos sorprendidas.

A: ¡Qué atenta que estás, Irina! Y le mostrás a mamá que sí hablás… Hiciste como hace el pato de tu bañito…

Le digo a la mamá que estas palabras de Irina son muy importantes porque nos muestran que ella nos está escuchando atentamente y que entiende y participa de nuestra conversación.

M: ¿si…? – dice la mamá, visiblemente conmovida – Me emociona mucho lo que decís… porque yo estaba muy preocupada por ella … – se angustia – Yo pensé que le había hecho daño… porque ella no me miraba… Ella no me dice mamá… – agrega llorando y muy angustiada.

Irina, parada al lado del sillón donde está su mamá, se acerca a ella y apoya la boca en su mejilla con mucha suavidad. La mamá también la abraza suavemente. La bebé luego en forma espontánea se separa y se dirige hacia una puerta ventana que está detrás del sillón y de espaldas a la mamá. Allí se queda parada sosteniéndose con sus manitos en el vidrio. Ya es de noche y la ventana es como un espejo. De pronto, comienza a emitir sonidos mirando su imagen en el vidrio. Hace sílabas largas con distinta entonación: “…ooooohhhhh…. eaaaaahh…. eeeeehhh …” Parece escucharse y jugar con su voz.

Le muestro a la mamá que Irina está empezando a hablar, que imitó la voz del caballito, que dijo “cua – cua” cuando ella mencionó el pato del bañito y que capaz que cuando nos volvamos a ver ya está charlando … y diciendo mamá…

Comentarios y reflexiones finales. Apertura hacia una dimensión simbólica.

Después del reconocimiento por mi parte del gusto de la bebé por compartir la lectura del libro con su mamá, y en respuesta a mi pregunta sobre las habilidades de Irina en la adquisición de la marcha, la mamá la baja de su falda en un cuidadoso gesto de desprendimiento.

Se suceden entonces varios acontecimientos significativos. Por un lado, la bebé muestra un importante dominio de sus movimientos y trepa espontáneamente y con agilidad, disfrutando de su despliegue físico. En contraste con los gestos automáticos de su cabecita que sucedían en el primer encuentro, en esta ocasión Irina muestra un cuerpo que le pertenece y del cual ella puede disponer intencionalmente. Parafraseando a Winnicott (1945), la psique – incipiente – habitaba el soma.

Por otra parte, estimulada por las palabras y la tonalidad de expectativa en la voz de la analista, la bebé y su mamá se vuelven activas protagonistas de una actividad lúdica que las dos disfrutan y en la cual se recrea nuevamente la experiencia de separación y la expectativa de un reencuentro. Trepada en el diván, Irina mira a su mamá y se lanza en sus brazos con la expectativa de ser sostenida, mientras la mamá, con gestos y palabras, alienta esta expectativa de Irina y responde sosteniéndola afectuosamente en el momento en que la bebé lo espera. Madre e hija viven y sienten juntas (Winnicott, 1967) una experiencia lúdica y placentera. Desde otra perspectiva, se trata también de una experiencia de sintonía afectiva (Tronick, 2007), elemento fundamental en el camino hacia la subjetividad. Además, emocionalmente involucrada en esta actividad, la mamá, sumándose a las palabras de expectativa de la analista, agrega con entusiasmo el número “tres” – el tercero – que se introduce como representación también desde el espacio lúdico.

Irina da por finalizada esta actividad sentándose espontáneamente en la falda de su mamá y ubicándose de frente hacia mí. Me mira expectante y disponible para la relación. Es entonces que mira e imita el movimiento de mis labios cuando hago el sonido de los cascos del caballo, y luego imita también el sonido, en voz apenas audible. De esta forma, da lugar a una serie de manifestaciones – mirar los labios del otro, imitar el movimiento e imitar el sonido de la voz – que conforman una secuencia universal en la adquisición del lenguaje (Bruner, 1977). En este sentido, un momento clave es cuando Irina en forma espontánea dice “cua-cua” al escuchar la referencia que hace su mamá al pato de juguete. Muestra así que está atenta a lo que sucede en el ambiente, involucrada en el vínculo, comprendiendo las palabras y participando activamente del diálogo. Además, con la alusión al pato de juguete a través del sonido que lo representa, Irina va anunciando su ingreso al mundo de un lenguaje representacional, es decir, a un universo simbólico.

La mamá se muestra conmovida y aliviada ante la connotación que atribuyo a las palabras de la bebé y a su capacidad de evolución, y puede entonces manifestar sentimientos dolorosos como su angustia, su fragilidad y una percepción negativa de sí misma como madre, con el temor de haber dañado a Irina. Vivencias que remiten a aspectos inconscientes (Laplanche, 1989) vinculados a su propia historia, que se actualizan e interfieren en el vínculo de la díada (Cramer, 1989; Fraiberg, 1975). La bebé percibe la angustia de su mamá y se acerca afectuosamente, pero también tiene la iniciativa de desprenderse del abrazo materno.

En el tramo final, Irina, apoyada en la ventana, descubre en el espejo su propia imagen, a la cual mira y habla con cierta sorpresa y regocijo. En otras palabras, en un acontecimiento altamente significativo en el psiquismo precoz, Irina se descubre en el espejo. La percepción de su cuerpo como propio que se manifestaba en la fluidez, el dominio y el disfrutar de sus movimientos al trepar y bajar espontáneamente del diván y de la falda de su madre, se traslada ahora a la imagen. Es decir, a un nuevo registro que implica una nueva dimensión representacional.

Para finalizar, entiendo que, a lo largo de estos dos encuentros iniciales, la presencia y participación activa de la analista, buscada y anulada alternativamente en función de ambivalencias y resistencias maternas, pudo introducir en la dinámica de la díada elementos novedosos que promovieron un proceso de separación y discriminación, habilitando a Irina a la adquisición de una incipiente representación de sí misma y a esbozos elementales de un lenguaje comunicacional, con apertura hacia un mundo compartido y simbólico.

Entradas Similares del Autor:

*Trabajo presentado dentro del ciclo “Ateneos Clínicos”, en Aecpna, el 26 de noviembre de 2022.

** Sobre la autora: Nahir Bonifacino es Psicóloga, Psicoanalista de niños. Asociación Psicoanalítica de Uruguay.

***Sobre la presentadora: Edith Bokler es psicóloga sanitaria. Psicoterapeuta de niños, adolescentes y familias. Ex Miembro del Equipo del Hospital de día Infanto-Juvenil de Leganés. Docente y miembro de la Junta directiva de AECPNA. Miembro del Fórum Infancias Madrid.

Bibliografía Presentación

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  • Lemoine-Luccioni, (1982) “El grito. El sueño del cosmonauta”. Barcelona: Paidós.
  • Levin, (2019). Autismos y espectros al acecho. Buenos Aires: Noveduc.
  • Levin, (2010) La experiencia de ser niño. Plasticidad simbólica. Buenos Aires: Nueva Visión.
  • Martín Ortega, (2022). La belleza en la infancia. España: Eolas ediciones.

 

Bibliografía

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    • El juego, exposición teórica. En: Realidad y Barcelona: Gedisa: 61-77, 1978. -(1967). El papel de espejo de la madre y la familia en el Desarrollo del niño. En: Realidad y juego. Barcelona: Gedisa: 147-56, 1978.
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