Carmen de la Torre Gordo**
En mayo de 2021 la orientadora de un colegio de primaria, secundaria y bachillerato se pone en contacto con nosotras para programar la participación del Centro Hans en la Escuela de Padres y Madres de su centro educativo. Nos trasmite que desde que se ha vuelto a las clases presenciales tras la pandemia, el trato con los alumnos es mas difícil, observan comportamientos impulsivos, enfrentamientos alumnos-profesores, pero también entre los propios alumnos, situaciones que antes de la pandemia no eran tan llamativos, “es como si no estuvieran ubicados … en las clases…en el centro”. También nos comenta que, en las tutorías con los padres, los observan aturdidos, desorientados, sin saber bien qué hacer, y que todo esto, estaba derivando en un aumento de las consultas al departamento de orientación.
La orientadora sugería qué, aunque ya estábamos todos cansados de hablar de la Pandemia, podría ser bueno que pudiéramos abordar algunas consecuencias de la pandemia en la infancia, en la escuela de padres del próximo curso. Esta demanda de la institución escolar me hizo pensar en lo que se hablaba sobre la infancia: el comportamiento ejemplar de los niños y niñas al comienzo del covid-19, la oportunidad a los padres e hijos de disfrutar de la convivencia familiar durante el confinamiento.
También pensaba en los dibujos que se veían colgados en las ventanas o se enviaban a los sanitarios con mensajes de ánimo y con esa energía, ilusión, y vida tan característica de la infancia, que en esos momentos de pandemia en el que no sabíamos a lo que nos enfrentábamos, era tan necesaria. Pero en tiempos de retorno a la presencialidad escolar, lo que se observa son alumnos inquietos, desubicados, que dan cuenta de su propio malestar como sujetos.
Atendiendo a la demanda de la institución escolar y la demanda de los padres y madres de los alumnos y escuchando el malestar de la infancia, enfrentamos el tema con la siguiente charla-coloquio.
Se ha hablado mucho del buen comportamiento de los niños ante la pandemia, con el riesgo de negar sus miedos y su inseguridad transformándolos en superhéroes, que, con sus dibujos, mandaban un mensaje de frescura y optimismo para combatir la realidad social que estábamos viviendo.
El confinamiento por Covid, que inicialmente iba a ser por unas semanas, y la continuidad de las medidas de seguridad tras el confinamiento, ha supuesto para todos, mayores y pequeños, una amenaza en la estabilidad socioeconómica de las familias, una ruptura en los lazos sociales, y sentimientos de incertidumbre y confusión sobre lo que estaba ocurriendo. Las normas sanitarias recomendadas, a veces contradictorias entre sí, han podido contribuir al incremento del malestar social.
El niño, la niña, el adolescente, como sujeto en proceso de constitución que no ha finalizado, se enfrenta a sus propios cambios físicos (cambios de su propio cuerpo) y psicológicos (cambio de intereses, de capacidades, expresión de emociones…) que ponen en práctica en la relación y en presencia del otro, es decir en un contexto social. El control de la pandemia en beneficio de la salud pública ha obligado a los niños a adaptarse a situaciones de confinamiento o distanciamiento social que han tenido su impacto traumático (por lo impositivo) en el proceso natural de crecimiento de la infancia y adolescencia.
- Los lazos sociales con los iguales se rompen y/o se ven
El juego en la calle, en los patios de los colegios, en las urbanizaciones, en los parques, ofrecen a la infancia espacios espontáneos en los que los niños ponen a prueba sus propias capacidades y habilidades recién adquiridas y su capacidad de autonomía, con el uso de la bici, el saltar a la comba, jugar al balón, inventar bailes, juegos de roles.
El juego ha sido siempre la actividad princeps en la infancia, necesaria e imprescindible en el crecimiento saludable del niño. Se podría decir que es en el juego donde los niños aceptan mejor los límites, ponen a prueba identificaciones, fantasías y deseos. El juego por espontaneo que sea, trae consigo normas que organizan las relaciones en el grupo de iguales, por ejemplo, si forman un equipo de futbol y uno es Ronaldo en el equipo, los demás tienen que jugar a ser otros futbolistas, con los que rivalizaran o cooperaran en el juego. Muchas veces esas normas son inventadas y consensuadas por los propios niños generando ellos un espacio de juego en las que está presente la renuncia y la frustración pero que te abren otras posibilidades de satisfacción y diversión. Todo esto que es una forma espontánea y natural de aprendizaje en la infancia se ha puesto en suspenso con el confinamiento.
Los parques cerrados, el no poder reunirse en la calle ha afectado en la organización y encuentros de las “pandillas” de adolescentes. Estos se han visto reorientados a encontrarse a través de plataformas digitales, justo en un momento social prepandemia
en el que los encuentros y los juegos online estaban generando preocupación en los padres y profesionales, por el tiempo excesivo que tanto niños como adolescentes pasan delante de dispositivos digitales en detrimento del encuentro físico con los otros.
D. Winnicott en “Realidad y Juego” (1971) dice respecto al juego: “lo universal es el juego, y corresponde a la salud. Facilita el crecimiento…conduce a relaciones de grupo…está al servicio de la comunicación con uno mismo y con los demás…es una experiencia creadora que necesita espacio y tiempo…para dominar lo que está afuera es preciso hacer cosas, no solo pensar o desear, y hacer cosas lleva tiempo. Jugar es hacer (en el mundo real en el mundo exterior)”.
“El juego compromete al cuerpo, debido a la manipulación de objetos externos, y por la propia excitación corporal (vinculada al juego)…permite el sentimiento del niño de que existe como persona… sentimiento de que existe como unidad autónoma”.
“Hay un desarrollo que va de los fenómenos transicionales al juego, del juego al juego compartido y de éste a las experiencias culturales”.
“En esencia el juego es satisfactorio” se juega por placer, y esto se consigue cuando la ansiedad no es excesiva”.
De lo que dice Winnicott sobre el juego podemos resumir que los niños juegan por placer; el juego permite expresar emociones e integrar aspectos fragmentados del niño para sentirse uno mismo autónomo, con pensamiento propio; permite adquirir experiencias con el mundo externo, establecer lazos sociales, desarrollar distintos niveles de comunicación…La pandemia y sus restricciones han amenazado todo este proceso.
El compartir, que ha sido una enseñanza central en la infancia, en el ámbito familiar, en el escolar, deportivo, lúdico, social en términos generales, queda completamente prohibido. Compartir el balón, compartir una bolsa de chuches, intercambiar cromos para completar colecciones, prestarse las peonzas, han sido y siguen siendo actuaciones propias del mundo infantil que permiten a los niños y niñas establecer relaciones entre ellos, relaciones vivas llenas de emociones, de misterio, de preguntas, de rivalidades: hoy tengo la merienda mas rica, o el cromo mas difícil y lo llevo al colegio para enseñárselos a mis amigos y a los que no lo son.
Estas escenas son las que dan a los niños la posibilidad de tener la experiencia propia de salir al mundo, mas allá de su propia familia, a veces con éxito y otras sin tanto éxito. Son situaciones que permiten sentir experiencias de triunfo, pero también de frustración en ese intercambio con los iguales. Estas escenas que se pueden reconocer como propias de la infancia y tan necesarias para el crecimiento del niño y adolescente, desaparecen con la pandemia.
Hace años trabajaba con un grupo de niños y niñas
de 7/9 años. Había uno de ellos muy impulsivo, y con muchos problemas en la relación con los otros niños del grupo. Durante varias sesiones grupales, este niño se relacionaba con el resto del grupo a través de fastidiar y romper lo que los otros podían construir juntos. A su vez, esta relación de juego entre los demás miembros del grupo despertaba en el niño impulsivo, por un lado, sentimientos de rabia y conducta impulsiva, pero, por otro lado, observaba el juego del grupo con cierto interés y deseo.
En una sesión de grupo, de manera espontánea este niño trajo al grupo unos cromos. Los cromos le permitieron ir encontrando un lugar en el grupo y relacionarse con los demás niños. Enseñaba los cromos, los dejaba tocar, los otros niños trajeron sus cromos, cada uno enseñaban los suyos, este intercambio de cromos, presencialmente, con los otros niños permitió regular la impulsividad de las sesiones grupales y el poder ir aceptando las diferencias sin tanta hostilidad y mas tolerancia. …esta posibilidad la desarticuló la pandemia.
2. Los lazos sociales familiares, también están bajo
Las familias extensas, los abuelos, se quedan solos, en situación de gran incertidumbre para todos. Se habla de los abuelos y con los abuelos con los que muchos niños han compartido tiempo de cuidados, ahora sin poder acercarse a ellos. Y cuando se pueden visitar, darles un beso, abrazarlos supone un riesgo. Cuando la generosidad, el amor a los abuelos, el cariño y el mostrar afecto es un valor central en la crianza de los hijos, ahora en la pandemia se queda en suspenso.
3. Incertidumbre e intranquilidad en el seno
Los padres y madres son el soporte fundamental para el niño. La pandemia trae a las familias tiempos de incertidumbre e inestabilidad. La puesta en marcha de los Expedientes Reguladores Temporales de Empleo por la paralización de la economía y las actividades empresariales y comerciales, caen sobre las madres y padres que sostienen las familias. Algunos se quedan sin trabajo, o flota en el ambiente social la amenaza de poder quedarse sin trabajo. Por otro lado, he escuchado gente que decía que ha trabajado mas que nunca durante el confinamiento. Pensaba cuanto de ese exceso de trabajo no estaba relacionado entre otras cosas con conservar el puesto, la ansiedad e inseguridad ha sido un acompañante durante este tiempo.
Pero, además, todo este teletrabajo se realizaba en viviendas que no siempre estaban preparadas para ello. Losespaciosdisponiblesnosiemprehansidoadecuados para todos, los medios y coberturas tecnológicas a veces resultaban insuficientes produciéndose ciertas disputas sobre quien es importante que tenga mejor cobertura en cada momento, ¿el padre/madre que trabaja? ¿el adolescente que tiene que conectarse en clase o para hacer un examen? Y ¿cuántas veces los padres estaban presentes en sus casas sin estar presentes con sus hijos por el trabajo? El temor de los adultos por la incertidumbre e inseguridad en el futuro más inmediato trascendía en un clima familiar de tensión, frustración e impotencia. La invasión de Rusia a Ucrania ha venido a reactivar e incrementar todo esto, sin darnos un respiro…no vamos a tener calefacción porque el gas que consumimos es ruso, no habrá cereales porque todo viene de Ucrania. Los tiempos convulsos parece que han continuado en diferentes versiones.
4. Las normas de protección sanitaria se tambalean, mascarilla si, ahora no, vacunas buenas y menos buenas, las excepciones por salud, por edad…han desatado conflictos sociales también en el entorno Padres que discuten con las normativas de los centros escolares, niños que discuten entre ellos porque uno lleva mascarilla y otro no, han generado un clima de crispación y desconfianza que trasciende a la infancia.
La percepción del paso del tiempo no es igual en adultos, abuelos o niños y adolescentes. Tres meses de confinamiento estricto y casi tres años de restricciones diversas han afectado a las costumbres, hábitos, rutinas, formas de expresarse e incluso de relacionarse.
El niño que sale del confinamiento y retorna a la escuela no es el mismo niño, ha cambiado. EL cuerpo que se pone en juego en el retorno a lo presencial es un cuerpo desconocido para él mismo, con el que experimenta nuevas sensaciones, nuevas emociones, más control o quizá menos control y coordinación. Es un cuerpo por descubrir inicialmente, sin ese compartir con iguales, que tanto tranquiliza, sino más bien en soledad. Le toca mostrarse sin haber experimentado progresivamente con él, fuera del entorno familiar, sin saber cómo va a responder.
En la presencialidad, se hacen visibles los cambios; el niño que ya camina con soltura, el que ha dejado el pañal, el púber en el que se hacen explícitos los rasgos sexuales secundarios, estos cambios físicos suelen ir acompañados de otros, cambios de intereses en sus elecciones, en la de forma de vestir, de relacionarse o de formas de estar, sin saber cómo ponerlo en juego en presencia de iguales, o adultos quienes también pueden ser vividos con extrañeza. El descubrimiento del cuerpo en el propio niño, púber o adolescente se pone en juego en un contexto como venimos hablando de inseguridad, incertidumbre y cierta desconfianza por todo lo acontecido. La experiencia de cada niño o adolescente durante el tiempo de alarma sanitaria marcará la salida a la presencialidad de alguna manera.
Recuerdo un niño de 9 años con muchos miedos, y que no podía separarse ni de su madre ni de su padre. En los primeros meses de pandemia, uno de los abuelos fue ingresado y el padre de este niño tuvo que ingresar con él como cuidador. Finalmente, el abuelo falleció víctima de Covid, y el padre pese a contagiarse se recuperó en su totalidad. La pareja de padres en entrevista contaba el miedo y la angustia que pasaron en aquellas semanas, la enfermedad, por
un lado, el teletrabajo sin fin por otro y dos niños de 9 y 6 años en casa a los que atender, sin saber cuál iba a ser el final de aquella situación. Habiendo pasado el periodo de verdadero peligro ya y todos recuperados, el hijo no quería ir al colegio, no quería quitarse la mascarilla ni en su propia casa, no podía dormir, ante cualquier sensación corporal pedía a sus padres que le visitara un médico. En el colegio no permitía que se le acercara nadie, y se enfada con otros niños o niñas por no cumplir las normas sanitarias en la más absoluta totalidad. La salida al recreo estaba delimitada en el espacio por grupos de convivencia, si alguien se lo saltaba entraba en una situación de angustia que requería la atención del adulto. El malestar de este niño era más que evidente.
Por todo lo expuesto, quizá no debería sorprendernos que en el restablecimiento a la “nueva normalidad”, en el encuentro con los otros en el retorno a lo presencial, observemos en la población infanto-juvenil lo siguiente:
- Mayor aislamiento social y disminución de interés por el afuera
- Disminución de la comunicación y del intercambio en Se hizo necesario buscar nuevas formas de comunicación y de expresión en la infancia que compromete la espontaneidad y la experimentación tan característica en la infancia. Los grupos de convivencia, los espacios delimitados en los recreos… son ejemplo de ello.
- Refugio en las pantallas y en el mundo virtual que se construyen casi bajo el imperio de su propio deseo
- Aumento de inseguridades y temores en los niños, o, todo lo contrario: un retorno impulsivo y casi temerario como si nada hubiera ocurrido
Todas estos comportamientos que preocupan, pueden entenderse como una respuesta a una situación social vivida con angustia y temor que también ha trascendido a la infancia. Todavía sorprende que los niños por pequeños que sean tengan su propia percepción de la realidad, su propia experiencia y por tanto también reccionan ante ella, con sus propios malestares.
Pensar en todo esto nos ayuda a comprender al menos en parte el sufrimiento de la infancia en el momento actual y permitirnos un tiempo necesario para recuperar confianza…¡gracias!