Femenino, masculino. Dos adjetivos que sustantivados desafían la condición biológica, esa que se deberá carear con lo que de específico tiene el mamífero humano: la subjetividad. Esa que lo remite a una dialéctica sin fin: la de lo somático y lo psíquico, que no es tan sólo biografía personal, sino asimismo, transgeneracional.
Si ello es así, hablar de masculinidades, como lo hace la propuesta temática de AECPNA para su revista En clave psicoanalítica, será tan válido como hablar de feminidades. Y nosotros recogemos ese guante de pluralización, que ostensiblemente desafía todo una historia apropiadora del género. Desafío que ya cobró valor desde la acuñación freudiana de la sexualidad humana como psicosexualidad. Ser hombre, ser mujer, a partir del psicoanálisis ya no son categorías signadas por el sello biológico sino fundamentalmente por las vicisitudes de la identificación; vicisitudes irreductibles de una persona a otra.
El cine, esa actividad tan propia del ser humano, como actividad mitopoyética, pone al alcance nuestro, y muchas de las veces con magistral arte, las vicisitudes de esa dialéctica entre el soma y la experiencia humana, es decir entre aquella biología y la tramitación diría, biográfica ampliada en lo transgeneracional. O sea, nos habla de ese campo sutil que nace en el soma que se va deslizando a un cuerpo de historia, de experiencias afectivas y de emociones encontradas. Nos traslada en fin a otro escenario que es espacio erógeno, que es, siempre un espacio vincular. Pero valga subrayar que cuando hablamos de tramitación, no decimos historia sino más bien historización; es decir, lo que cada uno de nosotros hace con su historia…y claro está, con lo que ella “ha hecho” también de cada uno.
Citaremos al pasar tres vertientes de este arte, que pensamos vienen en nuestra ayuda a la hora de pensar estas cuestiones: los films Rompecabezas, de Natalia Smirnoff, y Tomboy, de Céline Sciamma, y por otro lado, la entrañable serie Anne with an E, de Niki Caro, basada en las novelas de Anne of Green Gables, de Lucy Maud Montgomery.
En Rompecabezas, en la magistral actuación de María Onetto, vemos a una mujer, María del Carmen, que trata de volver a reconstruir –en la alegoría del juego de puzles- el identikit de su persona en el contexto de una generación que le ha impedido a la mujer singularizarse. Necesita a partir de su cumpleaños número cincuenta –puesta en crisis mediante-, reformular un modo de integración psíquica que ha perimido en la dirección de la búsqueda de su dicha personal. A su lado, vemos al mismo tiempo hacer lo mismo a Juan, su marido, luego del desconcierto que le producen los cambios de “su” mujer. Este, hasta allí estaba muy afianzado en una identidad masculina muy pertinente a una generación; un rol de “marido proveedor” que concibe a su compañera atada a los menesteres de la casa y los hijos. Vemos así, al lado de la mutación que comienza a operarse en María del Carmen, una “masculinidad” en reformulación, que se desvanece en su afianzamiento y crece en una supuesta debilidad como efecto de un “ablandamiento afectivo” que le permite resituarse –mucho mejor- no solo frente a su compañera sino a su vida en general.
En Tomboy nos encontramos frente a la gran actuación de Zoé Héran, con una muchachita púber, Laure, refractaria a portar la identidad que su sexo de nacimiento le indica y cuyos padres hasta allí han sostenido. Entonces Laure, que recientemente ha arribado a un nuevo barrio, se presenta frente a los niños del lugar como un niño, llamado Michael. Pero no es tan fácil. Michael deberá enfrentarse a su marca biológica, hasta allí forzada al ocultamiento frente no tan sólo a sus coetáneos sino también a sus padres mismos. Lo que queda subrayado en este bello film, entre muchas otras cosas, es que lo “masculino” aparece como una opción de ser en el mundo, más allá de la condición biológica al nacer. La dificultad estriba en que Laure para ser Michael debe apelar a un “como sí” no tanto por su deseo como por el deseo del otro. Esto es, que se va operando un desplazamiento sutil donde Laure, debe ficcionar su dinámica emocional hacia una figuración que le permita sentir que es aceptada como tal. Ello lo podemos ver en la enternecedora y al mismo tiempo, cruda escena en que debe apela –para asistir a un paseo balneario- a un símil pene de plastilina por temor a la descalificación, ya acontecida en una escena anterior. Ese acto tierno y cruel, además, le permite identificarse con el género masculino en ese momento (así como en otro momento deja que Lisa lo maquille). Michael elige un camino de virilización, pero no desprecia el opuesto, sabe que la dinámica de lo masculino y lo femenino se puede transgredir todo el tiempo. Luego de nadar con sus nuevos amigos, y de medir su fuerza cuerpo a cuerpo en otro ritual viril, Michael guarda el pene de plastilina en la caja donde están sus dientes de leche. Un lugar donde confluyen las cosas que deben caer, los vestigios de su identidad en proceso de metamorfosis.
Por último, en la serie Anne with an E, vemos a Anne, una muchacha en el amanecer de su adolescencia, ejemplarmente interpretada por la joven actriz, Amybeth McNulty, intentando a partir de ser adoptada por dos entrañables hermanos, que la rescatan de una sufrida y traumática orfandad, reconstruir su deseo de vida y de ser amada, en una suerte de resiliencia activa a favor de los derechos femeninos en el contexto de una sociedad victoriana que comienza a incubar muy débilmente el lugar de la mujer. Por lo que no será un detalle que se plantea al comienzo mismo de la serie, el hecho de que aquellos hermanos, tuvieran que sortear la contrariedad que supuso que en lugar de un muchacho, le entregaran a una joven.
También aquí vemos al hombre reformular su identidad masculina como pudiendo comenzar a ser otra cosa que ejercicio del sometimiento no sólo de la mujer sino de sus propias emociones; camino claramente funcional a una mujer, dispuesta a asumir una posición progresivamente activa, para cuestionar ese lugar de opresión y cosificación, como orden establecido y naturalizado.
En las tres propuestas podemos abrevar en la indicación de Donald W. Winnicott, acerca de la existencia de elementos femeninos y masculinos puros en ambos sexos. Dicha tesis resulta muy orientadora en el intento de vislumbrar más profundamente la compleja madeja de la cuestión en torno a la identidad de género. Donde más allá de la libre elección y de cómo ello dinámicamente se reconfigura con el avanzar de los tiempos, seguirá siendo tarea de los psicoanalistas discernir lo que en cada caso se juega y eventualmente se presenta como escenario de sufrimiento psíquico.
En relación a esta tesis, nos es muy útil tener presente la idea de que en términos emocionales la cuestión del ser parece estar arraigada en el vínculo materno-filial temprano. Si ello es así, y si como advertía dicho autor “No hay nada que podamos llamar bebé”, cuando alude a la idea de que en ese momento temprano de “dependencia máxima” del bebé, no hay discriminación del estado de fusión con la madre, es claro que bien puede caber a este momento evolutivo un componente que deviene estructural: lo femenino. Luego, la salida de ello, pero con ello, o sea lo femenino, es el pasaje al hacer; actividad en que dicho autor, ve nacer al elemento masculino de la personalidad. Emergencia independiente, subrayamos una vez más, de la portación de sexo al nacer
Volviendo entonces a Tomboy, Laure a través de Michael busca un modo de hacer asentado en una identificación desde donde poder “ser”. Esa identificación, no es otra cosa que un surco por donde desplegar al ser. Y de distinto modo, pero en la misma línea lo vemos en María del Carmen, en Rompecabezas, y en Anne, en Anne with an E, quienes en su búsqueda de restablecer algo del orden de su identidad, asumen un rol activo desde el Hacer por recuperar sus derechos…de Ser
En cualquier caso, se trate de hombre o mujer, lo que como psicoanalistas podemos decir que está en juego, es el recupero a través del formato imaginario eventual, de los espacios del ser y el hacer en una sinergia que dignifique la singularidad por la que procuramos la dicha.